Relación a distancia
Emilio Novoa, pionero de las telecomunicaciones
Seguro que alguna vez se te ha averiado, has perdido o te han robado el teléfono móvil y te invadió la ansiedad al sentirte incomunicado, ¿verdad? Y es que no podemos engañarnos… quedarse hoy en día sin herramientas como Whatsapp es perderse en el limbo del aislamiento.
Los seres humanos somos animales sociales y gran parte de la vida en pleno siglo XXI transcurre en las aplicaciones de mensajería instantánea, uno de los mayores cambios a nivel de comunicación que ha vivido nuestra sociedad en las últimas décadas.
De la misma manera, la incorporación del sistema de telegrafía cambió la vida de la sociedad madrileña a mediados del siglo XIX, modificando la dimensión espacio-temporal con la inmediatez en la transmisión y recepción de mensajes, dando lugar a una etapa de desarrollo y progreso en las telecomunicaciones de nuestro país, en la que el sorprendente Emilio Novoa fue destacado protagonista.
Aunque hoy estamos acostumbrados a podemos comunicarnos por videollamada con alguien que se encuentra en la otra punta del mundo, hubo vida antes de internet… incluso antes de la telefonía fija y de la telegrafía eléctrica. Al principio, fue la telegrafía óptica.
Este sistema de comunicación llegó a España desde Francia hacia 1799, año en el que empezaron a instalarse las primeras torres ópticas, para uso mayoritariamente militar.
Los telégrafos ópticos se colocaban en lo alto de torres que podían variar en su arquitectura y construcción ( la Torre de los Lujanes, por ejemplo, en la plaza de la Villa de Madrid, fue utilizada como torre óptica), el único requisito indispensable era que la torre fuera alta y plenamente visible a gran distancia, entre 6 y 12 kilómetros.
Pero el papel principal lo tenía el propio telégrafo óptico. Se trataba de una estructura de madera o metal que podía moverse mediante un mecanismo propio. La idea era mover la parte central y sus dos brazos para crear formas o posiciones que tenían un significado.
Inicialmente cada forma representaba una letra del alfabeto. Sin embargo, con el tiempo, las formas del telégrafo permitieron comunicar letras, palabras, sílabas o frases completas.
La comunicación comenzaba en la estación desde la que se emitía el mensaje. Se colocaba el telégrafo en una posición prefijada de alerta o de atención para avisar a la estación vecina de la emisión del mensaje.
Una vez se comenzaba a transmitir, cada símbolo debía permanecer unos 20 segundos como mínimo en la misma posición para que la siguiente estación lo leyese correctamente y colocase su telégrafo en la misma posición, lo que indicaba que la estación precedente podía transmitir el siguiente símbolo del mensaje.
Las condiciones de trabajo de aquellos antiguos telégrafos eran especialmente duras. El equipo se componía de tres o cuatro personas cuya jornada laboral se extendía de sol a sol… mientras hubiese luz suficiente para divisar las sucesivas torres.
Además, a la dureza del clima había que añadir que las torres solían estar en lugares elevados, muy expuestas a los rayos de las tormentas.
Los mensajes se enviaban cifrados según un código existente en un libro de códigos que estaba en posesión del Comandante de Línea, el único autorizado para la codificación y decodificación.
Uno de los problemas que presentaba el telégrafo óptico era que las señales producidas debían ser leídas de frente. Esto obligaba a que los trazados fuesen casi rectilíneos y suponía que trazar una curva sobre el terreno fuera realmente complicado.
Pero quizá el mayor inconveniente eran las condiciones climatológicas. Por un lado, de noche este sistema era poco fiable, aunque se hicieron experimentos fijando faroles a los telégrafos y, por otro, con lluvia intensa, niebla, nieve o calima se hacían prácticamente invisibles las estaciones contiguas.
Hasta la creación del telégrafo óptico, la velocidad de transmisión de la información había permanecido invariable durante siglos. En España, un jinete a caballo podía tardar dos o tres días, con buen tiempo y sin percances en el camino o con su montura, en ir de Madrid a la frontera francesa en Irún.
Sin embargo, con el telégrafo óptico ese mismo mensaje tardaba seis horas en hacer la misma distancia… un tiempo que se iba a reducir notablemente con la aparición del telégrafo eléctrico, un invento que acortó las distancias para la comunicación de forma radical, como nunca antes.
Antes de que llegara a España, este novedoso sistema de mensajería ya se había estrenado en media Europa pero, mientras que desde 1840, países como Inglaterra ya disponían de un sistema de telegrafía eléctrico asociado a su servicio ferroviario, en España hubo que esperar.
