Asomados a la esperanza

Fachada de la Casa de Cisneros. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Fachada de la Casa de Cisneros. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Balcones de Madrid, testigos de la Historia

Cuando consigamos superar este difícil período de confinamiento doméstico al que nos vemos sometidos a causa de la Covid-19… ¿qué momentos crees que quedarán grabados en tu mente? Sin duda, uno de los principales serán las emotivas escenas vividas en los balcones de nuestras casas, convertidos en centro de actividad social cada día a las ocho de la tarde, para demostrar con aplausos nuestro apoyo y admiración al personal sanitario. Estos momentos pasarán a la Historia de la capital… una Historia de la que los balcones madrileños han sido testigos a lo largo de los siglos.

Desde que Madrid se convirtió en capital del reino en 1561 por orden de Felipe II, los balcones cobraron especial importancia en la vida urbana, especialmente en las viviendas de las familias más poderosas. La decoración de los balcones y su amplitud reflejaban la posición social de los dueños de esas casas y palacios, cuya riqueza interior se trasladaba al exterior.

Además de una finalidad ornamental y práctica, proporcionando luz y aire a los interiores de los palacios, las balconadas se convirtieron en un elemento esencial de la vida civil, permitiendo a los nobles la asistencia a los acontecimientos que sucedían en la calle sin necesidad de juntarse con la plebe. Desde estos balcones, profusamente decorados con pendones y tapices, los señores de la casa presenciaban acontecimientos solemnes como proclamaciones de monarcas, fiestas reales, desfiles militares o procesiones religiosas.

En el caso de las viviendas de la Plaza Mayor, por ejemplo, sus dueños estaban obligados a ceder los balcones a los invitados de los reyes los días de festejos como corridas de toros o juegos de cañas y también al celebrarse autos de fe o ejecuciones… dos sangrientos espectáculos que la sociedad madrileña no solía perderse.

El valor de estos balcones se reflejó en su estética y en el cuidadoso trabajo de su forja, por lo que era posible encontrar verdaderas joyas artísticas sujetas a las fachadas de la capital. Los propietarios de las viviendas pagaban impuestos en función del número de balcones y ventanas que daban a la calle.

Fue tal la importancia de estos elementos arquitectónicos en el Madrid de la época, que incluso Tirso de Molina les dedicó su comedia Los balcones de Madrid.

Desde principios del siglo XVII, Madrid gozó de un barrio entero dedicado a la producción de la forja menor, entre la que destacaban las balaustradas. Se trataba del antiguo barrio del Barquillo, actual barrio de Chamberí, más conocido en la época como “barrio de la Chispería”, en alusión a las chispas que las forjas arrojaban a las calles.

En estas pequeñas forjas se fabricaron gran parte de las balaustradas con las que se surtieron los inmuebles que alojaron a la Corte en el entorno del antiguo Alcázar. Estas modestas herrerías llegaron a crear una auténtica escuela madrileña de fama, no sólo en Madrid, sino en toda España.

Durante el siglo XVIII, el barrio del Barquillo continuó siendo centro de producción, y los balcones adoptaron un estilo más ornamental y rococó, por influencia de los rejeros italianos y franceses que la nueva dinastía de los Borbones había traído a la capital para trabajar en las obras de forja del nuevo Palacio Real.

Sin embargo, durante el siglo XIX y a causa de la Revolución industrial, la producción del hierro se disparó, desbordando a estas herrerías artesanales con encargos de todo tipo. Ante la incapacidad de cubrir la enorme demanda, estos pequeños talleres y forjas del “barrio de la Chispería” perdieron su negocio y cerraron sus puertas, siendo sustituidos por fábricas donde la producción se realizaba ya mecánicamente, empleando el vapor como fuente de energía.

En muchas de las calles del Madrid de los Austrias aún podemos admirar in situ estas obras de arte. Entre ellas se encuentran los balcones más antiguos de la capital ubicados, desde 1537, en esta fachada de la Casa de Cisneros que da a la Calle del Sacramento, una de las arterias principales de la Villa en el siglo XVI.

Asomados a los balcones de esta histórica casa palacio de estilo plateresco, sus habitantes podían disfrutar, hace casi cinco siglos, de unas vistas compuestas por palacios, conventos y caserones de aquel Madrid desaparecido.

A pesar de que los balcones han ocupado un lugar secundario en la Historia urbanística de Madrid, hoy les otorgamos un valor excepcional, no sólo como medio de contacto con el exterior sino como elemento canalizador de solidaridad. Sabemos que cuando acabe esta horrible situación de confinamiento nada será como antes y tendremos que adaptarnos a una realidad diferente a la que conocimos… pero nunca olvidaremos aquella magia que surgió entre vecinos en los balcones de nuestras calles y que nos ayudó a confiar en que volverían los buenos tiempos.

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 - Víznar, 1936)

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, 1898 - Víznar, 1936)

Si muero.
Dejad el balcón abierto.
El niño come naranjas.
(Desde mi balcón lo veo.)
El segador siega el trigo.
(Desde mi balcón lo siento.)
¡Si muero, dejad el balcón abierto!
— Federico García Lorca


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