Sol y sombra
Toldos callejeros, aliviando el calor madrileño
¿Cómo estás llevando las sofocantes olas de calor que están azotando Madrid estas últimas semanas? Una vez más estamos pudiendo comprobar cómo los veranos en nuestro país son cada año más calurosos y las olas de calor se suceden sin darnos tregua, especialmente cuando salimos a las calles de la capital… un verdadero infierno de asfalto.
A estas alturas, todos conocemos el riesgo de sufrir un golpe de calor si pasamos demasiado a la intemperie en clima caluroso o expuestos al sol durante un tiempo prolongado. Sin embargo, en Madrid siguen abundando las calles en las que apenas hay sombra, bien porque no hay árboles o bien porque, si los hay, son tan pequeños que no sirven para refugiarse de la canícula.
Eso supone que pasear por las calles de la capital a partir de las doce del mediodía pueda convertirse en una hazaña, a excepción de la protección que nos ofrecen los abanicos, las sombrillas de las terrazas o de algunas calles del centro de la ciudad en las que se han instalado toldos para proteger a los peatones… un remedio hoy apenas anecdótico pero que era muy habitual en el Madrid del Siglo de Oro.
En verano, el sol y el calor marcan el ritmo de la capital: miden la hora en la que nos acostamos y madrugamos, provocan que las noches sean insoportables impidiéndonos conciliar el sueño e incluso determinarán si debemos o no salir a la calle.
Y es que, el clima de una localidad condiciona inevitablemente la forma de vida de sus habitantes. Por eso, el diseño de los espacios públicos ha supuesto siempre una respuesta a las condiciones climatológicas adversas, intentando por todos los medios generar confort en los espacios abiertos.
El confort térmico para las personas que se encuentran en espacios exteriores es uno de los factores que influye en las actividades al aire libre que puedan desarrollarse en calles, plazas, parques infantiles, parques urbanos, etc.
Durante el siglo XIX comenzó a asociarse el confort urbano y la habitabilidad de una localidad con conceptos como la ventilación, la luz, el calor y los principios higienistas. Para conseguirlo pérgolas, vegetación, fuentes y estanques fueron algunos de los recursos que aún hoy podemos contemplar en nuestros espacios urbanos, generando un microclima en las zonas tratadas que mejora la habitabilidad de esos espacios.
Pero sin duda, desde tiempos antiguos la utilización de textiles, paños y toldos para la generación de sombra en el entorno urbano ha sido una de las prácticas más recurrentes para lograr reducir la temperatura de un ambiente, tanto en espacios públicos, como calles o plazas, como en espacios privados, como patios o corralas.
A partir de 1561, cuando Madrid fue nombrada capital del reino, se produjeron bruscos cambios en el clima de la ciudad generados, entre otros motivos, por el aumento de una población que se veía cada año incrementada en unos 2.500 individuos… demasiada afluencia para una villa anclada en una mentalidad antigua que se reflejaba incluso en su trazado, más propio de una villa medieval que de una capital renacentista.
Las calles seguían siendo estrechas e irregulares, una irregularidad que obedecía a una concepción urbanista práctica: no se necesitaban calles rectas pues aún no había tráfico rodado y su sinuosidad facilitaban la defensa ante un peligro interior.
Para estar y convivir, los vecinos empleaban las pequeñas plazas y otras vías más anchas donde se situaban los comercios. Sin embargo, en poco tiempo todas estos espacios se vieron atestados de viandantes, caballerías, tenderetes, etc.
La limpieza de la ciudad dejaba mucho que desear. La basura en las calles era un mal general, ya que la gente acostumbraba a arrojar los desperdicios a la calle, dejar los restos de materiales de construcción, hacer hoyos a voluntad, volcar aguas sucias, esparcir excrementos de animales… una situación que empeoraba peligrosamente durante los meses de verano, con el calor y a pleno sol.
Por estos motivos, los madrileños del siglo XVI temían al verano. Del calor no había manera de defenderse y lo descomponía todo. De hecho, durante los meses de más calor el Concejo nombraba a un responsable de recorrer las calles de la Villa en busca de gatos, perros y otros animales muertos, con el fin de trasladarlos a algún lugar fuera del núcleo urbano y comercial en el que no pudieran causar daño a la salud o provocar epidemias.
También, durante los meses de estío, se recomendaba no matar ni vender carne fresca recién sacrificada, especialmente la de cordero, que podía resultar infecta.
Cuando el calor venía acompañado de épocas de sequía, se intentaba remediar la situación meteorológica con procesiones, por la necesidad que había de agua, como las celebradas en 1580 en honor a San Sebastián o la Virgen de Atocha.
Con una temperatura media en verano de entre 35 y 37 grados centígrados, a finales del siglo XVI se impuso con fuerza una arquitectura textil relacionada con la protección solar en Madrid, a base de toldos colgados de lado a lado de las calles menos protegidas del impacto de los rayos del sol.
De origen árabe, la utilidad de estos toldos era proteger a los habitantes de la ciudad y a los trabajadores de los tenderetes y mercados, como el ubicado en la antigua Plaza del Arrabal, al tiempo que cubrían el género en venta para protegerlo de la descomposición.
También se utilizaron estos toldos en los corrales de comedia del Madrid del Siglo de Oro. Los empresarios teatrales comprendieron la necesidad de mejorar las condiciones de la zona de representación y del lugar donde se ubicaba el público (la “cazuela”), de modo que hicieron uso de toldos para cubrir los patios abiertos, con el fin de protegerlo del sol y mejorar la visibilidad del espectáculo.
El material utilizado para la elaboración de estos toldos era el mismo que se usaba para fabricar el velamen de los barcos (motivo por el que estos toldos callejeros se denominaron “velas”), aunque con el tiempo se emplearon tejidos más livianos, como el lino.
Los toldos/velas resultaron un remedio magnífico para proteger a los madrileños del impacto del sol, que a día de hoy en día se sigue utilizando en las calurosas calles de Madrid, permitiendo que la sensación térmica al recorrer el centro de la ciudad se reduzca hasta hacerla medianamente soportable. Es el caso de esta Calle del Carmen, especialmente castigada cada verano por el astro rey… quizá, quien sabe, por su proximidad a la emblemática Puerta del Sol.
A día de hoy, los rincones sombríos en Madrid se cotizan al alza… y es que encontrar una sombra en la capital se hace imprescindible para soportar las altas temperaturas y sobrevivir en la parrilla en que se convierte la ciudad cada verano.
Ante esta situación, la tecnología se pone de nuestra parte y nos permite disponer de aplicaciones como Shadowmap, que nos ayuda a encontrar, en tiempo real y por horas, los lugares donde hay sombra en nuestra ciudad. De este modo podremos salir a la calle con la seguridad de no achicharrarnos estando demasiado tiempo bajo el sol.
Como vemos, los toldos llevan muchos siglos dotando de sombra y bienestar a Madrid, aunque hoy tan solo estén disponibles en unas pocas calles del centro de la capital, mientras que en la mayor parte de avenidas y plazas sigue resultando prácticamente imposible esquivar el sol. En cualquier caso, disfrutar de los paseos por Madrid en pleno verano sigue siendo un lujo… aunque siempre mejor cuidando de nuestra salud, aprovechando “la fresca” y buscando la sombra.