Sangre y tinta
Alonso de Contreras… ¿héroe o villano?
Que Madrid despierta en quien la experimenta un sentimiento aventurero es, sin duda, parte de su encanto. Y es que la capital siempre ha sido cuna de personajes intrépidos que se pusieron el mundo por montera, jugándose la vida en tierras hostiles en busca de fama y fortuna. Uno de los más destacados, Alonso de Contreras, llegó a ser militar, marino, corsario, espía, ermitaño, escritor… una biografía repleta de vivencias admirables y terribles que conforman una de las vidas más apasionantes y sorprendentes de nuestro Siglo de Oro.
Alonso de Contreras vivió entre finales del siglo XVI y mediados del XVII, esa época en la se decía que en el Imperio español “nunca se ponía el sol”… pero también un siglo de turbulencias y fanatismos en el que la vida se regía por valores religiosos, sociales y militares.
La vida de la sociedad madrileña de la época estaba gobernada por las ideas religiosas de la Contrarreforma, pero a la vez, la fe no era capaz de sofocar las energías de los españoles, que oscilaban entre lo más sublime y espiritual y lo más bajo y material. Podría decirse que la sociedad del siglo XVII era una sociedad de santos y pecadores.
Por otro lado, el honor era uno de los principios más respetados en la época. Todas las clases sociales, incluso las más humildes, tenían su propio sentido del honor. Este nacía de la propia dignidad, pero también era un valor público y había que preservarlo, ya que de él derivaban la honra y la fama.
Finalmente, la obsesión por ser reconocido cristiano viejo era general. La limpieza de sangre era un concepto fundamental que privilegiaba a las personas que no tenían sangre judía ni musulmana entre sus ascendientes.
Cada vez más organismos como la órdenes militares, los gremios o el ejército no admitían más que cristianos viejos… en un momento crucial en el que la infantería militar, base de los tercios españoles, cobró una importancia fundamental y comenzó a nutrirse básicamente del pueblo llano, de los campesinos, de los artesanos e incluso de los mendigos, para quienes la milicia se convirtió en una manera de evitar morir de hambre.
Y es que, en una España donde el honor se defendía con la espada, donde los muchachos recibían a la temprana edad de trece años una daga como regalo y donde se hacía gala de fabricar los mejores aceros de occidente, la guerra siempre era una salida digna.
Sin embargo, la vida de un soldado español, ya fuera al servicio de una de las órdenes militares y religiosas o al de Su Majestad, era sinónimo de una vida muy dura y repleta de penurias… pero también de aventuras, superación y la posibilidad de obtener fama y riqueza para quienes, en origen, nada poseían.
Las motivaciones de los jóvenes para alistarse en el ejército eran casi tantas como el número de soldados: seguir el ejemplo familiar, servir a Dios y al rey, escapar de la servidumbre, progresar socialmente, el afán de gloria y fama o el deseo de aventuras eran las más habituales… pero cabría añadir otra más, menos elevada que las anteriores pero igual de válida: escapar de la justicia. Esta última es la que motivación que llevó a alistarse en los tercios a nuestro protagonista: Alonso de Contreras.
Alonso de Guillén Contreras nació un 6 de enero de 1582 en la Villa de Madrid, hijo de unos padres humildes que tuvieron dieciséis vástagos, de los cuales solo ocho llegaron a la adolescencia… un ejemplo de la tremenda mortalidad infantil de la época.
El pequeño Alonso ya ofreció de niño muestras de su carácter sulfúrico: con solo doce años, fue condenado a destierro por matar a cuchilladas a un compañero de clase que lo había delatado por hacer novillos. Sólo su corta edad le salvó de ser condenado a servir en galeras o de la pena capital.
Pasó un año exiliado en Ávila bajo la tutela de su tío y a su regreso a Madrid entró como aprendiz en casa de un platero. Al poco tiempo de emprender este oficio, tras una larga jornada de trabajo, la esposa del platero le mandó a buscar agua con un cántaro, a lo que Alonso respondió arrojándoselo a la cabeza.
