De Madrid al cielo
Ignacio de Cárdenas: un arquitecto pionero
¿Qué es ser un pionero? Tal vez sea aquel que se atreve a recorrer caminos inexplorados, enfrentando desafíos colosales, dejando una huella imborrable y estableciendo nuevos horizontes donde antes solo había incertidumbre. Un pionero es quien, con visión y audacia, redefine lo posible y sitúa un nuevo hito para las generaciones futuras. ¿Y qué mejor manera de establecer un nuevo límite que erigiendo el edificio más alto de Europa en su época? El arquitecto Ignacio de Cárdenas, junto con su icónico Edificio Telefónica, personificó este espíritu visionario en el Madrid de 1930.
Hoy en día, el horizonte madrileño se encuentra dominado por la imponente silueta de los rascacielos del Cuatro Torres Business Area, cuyos reflejos de vidrio y acero parecen rozar el cielo. Sin embargo, cada gran historia tiene un primer capítulo, y el Edificio Telefónica, con su majestuosidad y modernidad, fue el punto de partida de la verticalidad en la capital española, demostrando que todo gran ascenso comienza con un primer impulso valiente.
El origen de los rascacielos: De Nueva York a Madrid_
Aunque hoy en día las sociedades occidentales conviven de manera natural con la presencia de rascacielos y sus múltiples tipologías (y resulta casi impensable imaginar una ciudad importante sin al menos una de estas icónicas estructuras), lo cierto es que hasta hace apenas unas décadas eran auténticas rarezas en el paisaje urbano.
El surgimiento de los primeros rascacielos a finales del siglo XIX y principios del XX marcó un hito sin precedentes en la historia de la arquitectura. Estas imponentes construcciones no solo representaron un avance técnico y estético, sino que transformaron radicalmente la manera en que las ciudades crecían. Por primera vez, las urbes comenzaron a extenderse hacia el cielo en lugar de expandirse horizontalmente, abriendo nuevas posibilidades para el uso del espacio urbano y redefiniendo el horizonte metropolitano.
Este avance fue posible gracias a una combinación de factores: el auge económico y la evolución de tecnologías clave, como el acero estructural, los sistemas de elevadores seguros y las innovaciones en cimentación profunda. En este contexto, Nueva York y Chicago se destacaron como las ciudades pioneras, sentando las bases de lo que se convertiría en una auténtica competencia por alcanzar las alturas, con cada nuevo edificio empujando un poco más los límites de lo posible.
Innovaciones arquitectónicas del siglo XX_
El avance en la producción industrial del acero de alta calidad, caracterizado por su notable resistencia y ductilidad, marcó un antes y un después en la arquitectura. Este material permitió la creación de entramados estructurales mucho más ligeros y robustos, abriendo la puerta a la construcción de edificios que desafiaban las alturas convencionales. Gracias al acero, los arquitectos pudieron imaginar estructuras esbeltas y resistentes, donde las paredes dejaron de ser elementos de carga y se convirtieron en meros cerramientos.
El hormigón armado, por su parte, aportó la solidez necesaria para cimentar estos gigantes urbanos. Su capacidad para soportar grandes pesos y su versatilidad constructiva resultaron indispensables para la estabilidad de los rascacielos. Además, la introducción del muro cortina acristalado, una envolvente ligera y moderna, permitió diseñar fachadas luminosas y estéticas, reduciendo el peso estructural y maximizando la entrada de luz natural. Estos avances sentaron las bases del inconfundible estilo de los rascacielos americanos, con sus líneas verticales y superficies reflectantes.
Sin embargo, un desafío crucial permanecía sin resolver: la circulación vertical. A finales del siglo XIX, los edificios rara vez superaban los cinco pisos debido a la incomodidad y el esfuerzo de subir largas escaleras. La invención del teléfono en 1876 facilitó la comunicación interna sin necesidad de desplazamientos constantes, pero el verdadero cambio llegó con el desarrollo del ascensor eléctrico con sistema de autofrenado. Esta innovación, además de garantizar la seguridad de los pasajeros, hizo posible que los edificios se alzaran sin límite aparente, transformando radicalmente la experiencia urbana y permitiendo que las metrópolis crecieran hacia el cielo.
Opiniones encontradas sobre los rascacielos_
La tendencia hacia la verticalización de las ciudades se consolidaba, pero no sin generar un intenso debate. Si bien los rascacielos simbolizaban progreso y modernidad, sus críticos comenzaron a cuestionar los efectos de estas imponentes construcciones en el paisaje urbano y en la vida cotidiana.
