Batalla de gallos

Antigua casa de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo en Madrid

Antigua casa de Luis de Góngora y Francisco de Quevedo. Madrid, 2024 ©ReviveMadrid

se nos fue de las manos…


Si creías que las batallas de gallos nacieron en el siglo XXI, con raperos enfrentándose en duelos de rimas improvisadas, es porque no conoces el Siglo de Oro. En aquel entonces, los poetas combatían con igual destreza y ferocidad, aunque sus sesiones de ‘freestyle’ tenían lugar en tabernas, tertulias literarias y, sobre todo, en sonetos cuidadosamente elaborados.

En el universo de los duelos verbales legendarios, la enemistad entre Francisco de Quevedo y Luis de Góngora brilla con luz propia. Ambos poetas protagonizaron un enfrentamiento tan feroz que sus mordaces intercambios de versos han trascendido como un testimonio inigualable de ingenio. Sus ‘batallas de gallos’ cambiaron los beats por versos, los micrófonos por plumas, y los escenarios por mentideros, donde el público madrileño pudo disfrutar de una rivalidad digna de leyenda.

Un siglo de espadas... y plumas afiladas_

Los poetas, considerados las almas más elevadas de la literatura, han sido protagonistas de algunas de las disputas más encarnizadas de la historia, y los del Siglo de Oro español no fueron la excepción.

Ese período glorioso que abarcó los siglos XVI y XVII, se caracterizó por el brillo incomparable de nuestras letras, pero también por una práctica menos edificante aunque igualmente fascinante: el arte del insulto literario. Más que simples ataques, estas afrentas supusieron un ejercicio de ingenio y habilidad, una forma de destacar en un mundo cultural tan competitivo como brillante.

En un entorno donde el prestigio y la fama eran moneda de cambio, las rivalidades entre autores se volvieron ferozmente creativas. El insulto literario no solo desacreditaba al adversario, también servía como demostración de maestría estilística. Competir en este ámbito exigía un dominio absoluto del lenguaje, una aguda percepción social y un talento para transformar las ofensas en auténticas obras de arte verbal.

Y es que no podemos reducir estos agravios a actos meramente impulsivos o carentes de contexto. Muy al contrario, respondían a una serie de motivos bien definidos que reflejaban tanto las tensiones personales como las estructuras sociales y culturales de la época:

  • La búsqueda de reconocimiento: en un panorama literario saturado de egos, los escritores luchaban por captar la atención del público y ganarse el favor de los mecenas. Atacar al rival con estilo no solo desprestigiaba al contrincante, sino que engrandecía la reputación de quien lanzaba el dardo.

  • Divergencias estéticas: las tensiones entre estilos opuestos, como los culteranos y los conceptistas, alimentaban debates intensos. Mientras unos abogaban por una estética elevada y un lenguaje ornamentado, otros preferían la economía y profundidad del concepto. Estas diferencias se convertían en el caldo perfecto para los ataques más mordaces.

  • Rencillas personales: los celos, las ofensas y las enemistades personales añadían un matiz aún más visceral a estos enfrentamientos. Lo que comenzaba como una discrepancia artística podía transformarse en una guerra sin tregua, que en ocasiones trascendía al ámbito privado.

  • Cuestiones ideológicas: en un tiempo en que la literatura estaba entrelazada con los debates políticos y religiosos, los ataques literarios no fueron ajenos a estas tensiones. Detrás de muchos enfrentamientos se escondían profundas discrepancias ideológicas que avivaban las llamas de la rivalidad.

Consecuencias del insulto literario_

Los insultos poéticos, aunque a menudo adoptaban un tono lúdico y creativo, también acarreaban repercusiones profundas y duraderas. Estas disputas impactaban tanto la reputación de los autores involucrados como en el panorama cultural de su época, dejando huellas difíciles de borrar:

  • Fama y notoriedad: para algunos escritores, participar en estas contiendas podía ser una forma de ganar notoriedad. Un ataque ingenioso y bien articulado era visto como una prueba de talento y agudeza, consolidando la imagen del autor como alguien digno de atención.

  • Pérdida de prestigio: por el contrario, un ataque mal calculado podía volverse en contra del autor. Cuando los argumentos carecían de ingenio o se percibían como injustos, el resultado era una pérdida de reputación y un golpe a su prestigio literario.

  • Enriquecimiento del lenguaje: estas pugnas no solo avivaban los ánimos, también enriquecían el idioma. De ellas surgieron nuevas expresiones, juegos de palabras y estilos que contribuían a la evolución del lenguaje literario.

