De Madrid al cielo
Ignacio de Cárdenas, un verdadero pionero
¿Cómo definirías a un pionero? Quizás alguien que hace algo que nunca antes se había hecho, superando grandes retos, marcando un antes y un después, abriendo camino donde nadie lo abrió antes y estableciendo nuevos límites… ¿Y qué mejor manera de fijar un nuevo límite que construyendo el edificio más alto de Europa? El arquitecto Ignacio de Cárdenas y su emblemático Edificio Telefónica, fueron dos verdaderos pioneros en el Madrid de 1930.
Y es que, aunque actualmente el skyline madrileño vive eclipsado por la sombra megalómana de los rascacielos del Cuatro Torres Business Area, para todo hay un comienzo.
el origen de los rascacielos_
Aunque hoy en día las sociedades occidentales estén familiarizadas con su presencia y sus diversas tipologías ( y no existe ciudad relevante que no cuente con un rascacielos icónico), este tipo de edificios fueron muy poco frecuentes hasta hace tan solo unas décadas.
De hecho, las primeras construcciones de este tipo que se erigieron, y que datan de finales del siglo XIX y principios del XX, supusieron una auténtica revolución en el mundo de la arquitectura, cuando la técnica y los materiales permitieron a las poblaciones rozar el cielo y ocupar, por primera vez en la historia, las ciudades, no en horizontal sino en vertical.
Gracias a una notable mejora de la economía y al desarrollo tecnológico, este tipo de edificaciones comenzaron a ser viables, con Nueva York y Chicago como las dos ciudades precursoras en este ámbito.
Nuevos materiales y estructuras_
El refinamiento y la producción en masa del acero de buena calidad, más fuerte y dúctil, permitió la construcción de entramados estructurales con los que se podían alcanzar alturas mucho mayores a las promedio hasta ese momento levantadas.
El hormigón armado con el que conseguir una buena cimentación y el muro cortina acristalado con el que recubrir las fachadas de forma más ligera, terminaron de favorecer el novedoso diseño de rascacielos en América.
Sin embargo aún faltaba por solucionar la circulación vertical para los ocupantes del edificio. En 1876, la creación del teléfono permitió la comunicación de las personas sin siquiera verse cara a cara, incluso estando en el mismo edificio. A esto se sumó el desarrollo del ascensor eléctrico con el sistema de autofrenado, que permitía que los cinco pisos hasta entonces conocidos ya no representaran la altura máxima para las construcciones.
Opiniones encontradas_
La verticalización de la ciudad era un hecho, pero no sin detractores, que pronto comenzarían a preguntarse por los efectos de estas construcciones masivas.
El perfil de las modernas ciudades pasa a ser vertical y los remates de los rascacielos reemplazan a la silueta plana de las urbes, en las que hasta entonces sólo destacaba la torre de la iglesia.
Los debates sobre la ciudad comenzaron a criticar la ausencia de una “cualidad pintoresca” que señalara el espíritu de la ciudad y su individualidad, ya que por entonces la mayoría de los edificios de altura se asemejaban unos a otros.
los Rascacielos empresariales_
A todo ello contribuyó la decisión de las grandes corporaciones empresariales de expandirse y centralizar sus oficinas administrativas en el centro de las principales ciudades.
Los rascacielos de oficinas que habían hecho fortuna en Chicago a finales del XIX, se extendieron a Nueva York gracias al auge económico que siguió a la I Guerra Mundial, propiciando el florecimiento de esta tipología arquitectónica en Manhattan.
Los rascacielos se convirtieron en símbolo de las principales compañías estadounidenses y se creó una doctrina sobre su valor representativo.
El poder de las telecomunicaciones_
Pero sin duda, si hubo un sector que entendió el poder de imagen de los nuevos rascacielos, ese fue el sector de las telecomunicaciones.
Los años 20 del siglo XX fueron el periodo de máximo esplendor de la arquitectura telefónica en Estados Unidos. La expansión del servicio automático propició una bajada de precios y la instalación del teléfono en millones de hogares.
Como parte de su programa de creación de marca, el conglomerado AT&T (American Telephone & Telegraph) decidió construir sedes singulares en forma de rascacielos, que acogían a la vez central telefónica y oficinas, diseñados con el propósito de encarnar la solvencia técnica y el poder financiero de las empresas sin provocar el rechazo del público.
Las zonas abiertas al público se decoraron de forma lujosa, con profusión de materiales nobles… un peculiar híbrido de arquitectura industrial y comercial, con un fuerte contraste entre la desnudez funcional de sus interiores y el rico aparato decorativo en las abiertas al público.
