Testigo de la historia
Mesonero Romanos, cronista de la vida de madrid
Gran parte del antiguo Madrid ya no existe. Desgraciadamente el paso del tiempo, las guerras y la falta de conciencia de quienes debían protegerlos, han provocado la destrucción progresiva de numerosos monumentos históricos. En el mejor de los casos nos queda el recuerdo y en el peor los archivos para conocer este patrimonio desaparecido. Afortunadamente, personajes como Mesonero Romanos dedicaron su vida a la defensa y documentación del acervo material e inmaterial de Madrid, convirtiéndose en una de las fuentes fundamentales para su estudio.
Ramón de Mesonero Romanos nació en Madrid el 19 de julio de 1803, en la castiza Calle del Olivo que hoy lleva el nombre del autor madrileño. Hijo de una influyente familia de la capital, su padre solía narrarle todo tipo de anécdotas, chascarrillos o cuentos relacionados con la Historia, despertando en el pequeño una curiosidad infantil que se convertiría años más tarde en el rasgo más significativo de su personalidad. Además, con apenas cinco años fue testigo de los sangrientos enfrentamientos del Dos de Mayo en la capital, lo que dejaría un recuerdo indeleble en su memoria.
Al morir su padre de apoplejía en 1820, Ramón tuvo que hacerse responsable de un amplio negocio familiar que ni comprendía ni le interesaba. Convenció a su madre para que lo traspasara, generando una fortuna que les permitiría vivir el resto de sus vidas sin agobios económicos. Liberado de esa obligación laboral, Mesonero pudo dedicarse desde muy joven a su verdadera pasión: la observación de los tipos y costumbres populares madrileños y el estudio de sus monumentos, investigando la historia de cuanto le rodeaba.
El trabajo de Mesonero Romanos se centró en el Madrid más costumbrista. Sus paseos por la ciudad le enamoraron. Su instinto innato para observar, buscar e investigar, le permitieron conocer la historia de sus calles, edificios y de los protagonistas que los habían habitado. Estas capacidades quedan plasmadas en el pseudónimo bajo el que escribía sus obras, “ El Curioso Parlante”.
Su primera obra literaria, Manual de Madrid (1833), es un documento esencial para conocer los detalles más relevantes del Madrid de la época: desde la ubicación de hospitales, conventos, iglesias y otros edificios de relieve hasta la calidad, precio y situación de fondas, cafés y ventas. Asimismo registró los oficios y profesiones de la época, desde aguadores y mozos de cordel hasta escribanos u “horteras”, entre otros.
En la década de 1830 viajó por Francia, Bélgica e Inglaterra, donde adquirió ideas reformistas, principalmente sobre urbanismo, que le llevaron a implicarse en tareas de reforma de la ciudad como asesor de Joaquín Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos, cuando éste fue alcalde de Madrid.
A raíz de la Revolución de la Vicalvarada, en 1854, Madrid experimentó una profundo cambio de fisonomía, motivada por numerosos derribos de fincas urbanas, Mesonero decidió plasmar en su obra El Antiguo Madrid (1861) todo lo que había sido de aquel Madrid de antaño. Su autobiografía Las memorias de un setentón, de 1878, nos ayudó a conocer de primera mano su personalidad.
Su amistad personal con los componentes de la llamada “Partida del Trueno” como José de Espronceda, Bretón de los Herreros o Mariano José de Larra le vinculó a los círculos literarios y políticos previos a la creación del futuro Ateneo de Madrid, del que llegaría a ser promotor. Además, ejerció una gran influencia sobre escritores costumbristas posteriores, como Benito Pérez Galdós, a quien asesoró para las dos primeras series de los Episodios Nacionales y con quien compartió la tertulia literaria de “El Parnasillo”.
Bibliotecario perpetuo de Madrid y primer cronista oficial de la villa, su labor no sólo se centró en la documentación e investigación, sino en la protección del patrimonio. Su perseverancia consiguió que no se derribara el edificio donde había vivido el escritor Calderón de la Barca, defendiéndolo, primero verbalmente y después a bastonazos, de los obreros que, piqueta en mano, se disponían a demoler el inmueble. Por desgracia, no pudo evitar que se demoliera la casa en la que había vivido y fallecido Miguel de Cervantes, en la antigua Calle Francos. En este espacio hoy podemos encontrar una tienda de zapatos…
La muerte de Mesonero Romanos, el 30 de abril de 1882, supuso un auténtico acontecimiento en Madrid y una manifestación multitudinaria de duelo poco frecuente. Actualmente descansa Cementerio Sacramental de San Isidro. Sus estudios sobre Madrid tienen hoy una permanencia absoluta y su legado un eco constante en quienes como yo, intentamos homenajear al cronista por excelencia con cada uno de nuestros textos. Va por ti, maestro.