  • Rencores duraderos: no todas las disputas terminaban en meros intercambios de versos. Algunas se transformaban en enemistades irreconciliables, limitando colaboraciones futuras y fragmentando los círculos literarios de la época.

Ejemplos memorables de insultos literarios_

El Siglo de Oro nos dejó numerosos ejemplos de insultos literarios que, además de por su mordacidad, constituyen verdaderas joyas por su ingenio y creatividad. Estas piezas destacan por su agudeza verbal, pero también por haberse convertido en auténticas obras de arte lingüístico.

Lope de Vega vs. sus detractores_

El “Fénix de los Ingenios” fue objeto de constantes críticas, especialmente por su prolífica producción y su estilo orientado al gusto popular. Sin embargo, Lope no permaneció pasivo frente a estos ataques y respondió con la misma intensidad, dirigiendo duros comentarios contra quienes se atrevían a menospreciarlo. Una de sus disputas más sonadas fue la que mantuvo con Juan Ruiz de Alarcón, a quien ridiculizó tanto por su apariencia física como por su origen mexicano. En uno de sus poemas, Lope le lanzaba este mordaz ataque:

¿Pedirme en tal relación
parecer? Cosa excusada,
porque a mí todo me agrada,
si no es don Juan de Alarcón […]

— Lope de Vega —

Miguel de Cervantes vs. Lope de Vega_

La relación entre Cervantes y Lope comenzó con admiración mutua, pero con el tiempo se enfrió, dando lugar a una rivalidad marcada por alusiones críticas. En la primera parte de El Quijote, Cervantes no escatima en reproches hacia Lope, acusándolo de plegarse a los gustos del público en lugar de respetar las normas clásicas de la comedia:

Como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen y dicen verdad que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez, y así el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide.
— Miguel de Cervantes, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha

Lope no tardó en devolver el golpe al alcalaíno, escribiendo a su amigo el duque de Sessa estas lapidarias palabras:

De poetas, muchos están en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a Don Quijote.

— Lope de Vega —

Góngora vs. Quevedo_

Quizá la rivalidad más famosa de la época sea la que mantuvieron durante décadas dos gigantes de la literatura: Francisco de Quevedo y Luis de Góngora. Una enemistad que trascendió a lo personal y se convirtió en símbolo de las tensiones culturales y estéticas de su época… una guerra verbal que dejaría en sus versos el rastro de un enfrentamiento feroz e irreconciliable.

Primera sangre: el origen de una enemistad épica_

Pongámonos en contexto. A comienzos del siglo XVII, la corte de Felipe III se trasladó de Madrid a Valladolid (1601-1606), siguiendo los designios del todopoderoso Duque de Lerma. Este cambio convirtió a Valladolid en el epicentro cultural y político de España, atrayendo a escritores, artistas y mecenas en busca de prestigio.

Entre los recién llegados se encontraban Luis de Góngora  y Argote, ya consolidado como poeta de renombre, y Francisco de Quevedo, un joven universitario diecinueve años menor que el cordobés, ansioso por labrarse un nombre en el competitivo mundo literario. Sería en la ciudad castellana donde surgirían las primeras tensiones entre ambos.

El conflicto comenzó cuando Quevedo, utilizando el seudónimo de ‘Miguel de Musa’, escribió unos versos satíricos burlándose de un poema de Góngora dedicado al río Esgueva (¿Qué lleva el señor Esgueva? / Yo os diré lo que lleva [...]).

La burla ofendió profundamente a Góngora, quien no tardó en responder con un mordaz poema en el que denigraba al joven Quevedo. En sus versos, el cordobés hacía alusión a la supuesta afición de su rival al alcohol y lo tachaba de poeta vulgar y mediocre:

Musa que sopla y no inspira
y sabe que es lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,
no es de Apolo, que es mentira […]

— Luis de Góngora —

Lo que comenzó como un intercambio de pullas literarias pronto degeneró en una encarnizada guerra de ingenios. Ambos poetas desplegaron todas sus armas verbales, dando lugar a una de las rivalidades más célebres de la literatura española.

UN duelo en verso_

Quevedo, fiel a su estilo mordaz, no se quedó callado y respondió con un soneto que ridiculizaba tanto el estilo poético de Góngora como la supuesta suciedad de sus versos:

Vuestros coplones, cordobés sonado,
sátira de mis prendas y despojos,
en diversos legajos y manojos,
mis servidores me los han mostrado.

