Regreso al futuro

Galería Murga en Madrid

Pasaje comercial de Murga. Madrid, 2023 ©ReviveMadrid

galerías comerciales, pasajes sin salida

¿Sabías que en Madrid existen misteriosos túneles a través de que es posible viajar en el tiempo sin necesidad de conducir un Delorean? Si bien al cruzarlos no podrás descubrir cómo se conocieron tus padres, sí podrás rememorar cómo era ir de tiendas por las primeras galerías comerciales de la capital a finales del sigo XIX.

Y es que, deambulando por las calles cercanas a la Puerta del Sol, es posible toparse con pasadizos en cuyo interior nos embarga la sensación de haber viajado a otra época. Se trata de galerías comerciales originalmente diseñadas para poder pasear y comprar, en su momento abarrotadas y lujosas, actualmente sobreviven abocadas a la desaparición.

origen de las galerías comerciales_

La historia de los pasajes comerciales comienza en París, a fines del siglo XVIII, como una respuesta al denso tráfico de la capital francesa.

Allí era habitual que los vecinos de un bloque de viviendas se pusieran de acuerdo y decidieran unir los distintos patios de manzana hasta formar un pasaje. Este atajo se convertía en la manera perfecta de atravesar la manzana de forma rápida y segura, conectando dos puntos de una zona urbana, poniéndolos al abrigo de las adversidades climáticas y del tráfico y configurando un lugar más limpio que la vía pública.

Los pasajes se convirtieron así en el lugar perfecto no sólo para una estancia más prolongada del peatón sino también en un estímulo para el consumo y el comercio, cubriendo su perímetro con tiendas y locales comerciales en cuyas vitrinas acristaladas se exponían, a los ojos del paseante y posible comprador, las mercancías que la revolución industrial generaba.

tiendas y ocio_

En estos primeros paseos de compras, en los que la vida fluía animadamente bajo el impulso del capital privado, la propuesta comercial se completaba con una serie de servicios de ocio y relación social como cafés, restaurantes o teatros que diversificaban los estímulos, atraían y retenían a la posible clientela y la incitaban a comprar y a codiciar ese mundo del consumo capitalista que nacía ante sus ojos.

Los pasajes comerciales se convirtieron en una nueva forma de intercambio social y comercial que imprimieron carácter de modernidad a la vida urbana parisina.

Una nueva arquitectura_

Su original arquitectura de hierro ofrecía la ventaja de proporcionar una intensa iluminación natural a través de un pionero sistema de bóvedas de cristal, generando espacios ideales para la creación de pasajes comerciales en lugares insospechados hasta ese momento.

Su estructura interior se remataba con profusión de detalles de los materiales más lujosos disponibles: mármoles, maderas nobles y mosaicos.

Al terminar el siglo era rara la ciudad europea de cierta importancia que no contara en sus calles más destacadas con galerías comerciales al estilo parisino. Los grandes comerciantes invirtieron su dinero en la construcción de estas lujosas galerías, diseñadas por los mejores arquitectos en los sitios más privilegiados… y Madrid no se iba a quedar atrás.

un nuevo espacio en madrid_

Símbolo de la opulencia, del desarrollo, y una nueva forma de mercadear vinculada al lujo y a la vida social con la consolidación del Estado liberal, tan sólo en la década de 1840, en el Madrid Isabelino se inauguraron hasta cinco pasajes comerciales, todos ellos alrededor del corazón de la ciudad y la Puerta del Sol.

La actividad económica en nuestro país tomó impulso en este momento debido en parte a las medidas desamortizadoras de los bienes del clero realizada por el ministro Mendizábal en 1836, que se completó con la denominada desamortización general de Madoz de 1855.

Ambas operaciones pusieron a la venta “pública” bienes pertenecientes a la Iglesia (especialmente conventos e iglesias) a los municipios y al Estado, posibilitando nuevas oportunidades de inversión a la iniciativa privada y dando paso a una nueva economía moderna de signo capitalista.

el negocio inmobiliario_

El suelo urbano en Madrid, como en París, se convertiría así en uno de los mejores negocios modernos tanto para los aristócratas propietarios, poseedores de grandes espacios físicos en la ciudad, como para los compradores burgueses de suelo desamortizado.

