Al galope

Lugar en el que estuvo ubicado el hipódromo de la Castellana. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Lugar en el que estuvo ubicado el hipódromo de la Castellana. Madrid, 2020 ©ReviveMadrid

Hipódromo de la castellana, apuestas con glamour

Cada año el mundo de la crónica social vuelve sus ojos a una cita ineludible, las carreras de caballos de Ascot, para disfrutar del hipódromo con más glamour del planeta y de un desfile de mujeres ataviadas con sombreros y pamelas espectaculares pero… ¿sabías que Madrid también tuvo su Ascot particular en el siglo XIX? El antiguo hipódromo de la Castellana fue el símbolo aristocrático de una época en la que la sociedad madrileña cambió a Kate Middleton y Guillermo de Inglaterra por Alfonso XII y María de las Mercedes.

Los historiadores datan en 1835 la primera carrera de caballos que se celebró en España. Tuvo lugar en la madrileña Alameda de Osuna, una iniciativa que pronto cuajó en una sociedad en la que el único espectáculo de masas eran las corridas de toros. Este nuevo espectáculo, de origen británico, pronto deslumbró a la aristocracia madrileña deseosa de emular a sus pares ingleses, muy dados a asociar el deporte con la elegancia.

La afición al mundo de las carreras de caballos creció durante la segunda mitad del siglo XIX, durante el reinado de Isabel II. Se construyeron entonces en la capital diversos hipódromos improvisados, como los de la Casa de Campo o el de la Puerta de Santa Bárbara, ubicado en la Calle de Génova, en la manzana que hoy ocupa la sede del Partido Popular. Se trataba de un modesto hipódromo que contaba con cafetería y banda de música, pero que tan sólo se mantuvo abierto diez años.

Aquel Madrid elegante y aristocrático, en el que comenzaba a surgir una burguesía pudiente, debía contar con un hipódromo a la altura de las grandes ciudades españolas y europeas. Para construirlo se necesitaba un lugar lo suficientemente amplio, sin desniveles y cercano a la ciudad y el lugar elegido fue el Paseo de la Castellana, en el espacio que hoy ocupan los Nuevos Ministerios, que por aquel entonces se encontraba a las afueras de la ciudad.

Tras el exilio de Isabel II, el proceso de la Restauración borbónica se afianzaría con la boda entre el rey Alfonso XII y María de las Mercedes en 1878 y el nuevo hipódromo se convertiría en el regalo del Estado a la pareja real. La intención era que fuera inaugurado el mismo día en que se celebrase el enlace, el 23 de enero.

El Ejecutivo, encabezado por Antonio Cánovas del Castillo, encargó el proyecto al conde de Toreno, ministro de Fomento, que dispuso de apenas mes y medio para completarlo. Se nombró como responsable al ingeniero jefe de Madrid, Francisco Boguerín, y los trabajos se desarrollaron a un ritmo tan intenso, trabajando día y noche en pleno invierno, que varios obreros y presidiarios condenados a trabajar en la obra perdieron la vida.

Finalmente, el recinto no pudo inaugurarse el día de la boda y la apertura tuvo que demorarse hasta el 30 enero. Para entonces 60.000 personas se congregaron en el nuevo hipódromo para asistir al programa de apertura, previsto de siete carreras.

Durante los cincuenta años siguientes el hipódromo de la Castellana se iba a convertir en punto de encuentro de la alta sociedad madrileña. Comenzaba la fiebre por las carreras que aunaba moda, sociedad y deporte.

Paseo e hipódromo formaban un tándem que permitía ver desfilar a un engalanado tropel de nobles a bordo de carruajes y modernos coches con destino a las carreras… un lugar para ver y ser visto. Las mujeres se mostraban ataviadas con sombreros, tocas, crespones y vestidos emperifollados y los hombres uniformados, con chaqué o con traje de domingo. Era el “gran desfile de las rentas”, como lo denominó Ramón Gómez de la Serna.

Dentro del hipódromo los espacios estaban separados según las clases sociales. La tribuna central estaba destinada a la familia real, la aristocracia y la alta burguesía. Contaba con vestíbulos, tocador y comedor.

En segundo término estaban las tribunas laterales, gradas de cinco filas de asientos con un pequeño paseo en el que había puestos que distribuían viandas y refrescos. Estas tribunas estaban destinadas a los socios.

Por último, en torno a los Altos del Hipódromo, estaba lo que se llamaba el “tendido de los sastres”, pequeñas gradas para las que no había que pagar y que siempre estaban abarrotadas de gente. En torno a este espacio posteriormente se edificaría la colonia de El Viso.

Era tal la demanda los días de carrera que se decidió alargar la línea de tranvía para que llegara hasta el hipódromo, la línea Bombilla-Hipódromo, que en los días señalados establecía sus salidas cada cinco minutos.

La muerte de Alfonso XII en 1885 marcó el declive del lugar, que a punto estuvo de desaparecer. Además, durante esos años el hipódromo también vería cómo iba cambiando la sociedad madrileña: los carruajes y coches de caballos fueron sustituidos por automóviles y sus instalaciones se convirtieron en espacios polivalentes, destinados a acoger espectáculos de masas en la capital.

En el año 1903 el hipódromo de la Castellana se convirtió en la sede de la primera Copa del Rey de fútbol, que ganó el Athletic Club de Bilbao tras vencer al Madrid Foot-Ball Club, germen del actual Real Madrid Club de Fútbol. Este recinto llegó a acoger hasta una demostración aérea en 1911 que acabó en tragedia cuando el piloto francés Jean Mauvais estrelló su avión sobre la muchedumbre, matando a una mujer.

La Guerra de Marruecos en los años veinte y la llegada de la República supusieron la puntilla a un hipódromo que suponía un símbolo aristócrata y un tapón urbanístico para que Madrid creciera hacia el norte. En 1933, el nuevo Gobierno de la República derribaba el hipódromo y en sus terrenos, el arquitecto Secundino Zuazo comenzaría a erigir este complejo que hoy conocemos como Nuevos Ministerios, obra que no se concluiría hasta después de la Guerra Civil. Al mismo tiempo, se comenzaba a construir un nuevo hipódromo en Madrid, el actual Hipódromo de la Zarzuela, que se inauguraría en 1941.

Aunque hoy en día la afición por las carreras de caballos se mantiene entre los madrileños, no arrastra ni mucho menos las masas que el antiguo hipódromo de la Castellana, uno de los símbolos desaparecidos de aquel Madrid glamuroso de la Restauración, en el que el estilo de vida de la aristocracia se convirtió en un espejo en el cual la sociedad española, empobrecida y desencantada, no dejaba de mirarse.

Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 1947)

Fernando Fernández-Savater Martín (San Sebastián, 1947)

En las carreras de caballos, como en la fiesta de los toros, o en esa lectura de los clásicos, lo que no es leyenda es vulgaridad, o compás de espera hasta que se manifiesta la figura mítica. El rito fragua la cotidianidad de lo maravilloso… el ritual de la belleza
— Fernando Savater


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