Fashion victims

Plaza de Antón Martín. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Plaza de Antón Martín. Madrid, 2022 ©ReviveMadrid

el pueblo de madrid contra esquilache

¿Qué crees que refleja una persona con su manera de vestir? La indumentaria que cada uno elegimos dice mucho de nosotros. No sólo se trata de una forma de reafirmar nuestra identidad o estilo de vida, sino también de expresar nuestra personalidad e incluso nuestra pertenencia a un grupo social determinado, diferenciándonos de los demás.

Qué sería de los góticos sin su peculiar forma de vestir, siempre de negro… de los raperos, con ropas anchas, zapatillas deportivas y gorra… o de los punks sin sus cazadoras de cuero, sus botas y sus tachuelas…

Pues bien, en la España de la segunda mitad del siglo XVIII, las capas largas y los sombreros de ala ancha definían al pueblo llano… un atuendo que el gobierno de Carlos III decidió prohibir, haciendo rebosar el vaso de la paciencia de los madrileños y dando lugar al conocido como Motín de Esquilache en marzo de 1766.

Un rey ilustrado_

Carlos III de Borbón hubo de abandonar el trono de Nápoles para hacerse cargo de la corona de España en 1759, tras la muerte sin descendencia de su hermano Fernando VI, intentando desde un principio llevar a cabo profundas reformas ilustradas que acercasen nuestro país a la situación de otros países europeos.

Sin embargo, al poco de echar a rodar su reinado, Carlos III se vio sorprendido por la mayor crisis que tendría que hacer frente él o cualquier otro miembro de su dinastía en ese siglo. Y es que el Motín de Esquilache interrumpió una etapa de tranquilidad interior en España que se alargaba desde tiempos de la Guerra de Sucesión.

Antecedentes_

El nuevo rey basó su gobierno en ministros extranjeros a los que tenía en alta estima, pero no eran bien vistos por el pueblo. Uno de ellos, el napolitano Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache, antiguo hombre de su confianza, heredó la secretaría de Hacienda y Guerra, puesto que ya había desempeñado junto al monarca en Nápoles. Así comenzó una época de cambios que tenían como fin mejorar la situación de nuestro país.

Sin embargo, el programa de modernización de la villa de Madrid propuesto por Esquilache no resultó positivo para todos los ciudadanos.

La suciedad, insalubridad e inseguridad de la Villa eran indignas de una Corte ilustrada, por lo que se inició la construcción de pozos sépticos, alcantarillado, iluminación e incluso se prohibió que los cerdos deambularan por las calles.

La parte negativa de todos estos avances es que eran los madrileños quienes estaban obligados a costear estas mejoras. Los dueños de inmuebles fueron autorizados por el gobierno a repercutir estos costes en los precios de los alquileres, provocando que muchos madrileños no pudieran afrontar el pago de sus cuartos.

Además, la instalación de farolas propició una brutal subida del precio del aceite y la desaparición de las velas de sebo, por lo que muchas de las viviendas populares quedaron a oscuras.

Todas estas medidas no hicieron más que generar descontento en el pueblo de Madrid, a todos los niveles.

La nobleza_

La alta nobleza española, había sido desplazada de los cargos importantes por ministros más eficaces que gobernaban de forma conjunta con el rey, centro político de todas las decisiones del reino.

La reducción del número de nobles, con el objetivo de reformar la Hacienda real y crear un cuerpo de contribuyentes estable, condujo a que muchos de estos funcionarios, que en la época de los Habsburgo podían acceder al título nobiliario mediante el mero servicio militar, político o incluso mediante su compra o los méritos de sus antepasados, sólo pudiesen acceder al estamento privilegiado por medio de verdaderas acciones beneficiosas para la comunidad.

Este sistema, donde primaba la “meritocracia”, permitió el ascenso de personajes muy preparados a los principales cargos institucionales, lo que ayudó a, por un lado, sentar las bases del Estado absolutista, y por otro a encontrar una serie de figuras que fueran capaces de dar respuesta a los verdaderos problemas de la monarquía española.

La iglesia_

La Iglesia chocó continuamente con el nuevo modelo estatal borbónico, que reducía considerablemente su influencia y su poder.

Al tener el monopolio de las creencias religiosas, el clero contaba con la sumisión casi total del pueblo llano, por lo que reducir su poder resultaba mucho más complejo que en el caso de la nobleza.

