El coloso en llamas
Alcázar Real, un incendio que cambió la historia
¿Sabías que en Navidad se incrementan los incendios en el hogar hasta un 25 por ciento en comparación al resto del año a causa de los adornos típicos de estas fechas? Un cortocircuito en las luces de un árbol o una vela decorativa olvidada pueden generar un incendio incontrolable en tan solo 50 segundos. El incendio del Real Alcázar de Madrid, durante la Nochebuena de 1734, es un ejemplo de que estos percances navideños también forman parte de la Historia de la capital.
El Real Alcázar de Madrid, además de ser residencia oficial de Felipe V y su familia, albergaba una maravillosa colección de obras de arte que incluía piezas de orfebrería, piedras preciosas y multitud de cuadros de artistas tan destacados como Tiziano, Tintoretto, Rubens, Ribera, Durero, Leonardo, Brueghel y Velázquez.
Felipe V no sentía mucha simpatía por el Alcázar, al ser un símbolo del anterior régimen de los Austrias. Además, el estilo austero del edificio chocaba directamente con el gusto francés en que se había criado, desde su nacimiento en Versalles. Sin embargo, nada hacía presagiar que, en la Nochebuena de 1734, el edificio sería foco de uno de los incendios más dramáticos en la Historia de Madrid.
Aquella noche, la Familia Real no estaba presente en el Alcázar por estar celebrando la Nochebuena en el Palacio del Pardo. Sobre las doce y cuarto de la madrugada, poco después del cambio de guardia, los soldados apreciaron llamaradas en una de las estancias del palacio. Rápidamente alertaron para evacuar el edificio, mientras los monjes del cercano convento de San Gil repicaban las campanas para avisar al pueblo de Madrid del incendio. El aviso fue ignorado al interpretarse, erróneamente, como una llamada para la Misa del Gallo.
El fuego se había originado en los aposentos del pintor de corte Jean Ranc, donde las llamas de la chimenea habían alcanzado unas cortinas. El fuego engulló muebles y telas hasta prender los artesonados de madera que componían la estructura del Alcázar. Minutos después se extendía a las estancias contiguas, donde se encontraban los más de 2000 lienzos que conformaban la mejor colección de pinturas del mundo, atesorada desde tiempos de Isabel la Católica.
Los cerrajeros reales no permitieron al pueblo de Madrid participar en la extinción del incendio por temor al saqueo y casi únicamente pudieron ayudar los frailes del convento de San Gil. Los religiosos comenzaron a arrancar de sus marcos los lienzos situados en la parte baja de las paredes y los arrojaron por las ventanas, consiguiendo salvaguardarlos. No corrieron la misma suerte los cuadros ubicados en la parte superior de los muros, arrasados por el fuego por no disponer los frailes de escaleras para descolgarlos. De la misma manera, se salvaron arcones de plata labrada, cofres con dinero, esculturas y mobiliario que se encontraban en las diferentes estancias.
A pesar de los esfuerzos por apagar el fuego, que se extendió a lo largo de cuatro días, 500 piezas desaparecieron en el incendio. Sabemos, gracias a un inventario realizado en 1666, que se salvaron 1192 obras de arte y 44 lotes de esculturas y mobiliario. El edificio quedó en ruinas.
Muchos de los lienzos que se salvaron del terrible incendio, pueden contemplarse hoy en el Museo Nacional del Prado, entre ellos Las Meninas, la Villa Médicis o el Mercurio y Argos, de Diego Veláquez; La Gioconda, atribuida al taller de Leonardo da Vinci; el San Cristóbal y el Martirio de San Felipe, de José de Ribera; el retrato ecuestre de Carlos V en la batalla de Mühlberg, de Tiziano o El nacimiento de la Virgen, de Juan Pantoja de la Cruz.
También se salvaron joyas emblemáticas pertenecientes a la Casa Real tan conocidas como como la perla La Peregrina y El Estanque, un diamante de 100 quilates.
Entre las obras desaparecidas, lienzos como La expulsión de los moriscos, de Velázquez, considerada una de sus mejores obras, y un retrato de Felipe IV, obra de Peter Paul Rubens, resultaron pasto de las llamas. También numerosos frescos realizados por Angelo Michele Colonna y Agostino Mitelli, autores de la bóveda de la iglesia de San Antonio de los alemanes.
Innumerables estatuas y esculturas, documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, bulas pontificias y toda la colección de música sacra de la Capilla Real quedaron reducidos a cenizas. Muchos objetos de plata y oro, fundidos por el calor, tuvieron que ser recogidos con cubos.
También se perdieron por completo las llamadas “colecciones americanas”, compuestas por piezas únicas con las que los conquistadores habían obsequiado a los Reyes de España a lo largo de dos siglos, desde la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo.
Las circunstancias del incendio del palacio siguen hoy día sin estar claras, más cuando se trataba de un lugar vigilado a todas horas. Lo poco que agradaba el edificio a Felipe V, la ausencia de la Familia Real ese día y el traslado previo de algunas de las obras de arte al Palacio del Buen Retiro, alimentaron la sospecha de que el Monarca pudo urdir un plan para conseguir deshacerse de un Palacio que odiaba.
Cuatro años después del incendio, comenzaron en el solar del antiguo Alcázar las obras para la construcción del actual Palacio Real, obra del arquitecto italiano Filippo Juvara, con la ayuda de Ventura Rodríguez, inspirado en uno de los diseños de Bernini para el Palacio del Louvre de París. Hoy, podemos contemplar las trazas del desaparecido Alcázar en el plano de Pedro Teixeira de 1656.
Una Nochebuena aciaga que acabó para siempre con un tesoro cultural de valor incalculable, parte de la memoria colectiva de nuestro país. Cuatro días de fuego fueron suficientes para reducir a escombros nueve siglos de Historia… y es que el fuego, como el paso del tiempo, no perdona.