Conscientes del retraso a nivel de comunicaciones de nuestro país, a principios de la década de 1850 se aprovecharon las tres líneas existentes de telegrafía óptica (Madrid-Irún, Madrid-Valencia-Barcelona, y Madrid-Cádiz) para construir la primera línea de ensayo de telegrafía eléctrica que uniría Madrid con la frontera de Irún.
Finalmente, el 8 de noviembre de 1854, se enviaba desde Madrid el primer mensaje internacional a través de telégrafo eléctrico: un discurso de la Reina Isabell II, inaugurando las Cortes Constituyentes que iniciaban el bienio progresista. El mensaje recorrió en tan sólo unos minutos media España para llegar hasta Irún.
Tras muchas investigaciones, se había logrado al fin terminar con las largas esperas que se daban hasta que una carta llegaba a su destino, un milagro que unió lugares remotos con una rapidez desconocida hasta entonces, dando comienzo a la Telegrafía Eléctrica en España.
Este acontecimiento y la aplicación de la Ley del 22 de abril de 1855, que regulaba la construcción de una red telegráfica que uniría Madrid con todas las capitales de provincia y departamentos marítimos, llegando además a las fronteras de Francia y Portugal, revolucionaron las comunicaciones en nuestro país.
El telégrafo contribuyó a cambiar profundamente la sociedad española y fue uno de los inventos más destacados del siglo XIX.
La actividad telegráfica representaba entonces mucho más que una novedad. Suponía la primera utilización práctica de la electricidad, que todavía era un ente inmaterial, imponderable, desconocido y misterioso, y constituía la punta de lanza del progreso.
Los hilos, conducidos por hileras de postes a las orillas de los caminos, se consideraban un distintivo de la modernidad de un país y las ciudades y pueblos empleaban sus influencias para que se instalara en ellos una oficina telegráfica.
Para enviar un telegrama, una persona llegaba con un mensaje a la oficina de telégrafos y se lo dictaba al telegrafista. Éste, dependiendo del número de palabras, calculaba el precio. A continuación, lo enviaba a través de lenguaje Morse a la estación requerida. Desde allí, otro telegrafista recibía el texto en forma de puntos y rayas, lo traducía, lo certificaba y lo entregaba en mano a su destinatario.
Mediante ese sencillo sistema, el telégrafo causó una gran revolución en ámbitos como la prensa y la política. A los medios de comunicación, para empezar, les permitió tener la capacidad de introducir noticias que habían sucedido en la otra parte del mundo en cuestión de minutos, dejando a un lado los artículos de opinión en favor de la información pura.
Por otro lado, los dirigentes políticos pudieron conocer casi al instante todo lo que sucedía a miles de kilómetros.
El telégrafo también renovó el comercio interconectando las bolsas mundiales y favoreciendo el novedoso mercado de las inversiones bursátiles.
En 1860 la administración telegráfica española ya ofrecía el envío de telegramas a todos los países del mundo. La posibilidad de comunicación a larga distancia y casi al instante adelantaba la idea de un mundo sin fronteras, antecesora de la globalización actual.
La red telegráfica básica en España estaba ya muy completa hacia 1864, con una longitud de más de 10.000 Km. de líneas, 194 oficinas telegráficas y cursando casi un millón de telegramas al año.
Cuando terminó el siglo, en 1900, el telégrafo era el único medio de comunicación que cubría todas las necesidades sociales. El personal que lo atendía superaba los 4.000 funcionarios en 1.491 oficinas y los telegramas nacionales habían aumentado a casi cuatro millones.
Con la red telegráfica nació también la profesión de telegrafista, que siempre gozó de prestigio social por ser capaz de manejar los aparatos telegráficos y sus códigos y por hacer realidad la comunicación entre personas de distintas poblaciones.
Su trabajo fue concebido como un servicio a la sociedad y lo demostraron en numerosas situaciones, en la guerra intentando salvaguardar las comunicaciones o en proyectos de colaboración con científicos encargándose, por ejemplo, de la difusión de los datos meteorológicos que ellos mismos tomaban.
Con el tiempo, el telégrafo que comenzó siendo utilizado fundamentalmente por la Administración, se introdujo en el mundo empresarial y en las clases medias y, durante el primer tercio del siglo XX, lo comenzaron a utilizar las clases populares.
Los telegramas llevaban a los destinatarios buenas y malas noticias. En las casas las familias temían la recepción de un telegrama, porque muchas veces comunicaban una enfermedad o una defunción.
Sin embargo, en las fiestas navideñas, cuando las personas querían transmitir deseos de felicidad, se enviaban miles de telegramas de felicitación. Los repartidores solían entregar una tarjeta con versos navideños pidiendo el aguinaldo.