En una ciudad carente de materias primas que hiciesen posible un desarrollo industrial, sin tradición de actividad económica ligada a mercados exteriores, su condición de capital del Estado le daría acceso a nuevas formas de enriquecimiento con el negocio inmobiliario.

Asimismo, el crecimiento general de la población de la capital y concretamente el empleado en su administración, atraerían a un grupo creciente de empresarios privados deseosos de invertir en nuevas formas de comercio ciudadano, un sector en crecimiento que iría perfilando, además de la urbanística, la tradicional vocación comercial de la capital.

La primera gran reforma del Madrid de Isabel II fue la de la Puerta del Sol y, como consecuencia, los primeros negociantes privados se asentaron en las zonas aledañas. Fueron ellos quienes construirían las primeras galerías comerciales de la ciudad, tomando como modelo las ya existentes en París.

un público burgués_

Por primera vez se creaba en Madrid un conjunto agrupado de tiendas, las más elegantes del momento, claramente dirigidas a un público burgués, concebidas y diseñadas para consumir mientras se paseaba.

Y es que el paseo urbano fue una de las prácticas de ocio decimonónico más generalizadas.

El paseante del siglo XIX ya no era el viejo paseante del Antiguo Régimen. Su trasiego por las vías urbanas no era un desasosegante encuentro con la máquina burocrática estatal.

El nuevo peatón ya no sale a la calle a resolver problemas administrativos, muy al contrario, ahora pasear se ha convertido en un placer detenido, tranquilo, que incita a la sociabilidad y a mezclarse con otros ciudadanos en espacios públicos especialmente concebidos para ello.

El nuevo paseante urbano era un observador de la vida que fluía a su alrededor. Andar la ciudad, deambular por sus calles y plazas entrañaba una forma novedosa de relación y conocimiento de la urbe en la que lo esencial era caminar y observar a la gente, las casas y el bullicio.

Los viejos paseos arbolados del siglo XVIII, como el Paseo del Prado o el Paseo de Recoletos, escenarios visibles de la aristocracia y burguesía dieciochesca, pasaron así a estar abiertos al gran público.

El lujo y el consumo_

Este tipo de práctica se extendió a otras partes de la ciudad, especialmente a las calles aledañas a la Puerta del Sol, donde las mujeres burguesas madrileñas comenzaron a frecuentar exclusivas tiendas que les mostraban un mundo exótico y lujoso.

Gasto, consumo, deseo, relación y comercio se mezclaron entonces en las costumbres de la emergente burguesía femenina madrileña, cuyo deseo de aparentar, de emular la vida aristocrática y de ir más lejos en los gastos, compensaban a la mujer decimonónica los sinsabores de una vida muchas veces tediosa.

Las galerías comerciales decimonónicas representan así el primer intento de la burguesía madrileña por hacer de la experiencia comercial la excusa perfecta para su exposición pública en un medio idílico y ficticio alejado de la hostilidad de la gran ciudad.

Constituían en sí mismos pequeños mundos en miniatura, microcosmos que rápidamente se convirtieron en el símbolo de la modernidad y el lujo.

Luces, escaparates y modernidad_

Los pasajes comenzaron a iluminarse de forma artificial con luces de gas, incluso antes que las calles, lo que permitía que pudieran ser recorridos durante la noche y generaba un gran contraste con las calles en penumbra, convirtiéndolos en lugares cautivadores, plagados de misterio y encanto.

También fueron pioneros en el diseño y creación de anuncios promocionales y escaparates, que pasaron a ser un punto importante de competencia entre tiendas.

Los pasajes comerciales reunían bajo el mismo techo todo tipo de tiendas, pero su oferta también incluía locales dedicados al ocio como salas de exposiciones y conciertos, teatros y cafés, en los que se daba cita lo mejor de la sociedad madrileña para participar de tertulias sobre política, literatura o arte.

El auge de los pasajes comerciales marcó la ruptura definitiva con un Madrid aún más villa que capital, una ruptura con la antigua ciudad medieval, renacentista y barroca.

Supusieron una transformación radical del comercio tradicional y anunciaron lo que sería a partir de entonces una ciudad verdaderamente moderna y europea.

Los primeros pasajes_

A lo largo del siglo XIX se llegaron a construir más de veinte pasajes o galerías comerciales en el entorno de la Puerta del Sol.

