El lenguaje del aire

Casa de Diego. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

Casa de Diego. Madrid, 2021 ©ReviveMadrid

El abanico, un complemento con mucha historia

¿Agobiado por el calor asfixiante de Madrid en verano? ¿No puedes pegar ojo y te asusta poner el aire acondicionado de tu casa por miedo a que las nuevas tarifas de la luz te impidan llegar a final de mes? Tranquilo, debes saber que cuentas con un aliado para mitigar las altas temperaturas y que lleva cumpliendo su función fielmente desde hace siglos: el abanico, un complemento que atesora secretos e historia y es parte inseparable de la memoria de Madrid.

Refrescarse moviendo el aire es un gesto tan antiguo como el ser humano, por eso ubicar el origen de un artilugio tan común como el abanico fijo es incierto… pero sin duda, se remonta a más de 3.000 años de antigüedad. En cambio, el abanico plegable con varillas es un invento mucho más reciente en el tiempo, no más de cinco siglos atrás.

Este nuevo invento fue el resultado de una síntesis entre Oriente-Occidente: Occidente recibió el abanico plegable en el siglo XV, gracias a los navegantes portugueses y a sus rutas comerciales con China y Japón. Una vez en Europa, se modificó profundamente tanto su aspecto como su uso.

La innovación que aportó este nuevo diseño plegable fue rápidamente copiada y los abanicos comenzaron a expandirse a partir de entonces entre la realeza y la nobleza. Era considerado un objeto raro y caro por lo que, en principio, su uso fue exclusivo de las cortes europeas, tanto para hombres como para mujeres, como signo de ostentación y categoría social.

En España el abanico fue acogido rápidamente, y ya es posible encontrar referencias a este accesorio en los inventarios de bienes del Príncipe de Viana y de la Reina Juana I de Castilla, “la Loca", de 1565.

No obstante, sería en el siglo XVII cuando se afianzaría su uso y su producción en nuestro país. A pesar de la existencia de maestros abaniqueros en Madrid, la importación de ejemplares procedentes de Italia y Francia era excesiva, lo que obligó a Carlos II a limitar, en 1679, la entrada de abanicos procedentes de estos países.

En la segunda mitad del siglo XVII, el abanico plegable se convirtió en un accesorio común en el uso masculino e imprescindible en el vestido de cualquier dama de categoría, hasta llegar al siglo XVIII, considerado como la Edad de Oro del abanico femenino en España, debido a la riqueza material y ornamental con la que se elaboraban estos complementos.

La nueva dinastía de los Borbones actuó desde una doble vertiente en relación a la producción de abanicos: por un lado favorecieron su importación desde Francia y, por otro, potenciaron la creación de manufacturas en nuestro país, en un intento de aumentar la producción interna con que cubrir el mercado nacional y, de esta manera, poder incrementar las exportaciones con los excedentes.

En el siglo XVIII ya hay constancia de varios artífices de abanicos en Madrid. En la Red de San Luis, hacia 1784, llegó a existir una fábrica en la que, además de realizar abanicos, se enseñaba el arte de su producción.

En esta época sobresalió la figura del francés Eugenio Prost, quien llegó a Madrid bajo la protección del Conde de Floridablanca, para dedicarse a la fabricación de abanicos de lujo elaborados con tafetán, marfil, nácar, encaje, perlas y piedras preciosas.

Una de sus principales clientas, Isabel de Farnesio, segunda mujer de Felipe V, llegó a reunir una gran colección de 1636 abanicos de lujo, con los que decoró sus estancias en el Palacio de la Granja de San Ildefonso.

Con el tiempo, y a lo largo de este siglo XVIII, el uso del abanico fue haciéndose cada vez más popular, al abaratarse y los costes de producción de los diferentes elementos que intervienen en su confección:

  • Baraja: el esqueleto plegable del abanico.

  • País: la tela adherida a la baraja y que solía decorarse.

  • Varillas: la tiras de madera, que podían ir caladas o pintadas.

  • Palas: la primera y última varilla, más gruesas que el resto y que servían de guardas.

  • Calado: los agujeros realizados sobre las varillas que sirven tanto para decorarlo como para aumentar su aerodinámica.

El desarrollo de la imprenta también permitió agilizar y abaratar el sistema de fabricación de los abanicos, permitiendo realizar series iguales empleando la misma plancha o litografía para decorarlos, en lugar de que un pintor tuviera que iluminar cada uno de ellos.

Pintores como Francisco de Goya plasmaron en sus obras la conexión entre las mujeres del pueblo y sus abanicos, a través de escenas de la vida cotidiana madrileña. Un ejemplo es su cuadro El quitasol, de 1777, en el que la protagonista sostiene en su mano derecha un abanico mientras un galante majo la protege del sol con una sombrilla.

El proceso de democratización y popularización en el uso de los abanicos no se completó hasta la llegada de la revolución industrial en el siglo XIX, cuando empezaría a ser habitual encontrar vendedores ambulantes que recorrían las calles de la capital vendiendo abanicos a gentes de toda clase y condición.

La llegada del siglo XIX supuso, además, una transformación considerable en la sociedad española. La aparición y consolidación de la burguesía, que trataba de emular los gustos de la nobleza, favoreció que el abanico se convirtiera en un elemento imprescindible para el ajuar femenino, indicador de estatus, signo de distinción y elegancia de la mujer que lo portaba.

