El día de la marmota

Estatua ecuestre de Carlos III en Madrid

Estatua ecuestre de Carlos III. Madrid, 2024 ©ReviveMadrid

CARLOS III: el REY DE las COSTUMBRES



Diario de un monarca resignado: "Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava"._

Palacio Real de Madrid, un día cualquiera de mis casi treinta años de reinado...

6:00 a.m.: Despertar con "gracia divina" y un poco de hastío.
"Primero Carlos que rey", me repito mientras Almerico Pini entra en mi cámara como si cada mañana fuera un festival de optimismo. En realidad, lo único que espero del día es que el sombrero viejo sobreviva un día más junto al nuevo, condenado a esperar su turno como si fuera un aspirante a la gloria. Me aseo, rezo y, sin falta, preparo el ánimo para lidiar con la rutina.


7:00 a.m.: Chocolate con ‘contrabando’.
Silvestre, mi repostero traído de Nápoles, entra de puntillas, como un conspirador en mi propia corte, con la chocolatera como si estuviera salvándome la vida. Me llena de nuevo la jícara mientras yo pienso en los grandes problemas del reino: la Hacienda que necesita un milagro, las reformas pendientes en el Consejo de Castilla y esos jesuitas, siempre tan dados a complicar las cosas. "¿No podrían ser un poco más cooperativos?", pienso mientras bebo mi chocolate.


8:00 a.m.: El despacho: el reino y sus infinitos problemas.
Tres horas de papeles, ministros y más papeles. Si tan solo pudiera cambiar esta silla por una de caza... Pero no, aquí estoy, vigilando que todos trabajen. Mi difunta esposa María Amalia lo resumió bien: "Los secretarios se hallan todos llenos de terror". Al menos eso asegura que se muevan con cierta eficacia.


11:00 a.m.: Reuniones y una pizca de protocolo.
Después de los asuntos de Estado, llega la visita de mis hijos. Certifico que mi hijo Carlos no es precisamente una inteligencia privilegiada. Un momento de respiro antes de enfrentarme al confesor, al presidente del Consejo de Castilla y, si tengo suerte, a algún ministro que no venga con malas noticias. A veces pienso que debería nombrar un ‘ministro de problemas insolubles’ y delegarle todo.


13:00 p.m.: Almuerzo en público: la rutina del tenedor.
El almuerzo, como siempre, es una ceremonia interminable. Todos se empeñan en observarme mientras como mi ternera, mi huevo fresco y mi sopa, como si cada bocado fuera una decisión de Estado. Incluso en esto no hay descanso: los gentilhombres prueban el agua y el vino antes de servírmelo, como si alguien quisiera envenenar al hombre más predecible del reino.


15:00 p.m.: Siesta en verano, caza el resto del año.
Si es verano, duermo un rato, aunque siempre pienso: "¿Qué sentido tiene esta pausa si después todo sigue igual?". En cualquier otra época del año, me entrego a la caza, mi única pasión verdadera. Eso sí, yo no persigo a los animales; tengo a mis ojeadores para llevarlos hasta mí. ¿Para qué arriesgar el físico cuando uno puede cazar con estilo?


20:30 p.m.: El revesino y las reflexiones.
De vuelta en palacio, me siento a jugar al revesino. Es un juego simple, pero suficiente para distraerme antes de la cena. A veces pienso en lo mucho que he logrado, a pesar de los motines, las críticas y los eternos problemas del reino. Mi madre, Isabel de Farnesio, estaría orgullosa... creo.


22:00 p.m.: La cena y el descanso.
La cena es mi momento privado. Sopa, ternera, ensalada con azúcar y vinagre, un huevo fresco y mi copa de vino de Canarias. Siempre lo mismo, pero eso me tranquiliza. Termino el día con un poco de fricasé para los perros y la satisfacción de haber clavado la cucharilla en la huevera al primer intento.

Antes de dormir, rezo unos minutos y elijo la frase que soltaré en mi lecho de muerte: "¿Qué, creíais que iba a ser eterno? Es preciso que paguemos todos el debido tributo". Aunque, a decir verdad, lo que más me gustaría es una copa más de ese vino dulce antes de pagar nada.

Otra jornada inolvidable de lo mismo... buenas noches.

