¡La bolsa o la vida!

Restaurante Cuevas de Luis Candelas. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Restaurante Cuevas de Luis Candelas. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Luis Candelas: ¿héroe o villano?

¿Quién no conoce la historia de Robin Hood? Aquel héroe popular que robaba a los ricos para repartir sus riquezas entre los pobres fue tan sólo una leyenda literaria… sin embargo, en el Madrid del siglo XIX existió un personaje similar, con una vida aún más interesante y un objetivo un tanto diferente: robar a los ricos para vivir sin dar un palo al agua. Nos referimos al bandolero Luis Candelas, todo un personaje.

El mito del bandolero_

Dicen que es más difícil matar a un mito que al hombre que lo encarna… y los bandoleros hacen bueno este dicho. Alabados con el tiempo como héroes populares, defensores de los pobres y oprimidos, la realidad es que no dejaron de actuar como asesinos despiadados y ladrones desalmados, capaces de asaltar los caminos por un mero afán de codicia personal sin rastro alguno de humanidad.

El origen del bandidaje rural_

El problema del bandidaje en España se remonta a tiempos anteriores a la Edad Media. Se sabe que el propio Fernando el Católico lideró una serie de incursiones contra los salteadores de caminos de Aragón en 1515, y que ya en años anteriores se había organizado la Santa Hermandad de Toledo con el fin de atrapar a los indeseables que campaban a sus anchas por la Meseta Central.

No obstante, el bandolerismo como fenómeno delictivo organizado se gestó en España durante los siglos XVIII y XIX, como consecuencia del empobrecimiento progresivo del medio rural.

El reparto territorial tras la Reconquista había motivado que las tierras comunes, de las que se nutrían los agricultores, pasaran a manos de los nobles y la iglesia.

Repartidos estos terrenos entre unos pocos privilegiados, los campesinos quedaron desamparados y en una acuciante situación de precariedad, obligados algunos de ellos a buscar otras alternativas para salir de la necesidad, como echarse a los caminos para asaltar a los viajeros.

La despoblación existente en algunas zonas rurales, debido a que los núcleos de población se concentraban solamente en algunas regiones, permitió que algunas áreas deshabitadas se convirtieran en propicias para asaltar diligencias y viajeros.

Así, comenzaron a formarse cuadrillas de hombres desamparados, en gran parte jornaleros agrícolas, pero también artesanos, antiguos soldados, etc… unidos en la delincuencia por un fin común: la búsqueda de sustento.

La figura del bandolero_

Surgió así la figura del bandido o bandolero que, según la literatura de cordel del siglo XIX, define al hombre que queda pregonado en “bando” de búsqueda y captura.

El apogeo del bandolerismo, se produjo al concluir la Guerra de la Independencia contra los franceses, nutrido por cuadrillas de guerrilleros que no pudieron asimilarse al ejército regular.

El reinado de Fernando VII fue especialmente proclive en ello, cuando el ejército regular fue sustituido por los “Cien mil hijos de San Luis”, pagados por el propio monarca con el fin de mantenerle en el trono español.

La delincuencia como recurso_

Y es que las guerras, de manera intrínseca, desarrollan sin excepción un ambiente propicio para la violencia y la criminalidad. Por ello el bandolerismo fue uno de los grandes azotes de un siglo en el que confluyeron periodos de escasez y hambrunas (1812, 1817, 1834-1835, 1863, 1868, 1882), convulsión social, un creciente desprestigio tanto de la monarquía como de la nobleza y, finalmente, desde 1833, las Guerras Carlistas.

El asalto de caminos se convirtió durante décadas en el principal problema de seguridad interior que existió en tierras españolas. Con excepción del País Vasco el bandolerismo afectó a todo el territorio nacional, aunque con sus peculiaridades regionales, principalmente en cuatro focos geográficos: Andalucía, Cataluña, Galicia y los Montes de Toledo.

Madrid fue otro de los focos de delincuencia a lo largo del siglo XIX, aunque en realidad hablar de bandolerismo en la capital es una equivocación, por la propia condición rural del fenómeno. No obstante, en la Villa se cometían todo tipo de delitos debido a que en ella vivían gentes de toda clase y condición atraídos por la Corte, desde la nobleza, las altas jerarquías del Estado y la Iglesia, hasta toda clase de pícaros, rufianes, ladrones y matones.

Tipos de bandolerismo_

Las disposiciones y fuerzas desplegadas por el Estado no eran capaces de erradicar las cuadrillas de bandoleros, que se regeneraban continuamente a base de todos aquellos que se echaban a los montes para huir del hambre o de la justicia.