El perfil de las ciudades modernas se transformó radicalmente: donde antes dominaban las líneas horizontales y la silueta plana solo era interrumpida por la esbelta torre de la iglesia, ahora los rascacielos se alzaban con arrogancia hacia el cielo. Esta nueva verticalidad homogeneizaba las vistas urbanas, haciendo que muchas ciudades perdieran su esencia particular y su “cualidad pintoresca”. Para algunos, el bosque de acero y cristal sustituía la identidad local por una repetición monótona de fachadas, en las que la singularidad arquitectónica quedaba diluida bajo la sombra de la funcionalidad y la competencia por la altura.
Los rascacielos empresariales_
Un factor decisivo en esta transformación fue el impulso de las grandes corporaciones empresariales, que vieron en los rascacielos la oportunidad perfecta para expandirse y centralizar sus operaciones. Al ubicar sus sedes administrativas en el corazón de las principales ciudades, las empresas no solo optimizaban su gestión, sino que también proyectaban su poder económico y prestigio.
El modelo de rascacielos de oficinas, que había demostrado su éxito en Chicago a finales del siglo XIX, encontró en Nueva York un terreno fértil gracias al auge económico posterior a la Primera Guerra Mundial. Manhattan se convirtió en el epicentro de esta nueva arquitectura, donde cada nueva torre competía por destacar y alcanzar un mayor protagonismo en el skyline.
No tardó en gestarse una doctrina en torno al valor representativo de estos edificios: los rascacielos no solo eran eficientes centros administrativos, sino también auténticos emblemas de las principales compañías estadounidenses. Cada torre se erigía como un monumento corporativo, una declaración de identidad y una muestra tangible del dominio empresarial en el mundo moderno.
El poder de las telecomunicaciones_
Sin lugar a dudas, si hubo un sector que comprendió plenamente el potencial de los rascacielos como herramienta de imagen y prestigio, ese fue el de las telecomunicaciones. Durante los vibrantes años 20 del siglo XX, la denominada "arquitectura telefónica" alcanzó su mayor esplendor en Estados Unidos, en un momento en el que la expansión del servicio telefónico automático permitió reducir los costes y llevar el teléfono a millones de hogares.
El conglomerado AT&T (American Telephone & Telegraph), consciente de la importancia de consolidar su marca, emprendió un ambicioso programa arquitectónico que no solo respondía a necesidades funcionales, sino también a objetivos simbólicos. Decidió construir imponentes rascacielos que albergaban tanto oficinas corporativas como centrales telefónicas, proyectando una imagen de solvencia técnica y fortaleza financiera. Estos edificios, diseñados con un enfoque estratégico, debían transmitir modernidad y confianza sin generar rechazo en el público.
Para lograrlo, se adoptó un enfoque arquitectónico singular. Las zonas accesibles al público se decoraron con un lujo casi teatral, empleando materiales nobles como mármoles, maderas exóticas y bronces ornamentales. Esta opulencia contrastaba deliberadamente con la austeridad funcional de las áreas técnicas e internas, donde la eficiencia y la practicidad prevalecían. Así nacieron los llamados “telephone palaces”, un híbrido innovador entre la arquitectura industrial y comercial, que no solo cumplía con su propósito operativo, sino que también ofrecía una experiencia visual y sensorial memorable.
Estos edificios se erigían bajo un conjunto de principios claros: utilidad, belleza, propósito definido, solidez, capacidad de expansión y representatividad. Se buscaba que cada uno de estos rascacielos se convirtiera en un icono urbano, reflejando tanto el progreso tecnológico como la prosperidad empresarial.
Bajo estas mismas premisas, pocos años después, se concibió el emblemático Edificio Telefónica en Madrid. Esta construcción, todo un alarde de innovación y vanguardia, se levantó en un país que, a finales de la década de 1920, seguía mayormente anclado en una economía agraria. Sin embargo, el Edificio Telefónica encarnó la voluntad de progreso y el anhelo de modernización, proyectando a España hacia un futuro más tecnológico y conectado.
Arquitectura del Madrid de principios del siglo XX_
A comienzos del siglo XX, Madrid experimentaba un vibrante dinamismo arquitectónico, en el que coexistían y se entrelazaban diversas corrientes estilísticas bajo el paraguas del eclecticismo. Este enfoque, caracterizado por la combinación de elementos de distintos estilos históricos con innovaciones contemporáneas, dotó a la ciudad de un paisaje arquitectónico heterogéneo y en constante evolución.
