Sucedió mañana
De La Gaceta de Madrid al BOE
¿Sabías que la primera publicación periódica española vio la luz en Madrid? ¿Y que se ha editado, casi ininterrumpidamente, desde el siglo XVII hasta nuestros días? Se trata del Boletín Oficial del Estado y aunque hoy lo asociemos con un diario dedicado exclusivamente a la difusión de leyes no siempre fue así.
Durante mucho tiempo, además de información de interés sobre aspectos gubernamentales, esta cabecera dio buena cuenta de la crónica social de la corte, ocupándose de bodas, bautizos, vacaciones regias, obituarios y cualquier celebración civil o religiosa que se preciase.
Así, antes de que la prensa rosa y el papel couché llegasen a nuestras vidas, en sus páginas se podía conocer, entre otros muchos temas, qué tiempo tenían los reyes en El Escorial y cuándo planeaban mudarse a Aranjuez; la crónica de los principales festejos taurinos del país; una relación de las «tragedias, comedias y dramas representadas con aplauso en los teatros de esta corte»; o novedades de las mejores fiestas celebradas en los palacios de París o Roma.
Con más de tres siglos y medio de historia, el BOE ofrece quizá el mejor testimonio documentado de la transformación de España en todos estos años. Aunque no siempre se le conoció con este nombre y antes que él hubo otros instrumentos para contar las noticias.
UNA CUESTIÓN DE TIEMPOS _
La producción y recepción de información es hoy en día un flujo continuo y las noticias se publican casi a la vez que suceden. Puede que la palabra periodismo, que viene de periodo (ciclo de tiempo), tuviera mucho más sentido cuando los diarios salían en momentos determinados, al despuntar el alba o al atardecer, y sus portadas eran pregonadas por los voceadores de prensa. Pero la cosa viene de mucho antes. Y es que, si tuviéramos que vincular el origen de la profesión a cuando se institucionalizó un sistema estricto de publicaciones, estaríamos privándonos de una parte importante de nuestra historia.
El diccionario de la Real Academia Española recoge por primera vez «periódico» como adjetivo en 1780 y como sustantivo en 1817; «periodista» en 1822 y «periodismo» en 1869. Sin embargo, está claro que, con otros nombres y formas, en España, como en la mayoría de países, la difusión sistemática de noticias se venía practicando hacía ya tiempo.
INFORMACIÓN PARA TODOS_
Avanzando el siglo XVI, el desarrollo de la imprenta jugó un papel decisivo en la popularización de la cultura, que antes se había transmitido principalmente de manera oral. Las relaciones de sucesos permitieron acercar a gente de toda condición novedades y acontecimientos de lo más variados. Aunque muchos no supieran leer, el boca-oído servía para propagar sus noticias y las clases populares disfrutaban con este nuevo entretenimiento a través del cual dejaban volar su imaginación oyendo lances y peripecias acaecidos en otras partes del reino o incluso del extranjero, territorios que probablemente nunca llegarían a pisar.
En paralelo a ese público agradecido, que consumía sin criterio lo que se le pusiera por delante, pronto empezó a detectarse la necesidad de informar a una audiencia más ilustrada, con nobles y burgueses a la cabeza. Ellos, debido a sus intereses comerciales o políticos, demandaban comunicaciones más concretas y periódicas: precios en ferias internacionales, avances en las negociaciones diplomáticas, estado de las contiendas, situación de los puertos, regulación administrativa en determinados países, etc. Aunque a finales del XVI tenemos constancia ya de relaciones de avisos seriadas (lo que nos habla de cierta regularidad en su aparición) el salto cualitativo estaba por llegar.
Hasta entonces, la información de mayor utilidad la manejaban —de manera restringida y a través de cartas informativas— los que podían sufragarse redes privadas de corresponsales (normalmente la nobleza o banqueros poderosos, como los de la familia Függer). Ahora, gracias a los medios técnicos y las ideas de algunos visionarios en el mundo de los negocios, se iba a llegar a un concepto más público de la información. Es cierto que también en este caso las noticias tenían un precio pero, sin duda, iba a ser más fácil de costear. Así nacieron las gacetas.