En este sentido, y en función de las motivaciones de cada persona para convertirse en bandido, existían tres tipos de bandolerismo:

  • El bandolerismo romántico. Asociado a personajes que cometían un delito en su juventud, huían y se unían a una cuadrilla o la formaban.

  • El bandolerismo de retorno. Nutrido de excombatientes que, tras una guerra, se entregaban al bandidaje en lugar de regresar a la vida pacífica. En este caso, unos formaron sus propias partidas y otros fueron por libre.

En el caso de las Guerras Carlistas, muchos desertores de ambos ejércitos (carlistas y liberales) buscaron desesperadamente un lugar en el que esconderse ya que la pena, en caso de ser capturados, era el fusilamiento. Todos ellos vieron en las partidas de bandoleros una forma de supervivencia.

  • El bandolerismo organizado. De carácter mafioso, sus dirigentes mandaban en la sombra a un grupo de informadores y ejecutores, encargados de atacar, secuestrar o asesinar objetivos, en una estampa muy alejada del mito romántico del bandolero que conservamos hoy día.

La vida del bandolero_

Una vez se echaba al monte, la vida del bandolero era mucho más dura de lo que nos podemos imaginar.

Su alimentación se basaba en lo que le podía aportar el medio, principalmente frutos y carne de caza menor: conejos, palomas y pajarillos.

Tampoco debía ser sencillo aguantar las temperaturas extremas propias de la montaña, que en invierno alcanzaban los -3º y en verano superaban los 43º.

En cualquier caso, la orografía de las sierras y serranías siempre aportó protección y refugio a los bandoleros, cuyo conocimiento de los montes y de las diferentes sendas les permitía escapar rápidamente en el momento en que escuchaban hombres armados acercándose hasta ellos.

Cuadrillas de bandoleros_

Las cuadrillas de bandoleros solían actuar en caminos solitarios que atravesaban grandes despoblados, pero no renunciaron a los cruces de las vías más importantes y con mayor densidad de viajeros. También aprovecharon los desfiladeros y los pasos de montaña, próximos a gargantas y barrancos que les facilitaran el factor sorpresa y agilidad en la huida.

Sus asaltos solían dirigirse no sólo contra los viajeros y rutas comerciales, sino también contra las haciendas de ricos y de curas, así como contra monasterios y oficinas de recaudación de impuestos de algunas poblaciones.

Modus operandi del bandolero_

En función de la tipología de sus ataques, los bandoleros empleaban diferentes modus operandi.

Cuando salteaban caminos, los asaltantes solían acechar, enmascarados, el paso de carretas, diligencias o viajeros a los que sorprendían y amenazaban al grito de “¡la bolsa o la vida!”, habitualmente armados con cuchillos y trabucos.

Por su parte, los asaltos a los pueblos solían realizarse de noche, a veces actuando conjuntamente varias cuadrillas que llegaban a reunir varias decenas e incluso centenares de miembros.

La leyenda literaria del bandolero_

Los bandoleros dejaron una enorme huella entre la población española del siglo XIX, sirviendo de fuente de inspiración a escritos, cronistas, poetas y artistas.

Así, la figura de estos bandidos se fue transformando a lo largo de la historia pasando de una imagen cruel y violenta a convertirse en héroes para las clases desfavorecidas, o incluso a transformarlos en leyenda, defensores de una tierra libre de terratenientes.

Una imagen épica que contaminó especialmente la literatura romántica europea al poner sus ojos en el exotismo de la España de los siglos XVIII y XIX. Al fin y al cabo, fueron escritores foráneos como Prosper Mérimée, Théophile Gautier, Richard Ford o Charles Davillier quienes amplificaron la imagen idealizada del bandolerismo después de visitar nuestro país, remitiendo más a un movimiento revolucionario social que a una forma de delincuencia.

Meros delincuentes_

Y es que, aunque las muertes a manos de los bandoleros no eran muy habituales, la violencia y la intimidación siempre fueron parte inseparable de su oficio, empleándolas de múltiples formas durante sus crueles y despiadados asaltos, con los que sembraban el pánico entra una población a la que finalmente sometían a todo tipo de abusos.

No había en sus acciones nada de la épica y el romanticismo que hoy asociamos a los bandoleros. Más que robar solamente a los ricos asaltaban a todo el que podían, y cuando repartían dinero entre los campesinos no era por filantropía sino para garantizarse informadores, refugio y silencio.

Carne de patíbulo_

Por todo ello, el final más habitual del bandolero era la muerte violenta.