En el ámbito de la arquitectura comercial, las exigencias funcionales propias de cada actividad propiciaron la adopción de soluciones arquitectónicas donde el utilitarismo era clave. No obstante, esto no implicaba renunciar a la estética y la representatividad. Los edificios industriales y comerciales no solo debían ser prácticos y eficientes, sino también proyectar una imagen sólida y atractiva, que reflejara la identidad de la empresa y su relevancia en el mercado.
Los empresarios comenzaron a valorar la importancia de la arquitectura como herramienta de comunicación y publicidad. Entendieron que el diseño de sus fábricas, almacenes o establecimientos comerciales podía transmitir prestigio y confianza tanto a clientes como a socios comerciales. Esto se hacía especialmente evidente en las edificaciones situadas en el centro de la ciudad, donde el valor de la fachada como escaparate público se potenciaba al máximo.
A medida que la ciudad se modernizaba, los edificios comerciales e industriales adoptaron con entusiasmo nuevos materiales y tecnologías constructivas, como el acero, el hormigón armado y el vidrio. Estos elementos no solo mejoraban la funcionalidad de las construcciones, sino que también permitían crear fachadas modernas y distintivas. En este contexto, la arquitectura telefónica destacó por su capacidad para conjugar la innovación técnica con una potente imagen corporativa. Las sedes de las compañías telefónicas, con sus imponentes rascacielos y sus interiores cuidadosamente decorados, se convirtieron en un símbolo de progreso y modernidad, demostrando cómo la arquitectura podía ser una poderosa herramienta de comunicación visual y un emblema de la transformación urbana de Madrid.
La arquitectura telefónica: Un símbolo de modernidad en España_
Hasta bien entrado el siglo XX, las instalaciones telefónicas europeas solían compartir espacio con los servicios de correos y telégrafos, y sus edificios eran diseñados bajo una estética homogénea y funcional. La arquitectura de estos complejos solía priorizar la eficiencia operativa, sin buscar una diferenciación visual significativa respecto a otras infraestructuras públicas.
Sin embargo, la fundación de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) en 1924 supuso un giro radical en esta tendencia. La joven empresa tenía un claro objetivo: impresionar no solo a nivel nacional, sino también en el ámbito internacional. Para ello, comprendió que debía inspirarse en los imponentes rascacielos estadounidenses, que no solo albergaban funciones administrativas y técnicas, sino que también actuaban como potentes símbolos de poder económico y progreso tecnológico.
La CTNE tomó una decisión estratégica al adquirir un solar en el punto más alto de la Gran Vía madrileña. Esta ubicación privilegiada permitiría que su futura sede destacara en el skyline de Madrid, siendo visible desde múltiples ángulos de la ciudad. El edificio se convertiría así en un faro arquitectónico, un hito visual que reforzaría la imagen de modernidad y ambición de la compañía.
Para liderar este ambicioso proyecto, la CTNE confió en el reconocido arquitecto Juan Moya, una figura consolidada tanto en el panorama nacional como internacional. Sin embargo, Moya no estaría solo en esta empresa: contaría con la colaboración de uno de sus discípulos más talentosos, Ignacio de Cárdenas. Este joven arquitecto, con una visión innovadora y un profundo conocimiento de las tendencias arquitectónicas de vanguardia, jugaría un papel fundamental en la creación del emblemático Edificio Telefónica.
El resultado fue un edificio que no solo cumplía con las exigencias funcionales de una central telefónica y oficinas, sino que también se erigía como un manifiesto visual del poder de las telecomunicaciones en España. Su diseño combinaba la robustez y la verticalidad de los rascacielos norteamericanos con detalles decorativos que dialogaban con la tradición arquitectónica española, logrando un equilibrio perfecto entre modernidad y arraigo cultural.
Ignacio de Cárdenas y su gran obra_
En 1924, Ignacio de Cárdenas obtuvo su título de arquitecto, justo en el mismo año en que se fundaba la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE). Con apenas 26 años, el joven madrileño consiguió una entrevista de trabajo en la incipiente empresa de telecomunicaciones y no tardó en incorporarse a sus filas. Esta oportunidad marcaría el inicio de una carrera brillante, ligada a uno de los proyectos arquitectónicos más emblemáticos de Madrid.
