Cura sana

Antiguo Instituto Homeopático y Hospital de San José de Madrid

Antiguo Instituto Homeopático y Hospital de San José de Madrid, 2025 ©ReviveMadrid

Hospital homeopático de Chamberí: una vida en entredicho

Aunque se trata de una práctica que ha generado no poca controversia desde su nacimiento, allá por el siglo XVII, a lo largo de la historia millones de personas se han acercado a la homeopatía buscando remedio a sus dolencias. En España las actuales autoridades sanitarias no reconocen en esta disciplina ningún valor terapéutico pero, ¿sabías que Madrid fue una de las primeras ciudades en contar con un hospital homeopático?

A comienzos del siglo XIX muchas personas enfermaban a causa de las malas condiciones de higiene y escasos recursos sanitarios. En ese contexto, crecieron las disputas entre los defensores de la tradición médica y otras corrientes experimentales y se abrió paso una doctrina que, todavía hoy, trae a la gresca a quienes defienden sus potenciales beneficios frente a quienes ven en ella un engañabobos.


UN MENÚ DE EPIDEMIAS_

Hasta la irrupción en nuestras vidas del coronavirus SARS-CoV-2, para muchos las enfermedades de transmisión masiva eran algo del pasado. La COVID-19 nos pilló a todos desprevenidos pero, como siempre, los peor parados fueron los que menos recursos tenían para hacer frente a la crisis sanitaria.

Al final, la historia volvió a repetirse. También en la España decimonónica, la situación de subdesarrollo económico y pobreza hizo que la Parca visitase con más frecuencia a aquellos que vivían en peores condiciones. El insuficiente y tardío progreso de la medicina en nuestro país y un sistema sanitario casi inexistente contribuyeron a que, durante una gran parte de este periodo, la esperanza de vida no llegase ni a los 30 años. Hablamos de un momento en el que una gran mayoría de la población ocupaba infraviviendas en las que apenas subsistían con mala higiene y una pésima alimentación.

Las enfermedades infecciosas eran entonces las más frecuentes y mortales y episodios como los de la Guerra de la Independencia propiciaron su desarrollo de forma epidémica. La peste y el paludismo fueron la antesala de otras plagas como la del tifus, la fiebre amarilla o el cólera. Todo ello sin olvidarnos de los recurrentes brotes de afecciones como el sarampión, la viruela, la gripe, la escarlatina o la difteria, también conocida en España como «garrotillo» porque causaba la muerte por asfixia (como el garrote vil).


HOSPITALES PARA POBRES, LA ‘MALEFICIENCIA’_

En este contexto, el Estado adoptaba medidas sanitarias de forma reactiva, más por impulso ante los acontecimientos que basándose en una planificación lógica. Los ayuntamientos, que poseían competencias en salubridad, actuaban de manera autónoma y sin ninguna coordinación.

En esta época la asistencia médica se llevaba a cabo, principalmente, al pie de la cama del enfermo. Las personas con más recursos accedían a servicios privados pagando para que un facultativo acudiese a su domicilio. Los más pobres quedaban a la merced de los cuidados de unas administraciones públicas mal avenidas o de instituciones privadas de tipo benéfico.

Fernando VII fundó en 1816 la Real Hospitalidad Domiciliaria, destinada a ofrecer este tipo de asistencia médica en el hogar de forma gratuita a los vecinos de los barrios pobres. Sin embargo, la iniciativa tuvo escaso éxito y, con el tiempo, los gobiernos liberales acabaron por desecharla, destinando los escasos recursos reservados a este segmento de la población para el mantenimiento de hospitales.

Desde el siglo XVIII y hasta bien entrado el XX, más que un paraíso en el que recuperar la salud, estos espacios se veían como un infierno donde se aislaba a los enfermos pobres, reconocidos como tales por parte de las autoridades. Allí, la insalubridad, ausencia de higiene y falta de médicos eran la pauta habitual. Por eso, la tasa de mortalidad dentro de sus muros estaba disparada. Nadie quería ir al hospital porque se veía como una puerta de acceso directo a la otra vida.

Pero en la historia de nuestra medicina no siempre todo fue tan negativo. Hubo una época, el siglo XVIII, en la que España estuvo llamada a posicionarse a la vanguardia de la investigación y los avances médicos a nivel mundial. Lamentablemente ese panorama, como tantas otras cosas, se truncó con la llegada del absolutismo.