Cuando esto sucedía se solía arrastrar su cuerpo y descuartizarlo, para después fijar sus restos en estacas en los lugares donde había cometido sus fechorías. De esta manera se pretendía mostrar al conjunto de la sociedad de las consecuencias de elegir una vida de crímenes como la de estos bandidos.

El final de los bandoleros_

El ocaso de los bandoleros, a finales del siglo XIX, se debió principalmente a tres condicionantes:

  • Con la mejora de las carreteras y la llegada del ferrocarril a España, los bandoleros abandonaron los caminos y optaron por nuevos métodos delictivos, como el secuestro.

  • La implantación del telégrafo. Mientras años atrás los bandoleros podían atracar durante horas los convoyes casi de manera impune para luego marcharse por donde habían venido, el telégrafo permitió conocer rápidamente dónde, cuándo y quiénes atacaban los caminos, provocando respuestas cada vez más rápidas de las autoridades que galopaban para apresarlos.

  • El último condicionante para el fin del bandolerismo, y el más determinante, sigue formando parte de nuestra sociedad a día de hoy: la Guardia Civil.

El cuerpo de la benemérita fue creado en 1844 por Francisco Javier Girón y Ezpeleta, II duque de Ahumada, para salvaguardar los caminos y zonas rurales de toda España y acabar con el bandolerismo.

Inicialmente estuvo formado por la contrapartida de los bandoleros: hijos, padres y sobrinos de labradores y agricultores, muy queridos y valorados por los campesinos.

En principio las partidas de la Guardia Civil estuvieron compuestas por unidades de apenas cinco o seis valientes que no tenían reparo alguno en internarse en los montes para localizar a los criminales ocultos, y cuya eficacia se vio pronto compensada con el empleo del telégrafo.

Los bandoleros más famosos_

El final de este fenómeno delictivo no consiguió sino acrecentar el mito del bandolero español, figuras que, a golpe de trabuco, forjaron la leyenda de algunos de los bandoleros que hoy todos conocemos:

  • El Tempranillo

Su nombre era José María Hinojosa y nació en 1805 en la pedanía cordobesa de Jauja.

Se hizo bandolero tras vengar, con tan sólo quince años de edad, la muerte de su padre asesinado.

Precisamente, de su precocidad como delincuente deriva su apodo: “El Tempranillo”.

Su seña de identidad siempre fue la generosidad para con las mujeres, a las que ayudaba a bajar de los caballos y cuidaba para que estuvieran cómodas mientras eran atracadas.

Alcanzó una gran fama en la sociedad de su época… incluso en la Corte, donde el mismo Fernando VII vio imposible acabar con la fama de este delincuente mediante el uso de la fuerza. Por ello, ofreció al Tempranillo la opción de abandonar el bandolerismo para convertirse en Jefe del Escuadrón Franco y Protección de la Seguridad de Andalucía, siendo uno de sus deberes acabar con las demás cuadrillas de bandoleros.

Hinojosa encontró en dicha oferta una forma de cambiar de vida y aceptó. Sin embargo, este cambio radical en su vida propició que en 1833 un grupo de bandoleros le tendiera una emboscada y lo matara por la espalda.

  • El Bizco de El Borge

De nombre Luis García, se caracterizaba por su envergadura, por su fuerza y por su ostensible estrabismo, a pesar del cual se le atribuía una excelente puntería con el trabuco.

  • Andrés López, el barquero de Cantillana

En él se inspiró el famosísimo personaje televisivo del bandolero Curro Jiménez.

Por culpa de unos pleitos con la justicia le fue arrebatado su oficio de barquero y tuvo que abandonar su pueblo (Cantillana, en la provincia de Sevilla), para echarse al monte.

Falleció tiroteado, a los veintinueve años de edad, en 1849.

  • El Tragabuches

De nombre José Ulloa, nació en 1780 en la localidad gaditana de Arcos de la Frontera.

Además de ser bandolero, fue torero e incluso cantaor.

Su apodo lo heredó de su padre, del que se decía llegó a comerse un burro recién nacido.

En 1814 se tuvo que echar al monte tras arrojar por un balcón a su amante cuando la sorprendió siéndole infiel con un sacristán, al que degolló.

El Tragabuches no fue ni capturado ni ejecutado, de hecho se perdió su pista y no se volvió a saber nada más de él.

  • Los Siete Niños de Écija

Iniciaron sus aventuras en 1808 como una guerrilla patriótica formada para luchar contra Napoleón, pero finalmente derivó en una cuadrilla de bandoleros.

