The special one
Baldomero espartero: un mito de carne y hueso
Aunque sé que puede resultar una pregunta incómoda… permíteme curiosear… ¿confías en nuestros políticos? ¿Crees que alguno de ellos tiene madera de líder? ¿Concibes la política actual como un problema o como una solución? Hoy, las encuestas dicen que los españoles confiamos poco en la política, en la situación actual de nuestro país y en las expectativas de futuro.
Tristemente, hace mucho que en las conversaciones a pie de calle los españoles asumimos con total normalidad que se hable de nuestra Constitución como papel mojado, que nuestros políticos sólo persiguen sus intereses de partido y su propio enriquecimiento o que las infantiles rencillas entre Gobierno y oposición les alejen de su obligación de alcanzar pactos para el beneficio de la sociedad, ¿verdad? Y aunque es cierto que existe cierta responsabilidad social en su elección… ¿crees que en España nos merecemos a nuestros políticos actuales?
A todo esto se suma la ausencia de líderes que sean capaces de ayudarnos a salir de una situación tan complicada como la que vivimos actualmente. Y es que el individualismo, la envidia y las ansias de poder de las élites hacen difícil que los diferentes partidos políticos acepten como dirigentes a líderes capaces de generar convicción, vínculos emocionales y voluntades por encima de sus propios intereses.
Lamentablemente, esta penosa situación no es nueva en nuestro país. Durante el convulso siglo XIX, repleto de guerras y revoluciones, los españoles también clamaban por un adalid que gobernara su destino… y creyeron encontrarlo en Baldomero Espartero, una de las figuras claves en la Historia de la España decimonónica y un verdadero líder de masas.
Pero… ¿qué es lo que convierte a alguien en un líder? Probablemente la confianza que genera… su carisma… su mensaje… su ejemplo… especialmente si es capaz de demostrarlo en circunstancias complicadas.
A falta de una experiencia gubernamental tangible, son sus rasgos personales, su estilo, los elementos que nos permiten a los ciudadanos construirnos una imagen del personaje para decidir, o no, confiar en él/ella… y es que el carisma es una cualidad muy poco racional que no siempre lleva asociada el éxito como dirigente.
A lo largo del siglo XIX se sucedieron distintos líderes carismáticos en la política española. En casi todos los casos fueron miembros del ejército los que gozaron de unos altos niveles de fascinación social, lo que les permitió participar en el ejercicio directo del poder, catapultándose desde una esfera puramente militar a otra política. Fueron los llamados espadones.
Este proceso comenzaría en 1808, una fecha que marca el inicio de la Edad Contemporánea en España. En 1808 tuvo lugar la invasión francesa, la reacción española y el inicio de una guerra de seis años durante la que las estructuras políticas del Antiguo Régimen saltarían por los aires, no sólo en la España peninsular sino también en la España de Ultramar.
La Monarquía Hispánica comenzó a resquebrajarse y las Juntas locales y provinciales fueron incapaces de aunar sus fuerzas para hacer la guerra al ejército francés de una forma organizada.
Durante esta guerra, muchos personajes procedentes de la clase media y baja rompieron las estructuras internas que controlaban el Ejército y lograron un ascenso meteórico en la carrera militar.
Además, el liberalismo penetró en las mentes de muchos de ellos, sobre todo de los que terminaron exiliados en Francia, quienes a su vuelta a España pondrían en pie un nuevo sistema basado en la Monarquía constitucional.
La irrupción del liberalismo vino acompañada de un periodo de gestación de mitos y de exaltación de los valores castrenses, en la que los militares fueron elevados a la categoría de héroes por la sociedad española a raíz de sus victorias.
Pero… ¿por qué motivo los elegidos siempre fueron soldados de éxito? Por un lado, la inestabilidad y el bloqueo institucional de nuestro país a lo largo del siglo XIX hicieron que se extendiese la creencia de que los políticos civiles se limitaban a debatir sin resultados concretos, con la sensación de que sus escasas decisiones estaban siempre dirigidas a sus propios intereses y no a los de España.
Por otra parte, la necesidad de un orden público que garantizase las libertades y permitiese avances económicos en nuestro país era un clamor… y eso era algo que nadie mejor que un reconocido militar podía conseguir, no en vano ellos mismos habían sido los primeros en exponer su vida ante la invasión napoleónica.
Muchos oficiales comenzaron a ser percibidos como individuos iluminados que creían en las virtudes de la libertad y la igualdad. El espadón personificaba al pueblo, con todas sus virtudes y luchando por sus mismos objetivos… un referente que movilizaba de forma sencilla a la ciudadanía contra el enemigo, exterior o interior (el absolutismo).
