Un refugio antiestrés
parque del retiro: pulmón e historia de madrid
¿Cuál dirías que es tu estación favorita del año? Estoy seguro de que la respuesta dependerá mucho del lugar en el que vives… en mi caso, me decanto por el otoño en Madrid. En esta época el clima es especialmente apacible en la capital, lo que permite disfrutar de largos paseos y hace que sus rincones luzcan con una belleza inusual… especialmente uno: el Parque del Retiro. Teñido de tonos rojos y marrones, sus paseos alfombrados de hojas secas que crujen bajo nuestros pies configuran una de las estampas más representativas del paisaje urbano madrileño… un pulmón verde en pleno centro de la ciudad, testigo de su evolución desde hace casi cinco siglos.
La crónica de este vetusto espacio tiene su origen en el llamado Cuarto Real, un aposento anexo al Monasterio de los Jerónimos que habitualmente era utilizado por los Reyes para reflexionar y reposar ante situaciones o decisiones delicadas. Durante un tiempo los monarcas hacían vida conventual junto a los frailes del monasterio para aclarar sus ideas… una especie de “retiro” espiritual que, con el tiempo, acabó dando nombre a este lugar.
Ya con la capital del reino en Madrid, Felipe II ordenaría ampliar estas estancias para su uso privado. Las rodeó de un modesto jardín que adornó con un estanque y comenzó a utilizarlas para “retirarse” del mundo cortesano en numerosas ocasiones, entre otras tras la muerte de su esposa Isabel de Valois y de su hijo Carlos de Austria, o tras el desastre de la llamada “Armada Invencible” contra Inglaterra.
Sin embargo, ese carácter reflexivo y sensato del “Rey Prudente” fue apagándose con su hijo y más aún con su nieto, Felipe IV, quien acabaría construyendo sobre este mismo espacio un lugar más concebido para el regocijo del cuerpo que para la relajación del alma.
Durante el primer tercio del siglo XVII, las cortes europeas barrocas eran puro teatro: primaban las fiestas, los juegos, los desfiles, las recepciones... Cada uno de los monarcas absolutistas necesitaba de un escenario donde llevarlos a cabo y el Palacio del Buen Retiro sería el de Felipe IV.
Su valido, Gaspar de Guzmán y Pimentel, Conde Duque de Olivares, animó a su rey a levantar entorno al Cuarto Real un complejo palaciego que sirviera, entre otras funciones, para albergar a los visitantes ilustres que llegaran a la Corte… de esta manera reyes, embajadores, príncipes y cortesanos no se verían sujetos a la rigidez del Alcázar.
Para su construcción se emplearon unas tierras próximas al Monasterio de los Jerónimos cedidas por el conde de Fernán Núñez. Una vez completado el proceso de anexiones, la superficie total a emplear para esta nueva empresa superaba las 145 hectáreas.
En mayo de 1633 un millar de trabajadores se ponía manos a la obra bajo las órdenes del arquitecto italiano Giovanni Battista Crescenzi. Las obras avanzaban a buen ritmo, algo a lo que contribuyó el sobrio gusto arquitectónico de los Austrias, con edificios prácticamente desprovistos de ornamentación externa. Sin embargo, la muerte de Crescenzi en 1635 iba a suponer un antes y un después en la evolucón del nuevo complejo palaciego.
El arquitecto español Alonso Carbonel sustituyó al italiano al frente de las obras, asumiendo el proyecto en solitario y haciendo lo que que estuvo en su mano… pero no pudo evitar lo inevitable: una falta total de coherencia entre los edificios que se iban construyendo.
A esta falta de plan se unieron la celeridad que el Conde Duque de Olivares imprimió a los trabajos, en su afán por complacer a Felipe IV, y los propios caprichos del monarca, que transformaba los planos a su antojo… cambiando la orientación de los balcones del invierno al verano, reconvirtiendo estancias en función de sus gustos o llegando a pedir que se demoliera un edificio entero, recién construido, para ubicar su propia estatua ecuestre… la que hoy preside la plaza de Oriente.
A pesar de los contratiempos, los trabajos continuaron a contrarreloj y en tan solo siete años se concluyó el proyecto, por debajo de los veinte que necesitó Felipe II para alzar El Monasterio de San Lorenzo del Escorial. Un tiempo récord teniendo en cuenta las dimensiones originales del proyecto, cuyos terrenos se extendían desde todo el Paseo del Prado hasta más allá del estanque actual del Retiro incluyendo todo el Barrio de los Jerónimos.
Un real decreto bautizaba el nuevo complejo como Palacio del Buen Retiro. Lo que había nacido como una residencia para altos dignatarios extranjeros, terminó convirtiéndose no sólo en un “parque temático” para el divertimento de Felipe IV… sino en uno de los asuntos más impopulares de su reinado: la miserable nación que por aquella época moría de hambre debía, además, pagar un impuesto extra para materializar el antojo de su rey.
Las más de veinte edificaciones originales se distribuían entorno a varios patios, al estilo de las plazas mayores de las ciudades pero con carácter lúdico, concebidas como escenario para justas, juegos de cañas y corridas de toros.
El teatro, una de las mayores aficiones del “Rey Planeta”, no podía faltar en este complejo. Conocido como Coliseo del Buen Retiro, más amplio y suntuoso que los corrales de comedia madrileños y adaptado para las más variadas exigencias de tramoya, llegó a acoger las mejores representaciones de los dramaturgos españoles del Siglo de Oro, como Calderón de la Barca, Tirso de Molina y Lope de Vega.