POR UNA MONEDA_
Evolución natural de los avisos, el origen de las gacetas (también conocidas como mercurios en honor al dios romano mensajero y protector de los comerciantes y viajeros) se ubica en Italia (probablemente en Venecia, aunque es sobre todo en Bolonia, junto con Génova y Milán, donde más esplendor alcanzarán). Su nombre proviene de una de las monedas locales, la gazzetta, con la que se podía adquirir el nuevo producto informativo.
Este tipo de publicaciones pronto se extendieron por toda Europa, aunque tardaron algo más de tiempo en llegar a España. La primera referencia al término en castellano nos la da en 1609 Luis de Góngora refiriéndose a los periódicos que se publican en el viejo continente. Para encontrarlo impreso en una cabecera hay que remontarse a 1618. Ese año, tanto en Sevilla como en Valencia empezaron a imprimirse traducciones de la Gazeta romana.
No es casual que las primeras gacetas españolas surgieran en ciudades con importantes puertos fluviales o marítimos, demarcaciones estratégicas en las rutas comerciales del momento. Tampoco lo es la fecha en la que empiezan a publicarse, justo antes del estallido de la Guerra de los Treinta Años, un conflicto que alteró profundamente los intereses geopolíticos, religiosos, económicos y propagandísticos en Europa.
Pero, al margen de estos ejemplos que no eran producciones originales sino traducciones de trabajos italianos, la mayoría de estudiosos no dudan al otorgar el título de primera publicación periódica española a una que en 1661 nació no junto al mar sino a escasos kilómetros de un «aprendiz de río» (como llamó Francisco de Quevedo al Manzanares): La gaceta de Madrid.
JUEGO DE TRONOS_
A pesar de que, en sus orígenes, la mayoría de gacetas surgieron como negocios privados a nadie se le escapa que su difusión fue favorecida por los monarcas que, en cada reino, vieron en este nuevo invento un instrumento con el que no solo transmitir noticias sino también difundir informaciones con un sentido propagandístico, ensalzando sus éxitos y, por supuesto, ocultando o maquillando sus errores para conformar una opinión pública favorable a los intereses de la corona. Por eso, era frecuente que en estos papeles hubiese más noticias del extranjero que locales, ya que interesaba desviar la atención.
Al final, el control sobre los contenidos se ejercía, indirecta aunque decisivamente, a través de la concesión de la obligatoria licencia o privilegio real de impresión, que se solían otorgar en régimen de exclusividad o monopolio. De este modo, los editores se convertían, de algún modo, en portavoces de los intereses reales.
Sin embargo, en la Villa y Corte la primera gaceta nació díscola y —en su origen— no estuvo vinculada a la conveniencia del Rey sino a los de determinadas facciones cortesanas lideradas por don Juan José de Austria (hijo ilegítimo de Felipe IV y la actriz María Calderón), quien le encomendó al flamenco Francisco Fabro Bremundán, —impresor originario de Borgoña y, a la sazón, su secretario particular—, que difundiera sus hazañas militares a través de una nueva publicación para cimentar así su posición en la corte. Con periodicidad mensual, numerada y paginada, esta Gazeta Nueva se empezó a publicar en una imprenta de la madrileña Plazuela del Ángel.
Detrás de esta campaña de marketing encubierta había, claro, una explicación. Hacía tiempo que la segunda esposa de su padre, Mariana de Austria, miraba con recelo al bastardo por el peligro que pudiera suponer para los intereses de su vástago, el Infante Carlos, único hijo legítimo superviviente del Rey. Las fricciones fueron a más y, a la muerte del monarca, don Juan José se convertiría abiertamente en líder de la oposición al gobierno de la regente. Parece que la campaña de autobombo en su gaceta no le fue mal y, con su hermano ya en el trono reinando como Carlos II, acabó separando a su enemiga de la corte y ocupando él mismo el cargo de primer ministro.
El gobierno del adulterino duró poco porque le sobrevino la muerte (hay quien dice que por envenenamiento). Pero, sea como fuere, a su iniciativa le debemos que Fabro Bremundán haya pasado a la historia como el primer gacetero español.