MEDICINA Y POLÍTICA_

Las distintas corporaciones que hacia el 1700 ejercían en España labores sanitarias (médicos, cirujanos, sangradores y barberos…) carecían de formación y seguían recurriendo a métodos arcaicos. Para desgracia de los pacientes, los que ejercían estos oficios solían conjugar mejor el verbo matar que curar.

Pero la llegada al trono de la casa Borbón insufló nuevos aires. Como en muchos otros aspectos, los monarcas de la nueva dinastía quisieron que el país se mirase en el espejo de las potencias más avanzadas de Europa también en el campo científico y técnico, dando un salto de calidad en estas actividades. El momento de mayor esplendor llegó con Carlos III que puso toda la carne en el asador para que su reino fuese uno de los focos más potentes en la constitución de la ciencia del momento.

Lamentablemente, las cosas cambiaron mucho en el convulso siglo XIX, cuando la medicina no sólo fue cuestión de ciencia sino también de ideología. Las desfavorables circunstancias de la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII influyeron de forma muy negativa.

Por supuesto, la destrucción que provocó la contienda supuso un duro golpe para el sistema sanitario. Ya en la posguerra, la profunda crisis económica que azotó al país forzó el cierre o la precarización de muchos hospitales, facultades y academias de medicina así como de los colegios de cirugía.

Pero la puntilla vino de la mano de una censura extraordinariamente restrictiva con todas las publicaciones (incluidas las científicas) y con la represión ideológica absolutista, que afectó incluso al plan de estudios médicos. En 1824 se reinstauró el latín como lengua académica, se impuso la enseñanza de la religión como asignatura obligatoria y se recomendó para el aprendizaje clínico comentarios del siglo XVI a los textos hipocráticos.

Los médicos liberales más comprometidos políticamente tuvieron que exiliarse para escapar de la condena a muerte. Tendrían que pasar décadas y muchos otros convulsos episodios políticos hasta que España volviese a entrar en la pugna por liderar la investigación médica. Sin embargo, pese a la férrea censura, nuestro país no fue ajeno a ciertas innovaciones que se movían en otras latitudes. Una de ellas fue la homeopatía.


LO SIMILAR CURA LO SIMILAR_

El concepto de homeopatía procede del griego hómeos (similar) y páthos (enfermedad) y nació a finales del siglo XVIII en el corazón de Europa, de manos de Samuel Christian Friedrich Hahnemann.

Este médico y químico alemán se quejaba de que la ciencia que le habían enseñado a practicar a veces hacía más daño que bien al paciente. Temiendo acabar catalogado como un asesino de sus semejantes, decidió abandonar la profesión.

Reconvertido en escritor y traductor, mientras transcribía a su lengua un tratado médico descubrió que la corteza de ciertos árboles podía actuar como tratamiento eficaz contra el paludismo. Dispuesto a profundizar en esta novedad, experimentó aplicando en su propio cuerpo sustancias de este tipo. Partiendo de un estado físico saludable, Hahnemann llegó a manifestar señales de enfermedad. Esto le llevó a formular un principio según el cual interpretaba que lo que produce un conjunto de síntomas en un individuo sano puede servir para tratar a un enfermo que presente los mismos signos.

Así, la homeopatía ha llegado hasta nuestros días como la disciplina que se basa principalmente en la cura de ciertos síntomas empleando como remedio aquello que los producen. Para quienes la defienden, lo similar cura lo similar y se puede hacer frente a un mal tomando dosis ultradiluídas de la sustancia que en cantidades mayores lo provocaría.


CURAR A LA ESPAÑOLA_

La homeopatía no tardó en llegar a España. La primera noticia aquí sobre esta novedosa técnica apareció en 1821 en la revista Décadas Médico-Quirúrgicas y Farmacéuticas. En ella se abordaba la virtud profiláctica de la belladona, catalogándola como una planta eficaz contra la fiebre escarlatina.

Uno de los primeros médicos homeópatas españoles fue el sevillano Prudencio Querol Cabanes (1774-1858) quien conoció las teorías hahnemannianas a través de publicaciones internacionales. Convertido en un ferviente defensor de los trabajos de Samuel Hahnemann, en torno a su figura empezó a gestarse un grupo de homeópatas cuyo ámbito de actuación pronto llegó hasta Madrid.


