Placeres reales
Felipe IV: Hércules para el placer, impotente para el gobierno
¿Sabías que, desde 2018, la Organización Mundial de la Salud incluye el comportamiento sexual compulsivo como desorden mental? Aunque por el momento no ha sido considerado un trastorno o una adicción como tal, sabemos que todo lo que produce placer es susceptible de generar un comportamiento compulsivo y adictivo… y, sin duda, el sexo lo genera más que cualquier sustancia artificial, como el alcohol, las drogas o el tabaco.
Pero… ¿cuál es el límite entre el placer y la dependencia? Esta claro que existen personas más libidinosas que otras, y que ser más o menos capaz de controlar el impulso sexual es algo que concierne a cada uno de nosotros, sin embargo la línea que separa el deseo sexual intenso ( aunque normal) de una conducta sexual compulsiva o hipersexualidad es a veces muy delgada.
La hipersexualidad en las casas reales_
En este caso, la del sexo es un tipo de dependencia que se ha venido repitiendo en muchos personajes a lo largo de la Historia, una conducta compulsiva que ha llegado a socavar la voluntad de reyes con poco autocontrol, capaces de descuidar su mandato con tal de obedecer a unos impulsos completamente incontrolables.
Formar parte de una familia desestructuada o problemática, haber sufrido abusos en la infancia o incluso la propia personalidad del rey o reina marcaron el camino al desarrollo de este tipo de adicción que solía venir acompañada de conflictos neuróticos, fobia social, trastorno obsesivo compulsivo, trastornos alimenticios, tendencias masoquistas, ansiedad, manipulación, baja empatía, personalidad narcisista o depresión.
Este fue caso de monarcas españoles como Felipe V, Isabel II o Alfonso XIII… pero sin duda quien se lleva la palma en cuanto a actividad hipersexual es Felipe IV, quien llegó a ser definido como “un Hércules para el placer pero un impotente para el gobierno”.
El sexo en la españa de felipe IV_
Y es que, durante el reinado del conocido como “Rey Planeta”, la Corte española podía compararse con las ciudades bíblicas más impúdicas, un motivo de gran escándalo para los extranjeros que la visitaron.
Paradójicamente, los emisarios franceses se escandalizaban de las disolutas costumbres sexuales de España, cuando para el español del siglo XVII era Francia el centro de todas las actividades licenciosas. La diferencia es que, mientras en Francia el pecado era más público y las amantes del rey tenían la categoría oficial en la práctica de soberanas, en España los amores de Felipe IV, aunque mucho más numerosos y complicados, transcurrían en silencio, siendo un secreto conocido por casi todo el mundo hasta el punto de que al pueblo español le parecía muy natural el libertinaje de su rey.
El sexo y la iglesia_
A lo largo del Siglo de Oro el sexo tuvo un destacado papel en el Madrid de los Austrias, a pesar de la represión impuesta por la Iglesia contrarreformista.
Según la Contrarreforma, era necesario construir una moral colectiva que persiguiera el placer por lo que, desde los altares, el sexo fue perseguido y se impuso el puritanismo. Por ello las instrucciones de los confesores, los libros de espiritualidad y los sermones de las misas, hacían referencias constantes al sexo impuro y a su castigo.
La Inquisición dirigió sus pasos hacia la eliminación de la creencia de que la fornicación no era pecado y el adulterio fue severamente castigado, llegando a imponerse condenas de muerte por apedreamiento.
la doble moral de Carlos I_
Carlos I aconsejaba a su hijo Felipe II: ”Yo os ruego, hijo, que se os acuerde de que, pues no avréys, como estoy cierto que será, tocado a otra mujer que la vuestra, que no os metáys en otras vellaqueryas después de casado, porque serya el mal y pecado muy mayor para con Dyos y con el mundo”.
A pesar de estos consejos, el propio emperador Carlos tuvo como mínimo cuatro hijos extraconyugales, entre otros don Juan de Austria, el más famoso de los hijos bastardos de la dinastía.
Por su parte, Felipe II señalaba en 1565: "hay algunas personas seglares, casadas y solteras, que biven profanamente teniendo concubinas públicas, (...) mandamos que proveays por la mexor manera que los que estan en pecado sean exemplarmente castigados”.