BAILE DE NOMBRES_
El invento de Juan José de Austria y Bremundán vio la luz con un título algo extenso que rezaba: Relación o Gazèta de algunos casos particulares, assí políticos como Militares, sucedidos en la mayor parte del Mundo, hasta fin de Diziembre de 1660. A partir de su tercera entrega y durante muchos años pasaría a ser denominada simplemente como Nueva gaceta. Después, con el de Austria ya como primer ministro del gobierno de su hermano, mudó el nombre al de Gaceta ordinaria de Madrid, otorgándole por primera vez a Bremundán, además de licencia, privilegio real para imprimir.
Tras bastantes altibajos, la estabilidad, en su periodicidad y en su nombre llegarían en 1697, cuando el Rey Carlos II intervino para conceder su gestión al empresario navarro Juan de Goyeneche. Comenzó así la era de la Gaceta de Madrid, bautizada puntualmente con otros nombres ante determinados acontecimientos históricos (Gazeta del Gobierno, Gazeta de la Regencia de las Españas, Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España o Gaceta de la República) y hoy conocida como Boletín Oficial del Estado.
GOYENECHE, UN HOMBRE ‘PRIVILEGIADO’_
Hoy en día es habitual escuchar términos como innovación o start-up y los asimilamos como conceptos propios de nuestro tiempo. Pero, aunque en la actualidad la producción de periódicos parezca un negocio en vías de extinción, en el siglo XVII algunos visionarios encarnaron buenos ejemplos de emprendimiento en el incipiente sector editorial.
Uno de ellos fue el fundador del Mercurio histórico y político, Salvador José Mañer, quien en 1738 se embarcó en la aventura de traducir al castellano la cabecera que con el mismo título —pero en francés— se publicaba en La Haya y en la que se informaba de lo que sucedía en todas las cortes de Europa. Con el tiempo la publicación se fue enriqueciendo al introducir informaciones procedentes de otros periódicos extranjeros y nacionales y alcanzó tanto peso que, como veremos más adelante, suscitó el interés de la Corona que quiso y logró tenerla bajo su control. Por su valiosa aportación, Mañer es considerado, a todos los efectos, uno de los precursores del periodismo nacional.
Antes que él, otro hombre de negocios que supo ver el potencial de la actividad editorial fue el navarro Juan de Goyeneche, quien ocupó altos cargos en la Corte del último monarca de la casa de Austria, Carlos II, como tesorero de la Reina Mariana de Neoburgo. Sus inquietudes intelectuales le situaron desde joven en el entorno de los que buscaban una renovación del panorama político, científico y cultural del país para salir de la decadencia en la que estaba inmerso.
Goyeneche intuyó que el periodismo podía ayudarle en sus intereses y en 1697 adquirió el privilegio de impresión de la Gaceta (que por entonces, tras muchas vicisitudes, estaba en posesión de la Junta de Patronos de Hospitales de Madrid). Al ser bajo su control cuando empieza a denominarse como Gaceta de Madrid algunos le consideran su fundador, pero en realidad la publicación iba ya camino de las cuatro décadas de trayectoria.
El empresario convirtió la publicación en el primer periódico español de corte moderno, dotándola de una periodicidad inexistente hasta entonces y configurando una plantilla de redactores, corresponsales y traductores que hicieron que la sociedad madrileña fuera una de las mejor informadas de la época.
El proyecto adoptó un modelo a caballo entre periódico de noticias y boletín oficial. En él tenían cabida por igual tanto reseñas de sucesos o espectáculos como disposiciones oficiales dictadas por las secretarías de Estado.
Tras su llegada al trono Felipe V, gustoso de cómo se trataban estos asuntos en la Gaceta, protegió al prócer navarro confirmando en 1701 sus privilegios de impresión para él y sus descendientes y prohibiendo que se pudiera imprimir otra relación de ese tipo.
Pero nada es para siempre y las palabras, incluso las escritas, pueden ser barridas por el viento… ¡O por los intereses de otros gobernantes! La Gaceta de Madrid del 13 de abril de 1735 recogía una nota necrológica de la muerte de Juan de Goyeneche. Menos de 30 años después otra orden real obligaría a sus descendientes a entregar su preciado bien a la Corona.
UNA IMPRENTA PROPIA_
Antes de morir, Goyeneche intentó dejar bien atada la gestión de su gaceta y vinculó el privilegio de impresión que le había concedido el Rey al mayorazgo correspondiente al conde de Saceda, título que ostentaba el segundo de sus hijos.
