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Origen de la fotografía en Madrid, testigo de excepción
¿Cuántos momentos especiales, con las calles de Madrid como protagonista, conservas en forma de fotografía? Instantes únicos de nuestras vidas que permanecerán registrados en el futuro gracias a este maravilloso invento, testigo de excepción de la vida madrileña desde su nacimiento.
Antes de la aparición de la fotografía, Madrid contaba con numerosas actividades prefotográficas que hacían las delicias de la sociedad desde el siglo XVIII, como los cosmoramas, los dioramas, la linterna mágica, las fantasmagorías o los mundonuevos, que se pusieron de moda en espacios de exhibición como la Real Fábrica de Platería del Paseo del Prado.
Sin embargo, la verdadera historia de la fotografía en la capital comenzó con la llegada del primer procedimiento fotográfico inventado por Louis Jacques Mandé Daguerre: el daguerrotipo.
Este nuevo ingenio llegó a Madrid en 1839. En noviembre de ese mismo año se realizó la primera imagen que se conserva de la capital, con la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen y San Luis, como protagonista.
A causa del largo tiempo de exposición que requería el proceso, los primeros daguerrotipos solían limitarse a paisajes urbanos, pero a comienzos de 1850 ya se empezaron a tomar retratos de personas, especialmente de miembros de la aristocracia madrileña, que eran quienes podían permitirse el coste de esta nueva técnica que sustituía a las miniaturas pictóricas.
El punto más débil del daguerrotipo estaba en la imposibilidad de realizar copias… un problema que se solucionó con la invención del calotipo o talbotipo, que permitía la obtención de millares de copias de una sola imagen a partir de un negativo de papel.
Estos avances pusieron de moda en el Madrid isabelino una nueva modalidad fotográfica: la tarjeta de visita. El resultado era similar al de un “fotomatón” actual, pudiendo obtener hasta media docena de fotografías de 6x9 cm en cada toma. Su bajo coste y sencilla reproducción democratizaron la fotografía y la popularizaron entre las clases medias, naciendo así los álbumes fotográficos, en los que se coleccionaban retratos de parientes y amigos como memoria gráfica familiar.
Pero no sólo los miembros vivos aparecían en estos álbumes familiares… también se puso de moda incluir fotografías de los familiares fallecidos, que posaban de cuerpo presente como si estuvieran sumidos en un placentero sueño, vestidos con su ropa habitual, sentados en una silla, reclinados en un diván o acostados en una cama, con la intención de que el recuerdo del finado no se perdiera.
Los estudios de operadores fotográficos se masificaron en Madrid hacia 1880, destacando los de Charles Clifford, en la Carrera de San Jerónimo; el de Jean Laurent, en la Calle Granada; o el del madrileño Manuel Compañy, en la Puerta del Sol.
El tiempo de exposición fotográfica se redujo a tan sólo dos segundos, lo que facilitó mucho la labor del fotógrafo, pero no se redujo el peso de los equipos con los que el operador debía cargar cuando decidía tomar placas al aire libre. En estos casos, debían transportar todo el instrumental a lomos de un animal, o bien en carros-laboratorio hasta que, en 1888, un nuevo invento revolucionó la fotografía: la cámara Kodak. Un cajón provisto de un objetivo capaz de fotografiar, sin enfocar previamente, cualquier objeto situado a una distancia superior a tres metros.
Las cámaras de bolsillo proliferaron, favoreciendo la aparición del fotógrafo aficionado y obligando a muchos fotógrafos profesionales a reconducir su carrera, derivando sus obras hacia las nuevas revistas ilustradas y marcando el comienzo del fotoperiodismo. Revistas gráficas como Blanco y Negro, Nuevo Mundo o La Revista Moderna integrarían definitivamente la fotografía en la prensa madrileña de finales del siglo XIX y abrirían la puerta a los grandes reporteros gráficos del primer tercio de siglo XX, entre los que destacó Alfonso Sánchez García, desde su estudio de la Calle de Fuencarral.
A medida que la técnica avanzaba y se popularizaba la fotografía, fueron surgiendo las primeras sociedades fotográficas, con el objetivo de servir de punto de encuentro a los aficionados. Estas sociedades servían de escuela, lugar de prácticas, galerías y nexo de unión de todo el que estuviera interesado en la práctica de este hobby que tenía, entonces, más de experimento científico que de arte.
A raíz de las reuniones de unos pocos aficionados madrileños en la tienda de material fotográfico de Carlos Salvi, en la Calle Espoz y Mina, nació la Sociedad Fotográfica madrileña en 1900, con Santiago Ramón y Cajal, gran apasionado de la fotografía, como presidente de honor.
La Real Sociedad Fotográfica permaneció en su emplazamiento original de la Calle del Príncipe hasta 2001, fecha en que fue trasladada a esta nueva sede de la Calle de los Tres Peces, en el barrio de Lavapiés. Por ella han pasado alguno de los fotógrafos madrileños más destacados de las últimas décadas en nuestro país, como Alberto García Alix, Ouka Leele o Chema Madoz.
La importancia de la fotografía no sólo como registro histórico sino como expresión artística no debe pasar desapercibida, especialmente en nuestro país, donde en muchos casos seguimos considerando a esta disciplina como un mero hobby, cuando en realidad se trata del mejor reflejo de nuestra Historia antigua y contemporánea.