Buenos deben de ser, pues han pasado
por tantas manos y por tantos ojos,
aunque mucho me admira en mis enojos
de que cosa tan sucia hayan limpiado.

No los tomé porque temí cortarme
por lo sucio, muy más que por lo agudo;
ni los quise leer por no ensuciarme.

Y así, ya no me espanta el ver que pudo
entrar en mis mojones a inquietarme
un papel de limpieza tan desnudo.

— Francisco de Quevedo —

¿Se quedó Góngora de brazos cruzados? Por supuesto que no. Su respuesta llegó cargada de sarcasmo, atacando a Quevedo tanto por su físico como por su calidad literaria:

Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.

¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día,
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas, y le da un galope?

Con cuidado especial vuestros antojos
dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.

Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
porque a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier gregüesco luego.

— Luis de Góngora —


Con estos versos, Góngora no solo tacha a Quevedo de patizambo y gafotas (aludiendo a "vuestros pies son de elegía" y "vuestros antojos", término que entonces significaba anteojos), sino que también lo desprecia como poeta y, de paso, incluye una pulla hacia Lope de Vega, a quien tampoco tenía en alta estima.

Quevedo no dejó pasar la oportunidad de contraatacar. Si Góngora lo acusaba de defectos físicos y de mal poeta, él decidió golpear donde más dolía en la España del siglo XVII: lo llamó judío, una de las mayores ofensas en una sociedad dominada por la Inquisición.

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,
perro de los ingenios de Castilla,
docto en pullas, cual mozo de camino.

Apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;
chocarrero de Córdoba y Sevilla,
y en la corte bufón a lo divino.

¿Por qué censuras tú la lengua griega
siendo solo rabí de la judía,
cosa que tu nariz aun no lo niega?

No escribas versos más, por vida mía;
aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.

— Francisco de Quevedo —

Las afrentas entre ambos poetas no cesaron. Quevedo no dejó de burlarse de la prominente nariz de Góngora en su célebre soneto A una nariz:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito […]

— Francisco de Quevedo —


Por su parte, Góngora respondió tildando a Quevedo de borracho y cojo:

Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano,
que en oro engasta, santa insignia, aloque,
a San Trago camina, donde llega:
que tanto anda el cojo como el sano […]

— Luis de Góngora —


La contienda entre ambos escritores fue escalando hasta el punto en que las diferencias literarias se entremezclaron con ataques personales. Las críticas al físico, la vida y las capacidades intelectuales de cada uno transformaron el duelo poético en una hostilidad desmedida.

Culteranismo vs. conceptismo: una batalla de estilos_

Para comprender mejor esta contienda, es fundamental reconocer que no se trataba únicamente de un enfrentamiento personal, sino también de una pugna entre dos estilos literarios diametralmente opuestos.

Góngora era el abanderado del culteranismo, una corriente que exaltaba la complejidad formal, las metáforas elaboradas y el uso abundante de latinismos, como se aprecia en poemas como A un sueño. Por su parte, Quevedo se erigía como el principal defensor del conceptismo, que privilegiaba la concisión, la agudeza y la precisión en el uso del lenguaje. Un claro ejemplo es su letrilla satírica Poderoso caballero es don Dinero, que sigue resonando con fuerza incluso hoy en día.

Las facciones literarias, cada vez más polarizadas, alentaban el enfrentamiento: culteranos y conceptistas competían no solo en el terreno de las ideas, sino también en la conquista de adeptos. Si Góngora escribía para una élite intelectual, Quevedo lo hacía para el pueblo; sus versos, de fácil memorización, se propagaban rápidamente en las tabernas y se convertían en tema de conversación popular.

Estas diferencias estilísticas no solo alimentaron la rivalidad, sino que también la convirtieron en un campo de batalla ideológico. Ambos poetas percibían al otro como una amenaza directa a sus respectivas concepciones del arte y de la literatura, intensificando una disputa que trascendía lo personal para inscribirse en el debate cultural de su tiempo.

El insulto como estrategia: el impacto de la polémica_

Pero… ¿por qué Quevedo dedicó tanto esfuerzo a atacar a Góngora y a otras figuras destacadas de su tiempo? La respuesta radica en su habilidad para transformar las disputas en una estrategia de ascenso social y consolidación de su posición en la corte.

Por un lado, los poemas satíricos de Quevedo, repletos de ingenio mordaz y una incisiva agresividad, gozaron de gran popularidad entre el público. Sus ataques a Góngora no solo ridiculizaban al poeta cordobés, sino que reforzaban la imagen de Quevedo como un maestro indiscutible de la sátira y del conceptismo. Al enfrentarse a un poeta tan renombrado como Góngora, Quevedo no solo ponía en evidencia su destreza literaria, sino que también se posicionaba como un rival digno de los más grandes. Este audaz enfrentamiento le otorgó un prestigio que, de otro modo, habría tardado años en consolidar.

