Trece ángeles
Niños del dos de mayo de 1808: héroes olvidados
¿Alguna vez te has preguntado cómo vive la guerra un niño? ¿Qué consecuencias tiene para su presente y tendrá para su futuro?
Desgraciadamente, en las últimas semanas estamos siendo testigos, a través de los medios de comunicación, de los desastres que la guerra supone para una sociedad. Muerte y destrucción que no solamente castiga a militares… también a una población civil que paga con su vida las consecuencias de decisiones tomadas por políticos desde la seguridad de un despacho.
Si ya es doloroso contemplar cómo sufren hombres y mujeres a causa de un conflicto bélico, aún lo es más comprobar cómo los niños son siempre víctimas directas e indefensas de los horrores cometidos por adultos.
Actualmente, uno de cada cinco menores en el mundo (unos 420 millones) viven en zonas de guerra, obligados a renunciar a su infancia y a soportar situaciones que ningún ser humano debería experimentar.
Los derechos fundamentales de estos niños son sistemáticamente ignorados: en cada conflicto muchos son asesinados, heridos o incluso explotados, sujetos a profundos traumas emocionales que los marcarán para siempre.
Además, los conflictos armados conllevan la destrucción de infraestructuras y servicios básicos (hospitales, escuelas, parques, etc.), lo que de forma indirecta impedirá a estos niños tener acceso futuro a una adecuada educación, sanidad y otros cuidados.
En la actualidad, la guerra de Ucrania ha vuelto a colocar en un terrible primer plano a la infancia a causa de un contexto bélico. Desde que comenzó la invasión el pasado 24 de febrero, cientos de niñas y niños ucranianas han muerto o han sido heridos y casi cinco millones (más de la mitad de la población infantil del país) se han visto obligados a abandonar sus hogares, muchas veces sin la compañía de sus familias o tutores, asumiendo un alto riesgo de convertirse en víctimas de trata y explotación.
Por desgracia, los niños ucranianos no son los primeros, ni lamentablemente serán los últimos, en vivir terribles situaciones como esta. Cada guerra a lo largo de la historia tiene un precio humanitario… y el mayor de todos siempre lo han pagado los niños. El levantamiento del pueblo de Madrid contra el ejército francés el Dos de Mayo de 1808, no fue una excepción.
Aquel día todo comenzaba con un niño, el infante Francisco de Paula, de catorce años, hijo menor de los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma.
Acababa de amanecer en la capital cuando una multitud de madrileños ya se agolpaba frente al Palacio Real. El motivo: la sospecha de que el ejército napoleónico planeaba raptar al infante, dejando vacío de monarquía al pueblo español.
Carlos IV acababa de ser forzado a abdicar en favor de su hijo, Fernando VII. Ambos habían sido obligados a acudir a Bayona para reunirse con Napoleón, donde firmarían las llamadas abdicaciones de Bayona, que dejarían el trono de España en manos del hermano del emperador, José Bonaparte.
La muchedumbre madrileña, exaltada y recelosa, intentaba por todos los medios saber lo que estaba ocurriendo dentro del palacio… dónde y cómo estaba el pequeño infante.
Al descubrir los planes ocultos de los franceses, se desató la furia contenida de los madrileños: “¡Traición! ¡Que nos lo llevan! ¡Nos han quitado a nuestro rey y quieren llevarse a todas las personas reales! ¡Muerte a los franceses!”. Tras el clamor llegó el asalto, comenzando el forcejeo entre el pueblo madrileño y los soldados napoleónicos.
El mariscal galo, Joachim Murat, aprovechó este tumulto para enviar a Palacio un destacamento de la Guardia Imperial que, acompañado de artillería, abrió fuego contra la multitud.
Al deseo del pueblo de impedir la salida del infante se unió el de vengar a los muertos que cada minuto cubrían las calles de la capital. Con los sentimientos a flor de piel, la lucha se propagó como la pólvora por todo Madrid.
Las sangrientas consecuencias de esa aciaga jornada se cebaron, sin distinguir sexo ni edad, con los civiles madrileños. El resultado: 410 muertos y 171 heridos.
De esta larga lista de víctimas, hoy rescatamos del olvido la memoria y los nombres de trece niños y niñas inocentes, cuya sangre fue derramada aquel infausto día. Son los ángeles del Dos de Mayo.
Alfonso Esperanza Reluz contaba con once años el 2 de Mayo de 1808, día en que encontró la muerte.
Madrileño de nacimiento, resultó gravemente herido en la carga que realizaron los soldados franceses sobre la Calle Toledo y la Plaza de la Cebada.
Fue encontrado malherido junto a la iglesia de San Isidro y trasladado al Hospital de la Latina, donde murió. Sus restos descansan hoy en la madrileña parroquia de San Millán.
Antonio Fernández Menchirón no era madrileño sino gaditano.
Tenía doce años y resultó gravemente herido por la metralla francesa en la Calle de Leganitos.