La CTNE tenía entre sus ambiciosos planes la construcción de una sede monumental en la Gran Vía, el epicentro de la vida pública y social de la capital. El objetivo no era menor: levantar un rascacielos de casi 90 metros de altura, un desafío arquitectónico sin precedentes en una ciudad donde los edificios rara vez superaban los 35 metros. Esta colosal construcción no solo debía albergar las complejas instalaciones industriales de la red de telecomunicaciones y las oficinas corporativas, sino también convertirse en un potente símbolo visual del poder y la solvencia de la compañía.
La imponente altura proyectada para el Edificio Telefónica respondía a una doble necesidad. Por un lado, se requería un espacio generoso y funcional para los voluminosos equipos técnicos y el personal administrativo. Por otro, la empresa buscaba crear un icono urbano, un rascacielos que destacara en el horizonte madrileño y captara la atención del público y de los inversores. La torre debía transmitir modernidad, solidez financiera y una clara apuesta por el futuro, convirtiéndose en un reclamo para el floreciente mercado de las telecomunicaciones.
El aspecto industrial del proyecto resultó ser un factor decisivo para obtener el permiso del Ayuntamiento de Madrid. En una época en la que las normativas urbanísticas imponían un límite de 35 metros en la Gran Vía, la propuesta de la CTNE rompía todos los esquemas. Sin embargo, la justificación técnica y económica —al tratarse de un edificio destinado a una actividad industrial clave para el desarrollo tecnológico del país— permitió que las autoridades locales hicieran una excepción.
Ignacio de Cárdenas, bajo la tutela inicial de Juan Moya y con el asesoramiento técnico de arquitectos estadounidenses, supo plasmar en su diseño una perfecta combinación de funcionalidad y representatividad. Su trabajo no solo cumplió con las exigencias industriales, sino que además otorgó a Madrid su primer rascacielos moderno, una obra que simbolizaba la entrada de la ciudad en la era de las telecomunicaciones y el progreso.
Un diseño arquitectónico innovador_
El proyecto inicial del Edificio Telefónica en Madrid fue encomendado al prestigioso arquitecto Juan Moya, un referente internacional y antiguo profesor de Ignacio de Cárdenas. Sin embargo, el diseño propuesto por Moya, de un marcado estilo barroco, no terminó de alinearse con la visión moderna y vanguardista de la CTNE. Tras varios desacuerdos creativos, Moya decidió abandonar el proyecto, dejando en manos del joven Cárdenas la responsabilidad de liderar el anteproyecto.
Cárdenas, consciente de la magnitud del reto, viajó a Nueva York para formarse en las más avanzadas técnicas de construcción de rascacielos. En la Gran Manzana, aprendió de primera mano sobre el uso de estructuras de acero roblonado, un sistema constructivo que permitía levantar edificios altos y resistentes con rapidez y eficiencia. Esta experiencia fue crucial para encarar la construcción del que estaba destinado a ser el edificio más alto de Europa, un desafío arquitectónico y técnico sin precedentes en el viejo continente.
El desafío de construir en la Gran Vía_
En octubre de 1926 se colocó la primera piedra de lo que pronto se convertiría en el edificio más moderno de Europa. Sin embargo, el contraste entre la modernidad del diseño y los medios empleados en la construcción era notable. En plena Gran Vía madrileña, se podían ver carros tirados por caballos, andamios de madera y obreros trabajando sin equipos de protección, un reflejo de una época de transición en la que la innovación convivía con métodos tradicionales.
La altura proyectada del edificio, cercana a los 90 metros, representaba un desafío logístico para la ciudad. Las infraestructuras del Canal de Isabel II no podían suministrar agua con la presión suficiente para las plantas superiores. Esto obligó a la CTNE a contratar a empresas extranjeras para proveer sistemas avanzados de calefacción, fontanería y los innovadores ascensores y montacargas, imprescindibles para un rascacielos de tales dimensiones.
Otro elemento innovador fue la utilización de las vallas publicitarias durante la construcción. Dirigidas hacia la Gran Vía, estas vallas cambiaban su contenido de forma periódica, generando expectación y dinamismo. Tal fue su éxito que los responsables del proyecto decidieron convertir la planta baja del edificio en un escaparate de la propia compañía. Esta estrategia comercial, muy habitual en la actualidad, supuso una auténtica novedad en su época y reforzó el carácter moderno y rompedor del Edificio Telefónica, no solo desde el punto de vista arquitectónico sino también como pionero en la promoción de marca.