En contraste, Góngora, aunque respondía con versos cargados de agudeza y dureza, no logró el mismo impacto. Sus sátiras carecían de la capacidad de Quevedo para conectar con el público y dominar el juego literario. Esto permitió que el madrileño sobresaliera como la figura dominante en este duelo poético.

De los versos a la vida real: crónica de un desahucio_

La enemistad entre Góngora y Quevedo acabaría trascendiendo las palabras y alcanzando el ámbito de los hechos en Madrid.

Tras recorrer ciudades como Granada, Salamanca, Cuenca y Toledo, en 1620 Góngora decidió establecerse en la Villa y Corte con la esperanza de asegurarse buenos mecenas y rentas estables. El cordobés se instaló en una modesta vivienda ubicada en la Travesía de la Calle del Niño (actual calle Quevedo), en el hoy célebre barrio de las Letras. Sin embargo, el precio de la casa no debió ser particularmente accesible, ya que el propio Góngora escribió con ironía:

He alquilado una casa que, en el tamaño, es dedal y, en el precio, plata.
— Luis de Góngora —

Vivir en Madrid exigía una inversión inicial: aparentar riqueza era un paso indispensable para quienes aspiraban a prosperar. No obstante, muchos fracasaban antes de lograrlo. Así, Góngora vio cómo, en apenas cinco años, su tren de vida en la corte devoraba sus recursos. Para 1625, estaba completamente arruinado.

Quevedo, siempre atento a las desventuras de su rival, no perdió la oportunidad de humillarlo. Con dos apartamentos ya en su haber en la misma calle, adquirió el edificio donde Góngora acababa de mudarse. La situación del cordobés era tan precaria que, incapaz de pagar la renta, se retrasó en un mes. Quevedo, ahora en calidad de propietario, no dudó en llevarlo a los tribunales y exigir su desahucio.

El propio Góngora describió su penosa situación:

El 18 de este temo me echará a la calle de esta pobre vivienda mía el dueño de la casa, y me hallo en los umbrales del invierno sin hilo de ropa.
— Luis de Góngora —

La compasión no fue parte del arsenal de Quevedo, quien narró con cruel ironía la escena en un poema cargado de desprecio:

Y págalo Quevedo
porque compró la casa en que vivías,
molde de hacer arpías;
y me ha certificado el pobre cojo
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarlas
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos:
pues era con tu vaho el aposento
sombra del sol y tósigo del viento.

— Francisco de Quevedo —

Tras el desalojo, Góngora, con 63 años y ya afectado por una temprana arterioesclerosis, se vio obligado a regresar a Córdoba, donde moriría en 1627 en la más absoluta miseria.

Hoy, una placa conmemorativa en la actual calle Quevedo (esquina con la calle Lope de Vega) recuerda que allí estuvo la casa del genio madrileño, celebrando su figura. Sin embargo, no existe rastro alguno que honre la memoria de Góngora, quien compartió, aunque de manera trágica, la misma dirección.

El legado de un duelo inmortal_

La rivalidad entre Quevedo y Góngora nos ofrece mucho más que un simple anecdotario de insultos: es un testimonio de una época en la que las palabras eran armas y los poetas, auténticos guerreros.

Quevedo supo convertir esta enemistad en una herramienta para cimentar su reputación, utilizando la sátira como un filo literario que sigue vibrando con fuerza hasta nuestros días. Por su parte, Góngora, aunque menos certero en el terreno de la polémica, ha sido reivindicado por la posteridad como un maestro indiscutible de la lírica española, capaz de transformar el lenguaje y elevarlo a nuevas alturas.

Ambos poetas, a pesar de sus diferencias y enfrentamientos, dejaron un legado inmortal que nos sigue cautivando casi cinco siglos después. Su contienda nos recuerda que incluso en el arte del insulto puede haber destellos de genialidad y que las palabras, en sus múltiples formas, poseen un poder inigualable: pueden construir, destruir y, sobre todo, trascender el tiempo.

Retrato de Luis de Góngora
Hoy hacen amistad nueva
más por Baco que por Febo
don Francisco de Que-Bebo
don Félix Lope de Beba
— Luis de Góngora


¿Cómo puedo encontrar la antigua casa de quevedo y góngora en madrid?