Supuestamente la integraban siempre siete bandidos, que se renovaban a medida que alguno de sus miembros moría o caía preso.

En julio de 1817 se inició una campaña contra ellos. En un año y medio fueron capturados y ejecutados la mayor parte de ellos.

  • Luis Candelas

Si existe un bandolero por excelencia en la memoria popular, ese fue Luis Candelas.

El bandido más castizo y famoso, llegó a ser el hombre más buscado del Madrid del siglo XIX y sobre él elaboró todo un proceso de idealización propio de la clásica imagen positiva del bandolero.

Luis Ignacio Polonio Candelas Cajigal nació el día 9 de febrero del año 1804, en la Calle del Calvario de Madrid, en pleno barrio de Lavapiés.

Fue el menor de los tres hijos de un carpintero acomodado que pudo permitirse ofrecer a sus vástagos una esmerada educación en el Colegio jesuita de San Isidro, actual Colegio Imperial.

El pequeño Luis tan sólo duró dos años en esta escuela, tras ser expulsado por abofetear a un profesor. Desde entonces su escuela fue la calle, a pesar de lo cual la lectura siempre fue una de sus grandes aficiones, adquiriendo una notable formación autodidacta.

A los catorce años Candelas ya lideraba uno de los numerosos grupos de niños ladrones que se multiplicaban en el Madrid de la época. Entre sus compañeros de entonces alguno como Francisco Villena, más conocido como “Paco el Sastre”, pertenecería años después a su cuadrilla de bandoleros.

En su primera época de delincuente, entre 1823 y 1830, Luis Candelas se dedicó a conquistar mujeres y a vivir a costa de ellas, algo a lo que le ayudaba su buena presencia: moreno, bien parecido, con buena dentadura, nariz poderosa, anchas patillas y flequillo bajo el pañuelo, siempre bien afeitado, vestía sombrero calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y buen calzado.

Fruto de estas dotes para la conquista femenina, a los diecisiete años logró engatusar a Consuelo, una peluquera a la que acabaría dejando sin los ahorros de toda su vida. A esta le seguirían Margarita, una viuda necesitada de cariño, Paquita y Lola, conocida como “La Naranjera”, amante de Fernando VII.

Tras la muerte de su padre, Luis intentó replantearse su vida disoluta y comenzó a trabajar como librero. Sin embargo el cambio de actitud no cuajó y fue condenado a seis años de prisión en la Cárcel del Saladero por robar dos caballos y una mula.

Conocido como el “espadista”, porque utilizar una ganzúa para acceder a las casas que asaltaba, los barrotes de la prisión nunca fueron un obstáculo para él: en su historial se registraron hasta seis fugas, en muchas ocasiones consumadas a base de sobornos.

Candelas llegó a ser muy conocido en los bajos fondos de la capital. La mayor parte de sus crímenes eran timos urbanos en los que su banda robaba carteras, relojes o joyas. También frecuentó los atracos, robos en domicilios, asalto de mensajerías y locales comerciales, siempre sin derramar sangre.

Aunque este salteador y su banda actuaban principalmente en Madrid, en ocasiones muy contadas se situaba con sus compinches en la Sierra de Guadarrama o en las carreteras que daban acceso a la capital, para asaltar diligencias y desvalijar a sus ocupantes.

Con verdadera precisión, y haciendo uso del arte del engaño, la cuadrilla de Candelas preparaba sus golpes reuniéndose en la taberna del Tío Macaco, en la Calle de Lavapiés, o en la de Traganiños, en la Calle Tudescos, en cuya trastienda se ocultaba una escuela de carteristas que hacían sus prácticas con un maniquí.

En una ocasión, la banda de Luis Candelas atracó una tienda de adornos religiosos de la Calle Postas. Allí acudieron junto a un individuo al que obligaron, bajo amenaza de muerte, a acompañarles disfrazado de obispo.

Candelas simuló ser el secretario de este fingido obispo y convenció a los dueños de la tienda de permitirles cargar numerosos objetos de valor en un carro que se dirigiría camino del obispado, con la excusa de que el obispo les abonaría la factura al instante.

Cuando el carro estuvo bien repleto, Candelas y los suyos abandonaron el lugar dejando al dueño de la tienda, y al supuesto obispo, pasmados y sin capacidad de reacción.

Después de perpetrar los atracos, Luis Candelas se esfumaba sin dejar rastro durante un tiempo, haciendo creer a la policía que había huido al extranjero, cuando en realidad se transformaba en Luis Álvarez de Cobos, un rico hacendista del Perú.