El periodo romántico en España fue muy fértil en la mitificación de héroes militares, que cobraron fuerza en una sociedad inmersa en un proceso de profundo cambio político, económico y social.
La admiración que despertaban los espadones liberales que se sucedieron en España durante el siglo XIX se vio incrementada, exponencialmente, a raíz de los medios de comunicación crecientes.
La literatura fue uno de esos instrumentos que permitió la traslación a la escena política del carisma alcanzado por estos héroes en el escenario bélico… y el otro, aún más valioso, la prensa, que diariamente exaltaba sus éxitos.
La guerra y la política fueron los dos escenarios donde estos modelos de prohombre militar concurrieron, ambos espacios en constante retroalimentación.
Los más emblemáticos de todos los espadones fueron Espartero, Narváez, O'Donnell, Prim y Serrano. Todos ellos dieron cohesión a un sistema de poder inconexo, pasando a liderar los principales grupos políticos y a desempeñar las más altas magistraturas del Estado.
De entre todos ellos, el símbolo aglutinador que surgió fue Baldomero Espartero, héroe de las guerras carlistas, triunfador de Luchana y Vergara y Pacificador de España. Su vida resulta un amalgama de batallas y enredos políticos que nos sirven para resumir todo el ajetreado siglo XIX español.
Nacido en 1793, Joaquín Baldomero Fernández Espartero fue el noveno hijo de un carretero del pueblo manchego de Granátula de Calatrava.
Baldomero estudió latín y humanidades en la antigua Universidad de Almagro y, aunque su padre había encauzado su formación para un destino eclesiástico, en 1809 y con tan solo dieciséis años, se presentó voluntario para combatir como soldado raso a los invasores franceses durante la Guerra de la Independencia.
Trasladado a Cádiz, llegó a ser testigo directo de los debates de las Cortes de Cádiz en la redacción de la primera constitución española, lo que marcaría su constante defensa del liberalismo y el patriotismo a lo largo de su vida.
En el frente, el joven supo desenvolverse a la perfección y pronto alcanzó el rango de teniente. Esos fueron los años en los que el futuro espadón descubriría que la lucha era su vocación.
Terminada la guerra, y deseoso de proseguir su carrera militar, volvió a presentarse voluntario nada más estallar los movimientos independentistas en América. Allí, entre Chile y Perú. Combatió allí durante casi una década, consiguiendo el rango de brigadier general.
Pero sin duda, la figura de Baldomero Espartero emergería con el estallido de la primera guerra carlista en octubre de 1833.
Tras la muerte del rey Fernando VII en 1833, la sociedad española había quedado dividida entre quienes apoyaban como heredera a su hija Isabel, de tan sólo tres años, y los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del fallecido monarca.
Aquella disputa dinástica desembocó en la Primera Guerra Carlista, que causó centenares de miles de muertos entre 1833 y 1840.
Espartero apoyó la causa isabelina, lo cual requería una regencia provisional de María Cristina de Borbón, madre de Isabel, hasta que la legítima soberana pudiera gobernar siendo mayor de edad.
Como general en jefe del Ejército “cristino” del Norte, el manchego se coronaría en 1836 en la llamada batalla de Luchana, con cuya victoria consiguió invertir la marcha de la guerra.
El 24 de diciembre de 1836, en medio de una terrible nevada, febril y cabalgando de pie sobre su caballo, porque los dolores a causa de una galopante cistitis le impedían sentarse, Espartero logró liberar la ciudad de Bilbao, asediada por las tropas carlistas. Un gesta militar que le convertiría, con cuarenta y tres años, en héroe de los españoles.
En agosto de 1839 su fama y relevancia continuó creciendo al poner fin a la guerra civil con una paz negociada, conocida como el Abrazo de Vergara… un acuerdo que supuso un fenómeno sin precedentes a nivel político y social y que convirtió a Espartero en la persona más famosa y admirada del país, haciéndole merecedor del título, no oficial, de Pacificador de España.
La opinión pública en España interpretó la paz firmada como el triunfo de la revolución liberal sobre el absolutismo. Espartero no sólo había terminado exitosamente con la amenaza absolutista sino que, con arrojo, caballerosidad y constancia, lo había hecho de un modo valiente y honorable.
El manchego se convirtió en un verdadero mito popular: un individuo de origen humilde que había ascendido por méritos propios, escalafón a escalafón, lo que inspiraría a cualquier muchacho con sueños de grandeza.
El culto a su persona llegó hasta tal punto que muchos copiaron su aspecto (especialmente su característica perilla, que llegó a ser conocida como “la luchana”) y su indumentaria militar. Ya fuesen adultos o niños, todos se vestían “a lo Espartero” para las grandes ocasiones.
