Sin dar bola
origen del billar, una tradición de “pelotas”
¿Recuerdas aquellos años en los que tus padres solían castigarte por hacer novillos y pasar la tardes en los billares de tu barrio? Aunque no supiste explicárselo en su momento, en realidad estabas asistiendo a clases avanzadas de geometría, desarrollando tu creatividad y estudiando Historia a través de la práctica… todas estas son las ventajas del billar, un juego que los Borbones introdujeron en la sociedad madrileña del siglo XIX.
Aunque este curioso juego se había dejado ver en España a través de los primitivos cafés cantantes de estilo parisino que los ejércitos franceses instalaron en Andalucía durante su invasión en 1807, siempre fue un juego propio de reyes, emperadores, príncipes y cortesanos… en definitiva, aquellos que tenían tiempo libre para poder jugar.
El billar moderno llegó a nuestro país de mano de los Borbones, cuya educación, se dice, estaba basada en cinco pilares: Política, Historia, equitación, armas y billar. Sería Fernando VII, el "Rey felón”, quien extendería la afición por este juego entre la aristocracia madrileña del siglo XIX, cuando se produjo un gran progreso técnico en la elaboración de las mesas y los tacos.
El Rey solía pasar horas practicando este juego, aunque se dice que era un jugador mediocre. Casualmente, y a pesar de su falta de pericia, el monarca raramente perdía sus partidas. La razón es que sus contrincantes, con tal de agradarle, procuraban dejarse ganar siempre que jugaban contra él. Fallaban golpes fáciles de manera intencionada y, además, propiciaban que las bolas quedaran colocadas sobre el tapete para que su majestad pudiera hacer carambola fácilmente.
Esta situación dio lugar a la famosa frase “Así se las ponían a Fernando VII”, que solemos emplear para referimos a que alguien ha tenido infinidad de facilidades para llevar a cabo una acción, sin encontrarse la más mínima complicación por el camino. También de este hecho deriva el adjetivo "pelota" o “hacer la pelota”, atribuido a la persona que adula y ofrece excesivas atenciones a otra, en recuerdo de aquellos cortesanos que jugaban al billar con Fernando VII.
La sala de billar se hizo indispensable en los palacios de la nobleza del siglo XIX en Madrid. Se trataba de un espacio de uso exclusivamente masculino que, por lo general, estaba situada cerca del comedor, ya que era costumbre jugar después de comer para favorecer la digestión. Además, era habitual que las paredes de esta sala estuvieran decoradas con retratos femeninos.
Uno de los aristócratas aficionados a las largas sesiones de billar fue don Enrique de Aguilera y Gamboa, XVII marqués de Cerralbo, uno de los nobles más destacados del Madrid del siglo XIX, a cuyo afán coleccionista debemos hoy el extraordinario Museo Cerralbo de la capital.
La sala de billar del palacio del marqués contaba con esta espectacular mesa que, según la tradición, perteneció a Fernando VII y en torno a la cual los “pelotas” de su Corte debieron desplegar sobre el monarca su incansable labor aduladora.
La mesa fue obra del constructor Roque Peironcely, uno de los mayores especialistas en la construcción de mesas de billar y de los elementos necesarios para desarrollar este juego, cuyo taller madrileño se encontraba en la Calle de Hortaleza, número 71.
Lejos de un mero entretenimiento, actualmente muchos países de Europa ya incluyen el billar como asignatura en sus colegios para desarrollar la concentración y la inteligencia, un deporte que exige equilibrio absoluto entre cuerpo y mente.… y una de las mejores excusas para pasar un buen rato con los amigos, sean o no sean unos “pelotas”.