La mujer decimonónica tenía una intensa vida social, desde la mañana hasta la noche: acudía a misa, visitaba a sus amistades, iba de compras o de paseo al Prado, y, por la noche, siempre acompañada de su marido, asistía a una tertulia, a un baile, al teatro o a la ópera.

Cada una de estas ocasiones exigía una etiqueta a la que la mujer debía ceñirse. No era igual el vestido que vestía para ir a misa o para visitar a una amiga, mucho mas sencillo y recatado que el que emplearía para acudir a un baile junto a su marido.

El abanico, como complemento indispensable, tenía que guardar consonancia con cada atuendo, según aconsejaban las revistas de moda de la época. Esto hacía que la mujer del siglo XIX contara con un elevado número de abanicos, de todo tipo, en su vestidor. Llegaron a existir abanicos de señora, de señorita, de mañana, de invierno, de verano, de paseo, de vestir, de luto, de medio luto, de pedida, de boda, de viaje, conmemorativos, de olor…

A mediados del siglo XIX, la disminución en el volumen de la ropa femenina y el aligeramiento de las telas con que estaban fabricadas las prendas, motivó que la necesidad de abanicarse no fuera tan imperiosa como antes, por lo que el abanico modificó su función, convirtiéndose en un elemento meramente decorativo… y en un arma de seducción imprescindible para la coquetería femenina.

La libertad de expresión de las jóvenes madrileñas del siglo XIX y principios del XX, estaba totalmente restringida. Cuando asistían a los bailes, eran acompañadas por sus madres o por damas de compañía, con el fin de que éstas velaran por el correcto comportamiento de las hijas.

Las damas de compañía eran muy estrictas, por lo que las jóvenes tuvieron que inventarse un medio con el que poder comunicarse con sus pretendientes pasando desapercibidas, y para ello elaboraron un lenguaje a través de diferentes posiciones del abanico con el que poder transmitir mensajes al enamorado que las cortejaba.

A finales de siglo XIX incluso llegaron a aparecer manuales que instruían a las mujeres en el uso del abanico como medio de comunicación. La terminología que emplea el lenguaje del abanico y el significado de sus movimientos se denomina “campiología”.

Aunque seguramente cada pareja fijase su propio código gestual, adaptando los movimientos a sus necesidades, estas eran solo algunas de las posiciones más comunes del abanico… por si os planteáis utilizarlas:

  • Sí: cerrar el abanico lentamente.

  • No: cerrar el abanico de manera tajante.

  • No tengo novio: abanicarse lentamente sobre el pecho.

  • Estoy comprometida: abrir y cerrar rápidamente el abanico.

  • Quiero que me bese: apoyar el abanico a medio abrir en los labios.

  • Estoy impaciente: golpear un objeto con el abanico.

  • Espéreme: abrir el abanico lentamente y mostrarlo.

  • Cuando me vaya, sígame: sostener delante del rostro o los ojos el abanico con la mano derecha.

  • Indicar la hora de la cita: abrir un determinado número de varillas.

  • Cuidado, nos observan: cubrirse los ojos con el abanico abierto.

  • Me gustas: Abrir y cerrar el abanico y ponerlo en la mejilla.

  • Soy tuya: dejar caer el abanico a suelo.

  • Te amo con locura: apoyar el abanico sobre el corazón.

  • Pienso en ti todo el rato: colocar el abanico en la sien y mirar hacia arriba.

  • No me gustas: protegerse los ojos del sol con el abanico abierto.

  • Te odio: arrojar el abanico.

La reina Isabel II fue una gran entusiasta de este lenguaje secreto, por eso nunca se separaba de su abanico.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, proliferaron en Madrid los comercios y talleres dedicados a la sastrería y sus complementos, donde se vendían y también se fabricaban, no solo abanicos, sino otros complementos como capas, mantillas, paraguas, sombrillas o bastones.

Estos negocios se ubicaron generalmente en las inmediaciones de la Puerta del Sol. De entre todos ellos podemos destacar esta Casa de Diego. Fundada en 1823 en la Calle del Carmen, en 1858 se trasladó el negocio familiar a la Puerta del Sol 12, donde continúa hoy su actividad como la tienda más antigua de esta emblemática plaza madrileña.

El uso del abanico como herramienta de lenguaje amoroso desapareció a principios del siglo XX, con la Primera Guerra Mundial. La mujer moderna comenzó a conquistar libertades, entre otras su libertad de expresión, por lo que el uso del abanico como herramienta para expresarse ya no tenía sentido.

Aunque en la actualidad su valor ha cambiado y es más común verlo utilizado como pieza de arte decorativo, accesorio en el baile flamenco o parte de las colecciones de museos como el Museo del Traje o el Museo del Romanticismo, el abanico no deja de ser un símbolo de la cultura española con un fuerte arraigo en nuestro día a día, especialmente en los meses de verano.

Además, si algún día la tecnología fallara y desaparecieran WhatsApp, las redes sociales y sus emoticonos… siempre podremos volver al lenguaje del abanico, que nunca nos fallará.

El Quitasol. Francisco de Goya, 1777

El Quitasol. Francisco de Goya, 1777

...Pero ningún detalle del panorama que se ofrecía ante mis ojos me pareció tan insólito como el uso tan difundido del abanico; las mujeres españolas antes saldrían de casa descalzas que sin abanico, y en la calle no vi una sola fémina desprovista de tan indispensable complemento
— Henry David Inglis


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