A ciegas
invidentes, una historia de superación
Suele decirse que la ausencia de alguno de nuestros cinco sentidos agudiza los demás pero, en mi opinión, lo que verdaderamente agudiza es el sentido de la supervivencia. Las personas invidentes, a lo largo de la Historia y en diferentes sociedades, han necesitado sobreponerse a las circunstancias que les rodeaban para conseguir sobrevivir… y desde luego Madrid, nunca se lo ha puesto fácil. Un verdadero ejemplo de superación.
La vida de las personas con diferentes capacidades fue menospreciada durante siglos. El infanticidio y el abandono eran procedimientos habituales, aunque perseguidos y castigados, durante la Edad Media… en una época en la que la dureza de la vida no permitía alimentar a aquellos que no pudieran trabajar siendo, como poco, apartados por la sociedad.
Desde siempre y casi hasta nuestros días, el único recurso de estos colectivos para poder subsistir fue la mendicidad, aunque algunos grupos, como los invidentes, emplearon su ingenio para hacerse notar y obtener privilegios como la exención de impuestos por parte de los Reyes Católicos, a través de un decreto que pervivió hasta el siglo XVIII.
Durante siglos, el ciego se sirvió de la música popular y de la narración de relatos como medio de subsistencia. Errante, de pueblo en pueblo, vendía los llamados “pliegos de cordel” o “romances de ciego”, llegando a convertirse en uno de los personajes indispensables en cualquier novela picaresca del Siglo de Oro.
Los "romances de ciego" eran composiciones en verso, de autor anónimo, que narraban sucesos populares localizados en una aldea, un pueblo o una ciudad, que por su dramatismo y desenlace trágico, habían impresionado a las gentes de su entorno.
Cuando llegaban a una población, los ciegos solían colocarse en la entrada de los mercados o en las plazas mayores, mientras la gente formaba un corro en torno a ellos, esperando a oír sus coplas. A veces se acompañaban de violines o zanfonas y, mientras cantaban, señalaban con un palo sobre un gran tablero las figuras del romance para explicar las escenas que estaban narrando.
Al finalizar la representación, un ayudante vidente o lazarillo, vendía las coplas en forma de pliegos. Estos contenían dibujos xilografiados y solían tener una extensión de una a cuatro páginas, sin encuadernación… tan sólo un pliego doblado a la mitad.
Se denominaban "pliegos de cordel" porque se exponían para la venta colgados de un cordel entre dos cañas o árboles, cogidos con un trozo de caña a modo de pinza que evitaba que se los llevara el viento.
Estos pliegos, que prácticamente nacieron con la imprenta, alcanzaron una enorme repercusión debido a su poco coste, su fácil transporte por no estar encuadernados, su fugacidad, la presencia de grabados que facilitaban la comprensión del texto, su uso como lectura infantil y la inquietante figura del ciego como trasmisor oral. Sin embargo, fueron despreciados por literatos de la talla de Calderón de la Barca o Lope de Vega, que nunca los consideraron un género literario, a pesar de que ayudaron a mantener la identidad local y el folklore de muchas regiones.
Los ciegos errantes, verdaderos mediadores culturales, desarrollaron su actividad en España entre los siglos XIV y XX, cuando aún se les podía encontrar en algunos pueblos y aldeas, hasta su total desaparición durante los años de la posguerra.
El carácter efímero de estos pliegos impresos les ha impedido llegar hasta nuestra época de la misma forma que los libros… sin embargo, conservamos numerosos “pliegos de cordel” impresos en el siglo XVIII.
La imagen pintoresca de los invidentes a lo largo de la Historia no puede hacernos olvidar que, tradicionalmente, son uno de los grupos que más ha luchado por su plena integración en la sociedad… una senda que ya inició el Colegio nacional de sordomudos y ciegos en el siglo XVIII y que, desde 1938, la ONCE se afana en conseguir defendiendo la autonomía económica de los invidentes a través de la venta de cupones de lotería.
Desde 2013, esta estatua obra del escultor Santiago de Santiago, ubicada en la Calle de San Agustín de Madrid, dedicada a Fortunato, personaje simbólico, representa a todos los vendedores de cupones de España y por extensión, a todos los invidentes del país… un colectivo que sigue luchando por conseguir su merecido papel en esta sociedad… una sociedad que a veces permanece ciega a los problemas de los colectivos desfavorecidos.