Los maridos y el clero_
Todas estas represiones indican que el sexo estaba a la orden del día y que la sociedad española no era tan pía como la Iglesia y el Estado pretendían mostrar, hasta tal punto de que a lo largo del siglo XVII empezó a ganar en popularidad la figura del marido cornudo a sabiendas y consentidor, que no dudaba en prostituir a su mujer por beneficio económico.
El clero tampoco estuvo exento de esta fiebre sexual. El celibato eclesiástico se llevaba muy mal y era frecuente la manceba que acompañaba a los sacerdotes… incluso a los inquisidores.
la prostitución_
Numerosos viajeros extranjeros se hicieron eco del desenfreno sexual que se vivía en algunos ambientes de la corte. Brunel comentó que "no hay nadie que no mantenga a una querida o que no caiga en las redes amorosas de una prostituta”.
La prostitución sería una de las salidas más frecuentes a los ardores sexuales con los que la sociedad aristocrática española parecía convivir.
Las mancebías abarrotaban Madrid. A la hora de prohibirlas, salió en su defensa nada menos que un misionero franciscano, Pedro Zarza, que estimó que “vigiladas con cuidado por el Gobierno y sujetas a ciertas reglas, eran útiles a la buena moral, a la salud pública y al bienestar del reino, siendo mayores los males de su prohibición que los que producían las casas mancebías.”
A pesar de ello, el 10 de febrero de 1623 Felipe IV prohibía formalmente las mancebías en todo el reino, lo que en efecto no significó que cerraran sino tan sólo que hicieran menos ruido. De hecho, el propio monarca continuó siendo uno de sus más asiduos visitantes.
felipe IV, el rey insaciable_
Y es que no ha existido rey más promiscuo en toda la historia de España, ni mujer que estuviese a salvo de caer bajo la lujuria insaciable de Felipe IV. Daba igual su condición social, su edad o si era casada, soltera o viuda, cualquier mujer del reino era apetecible para el monarca: damas o criadas, monjas o prostitutas, actrices o artesanas.
El más poderoso soberano de la tierra era preso de una desmesurada pasión sexual y cualquier lugar resultaba ideal para satisfacer su incontrolable ardor, desde el Palacio Real a una mancebía, pasando por el corral de comedias… y es que Felipe “El Grande” vivió una intensa y lujuriosa vida gobernada por el sexo y la culpa, desde su infancia hasta su muerte.
una infancia contenida_
Nacido en Valladolid el 8 de abril de 1605, Felipe IV fue nombrado heredero de la Corona Española a los tres años de edad, en 1608, con la corte instalada de nuevo en Madrid tras su breve paso por la capital del Pisuerga.
Cuando tenía seis años, al morir su madre Margarita de Austria, la educación del joven príncipe fue destinada al severo cuidado de varios eclesiásticos de gran virtud, austeridad y verdadero celo por el prestigio de la corona, que inculcaron en él una fe católica inquebrantable y el fervor propio de todos los Austrias, en especial de su padre, Felipe III, cuya devoción y continuo ejercicio de las prácticas religiosas le llevaron hasta el punto de descuidar el gobierno de su reino.
Aunque no se pueda asegurar, el hecho de estar sometido a una educación tan beata y rígida entre misas, sermones y oraciones, atrapado en los sobrios muros del Alcázar de Madrid, pudo contribuir a que cuando las hormonas de la pubertad empezaron a bullir se iniciase en el joven Felipe IV una creciente obsesión por el sexo.
un matrimonio concertado_
Otro hecho que seguramente alimentó la libido del monarca adolescente fue su matrimonio concertado.
En 1611, la firma del Tratado de Fontainebleau pactaba la futura boda entre la princesa francesa Isabel del Borbón y Felipe, Príncipe de Asturias. El rey Felipe III procuraba así sellar una alianza matrimonial con Francia, pertinaz enemigo de España.
El enlace real se retrasó varios años, hasta que Felipe cumplió los diez años. Debido a la corta edad de la pareja no hubo noche de bodas y los sirvientes de Palacio trataron de que los cónyuges nunca estuviese a solas, ni siquiera en sus viajes conjuntos, que debían realizar en carruajes separados. Todo ello a pesar de las enérgicas protestas del joven rey, deseoso de mantener relaciones sexuales con Isabel, su esposa, de quien estaba perdidamente enamorado desde el momento en que la vio por primera vez.