Diario de un monarca urbanista: "¿Acaso me iba a caer el cielo por abrir Madrid?"_

Palacio Real, otro día idéntico al anterior, pero lleno de obras... literalmente.

6:00 a.m.: "Primero Carlos que rey".
Despertar temprano sigue siendo un martirio. Almerico Pini entra con su entusiasmo habitual, y yo pienso que si él tuviera que gestionar todo Madrid, quizás no estaría tan animado. Me aseo, rezo, y me preparo para otro día de decisiones que "transformarán la capital". Lo llaman "mejoras urbanísticas", yo lo llamo "darme más dolores de cabeza".


7:00 a.m.: El chocolate y la lista interminable.
Mientras tomo mi chocolate con el contrabando habitual de Silvestre, pienso en los proyectos pendientes. ¿Será hoy el día en que termine la limpieza de las vías públicas? ¿Alumbrado funcionando? ¿Más calles pavimentadas? A este paso, terminaré mi reinado convertido en maestro de obras. Aunque, para ser justos, Madrid lo necesitaba: "Mis vasallos son como los niños: lloran cuando se les lava", y vaya si lo han llorado.


8:00 a.m.: Despacho: ministros y planos.
Los ministros entran con sus informes y más planos de la ciudad. Ahí está Floridablanca, hablando de la Casa de Correos, que por fin parece avanzar. Campomanes trae noticias de la Real Fábrica de Tapices; al menos ahí no tengo que preocuparme por ladrillos. Y Aranda insiste en los paseos del Prado de San Jerónimo y la Florida. "Majestad, será un lugar donde las familias disfruten", me dice. Yo solo pienso en cuántos paseos más quieren que amplíe.


11:00 a.m.: Monumentos y fuentes, ¿por qué tantas?
Después de atender asuntos de Estado, llegan los informes sobre la Puerta de Alcalá. La imponente estructura está quedando bien, pero aún no entiendo por qué necesitábamos una puerta tan grande. "Porque impresiona, Majestad", dicen los arquitectos. Claro, y las fuentes también impresionan: Cibeles, Neptuno, Apolo... ¿De verdad hacía falta una para la Alcachofa?


13:00 p.m.: Almuerzo con vistas a una ciudad en obras.
Como siempre, me observan mientras almuerzo. Yo finjo que no noto las miradas, pero en realidad pienso en los edificios que aún no terminan: el Hospital General, el Museo de Ciencias Naturales, el Jardín Botánico. "A este ritmo, solo me faltará construir un nuevo palacio", bromeo mientras bebo mi agua templada con vino de Borgoña.


15:00 p.m.: Caza: mi refugio de las reformas.
La caza sigue siendo mi única escapatoria. Aquí no hay arquitectos, ni ministros, ni planos. Solo yo y mi escopeta. Mientras espero que los ojeadores traigan algún jabalí, me consuelo pensando que, al menos, la Fábrica de Porcelana del Buen Retiro y la de Platería de Martínez no requieren inspecciones diarias.


20:30 p.m.: El juego y las reflexiones.
De vuelta en palacio, juego al revesino mientras reflexiono sobre lo mucho que ha cambiado Madrid. Las calles ya no son un lodazal, hay alumbrado público, y los paseos se llenan de vida. Sin embargo, me pregunto si alguna vez tendré un día libre de construcciones y quejas.


22:00 p.m.: Cena y la eterna repetición.
Ceno mi sopa, ternera, ensalada y vino de Canarias, como siempre. Me consuela saber que, aunque la ciudad cambie, mis hábitos permanecen inalterables. Los perros reciben su parte de fricasé, y yo lanzo la cucharilla contra la huevera, celebrando en silencio otro día de avances.

Antes de dormir, me repito: "Madrid será recordado por todo lo que he construido. Aunque, a decir verdad, espero que también recuerden que lo hice sin perder la paciencia... del todo."

El tedio no descansa, pero yo sí. A dormir.

Diarios de un monarca ilustrado: "¿Y si la modernidad también se pavimenta?"_

Palacio Real, un día más donde ciencia y reformas compiten por agotar mi paciencia.

