Bodas de sangre
Mateo Morral, crónica de un regicidio frustrado
Todos imaginamos el momento de nuestra boda como una fecha cargada de ilusión, cariño y alegría pero… ¿y si alguien intentara acabar con tu vida ese mismo día? Por macabro que parezca, eso mismo fue lo que les ocurrió a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en las calles de Madrid. El culpable, el anarquista Mateo Morral.
La mañana del 31 de mayo de 1906 lucía un sol espléndido en Madrid. Sus calles engalanadas esperaban para celebrar el paso del cortejo nupcial entre el rey Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg. Mientras los reyes se daban el “sí quiero” en la iglesia de los Jerónimos, Mateo Morral terminaba de fabricar, en una pensión ubicada en el número 88 de la Calle Mayor, la bomba con la que pretendía cometer el regicidio.
El artefacto que preparaba no necesitaba ser activado: el más mínimo contacto lo haría estallar. Con extremo cuidado, depositó la bomba dentro del ramo de flores que lanzaría desde el balcón cuando la carroza de los reyes pasara por este tramo en su camino hacia el Palacio Real.
Mateo Morral Roca (Sabadell, 1879-Torrejón de Ardoz, 2 de junio de 1906), de 25 años, era un anarquista barcelonés hijo de un adinerado fabricante textil, que había alquilado una habitación en una pensión clandestina por 25 pesetas diarias, pagando 14 días por adelantado. Pío Baroja llegó a escribir, en su novela La dama errante, que un día antes del atentado el joven terrorista ensayaba lanzando naranjas a la calle desde su balcón, en el quinto piso.
Con el fin de conseguir camuflaje a la hora de cometer el ataque, Morral pidió a la dueña del hostal que engalanara su balcón con motivo de la boda real, usando guirnaldas de flores y banderas españolas e inglesas, corriendo él con los gastos.
A las 13:55 horas, la carroza real pasó bajo su balcón. Morral arrojó la bomba oculta en el ramo de flores, que tropezó en su caída con el tendido del tranvía, desviándose hacia la multitud y detonando al tocar el suelo.
El periódico El Imparcial detallaba en su crónica el escenario tras la explosión: “un soldado sin pies, con el pecho hendido, con las piernas laceradas. Un palafrenero convertido en un montón de carne sangrienta, chamuscado por el soplo terrible de la bomba. Un guardia con la cabeza deshecha y los adoquines de la calle por los que corrían hilillos de sangre y que manchaba el estribo de la carroza real, los trajes y las paredes. Los caballos de tiro, ametrallados en el vientre, cubiertos de heridas, con los ojos llenos de vértigo”. El resultado: 28 víctimas mortales, más de cien heridos, caballos destripados y el vestido de la novia salpicado de sangre. Los reyes resultaron ilesos.
Mateo Morral aprovechó la confusión generada en la calle para salir del hostal y perderse entre la muchedumbre. El terrorista buscó refugio en la redacción del diario El motín donde su director, José Nakens, reconocido anarquista, le consiguió alojamiento.
Dos días después el fugitivo se trasladó a Torrejón de Ardoz, donde fue reconocido por varias personas en una fonda, mientras planeaba regresar en tren a Barcelona. Tras ser arrestado por un guarda, Morral sacó su pistola y le mató de un tiro para, a continuación, suicidarse de un disparo en el pecho.
Las publicaciones posteriores determinaron que, empujado por un mal de amores, Morral llevó a cabo el mayor atentado contra la Monarquía y el pueblo de Madrid hasta el momento, para acabar suicidándose… aunque investigaciones actuales han desvelado que, casi con toda seguridad, el reo fuera asesinado.
Curiosamente, días antes del atentado, había aparecido marcado a navaja en un árbol del Parque del Retiro este mensaje: "Ejecutado será Alfonso XIII el día de su enlace. Un irredento. Dinamita". Morral fue visto paseando por el Parque del Retiro y quizás no pudo evitar dejar este mensaje grabado para la posteridad.
La noticia del atentado contra los reyes de España corrió como la pólvora y no tardó en dar la vuelta al mundo, publicándose en miles de periódicos. Eugenio Mesonero Romanos era un joven estudiante de Medicina de diecisiete años, nieto del escritor Ramón Mesonero Romanos y aficionado a la fotografía que, segundos después del atentado, tomó la única fotografía del ataque, una auténtica exclusiva informativa publicado entonces por el diario ABC. Él mismo se presentó en el periódico para revelar la imagen, recibiendo una gratificación de 300 pesetas, una cantidad increíble para la época.
Se trata de una de las fotografías de prensa más conocidas, representadas y analizadas de la historia del fotoperiodismo español. Esta instantánea daba comienzo a una época de madurez de la prensa gráfica en la que la imagen ya no sólo se basaba en ilustraciones estáticas, sino que se convertía en un medio para transmitir la vida de la calle.
En 1907, en el mismo lugar en el que tuvo lugar el atentado y como recuerdo de las víctimas, el Ayuntamiento levantó una escultura de la Virgen de Todos los Santos financiada por suscripción popular. Durante la Segunda República ese antiguo monumento fue derribado y, en 1962, sustituido por este, obra del escultor Coullaut Valera, que representa un monolito y un ángel.
Por su parte, en el balcón de la pensión desde la que Morral lanzó la bomba, (hoy restaurante Casa Ciriaco, en el número 84 de la Calle Mayor) un ramo de flores recuerda los hechos.
El atentado perpetrado por Mateo Morral, el 31 de mayo de 1906, tiene el triste honor de ser, por el número de víctimas, el segundo más trágico de la historia de Madrid, sólo por detrás del ataque terrorista que sufrió la capital el 11 de marzo de 2004. Dos ataques deplorables que han marcado la memoria de una ciudad en forma de heridas que nunca cerrarán. Sirva este recuerdo, en forma de post, como homenaje a las víctimas causadas por ataques terroristas en nuestro país.