PELEA DE GALLOS_

Los papeles del siglo XIX acreditan que, en España, la polémica en torno a la homeopatía y su terapéutica viene de lejos. Los periódicos de la época fueron la mejor arma que defensores y detractores de esta causa encontraron para tirarse unos a otros sus argumentos a la cabeza.

En cabeceras como El Duende Homeopático o El Centinela Homeopático se explicitaba la aversión a la medicina tradicional por parte de aquellos que defendían la homeopática como la única verdadera. Frente a ellas, otras publicaciones como La Linterna Médica intentaba desacreditar estas corrientes de innovación terapeútica.

A pesar de que, poco a poco, los homeópatas fueron gozando de un aparente reconocimiento social, en un listado elaborado en 1838 se incluye el nombre de varios de ellos bajo el epígrafe de “intrusos”, junto con otras personas que ejercían como barberos o sangradores. Más allá de cuestionar la práctica científica, en sus orígenes muchos de estos conflictos venían originados por disputas sobre las titulaciones que se exigían para ejercer las profesiones sanitarias.

La controversia se extendió también a otros ámbitos, como el farmaceútico. Las teorías de Hahnemann defendían que los propios médicos elaborasen los medicamentos homeopáticos, sin depender de las boticas. El argumento esgrimido era que cada paciente debía recibir una dosis personalizada que únicamente el doctor podía conocer. Esto, que atentaba directamente contra la idea clásica de farmacia mediterránea, generó todavía un mayor rechazo frente a la nueva corriente.


EL ENEMIGO EN CASA_

Además de por la repulsa de los defensores de la ortodoxia, algunos piensan que la causa de que la homeopatía no se extendiese en España tan rápidamente como en otros países estuvo en los propios homeópatas. Los enfrentamientos entre corrientes dentro de la misma disciplina —surgidos muchas veces por cuestiones personales— debilitaron su expansión.

Las desavenencias más sonadas las encarnaron los doctores José Núñez Pernía (defensor de una corriente homeopática más purista) y Joaquín de Hysern (con una visión más ecléctica). En el fondo, las teorías clínicas les servían de pretexto a unos y otros para salvaguardar sus intereses.

El doctor Núñez, médico de Isabel II (que le otorgaría el título de marqués), comenzó a practicar la homeopatía en Burdeos. Fascinado por las nuevas técnicas de curación que había conocido en el extranjero fundó en 1845 la Sociedad Hahnemanniana Matritense. Esta institución jugó un papel clave en la difusión de las teorías homeopáticas entre los terapeutas hispanos.

Las disputas internas provocaron pronto escisiones en la entidad y, con ello, el nacimiento en Madrid de otros colectivos como el Instituto Homeopático Español (1849) o la Academia Homeopática Española (1853), si bien es cierto que ninguno de estos proyectos disidentes llegaron a tener ni el recorrido ni el influjo de la matriz.

EL SUEÑO DE UN HOSPITAL_

La Sociedad Hahnemanniana Matritense buscó desde sus inicios el amparo del gobierno para reconocer y proteger sus actividades frente al creciente número de detractores. En esa búsqueda de respaldo legal, en 1850 llegó a obtener unas Reales Ordenanzas en las que se instaba al Rector de la Universidad de Madrid a la creación de una cátedra de Medicina para ejercer la investigación en algún hospital de la región.

Su contenido nunca se ejecutó, pero el objetivo de la entidad de enseñar la homeopatía y aplicarla en el ámbito hospitalario acabó viendo la luz fruto de la iniciativa privada. Gracias a una suscripción popular —y al empeño personal del propio marqués de Núñez, que corrió con casi dos tercios del coste total— el 2 de febrero de 1878 abría sus puertas el Hospital de San José, conocido también como el hospitalillo de Chamberí o el hospitalillo de la Habana (por ser ese entonces el nombre de la actual calle de Eloy Gonzalo, donde está ubicado). Se trataba del primer edificio moderno del barrio.

“…perseverante en sus propósitos y guiada siempre por una idea humanitaria, [la Sociedad

Hahnemanniana Matritense] ha cumplido dignamente su misión, llegando al "desideratum"

que se había propuesto, la fundación de un hospital, adonde se enseñara teórica y

prácticamente nuestra imperecedera doctrina. Y si esto nos ha costado mucho trabajo y

grandes sacrificios, no por eso deja de tener un mérito incontestable".

- José Núñez Pernía, Marqués de Núñez 10 de abril de 1877-.