Esta vigilancia duró cinco años más, hasta el 25 de noviembre de 1620, cuando el príncipe adolescente obtuvo el permiso para consumar su matrimonio.
un rey despreocupado_
Con la muerte de su padre al año siguiente, Felipe IV accedía al trono con tan sólo 16 años. Inicialmente parecía que Felipe iba a ser el rey que devolviese al reino el honor de los primeros Austrias, sin embargo el joven monarca dedicó los primeros años de su reinado a divertirse, desocupado, salvo en contadas ocasiones, de los asuntos de Estado y centrado en las cacerías, los espectáculos, las fiestas y las aventuras, rodeado de amistades que procuraron ganarse el favor real satisfaciendo todas sus curiosidades y caprichos, especialmente su valido: Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares.
Olivares favoreció siempre los arrebatos sexuales del monarca, poniendo a su disposición personas, oportunidades y lugares, en busca de dos objetivos importantes: primero evitar el excesivo acoso sexual a la reina cuando esta daba signos de estar embarazada y, segundo, mantener alejado al rey de los asuntos del gobierno de la nación, de forma que el propio Conde-Duque pudiera medrar en sus ambiciones políticas.
La vida sexual de felipe IV, vox populi_
Los rumores sobre la desenfrenada vida sexual del monarca fueron pregonados por todo el reino en forma de coplas anónimas e incluso hubo quien, como Francisco de Quevedo, no dudó en culpar a Olivares de fomentar esas pasiones para sus propios intereses políticos y económicos:
"El conde, sigue condeando y el rey durmiendo, que es su condición. Hay, parece, nuevas odaliscas en el serrallo y esto entretiene mucho a Su Majestad y alarga la condición de Olivares para pelar la bolsa, en tanto que su amo pela la pava". Francisco de Quevedo
Isabel de borbón y las favoritas del rey_
Mientras tanto, la reina Isabel de Borbón no tardó en enterarse de las continuas infidelidades de su marido y, aunque al principio se mostró desconsolada, pronto supo aceptar con resignación su papel de reina para mantenerse al lado de su marido, con quien llegaría a tener siete hijos.
Por otra parte, Isabel nunca se vio obligada a soportar la presencia de una amante oficial dentro de la Corte, como sí ocurría por ejemplo con los reyes de Francia.
Felipe IV no permitió que ninguna de sus numerosas favoritas tuvieran peso en la política ni en la vida pública, haciendo sombra a la reina. De hecho, la suerte de estas amantes casi siempre fue la misma: el encierro en un convento como monjas, una medida que impedía que sus queridas luciesen embarazos públicamente y ayudaba a prevenir escándalos reales.
Los primeros escarceos sexuales de Felipe IV_
El primer amor extraconyugal de Felipe IV que se conoce fue la hija del conde de Chirel, joven de gran hermosura, cuando el rey aún no había cumplido los veinte años.
Para poder conseguir su propósito de llegar a una relación más íntima con la dama, Felipe IV envió a su padre a Italia al mando de unas galeras. Este, ignorante de la situación, zarpó orgulloso hacia su destino.
Al año siguiente nació un niño, el primero de los bastardos reales, Fernando Francisco de Austria, que falleció prematuramente, seguido a la tumba al poco tiempo por su madre.
sexo, a cualquier precio_
Anécdotas como la que tuvo lugar en el convento de San Plácido de Madrid nos dan una idea del poder del rey cuando deseaba alguna mujer, fuera cual fuera su condición.
Se cuenta que en cierta ocasión llegó a los oídos del rey que en este convento madrileño profesaba una monja de gran belleza llamada sor Margarita de la Cruz.
Felipe IV tuvo curiosidad por conocerla y, al verla, se enamoró perdidamente de ella, iniciando una serie de visitas decidido a mantener relaciones sexuales con la religiosa.
Margarita dio parte a la abadesa y la noche en que el rey decidió cobrar su presa, llegó a la celda y se encontró con un catafalco sobre el cual yacía el cuerpo de la monja sobre almohadas con un crucifijo al lado, cirios encendidos y las monjas de la comunidad rezando, arrodilladas, a su alrededor.
Felipe IV, desconcertado al asistir a esta escena y creyendo muerta a la religiosa, abandonó sus planes arrepentido. Pero tras descubrir que había sido objeto de engaño, el Conde-Duque de Olivares, a instancias del rey, utilizó toda su influencia y persuasión con la abadesa para conseguir que sor Margarita de la Cruz fuera entregada al lecho del rey.