6:00 a.m.: "Primero Carlos que rey… ¡pero con un Observatorio Astronómico!"
El alba llega y con ella, mi ritual matutino. Almerico Pini irrumpe con su alegría habitual y una pila de documentos bajo el brazo. ¿No podría traer solo café alguna vez? Hoy me recuerda que soy más que un rey: soy el "mejor alcalde de Madrid" y, según dicen, un faro de modernidad científica. No sé si mi madre lo habría imaginado cuando me mandaba a estudiar mientras mis hermanos mayores se quedaban con los juguetes (… y los tronos).


7:00 a.m.: Almuerzo y ciencia.
Mientras saboreo mi chocolate, reflexiono sobre mi "eje de las ciencias". El Real Jardín Botánico está en plena forma, aclimatando plantas exóticas de nuestras expediciones, y el Gabinete de Historia Natural es una maravilla, aunque ahora ocupa un palacio temporal hasta que Villanueva termine el edificio definitivo. "Majestad, sería ideal tener un observatorio astronómico", dicen mis consejeros. Les doy luz verde porque, francamente, ¿quién no necesita un lugar para observar las estrellas y mejorar la navegación?


8:00 a.m.: Despacho: ministros, mapas y animales exóticos.
Mis ministros entran con noticias de todas partes. Campomanes trae un informe sobre nuestras expediciones científicas por el globo: cuarenta misiones para explorar, recolectar, y demostrar que España también sabe de ciencia. Floridablanca menciona que los instrumentos del Real Observatorio están mejorando. Y Aranda, siempre pragmático, me informa de los nuevos animales para mi zoológico en el Retiro. Un elefante del sultán otomano y una osa hormiguera de América: no hay mejor fiesta que alimentar bestias en un cumpleaños real.


11:00 a.m.: Madrid: ¿modernidad o locura?
Recorro Madrid en mi carroza, supervisando el avance de las obras. Las fuentes monumentales, los paseos del Prado y de la Florida, y la Casa de Correos avanzan, aunque a este ritmo me tocará inaugurar todo en mi lecho de muerte. Mientras observo el progreso, pienso en cómo la ciencia se ha convertido en mi herramienta secreta. Descubrí que gobernar no es solo espadas y palacios; es entender que el prestigio viene de las universidades, los laboratorios, y sí, incluso de un ciervo albino.


13:00 p.m.: La modernidad cansa.
Almuerzo con mis ministros mientras discutimos la última moda: la idea de que la ciencia puede resolver todo. "Majestad, su reinado es un antes y un después para España", dice Floridablanca… yo lo único que siento es que mi paciencia también está en un antes y un después.


15:00 p.m.: Caza: mi escape del progreso.
La caza me da un respiro. Aquí no hay zoológicos ni jardines botánicos, solo la naturaleza en su estado puro. Sin embargo, me distraigo pensando en Pompeya y Herculano. Durante mi tiempo como Carlos VII de Nápoles, desenterré esas ciudades sepultadas por el Vesubio. Fue emocionante al principio, pero luego... polvo, cenizas y más gastos.


20:30 p.m.: Ciencia bajo las estrellas.
De vuelta en palacio, doy un paseo nocturno. Miro al cielo, recordando los objetivos del Real Observatorio: mejorar la navegación y demostrar que la monarquía española está a la altura de Europa. Sonrío al pensar que, mientras mis ministros se preocupan por presupuestos, yo me he convertido en un visionario.


22:00 p.m.: Un rey agotado pero satisfecho.
Ceno mientras los perros reciben su parte diaria de fricasé. Reflexiono sobre lo lejos que hemos llegado: desde mis días como duque de Parma y rey de Nápoles hasta estos años transformando España. He pavimentado calles, construido museos, financiado expediciones y abierto las puertas de la ciencia. "La modernidad no es fácil, pero alguien tiene que hacerla", murmuro mientras la cucharilla golpea la huevera.

Y así termino otro día, con un pie en el presente y otro en el futuro. España entra en la modernidad, y yo... yo solo espero que alguien recuerde dar de comer al elefante.

Rutina cumplida. Hasta mañana, mundo igual.

Carlos III de España (Madrid, 1716-1788)

¿Qué dejo yo para que sienta morir, sino cuidados, penas y miseria? He hecho el papel de Rey, y se acabó para mí esta comedia.
— Carlos III de España


¿Cómo puedo encontrar la estatua ecuestre de Carlos III en Madrid?