Con apenas catorce años y consciente de que esta vez el tribunal no sería tan clemente con él, decidió alistarse en los tercios de Flandes como tambor y aguador en el ejército del archiduque Alberto de Austria… pensando que la carrera militar al menos le proveería un par de comidas calientes al día.
No duró mucho en este primer destino, pues enemistado con sus superiores, desertó y se dirigió a Palermo, donde embarcó en las galeras de Pedro Álvarez de Toledo, que luchaban contra los turcos y los piratas berberiscos desde su base en Malta.
Contreras aprendió rápido el arte de la navegación y, con solo 19 años, recibió el mando de una fragata para vigilar las costas griegas y espiar a los turcos, de los que llegó a aprender su lengua.
Durante años alternó estas actividades con el ejercicio de corsario. Como aquellos que tenían patente de corso no tenían sueldo, ya que oficialmente no pertenecían al ejército, debía buscarse la soldada mercadeando con lo que podía saquear o con los secuestros de destacados personajes de la corte turca, por los que pedía cuantiosos rescates.
Con apenas 21 años fue nombrado alférez. Su carrera ascendente era imparable… pero, nuevamente, se vio truncada por dos desencuentros con la justicia.
En 1606, Contreras se casó con una rica viuda española que vivía en Sicilia, a la que mató dos años después junto a un amigo suyo con el que le era infiel. Por esta razón regresó, sin dar cuenta a las autoridades, a Madrid, donde intentó sin éxito hacer carrera en la Corte.
Al no conseguir su objetivo se retiró decepcionado a una ermita en Moncayo, donde vivió como un ermitaño hasta que fue, de nuevo, reclamado por la justicia… esta vez acusado de ser el cabecilla de una rebelión morisca. Fue encontrado inocente, pero esta experiencia le valió para darse cuenta de que en Madrid tenía demasiados enemigos y, decepcionado, regresó al mar… de nuevo al Mediterráneo, con una recomendación para convertirse en caballero de la Orden de Malta.
Ya como capitán de infantería, participó en una expedición a América para ejercer el corso en Puerto Rico contra los ingleses.
Tras una vida de viajes y aventuras por todo el mundo, regresó a Madrid, alojándose con uno de los pocos amigos que había hecho en la Corte años atrás: don Félix Lope de Vega.
El “Fénix de los Ingenios” lo acogió durante cerca de un año en su casa de la antigua Calle Francos y allí pudo escuchar de su boca las historias que contaba el experimentado capitán. Fascinado, Lope no sólo le dedicó su comedia El rey sin reino sino que además le animó a redactar sus memorias y a dejar cuanto había vivido por escrito, a lo que el aventurero accedió.
Contreras escribió una autobiografía trepidante, en la que narraba más de treinta años de su azarosa vida con total crudeza... muy lejos del tono heroico con que otros soldados de aquel tiempo escribieron su historia personal y sin pretensión literaria ninguna. “Vida de este capitán” se convirtió uno de los pocos testimonios que existen actualmente sobre los soldados españoles en Flandes y su ejemplo más destacado, cuyo manuscrito original se encuentra actualmente en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Alonso de Contreras fallecía en 1641 en esta, su casa madrileña, de la Plazuela de San Ginés número 12, pero su memoria permanecería viva a través de su obra. Tanto es así que, casi cuatro siglos después, su increíble vida inspiraría al escritor cartagenero, Arturo Pérez Reverte, para crear a su famoso héroe literario, el capitán Diego Alatriste.
Quizá a nuestros ojos modernos Alonso de Contreras no fue un héroe… pero tampoco un villano. Fue tan sólo un hombre más de su tiempo que nos legó la verdad de su época, la de la miseria, la guerra, la sangre, la pólvora, la ambición, el orgullo, la doble moral, el jugarse la vida cada día y finalmente el olvido… habitual entre aquellos que, como Contreras, protagonizaron nuestra Historia.