Nos salió rana
Felipe V, el “rey melancólico”
A lo largo de la Historia, las enfermedades mentales han sido consideradas tabú. El desconocimiento y la falta de tratamiento adecuado, hacían que enfermos de patologías hoy tan comunes como la depresión o la bipolaridad, fueran considerados locos o endiablados. Felipe V, el primer Borbón reinante en nuestro país, sufrió ambas y hoy la Historia de España le recuerda como “el Rey melancólico”.
Felipe de Borbón había nacido en Versalles el 19 de diciembre de 1683, como segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia, y María Ana de Baviera, nieta de Felipe IV. Su niñez fue solitaria y carente de afecto, lo que le convirtió en un adolescente tímido, abúlico e inseguro.
Tras la muerte sin sucesión de Carlos II, “el Hechizado”, se desencadenó una Guerra de Sucesión en España, que finalmente refrendaría el testamento del último Austria: Felipe sería rey. Con tan sólo 17 años, el nuevo monarca se enfrentaba a la labor de reinar un país desconocido para él y en el que era percibido como un monarca extranjero.
No exentos de dificultades, sus primeros años de reinado fueron todo un éxito. A pesar de la pérdida de territorios, el rey fomentó una serie de cambios políticos, sociales y económicos que permitieron acercar España a Europa y sentar las bases de un país moderno.
Desde el punto de vista cultural, su reinado fue uno de los más espectaculares y positivos. A él se debe, entre otras, la creación de las Reales Academias y la Biblioteca Real, germen de la actual Biblioteca Nacional.
La mañana del 4 de octubre de 1717, Felipe V sufrió un ataque de histeria cuando salía a cabalgar: creía que el sol le atacaba. A pesar de que su carácter siempre había oscilado con alarmante rapidez entre la euforia y la depresión, nada hacía imaginar el comportamiento de aquel día.
Su condición mental se fue agravando progresivamente, hasta el punto de provocarle desórdenes físicos como fuertes cefaleas y trastornos gástricos, al tiempo que desarrollaba un comportamiento maníaco depresivo. El Monarca pasaba días sin salir de la cama y su gobierno se hizo cada vez más errático.
Asumida su incapacidad para gobernar, en 1724 decidió abdicar en la figura de su hijo, Luis I, y retirarse al palacio de La Granja junto a la Reina, Isabel de Farnesio… un retiro que duraría muy poco ya que desafortunadamente, a los pocos meses, Luis fallecía de viruela y Felipe V se veía obligado a volver al trono.
Fue entonces cuando la enfermedad se ensañó con él, mostrando los peores y más violentos síntomas de su bipolaridad. Empezó a protagonizar ataques de pánico en público y a sufrir terribles pesadillas en las que trataba de ensartar a un fantasma con la espada. En ocasiones, creía ser una rana y era frecuente verle saltar y croar por los jardines de La Granja.
Se empeñó en llevar siempre una prenda usada antes por la Reina, porque temía que le envenenasen a través de la ropa, de manera que frecuentemente paseaba desnudo por palacio. Se negaba a afeitarse, a lavarse y a cortarse las uñas de los pies, hasta el punto de no poder calzarse.
Empezó a sufrir trastornos del sueño: dormía de día y solía reunirse con ministros y embajadores a altas horas de la madrugada, en sesiones que duraban horas.
Sólo dos cosas consiguieron calmar al Rey y levantarle el ánimo: su adicción incontrolada al sexo y la voz del castrati Farinelli, que permanecía al servicio del Monarca en la corte a cualquier hora del día y de la noche.
Durante los peores momentos de la enfermedad de Felipe V, fue la Reina quien llevó las riendas del reino, hasta el punto de que los documentos oficiales de aquella época quedaron firmados por su mano con la rúbrica “el Rey y yo”.
Finalmente, la noche del 9 de julio de 1746, el Rey fallecía como consecuencia de un ataque cerebrovascular, convirtiéndose en el monarca con el reinado más prolongado en la Historia de España. Cuarenta y seis años en un trono que nunca deseó poseer, aquel hombre torturado cuya mente enferma enturbió no sólo la vida sino también su papel en la Historia.