La vuelta al cole

Colegio Imperial. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Colegio Imperial. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

El colegio imperial: pupitres con cuatro siglos de historia

La vuelta al cole después de las vacaciones siempre es difícil… los madrugones, los profesores, los nuevos compañeros, pero… ¿imaginas un curso compartiendo pupitre con Lope de Vega o Francisco de Quevedo en plena edad del pavo? Esto mismo podría haberte ocurrido de haber estudiado a principios del siglo XVII en el Colegio Imperial de Madrid, considerado el colegio más antiguo de España y testimonio vivo de la historia de la educación en nuestro país.

A pesar de que el siglo XVII fue el Siglo de Oro de la cultura y las letras españolas, no existía una ley general que regulara la educación. Esta normativa no llegaría a España hasta 1857 con la conocida como Ley Moyano.

La escasa legislación sobre la enseñanza de las primeras letras en los siglos XVI y XVII fue el resultado de la falta de interés de la Corona por el aspecto educativo. Se trataba de una normativa escasa, diversa y dispersa que no se unificó hasta la segunda mitad del siglo XVII, con la organización gremial de los maestros.

La educación en aquellos siglos era casi un privilegio de las familias nobles y ricas, representativas de la élite, no de la sociedad en general, en la que el 90 % de la población era analfabeta. A la enseñanza no tenían acceso los hijos de los pobres, las mujeres, determinados grupos sociales como el de los moriscos, etc. Además, en las áreas rurales el analfabetismo era aún mayor que en la ciudad.

En las familias del Siglo de Oro la enseñanza se reservaba a los hijos varones. La educación de las niñas estaba enfocada en el aprendizaje de las tareas del hogar como la costura, el bordado, el encaje, la preparación para ser damas de honor, el ingreso en monasterios o la preparación para el matrimonio. No existían escuelas de niñas.

Hasta los siete años los niños permanecían en el hogar familiar. Si se trataba de una familia rica eran atendidos por su nodriza, mimados por los sirvientes, cuidados para que no enfermaran, y su actividad fundamental era el juego.

En las casas de las familias pobres el cuidado de los niños quedaba al cargo de sus madres o hermanos mayores.

Aparte del juego, debían aprender a asearse y vestirse, respetar a sus padres y participar en los rituales de la fe católica.

A los siete años comenzaban una nueva etapa lectiva en la vida de los niños: la “edad de la discreción”. Se iniciaba con la primera comunión, cuando la Iglesia consideraba que el niño había adquirido capacidad de raciocinio. El niño pasaba a pertenecer al grupo denominado “almas de comunión” y adquiría un nuevo status… incluso cambiaba su forma de el vestir.

Dependiendo de su origen social, a esta edad los niños podían seguir caminos diferentes:

  • a la corte como pajes.

  • aprender el arte de la caballería y de la guerra.

  • a los monasterios o al servicio de un prelado.

  • a buscar trabajo como sirvientes domésticos.

  • a aprender un oficio con un maestro artesano.

  • a desarrollar tareas agrícolas y ganaderas.

  • a iniciarse en la enseñanza.

Para el último de los grupos significaba el inicio de la enseñanza formal de las letras y la religión. Esta etapa era conocida como las “primeras letras” y se centraba en cuatro saberes:

  • lectura y escritura del castellano.

  • operaciones matemáticas: sumar, restar, multiplicar y dividir, con sus tablas correspondientes, que se recitaban en voz alta.

  • doctrina cristiana a través de los catecismos.

Las primeras letras se impartían bien en el hogar o bien fuera de él, en las escuelas.

En el hogar, la enseñanza a través del “ayo” o maestro era la de mayor prestigio, pero la menos común porque resultaba muy cara. La enseñanza más habitual se realizaba fuera del hogar, en escuelas públicas o privadas.

La técnica pedagógica se basaba en la memorización, repetición y copia permanentes… ayudadas por los golpes de vara habituales por parte de los maestros a los alumnos distraídos y traviesos. En aquel momento los maestros tenían reputación de cierta brutalidad.

Para esta primera enseñanza, tras la llegada de la imprenta a España en el último cuarto del siglo XV, se disponía de cartillas de abecedario, gramáticas españolas, cuadernos de lecturas, catecismos y versiones del catón. No obstante, los materiales impresos eran muy caros.

Esta etapa educativa finalizaba a los diez años y para entonces los niños tenían que haber aprendido a leer y escribir correctamente, a dominar las operaciones aritméticas básicas y haber adquirido el saber religioso que la Iglesia exigía.

La segunda etapa educativa en la España del Siglo de Oro era conocida como “enseñanza de la gramática” y coincidiría con lo que actualmente entendemos como enseñanza secundaria.

Esta etapa solía comenzar a los diez años y duraba entre cuatro y seis años. La enseñanza giraba alrededor del latín, que era la lengua de la Iglesia y también de la cultura y la ciencia. Además, se impartían Geografía, Historia, Matemáticas, Filosofía y Retórica.

Estas enseñanzas se impartían en el hogar, a través del “ayo”, en el caso de la aristocracia, o en las “escuelas de gramática” o colegios, en el caso de las clases medias.

