Y el pueblo gritó ¡basta!
dos de mayo de 1808: madrid se levanta en armas
“Corte de los Césares de España” (Lope de Vega); “España en miniatura” (Mesonero Romanos); “Confusión y regocijo de las Españas” (Benito Pérez Galdós); “Rompeolas de todas las Españas” (Antonio Machado)… muchas son las citas que, como estas, han definido a Madrid y a sus gentes como espejo y reflejo del conjunto de España. Y es que, a lo largo de su historia, la capital ha identificado y adelantado los sentimientos y la voluntad de todo el país por sintonía profunda y sincera, haciendo de toda España un sólo pueblo, gracias a sus muestras de unidad.
Si algo ha caracterizado al pueblo de Madrid a lo largo de los siglos y hasta nuestros días, es su capacidad para mantenerse unido, en lo bueno y en lo malo… un sentimiento de camaradería forjado en la lucha y simbolizado por una fecha que ya forma parte de la mitología madrileña: el Dos de Mayo de 1808.
Aquel día, con España invadida por el ejército francés, los madrileños, hartos de abusos, decidieron plantarle cara al invasor y luchar por su libertad, grabando a sangre y fuego uno de los episodios más importantes en la memoria de nuestro país.
Antecedentes del dos de mayo_
¿Cuáles fueron las razones que desencadenaron el levantamiento popular y la posterior Guerra de Independencia frente a los ejércitos napoleónicos?
A finales del siglo XVIII, España se encontraba en una situación política bastante delicada y en bancarrota económica. Además, había visto relegada su posición como país relevante en el contexto europeo a un papel secundario.
Carlos IV, que reinaba desde 1788, había demostrado ser un líder débil e ineficaz, dejando el gobierno de su país en manos de su esposa, María Luisa de Parma, y de su Primer Ministro, Manuel Godoy, quien no contaba con la simpatía del pueblo.
Por su parte, en Francia, Napoleón Bonaparte se había declarado Primer Cónsul de la República Francesa en 1799 y, cinco años más tarde sería coronado Emperador de Francia. El “pequeño corso” deseaba unificar políticamente Europa bajo los ideales de la Revolución Francesa, estableciendo una hegemonía política, económica y militar de Francia. Un nuevo Imperio a su mando.
Tras destronar a los sucesivos monarcas absolutos de Europa, Bonaparte había establecido una política agresiva de implantación de nuevos regentes franceses liberales, ligados a su familia, en cada país conquistado. Dominada toda Europa, tras sucesivas campañas militares y alianzas forzosas, sólo Gran Bretaña, gracias a su insularidad, resistía al dominio de Napoleón.
una alianza efímera_
Desde enero de 1805, una débil España había establecido una forzada alianza militar con la Francia napoleónica que la obligaba no solo a contribuir económicamente a las guerras de Napoleón sino a poner a su disposición la Armada nacional para combatir a la flota británica. En la práctica, este pacto dejaba a nuestro país sometido en calidad de aliado subordinado a los designios imperialistas de Bonaparte.
La marina española sufrió sucesivas derrotas ante los británicos que culminaron con el desastre de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. Por si fuera poco, la crisis naval vino acompañada de la económica al quedar obstaculizadas las rutas comerciales de España hacia sus colonias en América: el bloqueo establecido por los barcos ingleses supuso un serio descalabro para el comercio ultramarino de nuestro país.
Por su parte, Napoleón establecía el denominado Bloqueo Continental, por el cual prohibía que cualquier país comerciara con las islas británicas, con el fin de ahogarlas económicamente. Portugal, aliado subordinado tradicional de Gran Bretaña, se negó… una afrenta que Bonaparte no pensaba dejar sin castigo.
Una ocupación encubierta_
Mediante la firma del Tratado de Fontainebleau, el 27 de octubre de 1807, Napoleón conseguía el beneplácito de Carlos IV para permitir la entrada de un Ejército francés por territorio español con la intención, supuestamente, de invadir Portugal.
Según las condiciones acordadas, una vez conquistado, el país luso se repartiría entre los socios firmantes, de la siguiente manera: un tercio para Francia, un tercio para España y un tercio para el primer ministro español, Godoy, a quien se le otorgaría el título de Príncipe del Algarve.
La realidad es que, antes siquiera de que el pacto estuviera firmado, los primeros soldados franceses ya atravesaban los Pirineos como aliados de la monarquía española en un número que sobrepasaba con mucho los acordados en el tratado: los 30.000 soldados permitidos se elevaron pronto a más de 120.000.