Esta identidad secreta, que incluía caracterización física y documentación falsa, permitía al avispado bandolero vivir como un indiano adinerado y respetado de día y, por la noche, cuando salía por la puerta trasera de su casa en la Calle Tudescos, reunirse con su cuadrilla y planear su siguiente golpe.

Luis Candelas comenzó a plantearse la posibilidad de dar sus últimos golpes y retirarse, viviendo tranquilamente en algún país extranjero.

Decidido a abandonar la “profesión”, resolvió cometer dos trabajos más en el plazo de un mes que le permitieran acumular las ganancias suficientes como para vivir holgadamente el resto de su vida… el problema fue que el bandido eligió mal los objetivos.

El primer error fue asaltar la diligencia del embajador de Francia en el camino de Matas Altas, zona de montes situada entre Las Rozas y Torrelodones, sustrayéndole no solo dinero y joyas sino también unos documentos de Estado confidenciales.

Su segundo y más importante desliz fue asaltar la casa de la acaudalada Vicenta Mormín, modista de la Reina regente María Cristina, en la madrileña Calle del Carmen.

Candelas y dos de sus compinches se disfrazaron con ropas elegantes y al llegar a la casa de la costurera, fingieron ser mensajeros de Francia con carta para la señora. Previamente habían averiguado que la sastra esperaba con ansia noticias de su hija, asentada en París.

Al entrar en la casa ataron a la mujer junto con el servicio y les amordazaron. Inspeccionaron el domicilio, afanando los objetos de valor que encontraron. Mientras se estaba cometiendo el atraco, llegaron a la casa la lavandera, una de las criadas, dos mujeres mayores y dos amigos de la dueña, a quienes también que hicieron presos.

La banda se llevó todo lo valioso que encontraron en el hogar y el taller de costura, lo que les reportó cerca de 700.000 reales en metálico, además de un buen puñado de alhajas.

Este robo causó una gran consternación en la capital y todas las fuerzas de seguridad de la nación fueron alertadas para dar caza al hombre más buscado.

En enero de 1837, el Diario de Avisos de Madrid publicaba una orden de busca y captura de Luis Candelas, que pasó a convertirse en el bandido más famoso y temido del momento.

Los carteles con su imagen cubrían los muros de la ciudad por lo que, llegados a este punto, el grupo de bandoleros se dispersó tras repartirse el botín.

Candelas y su amante huyeron al norte de España, dispuestos a abandonar el país con destino a Inglaterra. Sin embargo, viendo que el resto de componentes de la banda habían sido detenidos, la pareja decidió huir a Portugal.

El 18 de julio de 1837, el bandido más buscado del país fue arrestado en una posada de Alcazarén, cerca de la localidad vallisoletana de Olmedo.

Trasladado a Madrid, fue ingresado en la Cárcel de Corte. Su juicio duró tres meses y, a pesar de haber enviado una petición de indulto a la Reina regente María Cristina, argumentando que nunca había matado a nadie, fue hallado culpable de cuarenta atracos y condenado a muerte por garrote vil.

La mañana del 6 de noviembre de 1837, multitud de madrileños se congregaron en la Plaza de la Cebada para presenciar el ajusticiamiento del famoso bandolero.

“He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes. Adiós patria mía. Sé feliz”. Fueron sus últimas palabras.

Así se ponía fin a las actividades delictivas del bandolero más famoso de Madrid, que pasaría desde entonces a protagonizar coplas y versos populares, convertido en leyenda.

La memoria de luis Candelas_

Hoy, casi dos siglos después de su muerte, la memoria de el bandolero castizo por excelencia permanece presente en las calles del centro de Madrid, especialmente en la Calle Cuchilleros, donde el restaurante Las Cuevas de Luis Candelas recrea la época y el ambiente en los que el bandido desarrolló su actividad.

Luis Candelas, enemigo público número uno del Madrid del siglo XIX, héroe o villano, realidad o leyenda, reflejo de un pueblo humillado víctima de la España absolutista en la que le tocó vivir y que clamaba venganza… fue, al fin y al cabo, un delincuente al que la historia de nuestro país, una vez más, transformó en mito.

Luis Candelas Cajigal (Madrid, 1804 – 1837)

Luis Candelas Cajigal (Madrid, 1804 – 1837)

Anoche una diligencia,
ayer el palacio real,
mañana quizá las joyas
de alguna casa ducal.
Y siempre roba que roba,
y yo por él siempre igual,
queréndolo un día mucho
y al día siguiente más.
— Coplas de Rafael de León a Luis Candelas


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