Oro líquido
fábrica de cerveza mahou: el sabor de un sueño
¿Qué sería de nuestro Madrid sin la cerveza? Irnos de cañas con los amigos para ponernos al día, relajarnos tomando una cerveza fresca y bien tirada en una de sus numerosas tabernas después del trabajo o en cualquiera de sus innumerables terrazas como descanso tras un intenso paseo por la ciudad es, sin duda, unas de sus señas de identidad. Sin embargo, la capital no siempre ha tenido tradición cervecera… de hecho hasta la década de los ochenta del siglo XX la bebida más habitual entre los madrileños era el vino, un hábito que cambió gracias a la labor de emprendedores tan destacados como la familia Mahou.
El camino de la cerveza hasta llegar a la realidad de consumo actual entre los madrileños ha sido largo pero incansable, abarcando nada menos que cuatro siglos: del XVI al XX.
El origen de esta industria se sitúa en torno a la corte de la dinastía de los Austrias, establecida a inicios del siglo XVI en España… un país dominado por su afición al vino, de tradición romana.
En 1501 llegaban a la Península Felipe de Habsburgo y su mujer, la princesa Juana, procedentes de Bruselas, para ser nombrados herederos de la Corona ante las Cortes de Castilla y Aragón. Entre otros enseres, Felipe “el Hermoso” trajo consigo varios barriles de cerveza, bebida muy del gusto de los países norteños, un hecho que marcó la entrada de este producto en España para uso exclusivo de la Corte.
Más adelante, sería su hijo Carlos I quien haría traer desde Flandes a sus maestros cerveceros de confianza e instalar, hacia 1537, la primera fábrica de cerveza de Madrid, a imagen y semejanza de las mejores de Europa.
Cuando el hijo del emperador, Felipe II, decidió instalar la Corte en Madrid en 1561, nacerían el oficio de cervecero y la industria cervecera madrileña, que ya nunca dejaría de funcionar hasta la actualidad.
El siglo XVII presenció la eclosión de la ciudad de Madrid como un gran centro urbano. A pesar de ello, fue una etapa de crisis demográfica, económica y social.
En plena crisis fiscal de 1643, Felipe IV se vería obligado a conceder el privilegio del estanco, fábrica y consumo de la cerveza que se hacía en su Corte. De esta manera, tan era posible producirla con permiso de la corona y previo pago por lo que, sin el acicate de la competencia, el resultado durante más de un siglo fue un brebaje de escasa calidad y mal elaborado, dentro de instalaciones inadecuadas. Tal es así que, ya por aquel entonces, se mezclaba la cerveza con limonada para atenuar su mal sabor.
El estanco se mantendría hasta 1791, cuando el rey Carlos III liberalizó el sector, permitiendo la entrada y venta en la ciudad de cerveza procedente de cualquier fábrica nacional… una liberalización que iría acompañada, además, de la construcción de una Real fábrica de Cerveza ubicada en la Calle del Barquillo.
Tras la invasión napoleónica, en 1815 se constituyó en Madrid la gran fábrica de cerveza Santa Bárbara en la Calle de Hortaleza, a la que pronto se añadirían otras, destacando una en el barrio de Lavapiés.
Hacia mediados del siglo XIX la cerveza se comercializaba en despachos, cafés y botillerías… incluyendo aquellas destinadas a las damas, suaves y achampanadas, de jengibre y aromáticas.
Pero no fue hasta finales del XIX cuando surgieron las grandes marcas ayudadas de los avances de la Revolución Industrial. Con la llegada del frío industrial todo quedaría listo para el despegue definitivo de una fábricación que ya no haría más que crecer en la capital.
Algunas de las empresas más exitosas llegaron a Madrid de la mano de inmigrantes europeos. De entre todas ellas, la inspirada por Casimiro Mahou, dejaría una huella imborrable no sólo en la capital sino en toda España.
Casimiro Mahou Bierhans nació en 1804 en la Lorena francesa, antigua región del imperio germano, de donde heredó su gran pasión por la cerveza. Llegó a Madrid en 1850 tras casarse con una madrileña y fue en la capital donde se despertaría su inquietud emprendedora.
El primer negocio de Casimiro Mahou se llamó “Las Maravillas”. Se trataba de una fábrica de papeles pintados con la que llegó a ser proveedor de la Casa Real y de numerosos cafés de la época.
En 1857, Casimiro abandonó este proyecto y decidió adquirir una finca en la Calle Amaniel, que por aquel entonces no tenía ninguna actividad industrial. Allí instaló primero una fábrica de pinturas y barnices, llamada “Arco Iris”.
Sin embargo, el verdadero sueño de Casimiro siempre fue producir cerveza… un anhelo que no podría ver hecho realidad ya que falleció en 1875. Sin embargo, las aspiraciones de Casimiro Mahou sirvieron de inspiración para que su mujer y sus hijos Alfredo, Luis, Enrique y Carolina consiguieran levantar una de las cerveceras españolas más importantes de todos los tiempos.