Claramente se trataba de una invasión encubierta… sin embargo la monarquía española no reaccionó y el ejército napoleónico ocupó rápidamente las principales vías de comunicación y las plazas más importantes del norte peninsular.
el motin de aranjuez y las abdicaciones de bayona_
Mientras tanto, el Motín popular de Aranjuez, acaecido los días 17 y 18 de marzo de 1808, había desencadenado la renuncia forzosa de Manuel Godoy y la abdicación de Carlos IV. Por primera vez el pueblo español fue consciente de su fuerza.
El 23 de marzo de 1808, el ejército del mariscal francés Joachim Murat se asentaba en Madrid: los franceses habían logrado ocupar pacíficamente las principales ciudades de España, acuartelándose en emplazamientos estratégicos y sin necesidad de arriesgar a un sólo hombre.
En los días siguientes Carlos IV y su hijo, Fernando VII, eran obligados a acudir a Bayona para reunirse con el Emperador. Allí Napoleón les obligaba a abdicar de la corona de España para entregársela a su hermano mayor, José Bonaparte, que se convertía de esta manera en José I, rey de España.
los ánimos se caldean en madrid_
Al mismo tiempo en Madrid, una villa de 175.000 habitantes, la presencia de más de 30.000 soldados franceses en actitud cada vez más arrogante y desafiante, iba encrespando poco a poco los ánimos de los madrileños.
El malestar de la población aumentaba a causa de los atropellos y humillaciones cotidianas cometidas por los soldados galos: abusaban de la hospitalidad de las gentes, se alojaban gratuitamente en casas particulares, se abastecían sobre el terreno indiscriminadamente y controlaban los depósitos de munición y armamento, dejando al pueblo español completamente indefenso.
La tensión creció a lo largo del mes de abril y los altercados entre hispanos y franceses se hicieron frecuentes, hasta el punto de que las autoridades prohibieron a los madrileños reunirse en corrillos, obligaron a cerrar las tabernas a las ocho de la tarde y forzaron a los dueños de las fábricas a informar de los oficiales y aprendices que faltasen al trabajo. Madrid era ya, en la práctica, una ciudad tomada.
El sentimiento de repudio hacía los franceses acabó extendiéndose por toda la ciudad… pero para que la indignación se convirtiese en levantamiento popular, hacía falta un elemento adicional.
La chispa del levantamiento_
El lunes 2 de mayo de 1808 amanecía lluvioso en Madrid. Era lunes, día en el que la mayoría de artesanos y comerciantes no trabajaban por su costumbre de alargar el fin de semana.
Desde hacía días la multitud aguardaba, apostada en la Puerta del Sol y el mentidero de las gradas de San Felipe, la llegada de noticias desde Bayona acerca de las verdaderas intenciones de Napoleón y de las tropas imperiales instaladas en la Corte madrileña.
Mientras, frente al Palacio Real entre las gentes comenzaba a circular el rumor de que los franceses querían llevarse a escondidas a los últimos miembros de la familia real, entre ellos al infante Francisco de Paula.
A las 7.00h de la mañana, muy temprano, dos carruajes salían de las Reales Caballerizas y se dirigieron a la Puerta del Príncipe del Palacio Real.
¡Que nos lo llevan!_
Hacia las 8.30h, en el primero de los coches montaban, a la vista de los transeúntes, la Infanta María Luisa y el ministro de Guerra, Gonzalo O'Farril, entre otros. El segundo coche quedaba a la espera.
A las 8.45h un maestro cerrajero, José Blas Molina, tras consultar con los cocheros sobre la extraña comitiva, confirmaba sus sospechas: los franceses querían raptar al infante Francisco de Paula. Tras encaramarse al balcón del Palacio, y dirigiéndose a la multitud, el prevenido cerrajero comenzaba a gritar: "¡Traición! ¡Que nos lo llevan! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todas las personas reales!".
El grito de Molina desató la furia contenida de los madrileños que comenzaron a acudir en masa a los alrededores del Palacio para increpar a los soldados franceses.
Murat, alojado en la cercana Casa de los Ministerios de la Calle Bailén, al percatarse del bullicio procedente de los encontronazos con el pueblo, ordenaba a la Guardia Imperial que los sofocara.
corre la sangre_
Sobre las 9.15h, los granaderos franceses, con dos piezas de artillería, abrían fuego sobre los cerca de 2.000 madrileños congregados en las Losas de palacio y la Plaza de Oriente, produciendo las primeras víctimas civiles. La reacción de la muchedumbre fue inmediata y, tras el estupor provocado por los disparos, comenzaba el enfrentamiento encarnizado al grito de “¡muerte a los franceses!”.
Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante se unía así al de vengar a los muertos y heridos que ya se estaban produciendo. Con estos sentimientos a flor de piel, se iniciaba una sangrienta lucha callejera que pronto se extendería como la pólvora por otros puntos de la ciudad.
Los ciudadanos constituyeron partidas de barrio que comenzaron a congregarse en puntos estratégicos de la Villa. A su paso por las calles de la capital se generaron multitud de enfrentamientos entre soldados franceses y rebeldes madrileños.
A medida que se extendía la noticia del levantamiento, más ciudadanos se unían a la revuelta. Incluso los presos de la Cárcel de Corte pidieron al alcalde, Pedro de Mora y Lomas, que los dejara acudir a ayudar a sus compatriotas, bajo el juramento de que volverían tras el enfrentamiento, si seguían con vida.
una lucha desigual_
Por su parte, Murat intentaba recuperar el control de la ciudad situando patrullas en puntos clave como la Calle de Alcalá, la Puerta de Toledo, la Calle Mayor, la Carrera de San Jerónimo, Montera, Fuencarral, la Puerta del Sol, el Paseo del Prado y los cuarteles militares.
A pesar de no contar con armas, los ciudadanos se hicieron con todo tipo de objetos que les pudieran servir como tal. Armados con palos, piedras, navajas, tijeras o trabucos se lanzaron a una lucha desigual en la que el pueblo, pobremente armado, buscaba hacer frente al poderoso ejército napoleónico.
Para los rebeldes era vital encontrar un aprovisionamiento de armas y contar con el apoyo y la protección del ejército español… una ayuda que nunca llegó ya que los altos mandos militares obedecían órdenes de la Corona española, entregada a la voluntad de Napoleón. De esta manera los ciudadanos sublevados quedaban sin la defensa armada de su ejército ante la milicia francesa.
Monteleón se arma_
A las 10.00h, un grupo de madrileños y madrileñas se reunía ante las puertas del Parque de Artillería del Palacio de Monteleón (actual plaza del Dos de Mayo) del barrio de las Maravillas, solicitando armas con las que poder defenderse de los invasores extranjeros.
Tras vivir momentos de tensión, y desobedeciendo las órdenes de sus superiores, finalmente los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, junto al teniente Jacinto Ruiz, decidieron proveer de armas al pueblo, permitiéndoles el acceso al recinto militar. Entre todos ellos prepararon la defensa del cuartel, colocando cañones en la entrada principal.
la carga de los mamelucos_
10.15h. Los madrileños comienzan a concentrarse en la Puerta del Sol, objetivo principal de las tropas francesas que pretendían apoderarse del eje Alcalá-Mayor para dividir en dos la ciudad.
10.40h. Las tropas francesas, entre ellas la Guardia Polaca, los dragones franceses y el escuadrón de mamelucos, llegaban a Sol. La plaza se convertía en un campo de batalla en el que las guarniciones militares acabaron con todo aquel que encontró a su paso, no mostrando piedad ni con mujeres ni con niños a golpe de cargas, carreras y sablazos.
La lucha en la Puerta del Sol se convirtió en el mejor ejemplo de la descarnada represión de Murat sobre la ciudadanía madrileña… una singular escena que, años después, Francisco de Goya reflejaría en su impresionante lienzo El 2 de mayo de 1808 en Madrid o La lucha con los mamelucos.
cargas en la puerta de toledo_
Mientras, en la Puerta de Toledo los vecinos habían levantado trincheras improvisadas con las que impedir la entrada de los refuerzos franceses que llegaban desde Carabanchel.
Nada pudieron hacer para conseguirlo y muchos de ellos caían bajo los cascos de los cerca de 2.000 caballos en la misma Calle de Toledo. Una verdadera masacre.
Continúan los combates por todo madrid_
11.30h. Terminaban los terribles combates en la Puerta del Sol. La plaza quedaba cubierta de cadáveres.
A esa misma hora continuaban los combates en el centro de Madrid: desde la plaza de la Paja hasta la de San Luis; desde la calle Ancha de San Bernardo hasta el Portillo de Recoletos (actual calle Génova); en la calle Arenal se peleaba a las puertas de la Iglesia de San Ginés; en la calle de la Bola, la Corredera de San Pablo y la calle Silva se amotinaban los vecinos, que en ningún rincón de la ciudad daban cuartel a los ejércitos franceses.
Por otra parte, en las cercanías del Portillo de Atocha se sucedían los enfrentamientos y las tropas francesas intentaban asaltar el Hospital General, siendo repelidos por los madrileños que se resguardaban en el edificio.
cae monteleón_
A las 12.00h, unos 2.000 hombres tomaban parte en el ataque final al Parque de Monteleón, único bastión rebelde de la ciudad que resistía a las acometidas francesas.
