Manos inocentes
Niños de San ildefonso, portadores de fortuna
Cada 22 de diciembre, un soniquete muy reconocible está presente desde primera hora de la mañana en nuestras casas, oficinas y bares, donde multitud de españoles esperamos agarrados a nuestros décimos a que los alumnos del Colegio de San Ildefonso de Madrid repartan suerte en el Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad… una suerte que, históricamente, la vida negó a estos niños y niñas que conforman una de las tradiciones navideñas más antiguas de la capital.
Los niños y niñas del Colegio de San Ildefonso pertenecen al centro educativo laico más antiguo de Madrid. A medio camino entre una institución asistencial y educativa, su creación se encuadra en el contexto histórico y social del Madrid previo a la instalación de la Corte en 1561.
Desde mediados del siglo XV, la mayoría de las ciudades europeas sufrieron un incremento de su población marginada, compuesta fundamentalmente por artesanos urbanos sin trabajo y campesinos expulsados del campo.
Las autoridades de las ciudades buscaron soluciones a este problemático aumento de la indigencia, combinando la persecución del mendigo peligroso con la creación de una mano de obra barata. Mientras, por su parte, la Iglesia mantuvo una doble ética: la defensa de la limosna y la represión del pobre.
Fruto de todo ello surgieron nuevas instituciones asilares y hospitalarias destinadas a realizar la función que ni el estado ni el clero estaban cumpliendo: la reinserción del mendigo.
Desde fines del siglo XV, en Madrid se produjo un proceso paralelo de crecimiento demográfico (de 9.000 habitantes en 1496 se pasaron a 16.000 en 1561) y empobrecimiento poblacional, que alcanzó su punto álgido tras ser elegida la villa capital del reino en 1561. De la misma manera, la ciudad pasó de tener un 5% de mendicidad en 1496 a un 20% en 1530.
Por si fuera poco, las crisis económicas y alimenticias de 1540, 1546 y 1555, convirtieron Madrid en una villa rebosante de pobres y vagabundos, de niños huérfanos, mendigos, pícaros, ociosos y truhanes… el mismo marco social que nos muestra el Lazarillo de Tormes.
En 1540 veía la luz la primera Ley de Pobres de Madrid que, además de arbitrar medidas asistenciales urgentes, hacía patente por primera vez el miedo de la sociedad a los indigentes y su posible destino a un trabajo forzado.
El aumento exponencial de la mendicidad infantil era equivalente al temor de las autoridades hacia esta cantera de potenciales delincuentes que inundaban la ciudad y que no podían controlar los tradicionales asilos, inclusas y orfanatos. La única solución para este mal endémico era la educación.
Las teorías educativas del humanista y pedagogo Luis Vives, que combinaban la doctrina religiosa con el aprendizaje de la lectura y la escritura, fueron una de las claves de la tan necesaria reforma social.
Vives proponía que, cuando los niños sin recursos cumplieran los seis años, fueran trasladados a la escuela pública donde pudieran aprender las primeras letras y las “buenas costumbres” para evitar los vicios del mendigo.
Este movimiento dio lugar a los llamados Colegios de la Doctrina Cristiana, protagonistas de la reforma en la asistencia infantil. Su objetivo era el recogimiento de niños huérfanos y pobres, siempre varones, de entre cinco y doce años, bajo el amparo de la autoridad municipal como institución educadora de niños pobres.
La formación religiosa de los chicos se complementaba con el trabajo manual, con el que se preparaba a los pequeños para su posterior colocación en talleres de artesanos. Sería el equivalente actual a un reformatorio y una escuela de formación profesional.
La enseñanza de la lectura, la escritura y la doctrina religiosa realmente no encerraba una actitud altruista hacia la infancia marginada, sino más bien un plan de reforma moral de la sociedad española: como era muy difícil encarrilar a los adultos, la tarea con los niños impediría la catástrofe futura y serviría de ejemplo a sus conciudadanos.
Desde su fundación en 1542 y hasta la creación de la Inclusa de Madrid en 1582, el Colegio de los Niños Doctrinos San Ildefonso, ubicado inicialmente en la carrera de San Francisco, fue la principal institución asistencial de la infancia en la Villa, con el objetivo de recoger a los niños huérfanos y pobres para salvarles de la miseria callejera.
Además de aprender a leer, a escribir y a contar, los niños debían conseguir recursos económicos para el colegio: algunos fabricaban esteras o jergones, otros hacían de monaguillos en ceremonias religiosas y, los más, eran contratados para cantar en entierros, procesiones y otros cultos.
Cantar siempre supuso para ellos un modo de subsistencia… y lo debían de hacer tan bien en su día que entonaran salmos en las honras fúnebres de personajes tan famosos como Antón Martín, en 1553, Lope de Vega, en 1635, o Calderón de la Barca, en 1681.
A finales del siglo XVIII también se empezó a contratar con estos niños para que cantaran los números del sorteo de la Lotería Nacional, creado en 1763 bajo el reinado de Carlos III.
El primer niño en cantar un sorteo de lotería, el 9 de marzo de 1771, se llamaba Diego López. Vestido a la napolitana, con túnica de damasco blanco y galones de oro, peluca blanca rizada y rodeado de una gran expectación, se persignó con gesto serio y solemne, mostró su mano derecha para demostrar que no había engaño y la introdujo en el arca que contenía los números premiados, escritos en trozos de papel. Tomando una al azar cantó el número con el soniquete característico que hoy todos conocemos.
En 1884, el Colegio de San Ildefonso fue trasladado a esta Calle de Alfonso VI de Madrid, donde hoy permanece, dejando de ser un orfanato para convertirse en un internado y residencia para chicos (y chicas desde 1983) en situaciones familiares difíciles… tal y como se mantiene en la actualidad.
Este año, las niñas y los niños del Colegio-Residencia de San Ildefonso volverán a cantar los premios y a repartir la fortuna como hizo el pionero Diego López hace casi 250 años… pero, ante todo, seguirán manteniendo una tradición que convierte el sonido de sus voces en nexo entre el pasado y el presente.