Su arquitecto, José Segundo de Lema, concibió el espacio como una planta en forma de U, con un cuerpo central y dos pabellones laterales que se abrían frente a su coqueto jardín y albergaban cuatro enfermerías y una estancia cubierta para convalecientes.

Este complejo, de estilo neomudéjar con un vistoso ladrillo fino, aleros de madera tallada, balcones y mirador tuvo un estreno níveo. Y es que, pese a la belleza cromática de su fachada, en la jornada en que se inauguró el color que imperó en el recinto, como en toda la ciudad, fue el blanco. Las crónicas de la época nos hablan de cómo los madrileños acudieron en masa la noche anterior a la Puerta del Sol para contemplar los reflejos en la nieve, que había hecho acto de presencia cubriendo el recién estrenado alumbrado eléctrico.

Núñez vio cumplido así un sueño por el que seguiría trabajando hasta sus últimos días. La institución llegó a contar con una de las mejores bibliotecas y farmacias homeopáticas del mundo y muchos especialistas acudían allí a desarrollar sus investigaciones.

Llegada su muerte (en 1879) el marqués fue enterrado en el propio jardín del recinto, a los pies de la estatua de San José que todavía hoy puede verse. Allí estuvo su cuerpo hasta que en 1994 se trasladó dentro de la capilla del recinto. A su sepelio acudieron muchas de las personalidades de la época, entre ellas el propio Antonio Cánovas del Castillo.


ESPLENDOR Y OCASO_

Al poco tiempo de iniciarse el proyecto, Su Alteza Real doña Isabel de Borbón y Borbón, la chata, visitó el recinto y aceptó ostentar el cargo de Presidenta de Honor de la Junta Protectora del Hospital. Durante mucho tiempo ella misma se encargó de sufragar, a cargo de las cuentas de palacio, el coste anual de una cama de adulto en la institución que había fundado el médico homeópata de su madre, la Reina.

En aquella visita, la princesa de Asturias fue acompañada por María Soledad Torres Acosta, fundadora de las Siervas de María Ministras de los Enfermos y que con el tiempo alcanzaría la dignidad de santa, al ser elevada a los altares por Pablo VI.

Su congregación religiosa sería la primera en hacerse cargo de los desvalidos que cruzaban el umbral del hospitalillo. Esta labor la continuaron años después —y hasta finales de la década de los 80 del siglo XX— las Hijas de la Caridad.

El hospital, que solo vio interrumpida su dinámica habitual de 1936 a 1939 a causa de la guerra civil, conoció épocas de mucho esplendor y otras más oscuras, sobre todo a partir de 1970, cuando la falta de medios hizo que el proyecto derivase en una residencia para mayores, dejando de lado el aspecto formativo y la investigación.

La falta de mantenimiento del espacio provocó el derribo de algunas partes —como el antiguo consultorio benéfico— y acabó forzando su cierre. En 1997, la declaración del espacio como Bien de Interés Cultural con categoría de Monumento hizo que las administraciones públicas se tomasen más en serio su conservación y, ya en el siglo XXI, se llevó a cabo una profunda restauración que culminó en 2008, coincidiendo con el 125 aniversario del edificio.

La polémica que acompañó a la práctica de la homeopatía desde sus inicios parece que ha quedado vinculada eternamente a los muros del hospitalillo de Chamberí. En medio de disputas por la titularidad de la propiedad (con la aparición de dos supuestos herederos del marqués de Núñez, descendientes de las ramas genealógicas fruto de sus relaciones fuera del matrimonio) en los últimos tiempos se barajaron varios proyectos para devolverlo a la vida, entre ellos la creación de un museo de la medicina. Sin embargo —pese a las críticas de quienes defendían que debía ser un espacio recuperado para la ciudadanía—, desde 2023 es la sede de una escuela norteamericana.

Con todo, el conocimiento vuelve a estar en el centro de esta casa y, aunque aquí ya no se curan las heridas del cuerpo, sí se administra medicina para el espíritu. Eso sí, en la lengua de Shakespeare.



Retrato de Francisco de Quevedo

Francisco de Quevedo Villegas (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, 1645)

Y así, no habréis de decir, cuando preguntan: ¿de que murió Fulano? De calentura, de dolor de costado, de tabardillo, de peste, de heridas; sino murió de un dotor Tal, que le dio de un dotor Cual.
— Francisco de Quevedo, El sueño de la Muerte

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