La cerveza era muy poco consumida en la sociedad española de la época. Era muy cara y se servía habitualmente en los cafés y en verano en el Parque del Retiro, pero con el tiempo los avances tecnológicos redujeron los costes de producción.
Los hermanos Mahou comenzaron adquiriendo una fábrica de hielo, producto fundamental en el proceso de enfriamiento de la cerveza, y crearon la sociedad Hijos de Casimiro Mahou que englobaba, dentro de la fábrica de Amaniel, la fábrica de pinturas “Arco Iris”, la de hielo “Polo Norte” y la de cerveza, “El Barril”.
Además Alfredo, el hijo primogénito, viajó por gran parte de Europa en busca de un maestro cervecero y lo encontró en Alemania: Konrad Stauffer.
Su fábrica, inaugurada el 25 de abril de 1891, supuso un hito en la ingeniería madrileña al emplear por primera vez el frío industrial en toda la cadena de producción de la cerveza.
La maquinaria empleada para su fabricación era el fruto de las últimas innovaciones llegadas desde Alemania, con una capacidad para producir diariamente doce toneladas de hielo y 6.000 litros de cerveza.
El edificio de Amaniel, hecho de piedra y ladrillo, fue un modelo en la arquitectura industrial madrileña. Disponía de varias entradas para facilitar el servicio a las carboneras, además de depósitos de cebada, cocheras y un pequeño despacho para la venta de cerveza al por menor.
En el primer piso se instalaron el horno, un motor de vapor y el depósito para la mezcla del agua y la cebada. A veinticinco metros de profundidad siete grandes cuevas de diez metros de largo por seis de ancho y cuatro de altura, acogían dieciocho cubas, todas ellas con su correspondiente tubo para la distribución.
En el techo y las paredes de las cuevas, varios conductos provenientes del aparato frigorífico, mantenían la cerveza a una temperatura constante de cero grados para su posterior fermentación.
Con los avances tecnológicos se fueron abaratando los costes del producto. Además, dejó de ser necesario importar desde Alemania y Francia el lúpulo y la malta, que comenzaron a cultivarse en la provincia de León, abaratando aún más el precio final.
La demanda de cerveza creció durante el primer tercio de siglo, en parte debido al mayor poder adquisitivo de la gente. La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial favoreció la bonanza económica en nuestro país y la expansión de Mahou, cuya única competencia a nivel de producción era la también madrileña cerveza El Águila.
Sin embargo, el estallido de la Guerra Civil, la posterior posguerra y la escasez de lúpulo y malta frenaron su avance y llevaron la fábrica al borde de la quiebra. Durante estas décadas tan difíciles para la sociedad madrileña, la cervecera se dedicó a repartir levadura de cerveza a la población como complemento alimenticio.
Superadas todas las adversidades y con mucho esfuerzo, la compañía inició su verdadero despegue a finales de los años cincuenta, cuando “Hijos de Casimiro Mahou” pasó a denominarse Mahou, a secas.
Madrid crecía y con la fábrica de la Calle Amaniel era imposible abastecer toda la demanda de cerveza que se generaba en la capital por lo que, en 1961, se adquirieron nuevas instalaciones en el Paseo Imperial, antes de la construcción del estadio Vicente Calderón.
En esta nueva sede no sólo se producía cerveza sino que disponía de instalaciones para los trabajadores como vestuarios, comedores, colegio de formación profesional, biblioteca y servicio médico.
La fama de la cerveza Mahou crecía imparable y aún más cuando comenzó a ganar premios internacionales de calidad, galardones que pronto empezaron a mostrarse en las etiquetas de sus botellas… una estrategia de marketing que tendría una enorme repercusión en sus ventas haciendo de sus botellines su mejor soporte publicitario por todo el país.
Sus avances en el campo de la innovación no quedaron en las estrategias publicitarias sino que la compañía fue pionera en este país al cambiar los barriles de madera por los de aluminio y en el diseño de nuevos grifos surtidores de dos movimientos.
La fábrica de la Calle Amaniel se mantuvo como centro logístico, pero se convirtió además en centro de reunión de profesionales y lugar de referencia para los aficionados del arte y de la cultura. Su director, Gregorio Alfredo Mahou Solana, fue uno de los precursores de la fotografía en Madrid, creando en este espacio un estudio en el que continuamente se innovaba en las técnicas de producción fotográfica. Actualmente su antigua fábrica acoge la sede de este Museo ABC de Dibujo e Ilustración.
Finalmente en 1980, casi cien años después de que la familia Mahou comenzara a fabricarla cerveza en España, su consumo entre los españoles logró superar al de vino y asentarse definitivamente en la cotidianidad de los madrileños.
Hoy, la compañía española Mahou-San Miguel es líder de la industria cervecera en nuestro país y también la más internacional, presente en más de 70 países. Si Casimiro Mahou Bierhans pudiera ver los logros alcanzados por su familia, sin duda brindaría con uno de sus botellines, dando por cumplido el sueño de ver su apellido como sinónimo de maestría cervecera.