Caballero de Santiago, gentilhombre de Cámara del Rey y mayordomo y tesorero de Isabel de Farnesio, pese a todas sus ocupaciones, Francisco Miguel de Goyeneche tuvo tiempo para cuidar del legado editorial de su padre y acrecentarlo. Al poco tiempo de estar bajo su control, la Gaceta llegó a tener imprenta propia, instalada en su palacio de la calle Alcalá (el mismo edificio que ha llegado a nuestros días como sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde que fuese adquirido por Carlos III).
«EXPRÓPIESE»_
Además de un cambio de dinastía, los Borbones trajeron a España ambiciosos planes de transformaciones sociales y políticas. Querían elevar el nivel cultural y artístico del país para asemejarlo a Francia y no escatimarían recursos para ello. Pronto cayeron en la cuenta de que controlar la información difundida en la prensa periódica podía contribuir de manera decisiva a su causa.
Después de años intentando sin éxito hacerse con su control, en 1756 la Corona logró intervenir El Mercurio. El ministro Ricardo Wall, que ocupaba la primera Secretaría de Estado, empleó como excusa la inclusión en sus páginas de una desafortunada noticia para nacionalizar el privilegio de impresión de esta publicación que, con el tiempo, pasaría a conocerse como El Mercurio Español; El siguiente objetivo sería hacerse con el control de la influyente Gaceta de Madrid y, argumentado que esta se publicaba con errores de forma y contenido, lo consiguió seis años después. Carlos III retiró el privilegio real de impresión al hijo y sucesor de Juan de Goyeneche y en sus páginas del martes 12 de enero de 1762 se leía:
Desde el Martes proximo 19 de este mes en adelante se encontrará a la Gaceta en la calle de las Carretas, casa de D. Francisco Manuel de Mena, en donde se vende el Mercurio; y se advierte, que se formará, imprimirá y venderá de cuenta de S. M. habiéndose dignado incorporar á su Corona el Privilegio de venderla, que estaba enagenado, para que experimente el Público, entre otras ventajas, la de tenerla en mucho mejor papèl, y con más frescas fundadas noticias [...].
El Mercurio y La Gaceta fueron desde ese momento dos gallinas de los huevos de oro para la Corona, a la que generaron cuantiosos ingresos.
IMPRENTA REAL_
El nivel de producción impresa con ambas publicaciones creció de tal manera que acabaría propiciando con el tiempo la creación de uno de los proyectos que, en su afán por promocionar el pensamiento ilustrado, más ambicionaron el propio Wall y otros secretarios de Estado como Floridablanca: la creación de la Imprenta Real. De ella saldrían numerosas publicaciones, pero la Gaceta de Madrid se mantuvo siempre como la más rentable.
Para que la nueva institución tuviera una sede a la altura del proyecto se adquirieron siete casas en el entorno de las calles Carretas y Paz. Ese espacio lo ocupan hoy en día un lujoso hotel de cinco estrellas y el teatro Albéniz. Los gastos de adquisición de terrenos y construcción del edificio fueron cuantiosos pero se sufragaron fácilmente. El interés que despertó entre madrileños y foráneos la Revolución Francesa hizo que la Gaceta tuviera que aumentar su tirada y, con ello, viera incrementados también sus ingresos.
La Imprenta Real sería la encargada de publicar la Gaceta de Madrid hasta la supresión de esta institución en 1886. Desde entonces fue pasando por diversas instituciones de la administración pública hasta la configuración de la actual Agencia del BOE, ya en el siglo XXI.
PRENSA CULTA Y POPULAR_
El siglo XVIII fue, sin duda, el de la expansión editorial. Fruto de la iniciativa privada, empezaron a surgir otras publicaciones que buscaban atraer nuevos públicos.
Las clases más populares consumían con agrado los almanaques y pronósticos, en los que además de grabados y la predicción metereológica encontraban pensamientos, pautas de conducta o enseñanzas morales. Si hoy en nuestro entorno digital hablamos del clickbait (esos enlaces con titulares efectistas a modo de gancho para generar más visitas) en la época estas publicaciones ya tiraban del sensacionalismo para atraer a los lectores con nombres grandilocuentes como El Juicio del año. Este almanaque ofrecía pronósticos (no solo del tiempo sino también sobre asuntos sociales y políticos) para cada estación pero, en la práctica, era algo más parecido a unos pasatiempos y, más que informar, entretenía.
