El músico chispero
Federico Chueca, la banda sonora de Madrid
Si tuvieras que elegir la banda sonora castiza de Madrid… ¿cuál sería? Ten en cuenta que debería definir su historia y costumbres, sus calles, sus gentes y sus tradiciones… debería ser atemporal y, a ser posible, obra de un madrileño de pro… ¿tienes clara tu elección? La mía sería La Gran Vía, de Federico Chueca.
Pío Estanislao Federico Chueca y Robres (Madrid, 1846- 1908), nació en la Torre de los Lujanes, donde su padre era conserje, en plena Plaza de la Villa de Madrid.
Apasionado por la música desde niño, con el tiempo, sus padres decidieron que estudiase medicina en la escuela del Hospital de San Carlos de Atocha.
En 1865, las reformas del General Narvaez en la enseñanza universitaria provocaron que los alumnos se lanzaran a la calle como protesta. O’Donnell reprimió duramente la manifestación en la célebre noche de San Daniel, que se saldó con catorce muertos y numerosos detenidos, entre ellos Federico Chueca.
Recluido en la cárcel del Saladero, para no aburrirse, dibujó las teclas de un piano sobre una mesa. Con ellas compuso su primera obra: Lamentos de un preso. Al salir de prisión, Chueca abandonó los estudios de Medicina para dedicarse en cuerpo y alma a la música.
Comenzó a ganarse la vida tocando en cafés literarios, como el Café Zaragoza, donde su sueldo era un café con tostada diario y los domingos, la cena.
En 1874 ya era un músico muy disputado por los dueños de los cafés. Con este bagaje, el joven Federico se presentó al compositor Francisco Barbieri, maestro de maestros, que quedó impresionado y prometió estrenar su obra.
Su etapa más prolífica fueron los últimos veinte años del siglo XIX: en ella escribió Cádiz, La caza del oso, Las zapatillas o Agua, azucarillos y aguardiente. Pero sin duda, la obra de su consagración como compositor fue La Gran Vía, de 1886, que llegó a ser traducida a 6 idiomas e interpretada por toda Europa.
En sus sainetes Chueca reflejaba los tipos más característicos del Madrid del siglo XIX, criticaba a los políticos del momento, con alusiones al general Serrano, Cánovas o Sagasta y abordaba, desde una perspectiva irónica, situaciones injustas como la explotación laboral.
Su figura llegó a ser tan popular en Madrid como su música. Incluso los ladrones y carteristas le respetaban, hasta el punto de que en una ocasión llegaron a devolverle la cartera que le habían sustraído en un tranvía al descubrir que él era el dueño.
El cambio de siglo supuso el comienzo del declive del género chico y también de la carrera de Chueca, que fallecía aquejado de diabetes en 1908. Desde su lecho de muerte, en su casa de la Calle Alcalá 82, don Federico todavía lanzaba por el balcón una cesta para que los chavales del barrio le enviaran pasteles.
La ciudad de Madrid homenajea a su “músico chispero”, no sólo con el céntrico barrio que lleva su nombre, sino con este busto ubicado en los Jardines de la Rosaleda del Retiro, obra del escultor Pedro Estany.
Federico Chueca supo reflejar con elegancia el espíritu castizo madrileño, a través de una música atemporal, cuyos personajes y trasfondo crítico siguen conectando con el público que hoy se acerca al Teatro de la Zarzuela a conocer su obra… una música que ya nunca dejaremos de tararear.