Pan para hoy...
pasadizo del panecillo, solidaridad clausurada
Las calles de Madrid tienen un encanto y personalidad propia. Cuentan historias, momentos y vivencias de quienes las recorren a lo largo de los siglos... un ejemplo es el Pasadizo del Panecillo.
Escondida en el Madrid de los Austrias, esta diminuta callejuela llama la atención del paseante atento. Actualmente permanece cerrada al público, pero años atrás fue un lugar muy concurrido, lo que provocó que se colocaran rejas en uno y otro extremo.
Ubicada entre la Basílica de San Miguel y el Palacio Arzobispal, esta calle nos transporta siglos atrás. En el plano de don Pedro Teixeira de 1656 ya se puede documentar su existencia, aunque con mayores dimensiones. En la actualidad, su sinuoso recorrido comunica la calle de San Justo con la Plaza del Conde de Barajas. Además del encanto del propio pasadizo, en el tramo medio encontramos una fuente de piedra, custodiada por dos cipreses.
Sin embargo, lo que más curiosidad puede despertarnos de este pasadizo es su nombre. Al parecer, a comienzos del siglo XIX, don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, arzobispo de Toledo, puso en marcha la peculiar costumbre de entregar un trozo de pan a los vagabundos que lo solicitasen, a través de una de las ventanas del Palacio Arzobispal, con la única condición de que antes hubiesen escuchado misa. Esta curiosa anécdota hizo que, para siempre, la callejuela cambiase su nombre original de Pasadizo de San Justo por el de Pasadizo del Panecillo.
Este reparto solidario de alimento pronto generó problemas, ya que el número de indigentes que se agolpaba en el estrecho callejón fue rápidamente en aumento y los altercados no tardaron en llegar por lo que, en 1829, se dejó de realizar esta entrega.
La misma suerte corrió la entrega de alimentos que tenía lugar en la vecina Calle de la Pasa, en la que el reparto consistía en un puñado de pasas. Además, esta calle cuenta con una famosa leyenda asociada con una de las frases populares más conocidas de Madrid: “el que no pasa por la Calle de la Pasa, no se casa”.
El motivo de esta frase es que la sede del Palacio Arzobispal daba a esta callejuela. Durante mucho tiempo, cuando no existían matrimonios civiles, las parejas que deseaban casarse, antes de pasar por el altar debían formalizar su relación ante el vicario eclesiástico que estaba en ese edificio… lo cual convertía esta visita en imprescindible a la hora de contraer matrimonio.
Es curioso que el Pasadizo del Panecillo, uno de los pocos espacios en los que la solidaridad era la protagonista en la capital, acabara cerrado a cal y canto. Es curioso que hoy, igual que entonces, pensemos que los problemas de los más necesitados desaparecen colocando vallas que permiten que nuestra conciencia se sienta tranquila al pensar que lo que no vemos, no está ocurriendo.