La inquisición se enteró de la sacrílega aventura del rey y amonestó con dureza tanto al soberano como a Olivares.
Las mujeres de sus amigos_
Se dice que, en otra ocasión, el rey se encaprichó de la hermosa duquesa de Alburquerque, esposa de uno de sus más fieles colaboradores.
Así, un buen día, mientras Felipe IV jugaba a las cartas en Palacio fingió haberse olvidado despachar un asunto urgente, por lo que rogó al duque de Alburquerque que ocupase su sitio en la mesa mientras él salía de la sala acompañado de Olivares. Su destino: la casa de Alburquerque.
Éste, sabedor de que el monarca había visto en su mujer una nueva presa de su lascivia, fingió también unos terribles dolores y salió corriendo en dirección a su casa.
El rey y Olivares ya estaban en casa de la duquesa de Alburquerque cuando les sorprendió la repentina llegada del marido, por lo que corrieron a ocultarse en la oscuridad de las caballerizas.
El duque, bastón en mano, les persiguió gritando: "Alto al ladrón! Que me vienen a robar mis caballos!”. Comenzó a golpearles sin pedir a sus criados que prendieran las luces, para así no tener que frenarse a la hora de soltar bastonazos al reconocer la figura del rey.
El Conde-Duque de Olivares, temiendo por la salud del monarca, decidió confesar que al que estaba golpeando era a su majestad… advertencia que el duque de Alburquerque aprovechó para golpearle aún con más ímpetu, diciendo que era el colmo de la insolencia que unos ladrones usaran el nombre del rey y que los llevaría a Palacio para que Su Majestad los mandara ahorcar. Finalmente, Felipe IV logró escapar, aunque con algunas heridas que le obligaron a guardar varios días de reposo.
La calderona_
Pero quizá la relación más famosa de Felipe IV fue la que mantuvo con “la Calderona”, una joven actriz que daría mucho que hablar en el Madrid del Siglo de Oro.
Como es bien sabido Felipe IV fue un gran apasionado del teatro, hasta el punto de que solía acudir de incógnito a los más famosos corrales de comedia de la capital: el Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe. Allí el rey disfrutaba no sólo de las representaciones sino también de las actrices que actuaban, ya que era bastante habitual que estas mantuviesen romances con destacados personajes de la alta sociedad.
En una de esas incursiones, el joven rey quedó prendado de la belleza de una popular actriz de tan sólo dieciséis años de nombre María Inés Calderón, popularmente conocida como "la Calderona".
Con la excusa de felicitarla por su actuación, Felipe IV pidió reunirse en privado con ella. Esa misma noche la hizo suya, comenzando así una de sus relaciones extramatrimoniales más duraderas.
El amorío adquirió enorme publicidad haciéndose la comidilla en los mentideros madrileños. Más aún, cuando “la Calderona”, dejó los escenarios en el auge de su carrera para convertirse en la favorita del rey.
De esta relación nació uno de los bastardos reales más importantes de la historia de España, Juan José de Austria, el único de la dilatada serie de hijos naturales de Felipe IV que obtuvo un reconocimiento notable.
Educado con honores de Príncipe, aunque lejos de su madre, con el tiempo Don Juan José se convertiría en una de las figuras políticas más importantes del reinado de su hermanastro Carlos II, actuando como su valido.
Por su parte, “la Calderona”, al igual que el resto de amantes de Felipe IV, ingresó pocos años después del parto en el monasterio benedictino de San Juan Bautista en Valfermoso de las Monjas, en Guadalajara, del que acabaría convirtiéndose en abadesa.
Los bastardos del rey_
Nadie sabe a ciencia cierta con cuantas mujeres mantuvo relaciones el llamado “Rey Planeta”, ni el número de bastardos que dejó en el camino. Las opiniones que se manejan hoy son muy dispares, aunque ninguna le atribuye menos de treinta hijos ilegítimos.
La vida de estos bastardos podía ser muy variada, ya que según fuera la condición social de la madre ellos acabarían en una mejor o peor situación.
La mayor parte sirvieron como criados en familias de confianza y otros muchos solían terminar sus días dedicados a la vida religiosa, ocupando puestos de gran prestigio, como Alonso Antonio de San Martín, hijo de Tomasa Alana, dama de la reina, que llegó a obispo de Oviedo y de Cuenca; o el caso de Ana Margarita que ingresó como monja en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid, del que acabó siendo superiora.
