Por amor al arte

Entrada de Velázquez en el Museo del Prado. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Entrada de Velázquez en el Museo del Prado. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Salvadores del museo del prado

¿Cómo se miden los daños causados por una guerra? Un conflicto bélico no sólo genera pérdidas humanas… las cicatrices emocionales, ideológicas y religiosas permanecen en la sociedad de un país durante generaciones. En el caso de la Guerra Civil española, además, se sumó un daño irreparable a la cultura y al patrimonio artístico que pudo haber sido peor de no ser por la labor de figuras determinantes como Timoteo Pérez Rubio (Oliva de la Frontera, Badajoz, 1896-Valença, Brasil, 1977).

El 17 de julio de 1936 estallaba la Guerra Civil y Madrid se convertía en el objetivo de las fuerzas sublevadas. Mientras el futuro del país se decidía en el campo de batalla, su patrimonio corría peligro.

Durante los primeros meses del conflicto estalló una fuerte corriente anticlerical que se tradujo en ataques a monasterios e iglesias: muchas obras de arte religioso se perdieron para siempre. A instancias de un grupo de intelectuales republicanos, el Gobierno aprobó la creación de una Junta Protectora del Patrimonio que no sólo puso freno a esos asaltos sino que inició una labor social pedagógica, incidiendo en el valor del arte para el pueblo español. Entre los miembros de la Junta de Madrid figuraban figuras tan relevantes como Enrique Lafuente Ferrari, Diego Angulo, Gómez Moreno o Buero Vallejo.

Desde el 30 de agosto de 1936 los bombardeos eran constantes en Madrid y en el Museo del Prado eran conscientes del peligro que corría su patrimonio. Dos meses después los estallidos ya se escuchaban en las inmediaciones del museo, llegando a impactar varios proyectiles en su tejado, en la entrada de Murillo y en sus jardines.

La agónica situación de la capital provocó una decisión drástica: la evacuación de las principales obras de arte de la capital a Valencia, sede del Gobierno, con el fin de preservarlas de los bombardeos de Madrid. Se creó una Junta Central del Tesoro Artístico responsable de inventariar y poner a salvo las principales piezas de diversos museos e instituciones madrileñas, entre ellas el Museo del Prado. Al frente de esta Junta se colocó al pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio.

Se trasladaron más de 20.000 obras pertenecientes al Museo del Prado, Museo de Arte Moderno, Monasterio de El Escorial, Palacio Real, Academia de San Fernando o Museo Arqueológico, entre otras instituciones. También obras de coleccionistas particulares (como La condesa de Chinchón, de Goya, por entonces propiedad de los duques de Sueca) y piezas procedentes de otras ciudades.

Los riesgos del traslado eran evidentes y el viaje no estuvo exento de peligros para las obras. Al cruzar el puente de Arganda sobre el Jarama, el bastidor de Las Meninas resultó demasiado alto para pasar en el camión. Los operarios tuvieron que cargar a mano la emblemática obra de Diego Velázquez, en plena noche de diciembre, con un frío helador.

A su paso por Benicarló, un balcón cayó sobre el camión, rasgando los lienzos de La carga de los mamelucos y Los fusilamientos del tres de mayo, obras de Francisco de Goya, que posteriormente fueron restaurados. Además, las impracticables carreteras de la época, repletas de baches, obligaban a reducir la velocidad de los camiones a unos 15 kilómetros por hora, lo que, a su vez, aumentaba el riesgo de no superar los controles de los sindicatos y partidos políticos, cada uno con sus intenciones. Finalmente, y casi de milagro, las obras llegaron a Valencia.

Sin embargo, aquí no acababa la particular odisea de nuestras obras ya que, al no poder garantizar su seguridad en Valencia, se decidió su traslado a Ginebra: de Valencia pasaron a Barcelona, de allí a Figueras, Francia y finalmente Ginebra (Suiza), donde fueron resguardadas en la Sede de la Sociedad de Naciones, organismo antecesor de la ONU.

Los representantes del gobierno republicano se esforzaron por cuidar todos los aspectos legales de la salida del país de este patrimonio, de modo que no hubiera problemas de ningún tipo para que volvieran cuando un nuevo gobierno los reclamara. En septiembre de 1939, al finalizar la contienda, los bienes regresaban a España en un tren especial que protegería nuevamente las obras tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial a primeros de septiembre, con los consiguientes nuevos riesgos de pérdidas y deterioros. Concluía así un periplo de tres años de algunas de las joyas de la Historia del Arte universal.

Este viaje, sin precedentes, marcó un antes y un después en la protección del arte en caso de guerra, motivando un cambio en la normativa internacional que, desde entonces, aconseja la evacuación de las obras de arte en el caso de conflictos bélicos.

Muchos de los héroes de esta aventura son anónimos o pocos conocidos hoy en día, tanto los técnicos que acompañaron a las obras en las etapas de su peligroso viaje como Timoteo Pérez Rubio. Ellos hicieron posible que, pese a los daños sufridos, aquella odisea no supusiera una tragedia irreparable, demostrando que, muy por encima de sus motivaciones ideológicas o políticas, estaba la defensa de la cultura universal. Aprender hoy a valorar nuestro patrimonio cultural es la mejor manera de brindarles un merecido homenaje.

Timoteo Pérez Rubio (Oliva de la Frontera, Badajoz, 1896-Valença, Brasil, 1977).

Timoteo Pérez Rubio (Oliva de la Frontera, Badajoz, 1896-Valença, Brasil, 1977).

El museo del Prado es lo más importante para España, más que la Monarquía y la República juntas
— Manuel Azaña Díaz


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