El régimen de enseñanza de los colegios podía ser externo o interno. En el primero, los alumnos acudían a las escuelas un determinado número de horas y regresaban a sus casas. En el segundo, los alumnos vivían en el centro educativo.

En el caso de las poblaciones de pocos habitantes, solían ser los párrocos los que cubrían las funciones de los maestros.

La finalidad que perseguían estos estudios de gramática era preparar a los alumnos para los estudios universitarios, para iniciar la carrera eclesiástica o para desempeñar puestos en la administración.

La proliferación de universidades en el siglo XVI provocó una división entre las consideradas competentes y el resto. Al primer grupo solo pertenecían tres: Salamanca, Valladolid y Alcalá.

Los estudios universitarios, además, se habían popularizado relativamente y era motivo de prestigio entre la nobleza contar con descendientes licenciados en estudios superiores, por lo que los poderosos invertían su dinero en conseguir que sus hijos se titularan.

La entrada a la universidad se realizaba hacia los dieciséis años, tras superar un examen de acceso basado en el conocimiento del latín y su literatura.

Las clases se impartían en latín y en esta lengua estaban escritos los libros de texto. Además, estaba prohibido dentro del recinto universitario hablar otra lengua que no fuera el latín… prohibición que no se levantaría hasta 1821.

En la universidad del Siglo de Oro se podían cursar tres grados, en este orden: bachiller, licenciado y maestro o doctor.

Los bachilleres debían realizar un examen de titulación una vez cursados los años establecidos para cada especialidad:

  • Artes: 3 años.

  • Cánones y leyes: 6 años.

  • Teología: se exigía tener el bachiller en artes; el de teología duraba 4 años.

  • Medicina: se exigía tener el bachiller en artes; el de medicina duraba 4 años.

Para poder licenciarse se debía acreditar el título de bachiller en la especialidad y los candidatos se sometían a un examen de licenciatura. También se requería haber impartido un número de lecciones y en algunos casos, como medicina, haber realizado un tiempo de prácticas.

El de doctor o maestro era el grado máximo universitario y para conseguirlo se debía ser licenciado. Para lograrlo el aspirante debía:

  • Realizar una declaración jurada sobre su limpieza de sangre, ser hijo legítimo, carecer de antecedentes penales y tener certificado de buena conducta.

  • Superar un examen ante un tribunal de doctores de su especialidad en el que el doctorando exponía, durante un máximo de dos horas y un mínimo de una, un tema que había sido elegido por sorteo.

Si conseguía el título, el nuevo doctor debía costear una fiesta que duraba varios días y que contaba con un protocolo pormenorizado en el que se detallaban todos los actos, uno de los cuales era una corrida de toros. Allí se le entregaba los símbolos de doctor: un anillo de oro, como señal de su desposorio con la sabiduría; un birrete con la borla del color de su especialidad, símbolo del magisterio; y un libro, símbolo de la ciencia que debía cultivar y difundir.

Hasta la llegada de la universidad a Madrid, este Colegio Imperial, ubicado en la calle de Toledo número 39, constituyó el más trascendente centro de enseñanza para quienes podían acceder al aprendizaje.

Sus orígenes datan del siglo XVII, cuando María de Habsburgo, hija de Carlos V y viuda de Maximiliano II, emperador del Sacro Imperio Germánico, decidió apoyar el proyecto didáctico de la Compañía de Jesús cediendo a los jesuitas su abultada herencia en 1603.

El Colegio Imperial reunió enseñanzas de instituciones anteriores, como el Estudio de la Villa y la Academia de Matemáticas, fundada por Felipe II. Allí, pocos años después, en 1625, el rey Felipe IV inauguraría los Reales Estudios de San Isidro y fundaría en su interior el Real Seminario de Nobles para la educación de las élites.

También llegó a formar la más importante biblioteca que existió en Madrid hasta el siglo XVIII, con entre 30.000 y 35.000 libros de fondos.

Después de la expulsión de los jesuitas de España en 1767 por parte de Carlos III, tras los acontecimientos del motín de Esquilache, el Colegio pasó a manos del estado.

Con de 4 siglos de Historia, por sus aulas han pasado innumerables alumnos y profesores que han marcado la historia de España, entre otros: Lope de Vega, Tirso de Molina, Calderón de la Barca, Francisco Quevedo, Luis Candelas, Víctor Hugo, Mariano José de Larra, Nicolás Salmerón, los hermanos Machado, José Canalejas, Jacinto Benavente, Echegaray, Juan de la Cierva, Eduardo Dato, Pío Baroja, Gregorio Marañón, Vicente Aleixandre, Camilo José Cela… e incluso el rey emérito Juan Carlos I.

Hoy, convertido en el Instituto San Isidro, puede presumir en el siglo XXI de haber mantenido su actividad desde el XVII. Un lugar en el que el pasado y el futuro se unen en las centenarias galerías que siguen recorriendo estudiantes cargados de libros y apuntes como lo hicieron los grandes genios del Siglo de Oro… y parte inseparable de la Historia de España.

Gregorio Marañón y Posadillo (Madrid, 1887-1960)

Gregorio Marañón y Posadillo (Madrid, 1887-1960)

Toda la obra de la educación no es más que una superación ética de los instintos
— Gregorio Marañón


¿cómo puedo encontrar el antiguo colegio imperial en madrid?