Impacto del Edificio Telefónica en la sociedad madrileña_
A medida que el Edificio Telefónica se alzaba con sorprendente rapidez en plena Gran Vía, las reacciones de la sociedad madrileña no se hicieron esperar. El asombro y la fascinación ante la transformación del skyline de la ciudad se entrelazaban con las voces críticas de quienes veían en esta construcción una ruptura con la esencia tradicional de Madrid.
El nuevo rascacielos, el primero de España, despertó un amplio debate entre periodistas, escritores y arquitectos. Para algunos, simbolizaba la llegada de la modernidad y el progreso. Ramón Gómez de la Serna, célebre escritor y cronista de la época, elogió el edificio con su característico ingenio:
"La casa estrecha de Teléfonos fue la última que se perdió de cuando la Puerta del Sol era plaza de pueblo. ¿Quién iba a decir que de madre tan flaca saliese hijo tan potente como el rascacielos de la actual Telefónica?”
Su comentario destacaba el contraste entre el pasado humilde y el presente imponente de la arquitectura madrileña, señalando al rascacielos como un símbolo de evolución y cambio.
Sin embargo, no todos compartían este entusiasmo. Muchos madrileños se mostraban reacios a aceptar la irrupción de una estructura tan alta y moderna en el perfil de la ciudad. Para ellos, el Edificio Telefónica resultaba una presencia invasiva, una construcción excesiva que rompía con la armonía del cielo despejado y las tradicionales vistas de Madrid.
Las críticas más severas se centraban en los efectos prácticos y estéticos del rascacielos. Se decía que su sombra sumiría en penumbra las calles y edificios colindantes, robando a los vecinos la luz solar que tanto apreciaban. Esta preocupación se reflejó en un artículo publicado en el diario ABC en 1929, donde se leía:
"Y, finalmente, si vivimos bajo el cielo más maravilloso del mundo, ¿qué necesidad tenemos de rascarlo?”
Este comentario resumía el sentir de aquellos que valoraban la amplitud y luminosidad del cielo madrileño y temían que la construcción vertical pudiera alterar el carácter único de la ciudad.
El Edificio Telefónica, con su silueta desafiante y sus innovaciones arquitectónicas, se convirtió así en un punto de fricción entre la tradición y la modernidad. A pesar de las opiniones divididas, la construcción siguió adelante, y con el tiempo, la torre se integró en el imaginario urbano, convirtiéndose en un emblema del Madrid cosmopolita y abierto al futuro.
Inauguración del edificio_
En 1928, el Edificio Telefónica de Madrid se inauguró con un acontecimiento histórico: la primera comunicación telefónica transatlántica entre España y Estados Unidos. Esta conexión permitió al rey Alfonso XIII conversar directamente con el presidente estadounidense Calvin Coolidge, marcando un hito tecnológico y simbolizando el potencial de las telecomunicaciones para acortar distancias y unir continentes.
Las obras del edificio se completaron oficialmente el 1 de enero de 1930. El resultado fue una construcción imponente de quince plantas, incluyendo dos sótanos y una torre que coronaba su perfil. El edificio contaba con 753 ventanas y en su estructura se emplearon más de 3.000 toneladas de hierro y 2.300 metros cúbicos de hormigón. Estos impresionantes números reflejaban la magnitud del proyecto y su complejidad técnica, consolidando al Edificio Telefónica como el primer rascacielos de España y el edificio más alto de Europa en su momento.
Empleados y telefonistas_
El nuevo rascacielos estaba diseñado para albergar a unos 1.800 empleados, entre los que se destacaba un grupo muy especial: las telefonistas. En una época en la que la participación femenina en el ámbito laboral aún era limitada, las operadoras telefónicas no solo jugaron un papel fundamental en el funcionamiento de la central, sino que también contribuyeron a proyectar una imagen de modernidad y apertura al cambio.
Las telefonistas, con sus auriculares y delantales pulcros, se convirtieron en un símbolo de la eficiencia y profesionalismo de la Compañía Telefónica. Su presencia, además, añadía un toque humano y accesible a un edificio que, con su arquitectura vanguardista y su altura vertiginosa, podía parecer distante y monumental.
