El mercado de las maravillas
Mercadillo de Navidad, SHOPPING CON MUCHA tradición
¿Cuál es para ti el icono navideño por excelencia en Madrid? ¿Los belenes monumentales, las campanadas de Nochevieja, la cabalgata de Reyes, el alumbrado de sus calles, el chocolate con churros? Por supuesto, todos y cada uno de estos símbolos ayudan a construir un ambiente mágico del que vecinos y visitantes pueden disfrutar durante unas fiestas que invaden todos los rincones de la ciudad. Pero si existe un lugar en el que los emblemas navideños se aglutinan en la capital, ese es sin duda el mercadillo navideño de la Plaza Mayor, una de las principales señas de identidad de las Navidades madrileñas que tiene su germen en el Madrid del siglo XVII.
Como todos sabemos, la Plaza Mayor constituye el corazón de Madrid. Su origen lo encontramos en la antigua plaza del Arrabal, que desplazó a la de San Salvador como principal espacio de mercado en la Villa y que se encontraba fuera de los límites de la ciudad medieval.
Pero la verdadera puesta de largo de este espacio como foro principal de la capital se produjo en 1619 cuando, en pleno reinado de Felipe III y bajo la dirección del maestro mayor Juan Gómez de Mora, concluyeron las obras de remodelación de la nueva plaza. Gracias a ello, Madrid se dotó de un espacio suficientemente amplio como para instalar su mercado y celebrar todo tipo de acontecimientos sociales.
Al mismo tiempo comenzó a funcionar, en la vecina Plaza de Santa Cruz, un pequeño mercado en el que se empezaron a vender, fundamentalmente, alimentos, animales, flores y adornos.
Sus comerciantes consiguieron inicialmente evitar pagar el “portazgo”, un impuesto que grababa la venta de productos en el interior de la ciudad, al encontrarse en un pequeño espacio fuera del recinto, pero el mercado adquirió tanto éxito durante las décadas posteriores que acabó extendiéndose poco a poco por las cavas, Puerta Cerrada, la Calle de Toledo, la Calle del Arenal y la propia Plaza Mayor.
El negocio de estos tenderos resultaba especialmente prolífico durante las Navidades, momento en el que muchas familias madrileñas solían ofrecer mayor variedad de platos en sus mesas. Así lo recoge el dramaturgo Don Ramón de la Cruz, uno de los padres del casticismo madrileño, en su sainete de en 1765 La Plaza Mayor por Navidad.
Ya en el siglo XIX, el aumento del nivel de vida y la aparición de la clase obrera madrileña a causa de la Revolución Industrial, impulsó el crecimiento de este tipo de lonjas.
Los cambios económicos transformaron, hacia 1840, los mercados navideños en verdaderos acontecimientos de masas, motivo por el cual las autoridades decidieron poner orden y, de paso, sacar algún beneficio económico.
El Ayuntamiento de la capital dictó una normativa reguladora que obligaba a todos los comerciantes a solicitar su licencia de venta durante las Navidades previo abono de una tasa de cinco pesetas por “cada metro cuadrado o fracción en la Plaza Mayor, calle de Ciudad Rodrigo, Zaragoza y Plaza de Santa Cruz”.
Finalmente, en 1860 el Consistorio madrileño decidió trasladar a todos los comerciantes con licencia en vigor para vender alimentos a la Plaza Mayor, mientras que la Plaza de Santa Cruz se reservó para los puestos en los que se vendían figuras belenísticas, zambombas, carracas, panderetas, panderos, etc. consolidándose este último como mercado de Navidad.
La Plaza Mayor comenzó a acoger en sus soportales multitud de tiendas de campaña adornadas con vistosas banderines de colores, que ofrecían al público madrileño gran variedad de productos alimenticios. Existían puestos de carne que ofrecían pavo trufado, cabeza de cerdo o solomillo, todos platos que tan sólo podía permitirse la gente pudiente y que se alternaban con otros en los que se vendían longanizas, salchichas o carneros… manjares propios de la gente más humilde.
Los puestos de pavos, que las paveras traían directamente desde sus granjas hasta Madrid para ofrecer a los clientes el mejor ejemplar para sus mesas, eran de los más cotizados, así como los de capones y faisanes.
Del Mar Cantábrico llegaban a Madrid conservados en hielo el besugo, el atún, el salmón y las sardinas.
Por supuesto, no podían faltar los puestos de dulces tradicionales como mazapanes de Toledo, turrones de Alicante, frutos secos, fruta, cañas de azúcar, guirlaches, etc.
En los primeros años del siglo XX, las numerosas tiendas ya aportaban ese característico toque animado y colorista propio de la Plaza Mayor en Navidad y tan sólo la Guerra Civil, en 1936, fue capaz de acabar temporalmente con una actividad que volvería aún con más fuerza tras la contienda, en 1940.
En 1944, el Ayuntamiento de Madrid prohibía que se siguieran vendiendo productos alimenticios en la Plaza Mayor y ordenaba que las casetas se limitasen a la venta de artículos de broma y adornos navideños, de manera que a esta plaza se trasladaron los comerciantes que hasta entonces habían permanecido en la de Santa Cruz.
A partir de 1950 el diseño del mercado de Navidad sufrió una enorme mejora, al sustituir los rudimentarios toldos de los puestos por casetas que armonizaban la imagen de la Plaza Mayor.
Desde entonces, el mercado navideño ha permanecido en la plaza tal y como lo conocemos hoy, reuniendo a más de un centenar de casetas de madera, regentadas por familias de comerciantes que durante generaciones y cada año han consolidado una de las tradiciones culturales intangibles más emblemáticas, no sólo en las Navidades de los madrileños, sino en las de todos los españoles.