revive la música del madrid de la segunda mitad del siglo XIX
A pesar de que la corriente musical que dominó Europa durante la segunda mitad del siglo XIX fue, sin duda, el Romanticismo, España no llegó a conocer su desarrollo y tan sólo el nacionalismo tardío de Albéniz y Granados, a finales de siglo, logró aproximar nuestra música a las principales corrientes europeas.
Como movimiento artístico, el Romanticismo dominó la literatura y la pintura europeas durante el último periodo del siglo XVIII y principios del XIX. En cambio, el Romanticismo musical se alargó mucho más que las otras artes, finalizando con el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914 y la adopción del sistema musical dodecafónico del compositor austríaco Arnold Schönberg.
El siglo XIX supuso para España un atraso musical respecto del resto de Europa, debido a la guerra, a las desamortizaciones y al desinterés del poder político por los asuntos musicales. Por estos motivos, la influencia del primer Romanticismo en España fue prácticamente nula.
El movimiento romántico llegó tarde a nuestro país y a través de Francia, de manos, en gran medida, de los exiliados que retornaban tras la muerte de Fernando VII en 1833, influidos por la obra de Chateaubriand y Víctor Hugo.
La férrea censura instituida por “el rey felón” durante su reinado, había impedido que llegara hasta España la música de Beethoven o Schubert. Fue sólo tras la muerte del monarca absolutista y la llegada al poder de los liberales, cuando se apostó por una mayor difusión de la música europea dentro de nuestro país, poniendo mayor énfasis en el cuidado de su enseñanza.
Para ello fue fundamental la creación, en 1834, del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, que comenzaría una labor educativa que daría sus mejores frutos ya en el último tercio del siglo.
En cambio, a España sí llegó la influencia de los compositores italianos más conservadores, sobre todo la de Gioachino Rossini.
La música española del siglo XIX tuvo como base el estilo italiano, todavía muy cercano al Clasicismo. Continuaba la tradición del siglo pasado, en el que la presencia de músicos italianos como Scarlatti o Boccherini en la Corte de los borbones había sido una constante.
El predominio de lo italiano en la música española del siglo XIX encontró pronto voces contrarias, sobre todo en lo que a la ópera se refiere. Esta pugna contra el teatro cantado en italiano dio como resultado la resurrección de la zarzuela popular en nuestro país.
El primer grupo de compositores de zarzuela se creó en Madrid en 1856 y estuvo integrado por Francisco Asenjo Barbieri, Joaquín Gaztambide, Rafael Hernando, Cristóbal Oudrid y José Inzenga. Ellos se encargaron de la construcción del madrileño Teatro de la Zarzuela.
Opuestos a estos y partidarios de la ópera italiana, surgió otro grupo de compositores españoles capitaneados por Emilio Arrieta, en el que también se encontraban Baltasar Saldoni, José Melchor Gomis, Valentín Zubiaurre y Miguel Hilarión Eslava, este último más conocido por su obra religiosa.
La rivalidad entre los simpatizantes del teatro musical español y los defensores del estilo italiano, se convirtió con el tiempo en la pugna entre los partidarios de la zarzuela y aquellos que apostaban por desarrollar una ópera española. En esta labor inicialmente pusieron gran empeño compositores como Ruperto Chapí y Tomás Bretón… aunque finalmente acabaron pasándose a la zarzuela, debido a la falta de apoyo institucional e interés del público por una ópera en español.
La segunda mitad del siglo XIX será, por lo tanto, la edad de oro de la zarzuela española, con autores tan destacados como Federico Chueca y Jerónimo Giménez.
Respecto a la música instrumental, la música de cámara y sinfónica española no brilló hasta que, en 1863, Jesús de Monasterio fundara la Sociedad de Cuartetos de Madrid y, tres años más tarde, Barbieri hiciera lo propio con la Sociedad de Conciertos madrileña.
Con estas sociedades se estrenaron las obras de Beethoven en España y también se dieron a conocer piezas de compositores locales como Eslava, Barbieri, Carnicer, Marqués, Bretón, Pedrell o Chapí.
Al violín, durante este periódo, destacaron virtuosos como Jesús de Monasterio y, especialmente, Pablo de Sarasate, quien llegó convertirse en una leyenda en vida, componiendo más de 50 obras, algunas inspiradas en motivos folklóricos, y abriendo el camino hacia el nacionalismo musical posterior.
En cuanto a la guitarra, su mejor representante en la segunda mitad del siglo XIX fue sin duda Francisco Tárrega. Él modificaría la técnica del instrumento de músicos anteriores como Fernando Sor y Dionisio Aguado, descubriendo nuevos recursos y efectos, y dando origen a la escuela guitarrística española moderna.
También, en la segunda mitad del siglo XIX, se inició la difusión de la música coral en España, con la creación de los orfeones. Este resurgir del canto en nuestro país culminaría con la mejor voz masculina en la Historia de nuestro país, la “voz sin rival”: el gran tenor Julián Gayarre.
Pero, sin duda, el género pianístico será el rey del romanticismo, con representantes tan destacados como Marcial del Adalid y Pedro Miguel Marqués.
Gracias a la labor benéfica de las Sociedades Económicas, Liceos y diversos Círculos culturales, esta música sinfónica culta, abandonó los salones aristocráticos madrileños para abrirse a toda la sociedad.
Estas instituciones, además, permitieron que Madrid pudiera contar con la visita de músicos internacionales tan ilustres como Franz Liszt quien, con sus actuaciones, contribuyó a la difusión del género clásico y al gusto por el piano en nuestro país.
El último tercio del siglo XIX en España estuvo marcado, musicalmente, por el nacimiento del movimiento nacionalista.
La influencia del estilo italiano había sido tan profunda en España que los músicos y las características musicales locales habían quedado completamente infravaloradas.
Quienes mejor dieron a conocer en todo el mundo los elementos de la música española fueron compositores extranjeros como Verdi, Glinka o Liszt, que encontraron en España una rica fuente de inspiración. Los tres pasaron alguna temporada de sus vidas en la capital.
El nacionalismo surgió como un intento de los países que no contaban con una tradición de innovaciones musicales, por desmarcarse de las pautas establecidas por Alemania, Francia o Italia. Para ello, sus autores echaron mano entonces de las melodías, ritmos y armonías propias de cada país, es decir, del folklore.
Durante los años cincuenta del siglo XIX se inició un intento de restauración de la música española, a la que contribuyó sobremanera el musicólogo, folklorista y compositor Felipe Pedrell.
Con sus obras musicales y literarias, Pedrell estimuló la creación de una escuela basada en la tradición musical española. Con obras como su Cancionero musical popular español, un estudio donde recoge y armoniza canciones folklóricas de todas las regiones españolas, sentaría las bases del emergente nacionalismo musical.
Los dos compositores españoles que encarnaron con su música esta nueva tendencia nacionalista fueron Isaac Albéniz y Enrique Granados. Ambos recogieron en sus obras las características rítmicas, melódicas y armónicas más esenciales del folklore de nuestro país, aplicando las técnicas y el lenguaje musical del postromanticismo y ciertas influencias del impresionismo.
"Hacer música española con acento universal", como lo resumía Isaac Albéniz, fue la intención de ambos autores, con quienes la música española emergió de la mediocridad de la pequeña pieza de salón para alcanzar verdaderos acentos universales.
Serían sus obras y, más tarde, ya en el siglo XX, las de Manuel de Falla, las que conseguirían definitivamente acercar la música española a las corrientes musicales europeas contemporáneas.
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