El pequeño valiente resistió con vida hasta el 18 de agosto de 1808, cuando falleció en el Hospital de la Latina.
Su hermano, mayor de edad y también herido en la defensa de Madrid, murió en diciembre de ese mismo año.
En la Calle Carretas, José del Cerro, de diez años, corría huyendo de la carga de los mamelucos egipcios al servicio de Napoleón en la Puerta del Sol cuando resultó herido por dos balas, la primera le alcanzó un muslo y la segunda en un brazo.
Tardó meses en morir. Su vida se apagó el 28 de agosto de 1808.
También en la Calle Carretas, José Gacio Cristóbal, de once años y natural de Madrid, caía muerto en el acto a causa de un certero balazo en la cabeza, ante los ojos de su desconsolada madre.
El pequeño José Amador, de once años, siguió a sus hermanos mayores hasta el combate en el Parque de Artillería de Monteleón, demostrando así su valentía y patriotismo.
Tan sólo un balazo puso fin a la férrea voluntad del niño, que murió al instante junto a los héroes de la jornada: Luis Daoíz, Pedro Velarde y Jacinto Ruiz.
Doce años tenía Manuel Núñez y Gascón cuando un soldado francés acabó con su vida a las puertas de la desparecida iglesia de Santa María de la Almudena en la actual Calle Mayor, mientras su desesperada madre presenciaba la muerte de su hijo desde el balcón de su casa.
No todos los pequeños fallecidos aquel día fueron heridos en refriegas callejeras… los ataques del ejército invasor también se cebaron con los inocentes en sus casas y balcones.
Esteban Castarrera y Barrio sufrió, con sólo nueve años, el asalto del domicilio de sus padres en la Calle de Mira al Río, esquina a la del Carnero.
El pequeño murió nueve días después a causa de las heridas, tal y como atestigua su partida de defunción en la Parroquia de San Millán.
De la matanza francesa no se libró ni siquiera el hijo pequeño del que fuera alcalde de Madrid en 1808, Tomás Casanova.
José de Casanova y Peirona, de nueve años, fue herido de bala al igual que su hermana en el balcón de su casa, en la Calle del Espejo.
El pequeño José murió el día 12 de mayo y fue enterrado en secreto. Su padre, incapaz de asimilar lo vivido durante aquellos días, huyó de Madrid renunciando a la alcaldía.
De entre las trece víctimas infantiles producidas en aquellos primeros enfrentamientos el 2 de Mayo de 1808, cinco eran niñas:
Clara Michel y Cacervi, de nueve años, fue herida junto a sus padres en su domicilio de la Calle de los Milaneses.
Falleció el 3 de julio y fue enterrada en el cementerio de la parroquia de Santiago.
Luisa García Muñoz, de tan sólo siete años, recibió un balazo en el balcón de su casa en la Calle del Rubio y murió el 27 de julio.
Manuela Aramayona y Ceide, herida en el asalto a su domicilio en la Calle del Tesoro, murió el 19 de junio, con tan sólo doce años de edad.
Marcelina Izquierdo y Galindo, de nueve años, fue herida mientras jugaba en la puerta de su casa, en la Calle de la Inquisición. Murió el 21 de junio.
Manuela Fernández Cancela, de ocho años, ayudaba en la batalla del cuartel de Monteleón cuando le alcanzó una bala. Murió el día 16 de Mayo en el Hospital de San Isidro.
Mientras la vida de estos pequeños era arrebatada por las tropas napoleónicas en las calles de la villa, en el Palacio Real, el infante Francisco de Paula de Borbón, única referencia tangible de estabilidad institucional para el pueblo de Madrid y origen indirecto de aquella trágica jornada, permanecía encerrado en sus estancias hasta que, de madrugada, fue escoltado al carruaje que lo llevaría a Francia junto a su familia. Meses después acompañaría a sus padres, Carlos IV y María Luisa, en su exilio en Francia y Roma, y no volvería a pisar nuestro país hasta mayo de 1818.
Francisco de Paula viviría setenta y cinco prósperos años: llegó a ser miembro honorario y meritorio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, protector de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid y presidente de la Masonería española, como Gran Maestro del Gran Oriente Nacional de España.
La historia desconocida de aquellas trece niñas y niños que murieron durante el levantamiento popular, fue la desgraciada consecuencia de una batalla feroz en las calles de Madrid. Hoy, este detalle, parte del monumento al Pueblo del Dos de Mayo de 1808 en la Calle Ferraz, obra del escultor Aniceto Marinas, nos recuerda que aquel histórico día los niños no sólo fueron víctimas, sino también héroes.
Tristemente, las pobres criaturas a las que una guerra rompe sus vidas, siguen siendo protagonistas en las noticias de los telediarios de este 2022, transmitiéndonos la misma rabia e indignación ante la barbarie que sentimos al recordar a aquellos ángeles del Dos de Mayo que, más de dos siglos después, siguen siendo el triste reflejo de tantos niñas y niños anónimos que a día de hoy siguen perdiendo su derecho a vivir.