Se trataba de los denominados “telephone palaces”, que debían atender a los principios de utilidad, belleza, propósito definido, solidez, posibilidad de ampliación y representatividad… premisas con las que pocos años después se diseñaría el novedoso Edificio Telefónica de Madrid, todo un alarde de poder tecnológico y voluntad de progreso en un país agrario que, a finales de la década de 1920, buscaba y ansiaba el desarrollo tecnológico.
Arquitectura del Madrid de principios del siglo xx_
En el Madrid de principios del siglo XX el panorama arquitectónico se caracterizaba por la existencia de una serie de corrientes estilísticas muy diversas, que confluían y se integraban en lo que se ha denominado eclecticismo.
En el caso de la arquitectura industrial y comercial, sus peculiaridades funcionales permitieron adoptar soluciones en las que primaba el utilitarismo, sin renunciar a la representatividad.
Los empresarios comenzaron a ser conscientes de esta necesidad, al percibir los valores de representatividad y prestigio que la aplicación de un estilo aportaba a sus fábricas o comercios.
Las diversas actividades industriales iban acompañadas de una proyección comercial por lo que el aspecto adquiría importancia como elemento publicitario, sobre todo cuando los edificios estaban ubicados en el centro de la ciudad. Al tiempo que incorporaban los nuevos sistemas y materiales constructivos ofrecían una imagen moderna y representativa, especialmente la arquitectura telefónica.
La arquitectura telefónica en españa_
Las instalaciones telefónicas europeas siempre habían compartido edificios con el correo y el telégrafo o fueron diseñadas por los mismos arquitectos, con igual estética.
Si bien, el nacimiento de la Compañía Telefónica Nacional de España (CTNE) en 1924 cambiaría este paradigma estético.
La entonces joven firma quería impresionar al mundo y para ello sabía que debía seguir los parámetros de los grandes rascacielos norteamericanos.
La CTNE compró el solar ubicado en el punto más alto de la Gran Vía madrileña, lo que permitiría que la nueva sede de la compañía pudiera ser visible desde lugares estratégicos de la capital.
Al cargo de la construcción del nuevo edificio se pensó en un arquitecto de referencia, un nombre consolidado en el panorama nacional e internacional, Juan Moya, que para la realización del proyecto contaría con uno de sus alumnos más talentosos: Ignacio de Cárdenas.
Ignacio de cárdenas y su gran obra_
Ignacio de Cárdenas había obtenido su título de arquitecto en 1924, el mismo año en que se fundaba la Compañía Telefónica Nacional de España. El joven madrileño conseguía una entrevista de trabajo y se incorporaba a la novedosa firma.
La Telefónica pretendía construir una imponente sede en Madrid. Su objetivo era edificar un rascacielos de cerca de 90m de altura en plena Gran Vía, centro de la vida pública madrileña y uno de los lugares más codiciados de la capital.
La razón de esa inusual altura respondía a dos razones. Por un lado, el edificio debía ser especialmente amplio para albergar tanto los equipos industriales de la red de telecomunicaciones como las oficinas y, por otro, debía resultar tremendamente llamativo de cara al público con el objeto de mostrar la riqueza de la empresa propietaria y ofrecer un atractivo a los futuros inversores.
Esa razón industrial fue clave a la hora de obtener el permiso del Ayuntamiento para ser edificado en una avenida en la que la altura máxima de treinta y cinco metros se encontraba muy por debajo de los casi noventa requeridos.
Un diseño novedoso_
Para diseñar la obra se contó inicialmente con Juan Moya, arquitecto de referencia internacional que, además, había sido profesor de Cárdenas.
El diseño extremadamente barroco que planteó Moya no terminó de encajar con la mentalidad novedosa de la compañía y, tras varios desacuerdos, Moya dimitió. Cárdenas quedaba a cargo del anteproyecto.
El joven arquitecto tuvo que viajar a Nueva York para asesorarse sobre las nuevas técnicas de construcción de rascacielos, basadas en un esqueleto de vigas de acero roblonado. Acababan de encomendarle la construcción del edificio más alto de Europa y necesitaba contar con toda la ayuda posible.
El comienzo de las obras_
En octubre de 1926 comenzaron las obras del edificio más moderno del continente, por aquel momento. No obstante, aquella imagen de modernidad e innovación arquitectónica contrastaba con los medios utilizados para ello, en unos años en los que se podían observar carros tirados por caballos, andamios de madera e inexistentes equipos de protección para los trabajadores.
La altura planteada era tan novedosa que las instalaciones del Canal de Isabel II no podía generar presión suficiente en las plantas más altas, por lo que algunos de los servicios del interior, como calefacción e inodoros, así como el sistema de ascensores y montacargas, se contrataron a firmas extranjeras.