Tras más de dos horas de cruenta batalla, el ejército imperial lograraba hacerse con el control de la puerta y acceder al cuartel. Los capitanes Daoíz y Velarde morían heroicamente, convirtiéndose en héroes de una jornada histórica junto a figuras civiles como la vallisoletana Clara del Rey.
Finalmente, hacia las 13.00h, el capitán Rafael Goicoechea, como oficial vivo de mayor graduación, rendía Monteleón.
La sublevación popular había terminado y las tropas francesas recuperaban el control de la ciudad. Concluían así cinco largas horas de combates que cambiarían para siempre la historia de Madrid y de España.
Consecuencias del levantamiento_
La represión de Murat en las horas posteriores al levantamiento fue terrible. Se impuso la ley marcial en toda la ciudad y se ordenó que cualquier persona encontrada en posesión de armas o reunida en lugares públicos fuera fusilada. Numerosos vecinos fueron arrestados de manera indiscriminada por toda la ciudad.
Desde las 15.00h del mismo día 2 de mayo fueron fusiladas treinta y dos personas en el Salón del Prado y el Buen Retiro, mientras que otras once fueron ejecutadas en distintos puntos de la ciudad (Cibeles, Recoletos, Puerta de Alcalá y los patios del Buen Suceso).
A las 20.00h llegaban, a la Parroquia de San Martín, los cadáveres de los capitanes Luis Daoíz y Pedro Velarde.
Al día siguiente, 3 de mayo, los franceses fusilaban a doce personas en las puertas del Buen Retiro y a otros veinticuatro en la montaña del Príncipe Pío.
Esta última fue la otra escena que Goya plasmó con profundo desgarro en su cuadro El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos de patriotas madrileños. En este lienzo, que hoy podemos contemplar en el Museo del Prado, el pintor aragonés representa, a modo de cronista de guerra, al batallón de marineros de la guardia imperial disparando al pecho descubierto de sus víctimas, que con un grito mudo claman libertad.
Al acabar la infausta jornada, un millar de personas, entre madrileños y franceses, habían muerto en Madrid, entre ellos sesenta mujeres y trece niños.
una infausta guerra_
Días después las noticias de la sangre vertida en Madrid comenzaban a alcanzar todos los rincones del país, prendiendo a su paso la mecha de la revolución contra el Imperio que dominaba Europa.
A medida que iban teniendo conocimiento de los enfrentamientos producidos en Madrid, el resto de localidades españolas se alzaron contra el enemigo invasor y las autoridades afrancesadas españolas, dando lugar a la llamada Guerra de Independencia Española.
Tras seis años de lucha, en 1814 concluía una contienda en la que el pueblo español, con la inestimable colaboración del ejército inglés, conseguía expulsar de su patria a los invasores franceses. Seis largos años de una guerra de “guerrillas” que certificaban la primera gran derrota de un ejército que hasta entonces parecía invencible.
Consecuencias de la guerra_
El esfuerzo y los recursos destinados a la guerra contra España entorpecieron la campaña francesa en Rusia, donde Napoleón perdió 380.000 soldados, provocando el colapso de su Imperio.
Derrotado y agotado, al final de su vida Bonaparte recordaba, desde su exilio en Santa Elena, los errores que habían provocado su fracaso militar en España:
“Todas las circunstancias de mis desastres vienen a vincularse con este nudo fatal; la guerra de España destruyó mi reputación en Europa, enmarañó mis dificultades y abrió una escuela para los soldados ingleses. Fui yo quien formó al ejército británico en la Península”.
Pero sin duda, y a pesar de la victoria, quien más sufrió las consecuencias de la guerra fue la propia España.
Se calcula que la población neta de nuestro país vivió en los años posteriores un descenso demográfico, entre guerras, hambrunas y represión, de más de 560.000 personas, afectando especialmente a Cataluña, Extremadura y Andalucía.
El Estado terminó en bancarrota y la industria y la agricultura destruidas casi en su totalidad… por no hablar de la irreparable pérdida de patrimonio cultural español.
No obstante, no todas las consecuencias de la Guerra de la Independencia fueron negativas para España: el conflicto también supuso el inicio de un sentimiento nacional español que tendría como punto álgido las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812.
Aquel lunes Dos de mayo de 1808, Madrid demostró que el pundonor de un pueblo humillado y deshonrado, pero unido, puede llegar a convertirse en un arma más poderosa que cualquier ejército. Y es que el día que nuestra ciudad deje de sublevarse contra la injusticia y la tiranía, en cualquiera de sus formas, ese día, Madrid dejará de ser Madrid.
P.D: En honor a tod@s l@s madrileñ@s.