Perdónanos nuestras deudas
Los fugger, prestamistas de la corona
¿Serías capaz de identificar a 3 de las personas más ricas del mundo? Jeff Bezos, Bill Gates, Mark Zuckerberg… la prestigiosa revista Forbes nos informa cada año de cuáles son las mayores fortunas del planeta, pero… ¿y si te preguntara por la persona más rica de la Historia? ¿Mucho más que las 3 anteriores juntas? El banquero Jakob Fugger ocupa ese lugar y, si hubiera existido la revista Forbes en el siglo XVI, habría monopolizado su portada año tras año hasta la edición de 2020.
Tras el descubrimiento de América en 1492, el Imperio Español alcanzó una extensión de cerca de 20 millones de kilómetros cuadrados… una superpotencia que, con Carlos I y Felipe II, alcanzaría su máximo apogeo. Como solía decirse, en los dominios de los primeros Austrias “nunca llegaba a ponerse el sol”.
Sin embargo, a pesar del poder y la influencia mundial adquirida, mantener un imperio resulta costoso, y más aún si, como en el caso español, sus territorios se encuentran dispersos y rodeados de enemigos. Las necesidades de capital de un imperio en guerra obligaron a la Corona española a solicitar cuantiosos préstamos, proyectando sobre la monarquía la alargada sombra de los acreedores y una fragilidad crónica.
El papel de los banqueros, a los que por entonces se denominaba “factores”, en el destino de los Austrias fue decisivo… especialmente la labor de los Fugger, más conocidos en el Madrid cortesano por su nombre castellanizado: “los Fúcar”.
Procedentes de Augsburgo (Alemania), los Fugger comenzaron su labor comercial como tejedores en la segunda mitad del siglo XIV, pero pronto se convirtieron en comerciantes, banqueros y nobles, hasta llegar a Jakob Fugger, “el Rico”, su más destacado representante.
El verdadero mérito de Jakob estuvo en comprender el nexo de unión entre el dinero, la guerra y el poder político, convirtiéndose en el banquero más poderoso y rico de todos los tiempos, con una fortuna que habría alcanzado hoy los más de 500.000 millones de euros.
En un mundo, el del Renacimiento, controlado por el Papa y el Emperador, Jakob Fugger llegó a financiar a ambos. Su colaboración con el emperador Maximiliano fue tan importante que, con el tiempo, llegó a ser su único prestamista.
Cuando Maximiliano falleció, en 1519, no sólo dejó a su nieto español, Carlos I, la corona del Sacro Imperio Romano Germánico… también unas cuantas deudas con los Fugger. Cuando Carlos fue nombrado emperador, tuvo que firmar unos documentos denominados “asientos”, por los que se comprometía a devolver los préstamos y sus intereses a los banqueros alemanes.
Como garantía, el Emperador ofrecía a sus acreedores las rentas de las minas de mercurio del Guadalcanal, de Almadén, los impuestos del Maestrazgo y también el oro y plata de las Indias. Nacía nuestra famosa deuda externa.
A medida que el imperio español se extendía, lo que suponía movilizar ejércitos y pagarles la soldada, la deuda externa con los Fugger se iba incrementado. Los banqueros recibían unos intereses equivalentes al 40% de la cifra prestada y llegó un momento en que los ingresos de la Corona no daban ni para pagar los intereses ni para devolver el capital. Para hacernos una idea, mientras los ingresos anuales de Carlos I llegaban a un máximo de 1,5 millones de ducados, el conjunto de los créditos que tuvo que solicitar ascendía a un total de 39 millones.
En 1556, cuando el Emperador transmitía su herencia a su hijo Felipe II, quedaban por devolver casi 7 millones de ducados y los consejeros de la Hacienda le confesaban que la Corona se había gastado por adelantado los ingresos de los siguientes cinco años. Las deudas con los banqueros alemanes ascendían a 2.625 millones de maravedís, el equivalente a unos 65 millones de euros… por entonces una cifra desorbitada.
Por primera vez en su historia, el Reino español se declaraba en bancarrota con un documento de suspensión de pagos firmado de puño y letra del Rey.
Felipe II obligó a los banqueros a aceptar unos pagarés llamados “juros reales”. En unos casos, sólo podrían cobrar los intereses y se olvidaban del capital y en otros les ofrecía pagar la deuda en plazos muy largos, casi 20 años. Si los banqueros querían cobrar algo, tenían que aceptar los juros.
El “Rey prudente” declaró la bancarrota del reino en dos ocasiones más: en 1575 y en 1597. Si una suspensión de pagos es mala para un banquero, tres ya eran una pesadilla… por eso los Fugger perdieron casi toda su fortuna y quedaron arruinados.
La red bancaria de los Fugger, contaba con agencias distribuidas en los principales centros financieros europeos, como Amberes, Lisboa, Venecia y Roma. Su sede madrileña se encontraba en estas viviendas ubicadas en la Calle de Atocha número 101, esquina con la Calle de Fúcar. Desde aquí los Fugger debieron controlar la devolución de aquel préstamo inasumible por la dinastía de los Austrias.
A pesar de que han pasado más de cinco siglos, las recesiones económicas, el derroche, las malas gestiones y la actual pandemia hacen que actualmente la deuda de los países continúe creciendo… al igual que los impuestos que imponen a sus ciudadanos para conseguir hacer frente a los préstamos.