El primero fue el pasaje de San Felipe, construido en 1839 en el solar que quedó libre tras el derribo del convento de San Felipe Neri, en la Calle Mayor.

Unos años más tarde se levantó del Pasaje Matheu en los terrenos expropiados al convento de la Victoria, entre las calles de Espoz y Mina y de la Victoria, culminado en 1847.

Ninguno de estos dos primitivos pasajes llegó a ver el nuevo siglo.

Posteriormente vendrían el Pasaje de Iris, que unía el número 11 de la Carrera de San Jerónimo con el 12 de la Calle de Alcalá; la Galería de Exportación Comercial, ubicada entre las calles Carretas y Cádiz; el Pasaje Jordá, uniendo las calles Espoz y Mina y de la Victoria. Todos ellos sucumbieron al poder de la piqueta y la especulación inmobiliaria.

Pasajes supervivientes_

No obstante, a pesar de los años transcurridos, las guerras, las crisis económicas, y las modas, dos de ellos han conseguido llegar a duras penas hasta nuestros días, el Pasaje de Carretas y el Pasaje del Comercio… si bien poco o nada tienen que ver con los que tanto éxito tienen tuvieron en su momento.

El Pasaje de Carretas, se ubica entre la Calle Carretas número 12 y la Calle de la Paz, muy cerca del reabierto Teatro Albéniz.

Aunque en sus primeros años podía presumir de alojar bares, tiendas de ropa, discos o artículos religiosos, actualmente la mayor parte de los pocos establecimientos que acoge son tiendas de repuestos y reparación de relojes, por lo que también es conocido como Pasaje de los Relojeros.

Finalmente, este Pasaje del Comercio, también conocido como Pasaje de Murga por el empresario que lo construyó en 1846, Mateo Murga, uno de los personajes más ricos del Madrid de la época.

Murga fue de los primeros inversores urbanos que atisbó el valor comercial que iban a tener las fincas situadas cerca de la Puerta del Sol. Por eso solicitó licencia al Ayuntamiento para construir un edificio en la Calle de la Montera número 45, derribando una casa llamada Posada de la Gallega y levantando en su lugar un nuevo inmueble.

Dicho proyecto se concretó en la construcción de un pasaje comercial entre la Calle de la Montera y la de Tres Cruces. El pasaje comunicaba ambas calles y se adaptaba a la arquitectura comercial imperante, con numerosas tiendas y un café, el Café del Pasaje, que pronto se convertiría en uno de los mejores y más concurridos de la capital.

Su éxito fue inmediato aunque no demasiado duradero… y es que, hacia finales del siglo XIX, los pasajes comerciales comenzaron su camino a la decadencia, uno tras otro.

El final de los pasajes comerciales_

Una de las razones del fin de las galerías comerciales podemos encontrarla en el hecho de que la burguesía madrileña comenzara a abandonar el centro de la ciudad para trasladarse al novedoso barrio de Salamanca, de manera que las tiendas y los comercios también se trasladaron siguiendo los pasos de su principal clientela.

El centro de la capital se convirtió, hasta la construcción de la Gran Vía a principios del siglo XX, en una zona menos elitista, más popular, y los pasajes comerciales pasaron a dedicarse a otro tipo de comercio menos lujoso, iniciando así su lento pero inexorable declive.

Otro motivo para su desaparición, lo encontramos en la climatología madrileña.

Los pasajes comerciales tenían sentido allí donde ofrecían un refugio contra el mal tiempo, sobre todo la lluvia y la nieve… algo que no era el caso de Madrid, donde el clima es predominantemente seco, lo que favorece la vida al aire libre, prefiriendo las modernas terrazas que comenzaban a instalarse en las renovadas aceras a los pasajes.

Los pasajes comerciales que todavía hoy se mantienen, escondidos entre las tiendas, bares y portales, suponen una pequeña cápsula del tiempo urbana que nos ayuda a revivir una vida en la que el lujo y la ostentación dejaron su huella en la memoria de Madrid.

José Ortega y Gasset

José Ortega y Gasset (Madrid, 1883- 1955)



Diríase que el lujo y la elegancia, el adorno y la joya que la dama pone entre sí y los demás, llevan el fin de ocultar su ser íntimo, de hacerlo más misterioso, remoto e inasequible
— José Ortega y Gasset


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