Carlos III apostó por frenar el “exhibicionismo” religioso, fruto de la mentalidad impuesta por los cánones del Concilio de Trento, impulsando una religión más intimista e individual, desvinculando la educación de la Iglesia, eliminar los ritos y supersticiones, etc.

El nuevo rey y sus ministros, aunque eran hombres religiosos, creían que la Iglesia debía ocuparse de las almas de los hombres y no gobernarlos ni tener influencia en la vida política.

Esta medida contribuyó al cierre de cofradías, al control sobre los sacerdotes, los obispos, y por tanto, de la propia Iglesia, propietaria de casi un 14% de la propiedad de la tierra en España.

Así, encontramos una nobleza y un clero que apostaban por la reacción frente a las medidas liberadoras de la Corona, que favorecían a la burguesía y la estructuración del Estado absolutista.

Ante la política reformista de Carlos III y sus ministros, ambos estamentos van a buscar el apoyo de las clases populares, especialmente la Iglesia, comenzando a infundir entre la población, muy sacralizada, el odio a los extranjeros y ministros que querían poner fin a la tradición tridentina.

El pueblo llano_

El denominado Tercer Estado, muy heterogéneo, fue el principal propulsor del levantamiento contra el marqués de Esquilache.

El crecimiento de la burguesía había favorecido el surgimiento de un proletariado urbano en España, que comenzó a aglutinarse en torno a las fábricas en las grandes ciudades, orientados a la creación de un ejército industrial cualificado que nutriese una nueva mano de obra capaz de favorecer el desarrollo de una producción capitalista.

Sin embargo, la realidad era que tanto la burguesía como el proletariado urbano seguían siendo clases sociales muy residuales dentro del Tercer Estado, que en la España de Carlos III continuaba monopolizado por campesinos atados a obsoletas leyes del vasallaje.

La crisis alimentaria_

Pero sin duda el principal campo de batalla del nuevo gobierno ilustrado fue la agricultura, base de la economía del país... y su principal rémora, ya que el sistema señorial y los bienes de manos muertas, que no podían ser comprados ni vendidos, impedían cualquier avance.

En 1765 se acumularon en España varios años de malas cosechas, situación que desembocó en el encarecimiento de los alimentos básicos y en la bajada de salarios de las clases populares.

El pan, elemento fundamental en la dieta de los madrileños, había duplicado su precio en cinco años. Los primeros meses de 1766 el precio del pan subió de 0,7 reales a 1,4… un precio excesivo teniendo en cuenta que el jornal de muchos trabajadores era de 4 reales. Lo mismo sucedió con el tocino, el vino, el aceite, la leña y otros productos básicos.

Este aumento desorbitado de los precios desembocó en severas hambrunas, padecidas exclusivamente por el pueblo llano, mientras la nobleza y la burguesía vivían holgadamente en sus palacios.

Esquilache, entonces, firmó una nueva ley que eliminaba el gravado en el precio del grano traído de otros lugares. Para ello se privó a los pequeños labradores de sus mulas, con el fin de utilizarlas para el traslado del grano.

Aún así la situación no mejoró y empezaron las protestas populares contra el ministro napolitano, pues las gentes consideraban que se estaba enriqueciendo a su costa.

A partir de entonces en Madrid comenzaron a publicarse pasquines anónimos denunciando los abusos del marqués: 

Yo, el gran Leopoldo Primero, marqués de Esquilache augusto, rijo la España a mi gusto

y mando a Carlos Tercero: hago en los dos lo que quiero, nada consulto ni informo,

al que es bueno, le reformo,

y a los Pueblos aniquilo,

Y el buen Carlos, mi pupilo, dice a todo “Me conformo”

Prohibición de capas y sombreros_

Las iras fueron concentrándose contra Esquilache que, por si fuera poco, decidió echar más leña al fuego publicando un bando que prohibía a los madrileños el uso de las tradicionales capas largas y chambergos (sombreros de ala ancha)… una medida que ya había sido emprendida en ocasiones anteriores, siempre con escaso éxito.

En opinión del ministro, ninguna ciudad que pretendiese aspirar a capital europea moderna podía permitir que sus habitantes paseasen embozados por lo que, apoyado por el rey, emitió el 21 de enero de 1766 un bando en el que prohibía el uso de las capas largas y los sombreros de ala ancha, inicialmente a los funcionarios de Palacio, bajo la amenaza del arresto. 

Esta medida se acató con rapidez y sin escándalos por lo que, animado por su éxito, Esquilache enseguida propuso la misma medida para toda la población madrileña.