Entretanto, las gacetas continuaron consolidándose como el principal vehículo de transmisión de las ideas ilustradas y se expandieron por todas las grandes ciudades. En la capital aparecen también otras cabeceras dentro de lo que se dio a conocer como la prensa culta, como el Diario de los Literatos de España o el Diario Noticioso, Curioso, Erudito, Comercial y Político, conocido después como Diario de Madrid y que es la primera publicación de periodicidad diaria de España.
Estos nuevos papeles periódicos tenían entre su público objetivo a nobles, militares o clérigos y también a profesionales liberales como médicos, abogados o comerciantes, que los podían adquirir en librerías o puestos callejeros (voceados por personas ciegas) o leer en los cafés.
PALABRAS AMORDAZADAS_
Para poder imprimirse, toda nueva publicación debía contar con el permiso del Consejo de Castilla y estaba sometida, de manera preventiva, a la censura eclesiástica.
En un reparto no del todo equilibrado del tablero de juego, esta prensa culta de nuevo cuño tenía que dedicarse principalmente a cuestiones económicas o culturales, ya que la información política y militar estaba reservada a los periódicos oficiales, es decir, la Gaceta de Madrid y El Mercurio.
Con todo, hubo momentos en los que la Corona decidió recrudecer el control y la censura llegando a decretar la supresión temporal de toda prensa que no fuera la que saliera de la Imprenta Real. Sucedió, por ejemplo, con Carlos IV, que quiso así evitar que se propagasen por España las noticias sobre la ejecución de la familia real francesa.
EL SALTO A BOLETÍN OFICIAL_
Como hemos visto, la Gaceta se convirtió en un verdadero periódico oficial con Carlos III, pasando a ser censurado, administrado y orientado ideológicamente por el Estado. Pero la transformación hasta llegar a ser lo que conocemos hoy, un Boletín con la información legislativa del Estado, se produjo bastante después y en ello tuvieron mucho que ver los convulsos acontecimientos políticos del siglo XIX y la consolidación del estado liberal.
La constitución de Cádiz en 1812 y el intenso proceso legislativo que vino después hizo necesario consolidar un órgano oficial que diera a conocer toda la legislación que, además, desde su misma publicación, pasaba a ser de obligado cumplimiento para los ciudadanos. La Gaceta ya publicaba casi desde su nacimiento muchas de las normativas que salían de los órganos de gobierno pero lo hacía combinándolas con informaciones de todo tipo. Las nuevas circunstancias dotaron de un nuevo sentido práctico a esta histórica cabecera.
En 1886 se determina que la Gaceta solo contendrá documentos de interés general (leyes, decretos, sentencias de tribunales, contratos de la Administración Pública, anuncios oficiales…) y se establece una jerarquía para los documentos (las leyes y reales decretos y reales órdenes siempre los primeros) y un orden de aparición por antigüedad de los ministerios a los que competen.
Para que el nuevo modelo tuviera éxito y la información sobre las leyes llegase hasta el último rincón del país se obligó a todas las instituciones públicas a que se suscribiesen a la Gaceta. A la par, empezaron a editarse otra suerte de boletines (eclesiásticos, militares, profesionales…) pero con un carácter meramente informativo y recogiendo en muchos casos las normas publicadas en la Gaceta que afectaban directamente a su gremio o jurisdicción.
CUESTIÓN DE BANDOS_
Camino de sus cuatro siglos de historia la Gaceta no solo ha dado cuenta de la historia de España sino que la ha vivido en primera persona, viéndose afectada muchas veces por los vaivenes políticos y sociales.
De sus primeras etapas se recuerda como, aunque durante los trece años que duró la Guerra de Sucesión la Gaceta de Madrid estuvo al servicio de Felipe V, en las dos ocupaciones de la capital por las fuerzas aliadas (1706 y 1710) cambió de bando y apoyó la causa del archiduque Carlos de Habsburgo cambiando incluso su numeración.