Además, durante la construcción del nuevo edificio se colocaron vallas publicitarias de cara a la Gran Vía. El contenido de estas vallas cambiaba con el tiempo y se hicieron tan populares que los constructores decidieron destinar la planta baja a escaparate de la compañía, algo muy común hoy día, pero que por aquel entonces supuso una gran novedad.
Opiniones de la sociedad madrileña_
A medida que avanzaba la edificación los comentarios de asombro y fascinación frente a la rapidez con la que estaba cambiando el perfil de la ciudad comenzaron a surgir entre la sociedad madrileña, pero también el parecer de aquellos que expresaban una firme oposición a este primer rascacielos de España.
Periodistas, escritores o arquitectos se dispusieron a dar su opinión. Así, Ramón Gómez de la Serna mencionó que este edificio suponía una enorme modernidad al panorama arquitectónico madrileño:
“La casa estrecha de Teléfonos fue la última que se perdió de cuando la Puerta del Sol era plaza de pueblo. ¿Quién iba a decir que de madre tan flaca saliese hijo tan potente como el rascacielos de la actual Telefónica?”.
Sin embargo, otros no veían esa presencia arquitectónica como algo positivo. Muchos preferían un cielo madrileño inmaculado y consideraban que la Telefónica era una obra invasiva, excesiva.
Se comentaba, por ejemplo, que la sombra que ésta iba a proyectar privaría a las calles y edificios colindantes de la luz solar.
“Y, finalmente, si vivimos bajo el cielo más maravilloso del mundo, ¿qué necesidad tenemos de rascarlo?”. Artículo publicado en ABC, 1929.
inauguración del edificio_
En 1928, se inauguraba la central con la primera comunicación transatlántica Madrid-Nueva York, que puso en contacto telefónico al rey Alfonso XIII con el presidente de los Estados Unidos, Calvin Coolidge.
Las obras del edificio se concluyeron oficialmente el 1 de enero de 1930. El resultado, un edificio de quince plantas, incluyendo dos sótanos y la torre. Constaba de 753 ventanas y en su armadura metálica se emplearon más de 3.000 toneladas de hierro y más de 2.300 metros cúbicos de hormigón.
Empleados y telefonistas_
El primer rascacielos del país y el edificio más alto de Europa se ponía en pie para acoger a unos 1.800 empleados, entre los que destacaban las icónicas operadoras telefónicas.
En una época en la que la incorporación de la mujer al mundo del trabajo era escasa, las telefonistas contribuyeron a dar una imagen de modernidad a la propia Compañía e incluso al paisaje urbano de Madrid.
la guerra civil_
En 1936 estallaba la Guerra Civil Española convirtiendo Madrid en objetivo prioritario del ejército nacional.
El Edificio de Telefónica fue foco de los bombardeos por tratarse del centro de comunicaciones más importante del país. Desde sus instalaciones transmitieron sus crónicas escritores como John Dos Passos, Ernest Hemingway o Antoine De Saint-Exupéry, alojados en el cercano Hotel Florida.
Por su destacada altura, el edificio servía de guía para orientar los disparos del ejército sublevado, que disparaba su artillería desde el Cerro Garabitas de la Casa de Campo, motivo por el cual la Gran Vía fue conocida como la “avenida de los obuses”.
Tras cada ataque, Ignacio de Cárdenas, que solía permanecer día y noche en el edificio, organizaba las labores de mantenimiento y restauración de los desperfectos.
Cárdenas y su “niña mayor”_
En 1938 Cárdenas enfermaba de tuberculosis y debía trasladarse a Francia en busca de cura. Un año más tarde concluía la guerra en España, pero no sería hasta 1944 cuando el arquitecto pudiera volver de forma segura a su patria. A su vuelta pudo contemplar lleno de orgullo como “su niña mayor”, como solía llamar a este edificio, había soportado los desastres de una guerra.
Ignacio de Cárdenas fue sancionado por el Régimen con “inhabilitación perpetua para cargos públicos, directivos y de confianza e inhabilitación durante cinco años para el ejercicio privado de la profesión”. En 1979, fallecía en El Espinar (Segovia).
El que llegó a ser el edificio más alto de Europa y actualmente uno de los rascacielos más longevos del continente, contribuyó a aportar a Madrid y a su Gran Vía ese aire moderno y cosmopolita que perdura en nuestros días. Desde sus 89,30 metros, el edificio de la Telefónica sigue siendo testigo del paso del tiempo en la capital… y sobre todo un edificio pionero, a la altura de su creador.