Luces... cámara... ¡acción!
el primer cinematógrafo, origen del séptimo arte madrileño
Ir al cine es un plan de ocio y cultura habitual en nuestra agenda al que los madrileños se han rendido desde hace más de un siglo. A pesar de los grandes cambios que ha experimentado, desde las primeras proyecciones en barracas de madera a finales del siglo XIX, hasta las cómodas salas en 3D de hoy en día, el cine de esta ciudad se ha mantenido vivo, pero… ¿sabes cuándo y dónde tuvo lugar la primera proyección cinematográfica de la capital? Tenemos que echar la vista atrás más de ciento veinte años.
Cuando el cine se presentó por primera vez en Madrid, en mayo de 1896, España era un país subdesarrollado pese a ser considerado todavía un Imperio. Inmerso en las guerras de independencia de sus tres últimas colonias, Puerto Rico, Filipinas y Cuba, los efectos de estos conflictos comenzaban a ser patentes, tanto en el número de bajas como en el desplome general de la economía.
El 91% de la población vivía todavía en el ámbito rural y solo un 20% sabía leer y escribir… la española era una sociedad básicamente analfabeta para la que las imágenes tenían mucho más valor que mil palabras.
Durante los últimos años del siglo XIX, los avances fotográficos en Francia y Estados Unidos generaron las condiciones necesarias para recrear escenas en acción a través de métodos ópticos muy rudimentarios basados en imágenes estáticas, como los dioramas, panoramas o linternas mágicas, que ya se habían exhibido en el Madrid novecentista.
Sin embargo, el primer contacto que tuvieron los madrileños con imágenes en movimiento sería tras la presentación, en 1895, del kinetoscopio, un invento de Thomas Edison patentado en 1891. Consistía en una cámara oscura, de uso individual, en la que el espectador veía una sucesión de fotografías que, al pasar rápidamente, parecían moverse.
Habría que esperar un año más para que en la capital pudieran contemplarse de manera colectiva imágenes en movimiento, proyectadas en una pantalla, a través de dos novedosos sistemas cinematográficos.
Sería durante las fiestas de San Isidro de 1896, en un Madrid repleto de forasteros, verbenas y bailes populares, en el que la electricidad ya llegaba a todos los rincones de la ciudad y que acogía en aquellos días las presentaciones de los más asombrosos y extravagantes inventos en sus salones de variedades.
El 11 de mayo se presentaba en el Circo Parish (futuro Circo Price), instalado en los jardines de la Casa de las Siete Chimeneas de la plaza del Rey, el animatógrafo… primer dispositivo que mostraba imágenes en movimiento en España como espectáculo de visión colectiva, aunque con una calidad muy pobre.
Tan sólo cuatro días después, el 15 de mayo, se presentaba al público madrileño el segundo de los sistemas de visionado común: el cinematógrafo. Este invento que los hermanos Lumière habían presentado públicamente meses antes en París y Nueva York sería el que, a la postre, triunfaría sobre todos los demás, pues con un solo aparato se podía filmar, revelar, positivar la película y proyectarla a las pocas horas.
Alexandre Promio, uno de los operadores que Auguste y Louis Lumière enviaron a recorrer el mundo con su nuevo invento, fue el responsable de presentar su cinematógrafo en Madrid. El lugar elegido fue una sala baja del Hotel Rusia, uno de los más elegantes de la capital en su momento, ubicado en el número 34 de la Carrera de San Jerónimo.
Esta vía era, por entonces, una de las más distinguidas de la capital… una calle repleta de cafés, tiendas y hoteles, paseo obligado de la burguesía madrileña al caer la tarde para dejarse ver y el lugar perfecto en el que instalar la primera sala de cine que surgió en España.
Promio convirtió los bajos del hotel en un improvisado patio de butacas de unas veinte filas de sillas. Grandes sábanas negras cubrían las paredes laterales y la trasera, mientras que en la frontal una sábana blanca hacía de improvisada pantalla. En la parte trasera se colocó el proyector.
A la entrada, un pequeño espacio servía de vestíbulo donde el público podía esperar su turno para las siguientes sesiones, que se sucedían cada quince o veinte minutos.
El 13 de mayo de 1896, tuvo lugar la primera proyección en España del cinematógrafo, reservada a las personalidades y a la prensa, que con sus comentarios se encargarían de calentar el ambiente de la sociedad madrileña para la presentación oficial, dos días después. Una especie de premier como las que se realizan en los estrenos actuales.
Finalmente, el 15 de mayo, día de San Isidro, se abría la sala al público madrileño en sesiones de pago, para presentar el novedoso espectáculo bautizado como “fotografías animadas”. Poco antes de las diez de la mañana, hora en la que estaba previsto el inicio de las proyecciones, la gente ya hacía cola ante el edificio a pesar de que el precio de la entrada era de una peseta... un precio muy elevado en la época, para una experiencia que resultaría inolvidable.
La "magia del cine" supuso para aquellos madrileños una experiencia de otro planeta. Entre las películas exhibidas Llegada de un tren y El regador regado, primera cinta cómica de la historia del cine, ambas filmadas por los hermanos Lumière.
Los asistentes, que desconocían las imágenes en movimiento, quedaban impactados al ver que se les echaban encima los caballos de los coches de punto o un tren, e instintivamente se tapaban la cara asustados o saltaban de las sillas creyendo que iban a ser atropellados.
La prensa de la época calificó el nuevo invento como "la maravilla del siglo", siendo lo más comentado en la ciudad en esos días… incluso la Familia Real asistió a una de las sesiones.
El espectáculo se mantuvo en Madrid hasta el 19 de junio, siempre abarrotado de espectadores. A partir de entonces el cinematógrafo dejó de ser una curiosidad para convertirse en un negocio y en una apuesta para multitud de empresarios emprendedores que solicitaban equipos a la casa Lumière.
A las pocas semanas los precios de las entradas bajaron. De la peseta inicial por sesión se pasó a cinco o diez céntimos de la entrada general y un real para la entrada de preferencia.
También cambiaron los locales y el tipo de público asistente. Aunque la presentación en sociedad del invento había tenido lugar en un salón aristocrático, pronto el cine se instaló en barracas, casetas de feria, salones de variedades, frontones o simples pisos donde se improvisaban diminutos patios de butacas con unas cuantas sillas. Allí donde había un escenario, se instalaba una pantalla.
El Paseo de Prado y el de Rosales se transformaron en improvisados cines al aire libre durante los meses de verano y, en 1899, se instaló el primer pabellón cinematográfico de Madrid, el Palacio de Proyecciones, ubicado en la calle de Fuencarral 125.
Con todo, la continuidad del cine como negocio en aquellos momentos tuvo un éxito limitado por el cansancio y el desinterés que suscitaron entre el público las repetitivas temáticas de sus representaciones. De hecho, el cinematógrafo fue ninguneado como medio de expresión, considerando que era una atracción de barraca. El teatro seguiría siendo el rey.
Pocos escritores reconocieron el potencial que tenía el cine como medio documental y artístico y pasó tiempo hasta que se comenzaron a producir historias con cierto argumento y espacios de exhibición permanentes como el Cine Doré.
Aquel antiguo salón del Hotel Rusia fue el germen de una nueva forma de expresión, del séptimo arte en las calles madrileñas y de una nueva forma de ocio que cambiaría para siempre el ritmo y la fisonomía de una ciudad, Madrid, que hoy ya no podría entenderse sin el cine.