Un rey sin descendencia legítima_
En cuanto a los hijos legítimos de Felipe IV, de los siete que tuvo con Isabel de Borbón tan sólo dos llegaron a adultos: una hija, María Teresa de Austria y Borbón, que llegó a ser reina consorte del Rey Luis XIV de Francia, y un hijo Baltasar Carlos, que murió fulminantemente a los diecisiete años por un brote de viruela.
Este fue quizá el golpe más duro que sufrió Felipe IV en toda su vida, sumiéndolo en una profunda depresión. Y es que la muerte de su único hijo varón llegó en uno de los momentos más difíciles de su reinado: a los desastres políticos como la pérdida de Portugal, las derrotas ante Francia y Flandes o la sublevación de Cataluña, se sumaron el fallecimiento de su esposa Isabel y la muerte de su hermano, el Cardenal Infante Fernando.
Así pues la situación en 1646 era la de un rey adicto al sexo, viudo y sin heredero.
La temida consanguineidad_
A partir de entonces el monarca de cuarenta y cuatro años que hasta entonces había evitado incurrir en consanguineidad cansándose con una princesa francesa, tuvo que improvisar una solución de urgencia y recurrió a la que tenía más a mano. La elegida para contraer matrimonio fue su propia sobrina, de tan sólo trece años y prometida de su hijo fallecido, la Archiduquesa Mariana de Austria.
Aunque el propósito de Felipe era empezar otra vida, respetuoso con su nueva esposa y lejos de su debilidad por los pecados de la carne, esta intención no iba a durar mucho, hasta el punto de que a los pocos años de contraer matrimonio el rey instaló en Palacio a una actriz de sospechosa moralidad pública.
No obstante, y a pesar de sus continuas infidelidades, el monarca seguía obsesionado por conseguir la ansiada descendencia para la sucesión del trono de España. Del matrimonio con Mariana nacieron seis hijos más: dos fueron niñas (vetadas para ser herederas) y el resto murió al poco de nacer… excepto uno que, finalmente, sería el heredero, Carlos II, quien sufrió todo tipo de problemas aparejados a la consanguinidad de sus padres, incluido la esterilidad.
Un castigo divino_
Felipe IV achacaba todos estos males a un castigo divino motivado por sus continuos pecados seguro de que Dios le había abandonado a causa de su vida libertina, por lo que no dudó en recurrir a alguien que pudiera interceder por él ante el Altísimo con sus plegarias.
sor María Jesús de Ágreda_
Así, se fijó en una monja que tenía fama de experimentar trances místicos: María de Jesús de Ágreda.
Sor María de Ágreda rápidamente se convirtió en la más fiel y sincera consejera que jamás tuvo el monarca, manteniendo con él una intensa relación epistolar que duró más de veinte años. Más de seiscientas cartas en las que la religiosa no sólo le aconsejaba al Rey sobre temas espirituales sino también, y con un acertado sentido de estado, sobre temas políticos.
Desde la caída en desgracia del Conde-Duque de Olivares en 1643 nadie pesó tanto en el ánimo real como la abadesa. Sin embargo, y a pesar de las oraciones, consejos y advertencias de Sor María, Felipe fue incapaz de abandonar su conducta libidinosa.
"Soy tan frágil que nunca saldré de los embarazos del pecado”. Felipe IV
Muerte y arrepentimiento_
A principios del mes de septiembre de 1665 y tras sufrir un desmayo, Felipe IV fue trasladado a su lecho. Sintiéndose morir, llamó a su hijo Carlos y le bendijo diciéndole: “Dios quiera hijo mío, que seas más feliz que yo”.
Tras pedir perdón a todo el mundo, en especial a la reina, y cuatro meses después de la muerte de sor María de Jesús de Ágreda, Felipe IV moría en Madrid el 17 de septiembre de 1665, a los sesenta años de edad, después de un reinado de casi cuarenta y cuatro años, el más largo de todos los Austrias.
Fue un rey sin suerte pero, por encima de todo, fue un hombre, al igual que su época, de grandes contrastes, desde lo más sublime a lo más decadente, gran mecenas del arte pero también responsable del declive del mayor imperio español, absorto entre su vida disoluta y la mala conciencia que ello le causaba… consciente de que un gran pecado conlleva siempre una enorme penitencia.