La incorporación de estas trabajadoras también supuso un pequeño pero significativo avance social, ya que muchas mujeres encontraron en la CTNE una oportunidad para acceder al mundo laboral y a una independencia económica inédita para la época. Su imagen, frecuentemente retratada en la prensa, ayudó a normalizar la presencia femenina en el espacio público y a dotar al paisaje urbano madrileño de un nuevo matiz de modernidad.
El Edificio Telefónica, por tanto, no solo fue un prodigio arquitectónico y tecnológico, sino también un escenario donde se escenificaba el progreso social. Su inauguración y puesta en marcha marcaron un antes y un después en la historia de Madrid, mostrando cómo la innovación arquitectónica en las telecomunicaciones podía ir de la mano de un cambio cultural profundo.
El papel del Edificio Telefónica en la Guerra Civil_
En 1936, el estallido de la Guerra Civil Española convirtió a Madrid en un objetivo prioritario para el ejército nacional. El Edificio Telefónica, como principal centro de comunicaciones del país, se situó en el corazón del conflicto y se transformó en un blanco estratégico de los bombardeos.
Durante la contienda, las instalaciones de la Telefónica acogieron a célebres corresponsales internacionales como John Dos Passos, Ernest Hemingway y Antoine de Saint-Exupéry. Estos escritores, alojados en el cercano Hotel Florida, relataron al mundo los horrores de la guerra desde las alturas del rascacielos, convirtiendo sus crónicas en testimonios históricos de una ciudad asediada.
La notable altura del edificio, que en tiempos de paz había sido símbolo de modernidad y progreso, se convirtió en una desventaja durante la guerra. Su silueta servía de referencia para la artillería del ejército sublevado, cuyas baterías se situaban en el Cerro Garabitas de la Casa de Campo. Esta circunstancia hizo que la Gran Vía, constantemente expuesta al fuego enemigo, adquiriera el apodo de “avenida de los obuses”.
El arquitecto Ignacio de Cárdenas, con un compromiso inquebrantable, permaneció en el edificio durante gran parte del conflicto. Tras cada ataque, organizaba las labores de mantenimiento y restauración, asegurándose de que la central de comunicaciones pudiera seguir operando pese a los daños sufridos. Su dedicación fue clave para mantener el edificio en pie y operativo en uno de los momentos más oscuros de la historia de España.
el legado de Ignacio de Cárdenas: Su “niña mayor”_
En 1938, Ignacio de Cárdenas contrajo tuberculosis, lo que le obligó a trasladarse a Francia en busca de tratamiento. Al año siguiente, la Guerra Civil llegó a su fin, pero el regreso seguro del arquitecto a su país no fue posible hasta 1944. Cuando finalmente pudo volver, se reencontró con su obra más querida, a la que llamaba cariñosamente su “niña mayor”. A pesar de los estragos de la guerra, el Edificio Telefónica había resistido, permaneciendo como un símbolo de fortaleza y resiliencia en el corazón de Madrid.
Sin embargo, el final de la guerra trajo consigo tiempos difíciles para Cárdenas. El nuevo régimen franquista lo sancionó con la “inhabilitación perpetua para cargos públicos, directivos y de confianza” y le impuso una inhabilitación temporal para ejercer su profesión de manera privada. Este castigo, común para muchos intelectuales y profesionales de la época, limitó su actividad profesional y oscureció los últimos años de su carrera.
Ignacio de Cárdenas falleció en 1979 en El Espinar, Segovia. Su legado, sin embargo, perdura a través del Edificio Telefónica, que con sus 89,30 metros sigue siendo un testigo silencioso del devenir de la capital. Aunque ya no ostente el título de rascacielos más alto de Europa, el edificio conserva su carácter pionero y su aura cosmopolita.
Hoy, el rascacielos se alza en la Gran Vía, no solo como un referente arquitectónico sino también como un símbolo de la historia y la identidad madrileñas. Su estructura, que una vez emergió como muestra de progreso, es ahora un emblema de cómo una ciudad y su arquitectura pueden adaptarse y sobrevivir al paso del tiempo y a las circunstancias más adversas. El Edificio Telefónica sigue siendo, sin duda, una obra a la altura de su visionario creador.
“Después de todo en tantos años ¡qué pocas cosas se recuerdan como algo que hizo latir fuertemente nuestro corazón! Yo recuerdo emocionado algunos instantes […] tal vez, la vista de Madrid desde el tren aquel 13 de junio de 1944, cuando volvía de Francia con un polizonte novato a mi lado.. y ver mi Telefónica que había aguantado firme los desastres de la guerra”