El Consejo de Castilla le advirtió de que la reforma no debía ser impuesta de manera excesivamente brusca ya que podría provocar la irritación del pueblo, pero aún así Esquilache decidió seguir adelante.

El 10 de Marzo de 1766 se publicaba en las calles de Madrid el bando con la nueva ley. La reacción de la población madrileña fue inmediata: los bandos fueron arrancados y en su sustitución aparecieron cientos de pasquines que cubrían a Esquilache de injurias.

Sin embargo, el ministro no se rindió y emitió una orden por la cual se colocaron puestos en diversos puntos de las ciudades en los que los alguaciles, junto con un sastre, vigilaban el atuendo de los transeúntes. A aquéllos en los que no se observaba la nueva ley, se les cortaba la capa y se les doblaban las alas del sombrero, para convertirlo en un tricornio allí mismo. 

Esto sería para los madrileños la gota que colmó el vaso.

Comienzo del motín. Domingo_

El 23 de marzo de 1766, Domingo de Ramos, hacia las cuatro de la tarde, dos hombres embozados con capas largas y chambergos, vestimenta prohibida por el decreto de Esquilache, pasaron por delante del cuartel general de la plazuela de Antón Martín.

Varios soldados que montaban guardia no tardaron en increparles por aquel atuendo vetado, a lo que los embozados respondieron desenvainando su espada y silbando al mismo tiempo. Al instante, apareció tras ellos una banda popular armada y los militares se vieron obligados a huir. Había estallado el motín.

Una gran multitud de enfurecidos madrileños comenzó a marchar por la Calle de Atocha, donde se les fueron sumando cada vez más personas, unas dos mil, al grito de: ¡Viva el Rey! ¡Viva España! ¡Muera Esquilache!

En su recorrido fueron destrozando cuantos faroles encontraron a su paso y ocupando las plazas madrileñas para, ya de noche, poner rumbo a la residencia del Marqués de Esquilache (actual Casa de las Siete Chimeneas) para lincharle.

El ministro no se encontraba en Madrid, por lo que, tras vaciar la despensa, los asaltantes optaron por dirigirse a las casas de otros dos ministros italianos: Grimaldi y Sabatini.

El primer día de amotinamiento terminaba con la quema de un retrato de Esquilache en la Plaza Mayor por parte de una multitud que rondaba las veinte mil personas.

Lunes. Palacio Real_

El Lunes Santo (24 de marzo) se extendió la noticia de que Esquilache se encontraba en Palacio Real junto al rey, por lo que una muchedumbre, entre las que se contaba un significativo número de mujeres y niños, se fue congregando a sus puertas, en el Arco de la Armería.

A diferencia de la guardia española que no hizo el menor asomo de defenderse, la Guardia Valona, un cuerpo militar compuesto por extranjeros y muy mal visto por los madrileños, se mantuvo firme frente a la masa de manifestantes, terminando por abrir fuego y matar a una mujer.

Los amotinados, aún más enardecidos, coreaban consignas contra Esquilache y contra los valones.

una lista de peticiones_

El pueblo escogió a un sacerdote, el padre Cuenca, como portavoz para transmitir al rey las siguientes condiciones como esenciales para la disolución del motín:

  1. Que se destierre de los dominios españoles al marqués de Esquilache y a toda su familia.

  2. Que no haya sino ministros españoles en el Gobierno.

  3. Que se extinga la Guardia Valona.

  4. Que bajen los precios de los comestibles.

  5. Que sean suprimidas las Juntas de Abastos.

  6. Que se retiren inmediatamente todas las tropas a sus respectivos cuarteles.

  7. Que sea conservado el uso de la capa larga y el sombrero redondo.

  8. Que Su Majestad se digne salir a la vista de todos para que puedan escuchar por boca suya la palabra de cumplir y satisfacer las peticiones.

La lista incluía, además, graves amenazas, advirtiendo de que si no se accedía a las peticiones, treinta mil hombres harían astillas en dos horas el nuevo Palacio… y acababa con una sentencia: “de no hacerlo así arderá Madrid entero”.

Reunión del consejo_

En el interior del Palacio, por su parte, se estaba produciendo una crisis nunca antes vivida.

Carlos III reunió inmediatamente un consejo formado por el duque de Arcos (Capitán de la Guardia Palatina), el conde de Gazzola (italiano y Comandante de Artillería), el conde de Priego (Comandante de la Guardia Valona), el marqués de Sarriá (Mayordomo Mayor), el conde de Oñate (Civil) y el conde de Revillagigedo (Capitán General).