Con respecto a los jardines, se crearon al mismo tiempo que el palacio y se encargaron a escenógrafos procedentes de Italia para trabajar en el Coliseo teatral. Repartidas por estos jardines se construyeron siete ermitas, destinadas a la celebración de romerías, así como una leonera, en la que se exhibían animales salvajes, y una pajarera de aves exóticas.
Las infraestructuras hidráulicas fueron todo un hito a nivel de ingeniería para la época. Se construyeron dos viajes de agua, que no sólo abastecían a los palacios sino también a los estanques, y rías que adornaban los jardines.
Del estanque principal arrancaba un canal fluvial navegable, llamado “Río Grande”, que atravesaba el parque y que el Rey solía recorrer navegando sobre góndolas recubiertas de plata que hizo traer expresamente de Nápoles.
El palacio seguía el estilo sencillo y sin ornamentación propio de la arquitectura de los Austrias… una austeridad exterior que, sin embargo, dejaba paso en el interior a una fastuosa decoración, especialmente apreciable en dos espacios: el maravilloso salón de baile, decorado con frescos de Lucas Jordán, ( actual Casón del Buen Retiro), y el Salón de Reinos, un ala del palacio que llegó a albergar obras maestras de Velázquez, Zurbarán y Maíno, entre otros. Ambos espacios son los únicos que conservamos actualmente del original Palacio del Buen Retiro.
Con la llegada al trono de Carlos II, “El Hechizado”, el Buen Retiro cayó en el olvido. Su sucesor, Felipe V, lo promocionó de nuevo al elegirlo como residencia principal, dados sus reparos a vivir en el desaparecido Alcázar. El nuevo monarca quiso adaptar el Palacio del Buen Retiro al gusto versallesco de la nueva dinastía Borbón, pero de su propuesta solo pudo llevarse a cabo el jardín del Parterre.
Con su hijo, Carlos III, el Real Sitio cobró un nuevo impulso. Sus intervenciones sobre este espacio tuvieron un sentido ilustrado y científico: fundó la desaparecida Real Fábrica de Porcelana y el Real Observatorio Astronómico, como parte del plan que pretendía dotar a Madrid de una zona dedicada al estudio de las Ciencias Naturales, junto con el Real Jardín Botánico, el Gabinete de Historia Natural (actual Museo del Prado ) y un zoológico, el primero de Madrid, que estuvo ubicado en la actual Cuesta de Moyano.
En 1767, obligado por las revueltas del Motín de Esquilache, Carlos III autorizó por primera vez el acceso público al Buen Retiro, siempre que se acataran ciertas normas en el vestir: había que llevar vestido largo, pamela o sombrero y no se podía comer ni se podía entrar con mascotas. También era obligatorio respetar unos límites territoriales y de horario.
El Retiro se convirtió, a finales del siglo XVIII, en uno de los lugares más populares entre la alta sociedad, llegando a acoger acontecimientos tan insólitos como conciertos de música clásica y espectáculos pirotécnicos, organizados por Farinelli, ministro de Fernando VI, naumaquias, es decir, espectáculos en los que barcos construidos ad hoc recreaban batallas navales que se llevaban a cabo en el Estanque Grande (el actual), peleas entre toros y leones para diversión de los asistentes e incluso el primer vuelo en globo aerostático de la capital.
Sin embargo, este período de esplendor del parque acabaría en 1808 con la Guerra de la Independencia. Las tropas napoleónicas emplearon el Buen Retiro como cuartel general, provocando graves daños tanto en el palacio como en los jardines, además de su expolio, incluyendo la destrucción de la Real Fabrica de Porcelana del Retiro, la mejor de toda Europa, ubicada en el lugar en el que hoy se encuentra la estatua del Ángel Caído.
Tras la expulsión de los franceses, Fernando VII regresó a la capital en 1814. Por si no hubiera tomado bastante de los españoles, el “Rey Felón” se reservó un espacio del parque para uso y disfrute exclusivo de la familia real, decorándolo con “caprichos” paisajísticos, muchos de los cuales conservamos hoy día, como la Casita del Pescador, la Casa del Contrabandista, la Montaña Artificial, la Fuente Egipcia o la Casa de Fieras. También ordenó construir el primer Embarcadero Real en el Estanque Grande.
A partir de 1841, la reina Isabel II impulsó nuevas plantaciones de árboles de sombra y frutales, convirtiendo el espacio aquel silvestre, empleado originalmente por los Austrias para la caza menor, en un espacio adaptado para la vida pública, abriendo avenidas como esta, el Paseo de las Estatuas.
Hacia el final de su reinado, la “reina de los tristes destinos” vendió al Estado una parte del Buen Retiro para su urbanización, dando lugar al Barrio de Los Jerónimos. Finalmente, con su destronamiento tras la Revolución Gloriosa de 1868, el Real Sitio del Buen Retiro pasó a ser propiedad municipal, siendo declarado parque público… abierto, al igual que hoy día, al uso y disfrute de todos los madrileños.
El Parque del Retiro ha acompañado a Madrid en su recorrido vital hasta nuestros días… testigo de fiestas inigualables, cultura, guerras, vida y muerte. Hoy, como hace casi cuatro siglos, este sigue siendo ese espacio que nos ayuda a “retirarnos” del mundanal ruido y a disfrutar del silencio… como esos buenos amigos con los que sobran las palabras.