Además, y continuando con su función pública, Telégrafos desarrolló un servicio pionero y muy útil para las clases más humildes: el giro telegráfico.
Implantado en 1922, se anticipó a los bancos con las transferencias bancarias y permitió en los años 50 y 60 que los inmigrantes enviaran dinero, en pocas horas, a sus pueblos de procedencia, y que muchas familias remitieran dinero a sus hijos que estaban haciendo el servicio militar. De esta manera, los fines de semana las oficinas de Telégrafos de numerosas poblaciones españolas actuaban como los cajeros automáticos actuales, formándose extensas colas para retirar dinero.
Durante más de cien años, y a pesar de la aparición de la telefonía y la radio, la telegrafía fue el medio de telecomunicación por excelencia en nuestro país.
Sin embargo, las novedades tecnológicas a partir de la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de la radio sin hilos y, posteriormente, el perfeccionamiento del teléfono, fueron socavando la relevancia del telégrafo en favor de otros sistemas como el télex, las redes de datos y, finalmente, Internet… sistemas de los que hoy no dispondríamos sin la experiencia previa del telégrafo y la labor de personajes clave para la historia de las telecomunicaciones en nuestro país como Emilio Novoa.
Emilio Novoa Gonzalez nació en Orense en 1895 y llegó a desarrollar, entre otras profesiones, la de telegrafista, ingeniero, científico, abogado y político.
Con dieciocho años ingresó en el cuerpo de Telégrafos como alumno de la primera Escuela Superior de Telegrafía en 1913, la que puede considerarse primera promoción de ingenieros de telecomunicación en España, llegando a convertirse en su primer Doctor.
A continuación finalizó la carrera de Derecho, que estudió en la Universidad Central de Madrid, licenciándose, doctorándose y llegando a convertirse en Académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación.
De esta forma, en 1924, con las dos carreras acabadas, fue el iniciador en España del Derecho de la Telecomunicación, sobre el que escribió varios libros y numerosos artículos, convirtiéndose además en catedrático de Mecánica Aplicada en la Escuela Oficial de Telegrafía.
En 1949 pasó a ser director de la Escuela, cargo que ocupaba cuando se inauguró la nueva Escuela Oficial de Telecomunicación en 1955, en Madrid, ubicada en la calle Conde de Peñalver 19, el primer edificio proyectado específicamente para la formación de ingenieros de Telecomunicación.
Originalmente, estaban matriculados 250 alumnos de las especialidades de Ingeniería de Telecomunicación, Ayudantes de Telecomunicación con las especialidades de Radio, Líneas y Centrales, así como los alumnos de la Escuela de Radiotelegrafía de primera y de segunda.
Esta antigua Escuela Oficial de Telecomunicación es actualmente el Centro de Formación de Correos y Telégrafos de la Calle Conde de Peñalver.
En 1965, también bajo la dirección de Emilio Novoa, se inaugurarían las nuevas instalaciones de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación en la Avenida Complutense de la Ciudad Universitaria de Madrid donde, con diversas ampliaciones, permanece en la actualidad.
Ese mismo año Novoa se jubiló como docente, ocupándose desde ese momento a otra de sus pasiones: la divulgación científica.
Emilio Novoa fue un extraordinario comunicador y un verdadero pionero como divulgador científico en nuestro país, llegando publicar centenares de libros y artículos sobre novedades de la ciencia en periódicos y revistas, principalmente en el diario ABC de Madrid, así como ofreciendo numerosas conferencias, dando lugar a una de las etapas más fecundas para periodismo científico de nuestro país.
En esta preciosa casa de los números 77 y 79 de la Calle General Diaz Porlier, vivió y murió, el 2 de febrero de 1972, don Emilio Novoa. El madrileño barrio de Lista esconde pues, el origen de la Telecomunicación española y de sus ingenieros, tan demandados en la actualidad.
En la actualidad, las telecomunicaciones están muy presentes en nuestras vidas. Millones de internautas disponemos de aparatos de telecomunicación esenciales en nuestro día a día: ordenadores desde donde enviamos y recibimos correos electrónicos y teléfonos móviles desde los que además de admitir y recibir llamadas, accedemos a nuestras redes sociales, navegación GPS y mensajería instantánea… por no hablar del papel fundamental que han ejercido las TIC al seguir posibilitando el trabajo y el contacto entre las personas en el tiempo de pandemia que estamos viviendo… un proceso de transformación digital que sin duda seguirá contribuyendo al progreso y bienestar de la humanidad.
P.D: dedicado a Helena, mi “telequilla” particular.