Los tres primeros eran partidarios de utilizar las armas contra los insurrectos, mientras que los restantes se opusieron al uso de la fuerza, señalando que los amotinados no cuestionaban la autoridad real, pero que si no se respetaban sus peticiones podía llegar a producirse un enfrentamiento armado y un baño de sangre de incalculables consecuencias.

Finalmente, el Rey se inclinó por esta segunda posición y accedió a cumplir las peticiones del pueblo.

Carlos III sale al balcón_

Carlos III salió al balcón de palacio y prometió dar satisfacción a los deseos de la multitud, tras lo cual se retiró, para ser nuevamente llamado al poco tiempo para ratificar su promesa.

Finalmente, en cuanto el pueblo vio que los guardias valones se retiraban hacia el interior del palacio, se calmaron los ánimos: el peligro había pasado, el pueblo había vencido.

Huida a Aranjuez_

Sin embargo, y en contra de toda apariencia, la tormenta popular no había cesado, Carlos III estaba a punto de cometer un error que la reavivaría en pocas horas al poner en tela de juicio la confianza que el pueblo madrileño había depositado en él.

Y es que, atemorizado y desconfiando de la agresiva multitud que había contemplado desde el balcón de Palacio, el Rey consideró que no estaba seguro en Madrid. Al amparo de la noche, partió hacia Aranjuez junto con toda su familia, incluida su anciana madre, Isabel de Farnesio.

Martes. El fuego se reaviva_

El Martes Santo (25 de marzo) Madrid amanecía tranquila, con la confianza del pueblo en el cumplimiento de la palabra real. Sin embargo, pronto corrió el rumor de que el monarca había partido secretamente a Aranjuez, asustado, llevando consigo a toda su familia.

La población se inquietó ante la posibilidad de que esa marcha pudiera ocultar la intención del monarca de doblegar a la ciudad utilizando al ejército.

Aumentó la agitación en las calles y se produjeron desórdenes y saqueos peores que los de la jornada anterior. Una turba armada de más de treinta mil personas asaltaron almacenes de comestibles, cárceles y cuarteles, dado lugar a sucesos incalculablemente más graves que los de la jornada anterior. La ciudad estaba en sus manos.

Se impuso el criterio de que era fundamental retener en la villa a las personalidades más importantes, en calidad de rehenes.

Diego de Rojas, obispo de Cartagena y presidente del Consejo de Castilla, fue tomado prisionero en su propia casa y obligado a redactar una carta destinada al rey en la que se detallaba un memorial de agravios.

Carlos III cede_

Por su parte Carlos III, consciente de la torpeza que supuso su marcha de la ciudad, hizo redactar una carta que se pregonaría por las calles de Madrid.

En ella, explicando su ausencia por una indisposición, ratificaba su promesa de respetar las peticiones populares pero advirtiendo que, al contrario de lo que indicaba una de las peticiones de los amotinados, no se presentaría ante su pueblo hasta que los ánimos se hubieran calmado.

La Guardia Valona fue retirada discretamente y no volvió a desplegarse en Madrid.

Con esto el pueblo quedó satisfecho. Las armas se devolvieron pacíficamente a los cuarteles de donde habían sido tomadas y así se disolvió el motín.

Esquilache se marcha_

La consecuencia más directa del motín fue el destierro de Leopoldo de Gregorio y su familia. El rey Carlos III, muy a su pesar, se vio obligado a destituirle para evitar males mayores.

El 26 de Marzo Esquilache partió con su familia hacia Cartagena, desde donde embarcaría días después de regreso a Italia para ocupar el puesto de embajador en Venecia.

En una de sus cartas, el destituido ministro mostraría posteriormente su amargura respecto a la ingratitud del pueblo madrileño:

“Soy el único ministro que ha pensado en su bien: he limpiado la ciudad, la he pavimentado, he hecho paseos, he mantenido la abundancia durante años de carestía. Merecía una estatua y me han tratado indignamente.”

El Conde de Aranda, capitán general de Valencia, que con sus tropas desplazadas a Aranjuez había protegido al amedrentado monarca, se convirtió en el hombre fuerte del nuevo gobierno, desplazando a los italianos y a los “golillas”.

Expansión del motín a otras ciudades_

La consecuencia más importante del motín de Madrid fue su expansión a otras muchas ciudades de España.

Durante el mes de abril que siguió al incidente, numerosas revueltas aparecieron en el País Vasco, ambas Castillas, Murcia, Aragón, Extremadura y Andalucía. Las protestas, en general, fueron las mismas: carestía de víveres, mala gestión de las autoridades, etc.