Casi un siglo después, en 1808, con las tropas galas campando a sus anchas por España, volvió a mudar la piel, pasando de ser periódico de oficio de la Monarquía española a periódico oficial del Imperio francés. Gracias al beneplácito de Fernando VII, los invasores controlaron a sus anchas los contenidos de la publicación. Así se explica que en la Gaceta del 3 de mayo no se hiciera mención alguna a los levantamientos del pueblo el día anterior y en la sección ‘España’ se informara sin embargo de un Te Deum en la parroquia de Reus como acción de gracias «por la feliz exaltación de Fernando VII al Trono de las Españas».
En el tiempo en el que el país buscaba librarse de la acción de los vecinos usurpadores, entre 1809 y 1814 la Gaceta llegó a tener tres denominaciones, conforme a los tres órganos que en aquellos años ejercieron las competencias del ejecutivo: la Gaceta del Gobierno, la Gaceta de la Regencia de España e Indias y la Gaceta de la Regencia de las Españas. Circunstancialmente, estas cabeceras tuvieron que editarse primero en Sevilla y después en Cádiz, donde los órganos de Gobierno del Reino se desplazaron ante el avance de las tropas galas, pero siempre se declararon continuadoras de la de Madrid. Hasta la ciudad del Guadalquivir y la tacita de plata se trasladaron desde la capital los redactores y operarios de la Imprenta Real y el nombre de esta institución apareció siempre en sus páginas. El 12 de mayo de 1814, con Fernando VII de nuevo en el trono, la gaceta recuperaba la histórica cabecera de Gaceta de Madrid.
Ya en julio de 1936, con el estallido de la Guerra Civil, al tiempo que el corazón de España se partía en dos, la razón de ser de la Gaceta también se dividía. Cada bando difundió su propia publicación. Desplazado a Valencia, el gobierno de la República editó desde allí y hasta finales de marzo de 1939 la Gaceta de la República. Diario oficial. Por su parte, el gobierno de Franco, establecido en Burgos, empezó a publicar el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional, que desde octubre de 1936 pasó a denominarse Boletín Oficial del Estado.
A modo de subtítulo (Boletín Oficial del Estado. Gaceta de Madrid), la denominación histórica volvió a acompañar la cabecera de la publicación oficial entre 1961 y 1986, fecha en la que sería borrada para siempre. Como puede comprobarse, la historia del actual BOE ha dado mucho de sí.
RENOVARSE O MORIR_
Para bien o para mal, Internet llegó a nuestras vidas como un auténtico tsunami transformando la forma de relacionarnos, de comunicarnos y, como no, de consumir noticias. Año tras año la producción de prensa en papel disminuye perdiendo terreno frente a la digital y los diarios parecen sentenciados a quedarse como productos minoritarios para quienes sepan disfrutar de placeres analógicos como escuchar música en discos de vinilo o pasar las hojas de un buen libro.
En 2009 el BOE pasó página y dio también el salto a la versión digital en la Red (aunque por seguridad se siguen editando algunos pocos ejemplares de cada número en papel). Antes ya había experimentado con otros formatos como el microfilm (1984), el CD-Rom (1998) o el DVD (2001). Además de la versión actual, toda la colección histórica de la Gaceta está también digitalizada desde sus orígenes y es de libre acceso.
Actualmente además de las leyes aprobadas por las Cortes Generales se publican también las disposiciones emanadas del Gobierno de España y las disposiciones generales de las Comunidades Autónomas.
Sin duda, podría parecernos más entretenido en otros siglos, cuando se asemejaba más a un semanario con crónica social y nos ofrecía noticias como esta:
San lorenzo Abril 26. de 1700 Carlos II
TOdos eftos dias corren vnos vientos muy frios,lo que ha embarazado la
frequente Calida de fus Mageftadcs alCampo,y no obftante elReyN.S.
no dexa de falir los mas dias. Para el día 4*de Mayo han determinado fus
Mageftadesel mudarte al Real Sitio de Aran juez,haziendo tranfíto porMadrid.
Oy murió el Marqués de Morcara , Mayordomo del Rey N. Señora
Sin embargo, y aunque queda mucho camino por andar en cuanto a hacerlo más accesible —y comprensible— para la ciudadanía y a la hora de garantizar que todas las leyes se cumplan tal y como se acordaron, el BOE es un pilar esencial para nuestra democracia y en sus páginas se sigue escribiendo, negro sobre blanco, la historia de un país que ha ido conquistando derechos y libertades.