También era habitual encontrar carteles con su rostro, litografías, cuadros, postales, estampas, pitilleras, obras teatrales en su honor... un abanico de merchandising y actos festivos inagotables en torno a su figura.
Su enorme éxito militar fue reconocido con los títulos de Príncipe de Vergara y duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas… incluso recibió el tratamiento de Alteza Real.
Rápidamente, los partidos políticos intentaron aprovecharse de su carisma y popularidad. Moderados y progresistas compitieron para atraerlo a sus filas, hasta que finalmente él se decantó por los segundos… en parte debido a su animadversión hacia el también militar Ramón Narváez, dirigente moderado.
Espartero consiguió convertirse en la figura militar predilecta del liberalismo progresista, presidente del Consejo de Ministros y regente del reino desde mayo de 1841 hasta julio de 1843. Sin embargo, aunque se le atribuyeron una serie de rasgos políticos y de gobierno por la única razón de ser un héroe militar, nunca llegaría a traducir su prestigio en una acción política eficaz.
El 3 de diciembre de 1842, Espartero registraría uno de los episodios más polémicos de su mandato: ordenó y dirigió en persona el bombardeo de la Barcelona rebelde el 3 de noviembre, que se prolongó durante trece horas y que se saldó con 20 heridos, 464 edificios dañados y la pérdida de popularidad del regente.
La Regencia de Espartero acabó, curiosamente, tras una sublevación militar victoriosa. Una insurrección que comenzó el 27 de mayo de 1843, cuando los generales Juan Prim y Lorenzo Milans del Bosch se alzaron desde Reus con la proclama: "¡Abajo Espartero! ¡Mayoría de la Reina!". Espartero fue forzado a marcharse al exilio en Gran Bretaña, donde permaneció cuatro años y medio.
Ante la revolución de julio de 1854, la reina Isabel II volvió a reclamarle otra vez al poder. Proclamado "Generalísimo de los Ejércitos", recuperó Zaragoza, donde se había desatado otra insurrección.
"Me habéis llamado para que ayude a recobrar la libertad perdida, y mi corazón rebosa de alegría al verme de nuevo entre vosotros. Cúmplase la voluntad nacional, y para objeto tan sagrado contad siempre con la espada de Luchana, con la vida y con la reputación de vuestro compatriota". Baldomero Espartero
Sin embargo, no pasaron más de dos años hasta que Espartero se viera forzado nuevamente al exilio. Esta vez se le permitió permanecer en el país y regresó a Logroño, ciudad natal de su mujer Jacinta, donde vivió el resto de su vida.
Por extraño que parezca, ni siquiera el fracaso de sus dos mandatos en el poder consiguió destruir su popularidad. De hecho, después de que la Gloriosa Revolución destronara a Isabel II en septiembre de 1868, se produjo una impresionante campaña en el país para nombrar rey a Espartero, que contaba con setenta y cinco años de edad. Él rechazó la invitación del Gobierno revolucionario, por parte de Juan Prim y Pascual Madoz, a ser considerado para este cargo, pero la intención de coronarle prosiguió hasta la consolidación de la restaurada dinastía Borbón después de 1875.
La muerte de su adorada esposa fue el preludio de la suya. Falleció el 8 de enero de 1879 y recibió funerales de Estado. Tenía 86 años. Muchos, incluido Alfonso XII, lloraron su muerte. Otros tantos suspiraron aliviados.
Tras su muerte brotaron los homenajes en su honor a lo largo y ancho de nuestra geografía, incluidos los monumentos, como esta estatua ecuestre de bronce. Elaborada por el escultor Pau Gibert i Roig, fue inaugurada en diciembre de 1885 en la intersección de las calles Alcalá y O'Donnell, frente al Parque del Retiro. Un recuerdo para quien, como reza su pedestal, pasaría a la Historia como “Pacificador de España”.
Quizá el mayor logro de Baldomero Espartero radique en haber demostrado que un abrazo de reconciliación puede convertirse en el pilar más sólido para la construcción nacional, icono de paz y entendimiento entre los españoles, y no un gesto de debilidad frente al enemigo como casi cien años después quisieron ver ambos bandos en una nueva y desgraciada Guerra Civil.
Y es que la memoria del siglo XIX debería servirnos de enseñanza para la convivencia española en nuestros días… al igual que recordar a aquel hijo de un constructor de carros, que una vez rechazó el trono de España, y llegaría a se convirtió en un héroe militar de carne y hueso cuya única derrota, póstuma, sería la de su olvido.
P. D: Dedicado a Luis Miguel, el más sabio historiador y más paciente asesor. Es un verdadero honor contar con tu amistad y un lujo aprender a tu lado.