Los amotinamientos fueron mucho más pacíficos que en la capital y, aunque asustaron a las autoridades durante algún tiempo, enseguida fueron sofocados y no tuvieron mayor relevancia.

El Rey permanece escondido_

En Madrid, las aguas habían vuelto a su cauce, pero el rey y sus ministros permanecieron ocho meses más en Aranjuez, desconfiando de que una simple carta pudiera haber salvado la situación y conscientes del que el pueblo había salido victorioso: el rey temía al pueblo.

Represión posterior_

La represión tras el motín inició una etapa de mayor control social en el país: se permitió el arresto arbitrario de mendigos, parados o locos. Muchos fueron expulsados de Madrid, otros encarcelados, abocados a trabajos forzados o ahorcados.

Además, se comenzó a construir un nuevo correccional, ya fuera de la ciudad, en Vicálvaro, para evitar la liberación de los presos durante futuros motines.

Beneficios para Carlos III_

A pesar de todo ello, y aunque pueda parecer contradictorio, este alzamiento tuvo consecuencias positivas para Carlos III, ya que, pese a que tuvo que aceptar las exigencias de los amotinados, supo aprovechar el momento para consolidarse como monarca absoluto.

Por un lado las masas populares quedaron satisfechas tras el reconocimiento de sus exigencias y consideraron que el rey había rectificado y expulsado de la corte al pérfido italiano que había provocado tanta hambre.

Además, el levantamiento se convirtió en la excusa perfecta para que el monarca pudiera reducir el poder de la nobleza y la Iglesia, en especial esta última, que vio como sufría la expulsión de la Compañía de Jesús de los territorios españoles.

Expulsión de los jesuitas_

Y es que los jesuitas fueron el chivo expiatorio del motín contra Esquilache, convirtiéndose en enemigos de la Corona y del pueblo español.

Sus propiedades fueron expropiadas, tuvieron que dejar sus cargos en las universidades y seminarios y miles de miembros se vieron obligados a partir hacia el exilio.

La Compañía de Jesús fue expulsada de todos los reinos de la Monarquía Hispánica (Península e Indias) en 1767, siendo enviados a Roma casi 5200 jesuitas.

Consecuencias para el pueblo_

El Motín de Esquilache resultó un enorme éxito moral para las clases populares. Que un levantamiento iniciado en Madrid se expandiera por toda España y obligara a uno de los reyes más poderosos de la historia de su país a abandonar la capital y a acatar una serie de peticiones sin apenas plantar batalla era una prueba de que el pueblo tiene en sus manos la llave que abre la puerta de la libertad gracias a su capacidad de movilización.

No obstante, y en definitiva, las condiciones de vida de las clases populares no mejoraron. El frenazo a las reformas planteadas por Carlos III y su gobierno tras este levantamiento, supuso un parón a la revolución ilustrada y un anquilosamiento de la economía española en el Antiguo Régimen, lo cual a posteriori perjudicaría al propio desarrollo del país como nación obligada a competir con las grandes potencias capitalistas.

Vuelven las capas y los chambergos

Aunque las capas y chambergos permanecieron establecidas como indumentaria “nacional” en nuestro país tras el levantamiento, finalmente el Conde de Aranda logró desterrar ambas prendas de la cultura popular de una forma muy inteligente: fijándolas como uniforme para los verdugos.

En poco más de un año, nadie quería vestir como los ejecutores de la Villa y el pueblo dejó de usar este vestuario por iniciativa propia, adoptándose la moda de la capa corta y el sombrero de tres picos en toda España y demostrando que, muchas veces, la mano izquierda puede resultar mucho más efectiva que la imposición. Desde aquel momento se hizo buena la famosa burla de Carlos III hacia sus súbditos españoles, de quienes solía afirmar que eran como los niños: "lloran cuando se les lava y se les peina”.

Don Leopoldo de Gregorio, marqués de Squilacce (Mesina, 1699-Venecia, 1785)

Don Leopoldo de Gregorio, marqués de Squilacce (Mesina, 1699-Venecia, 1785)

Ya falleció de repente
el gran monstruo Esquilache,
y aunque el entierro se le hace,
no está de cuerpo presente.
Mucho llora su gente,
Parayuelo​ e Ibarrola,
Santa Gadea y Gazola,
no siendo cosa inhumana
que quien mandó a la italiana
sea servido a la española
— Pasquin escrito por el pueblo madrileño


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