Tribus urbanas
TIPOS MADRILEÑOS… ¿a cuál perteneces?
Una de las señas de identidad de la ciudad de Madrid es la multiculturalidad que se respira en sus calles… diferentes nacionalidades y tribus urbanas marcan hoy el carácter de barrios como Lavapiés o Malasaña, pero… ¿pensabas que esta diversidad procede de época moderna? En absoluto, hace 300 años convivían en la Villa y Corte diferentes tipos sociales, definidos por su estrato social, su profesión y el barrio en el que vivían.
En el Madrid del siglo XVIII existían diversos arquetipos de habitantes en la Villa, dependiendo principalmente del lugar en el que vivieran: los chisperos, eran los habitantes de la zona de Barquillo; los majos vivían en el barrio de Maravillas; los manolos o chulapos, propios de los barrios de Lavapiés y La Latina. Cada barrio se fue configurando como una entidad con una personalidad marcada y los diferentes oficios se distribuyeron por zonas alejadas del centro de la ciudad.
Los majos solían ser carpinteros, zapateros, taberneros, alfareros y comerciantes. Vestían camisa blanca, pañuelo al cuello y fajín, chaquetilla bordada y abotonada, pantalón ajustado hasta debajo de las rodillas y medias blancas. Las majas vestían corpiño, falda corta con vuelo, mandil, peineta y mantilla. Hombres y mujeres llevaban coletas y una redecilla.
Los manolos o chulapos, surgieron en el barrio de Lavapiés y solían dedicarse al curtido de pieles. Su denominación proviene del nombre obligado que los judíos conversos asentados en Madrid pusieron a sus primogénitos, “Manuel”, como prueba de piedad. Las chulapas solían ser modistas, fruteras, floristas o cigarreras, vestían blusa blanca y entallada, falda de lunares, pañuelo en la cabeza, con un clavel rojo o blanco, y un mantón de Manila.
Los chisperos eran herreros y cerrajeros, así denominados porque su oficio se desempeñaba entre chispas. Vivían principalmente en la calle Barquillo y alrededores, hasta la calle Hortaleza, en lo que hoy sería el barrio de Chueca. Sus talleres habían sido trasladados a las que entonces eran afueras de Madrid porque solían arder con frecuencia y por las molestias que ocasionaba su trabajo a los vecinos. Tenían fama de pendencieros, timadores y habituales de las mancebías. Luchaban con valentía y sobresalieron en la defensa de la Puerta de Recoletos y el portillo de Santa Bárbara contra las tropas napoleónicas el 2 de mayo de 1808.
Muchos chisperos habitaron, hasta 1850, en la llamada Casa de Tócame Roque, situada al final de la calle Barquillo. En los bajos de esta corrala se encontraban las fraguas y herrerías. Las familias ocupaban las viviendas de la planta superior.
Además de estos tipos populares, existían otros dos de las clases sociales más elevadas: el petimetre y el currutaco. El petimetre (del francés petit-metre) formaba parte de la clase media del siglo XIX, y sus formas imitaban descaradamente la moda francesa. El currutaco, igualmente pertenecía a la clase media, pero era más auténtico y genuino que el petimetre. Sus corbatas y las solapas de sus casacas eran de un tamaño exagerado, lucían grandes patillas y cabello largo y portaban un grueso garrote que usaban como bastón.
Estos grupos lograron popularidad gracias a las menciones de Ramón de la Cruz o Mesonero Romanos y por ser protagonistas de sainetes y zarzuelas, dos subgéneros del teatro ambientados generalmente en el Madrid decimonónico e inspirados por estas clases populares.
Hacia mediados del siglo XIX majos, manolas y chisperos, estaban en Madrid empezando a desaparecer… o, mejor dicho, a cambiar, más que en hábitos (que también), en su apariencia.
Poco a poco aquellos prototipos madrileños irían dejando lugar a otros, también populares, pero distintos: personajes de la pequeña burguesía, tenderos, patronas de pensión, modistillas y chulillos. No obstante, manolas y majos nunca dejarían de protagonizar tanto la literatura costumbrista de la época como la zarzuela, dos ámbitos en los que el fenómeno del majismo encajaba como un guante.
El majismo comenzó a asociarse con la figuración de lo propiamente español, símbolo de la espontaneidad nacional frente a la artificiosidad foránea. Los tipos populares costumbristas contribuyeron a difundir imágenes con las que identificar lo español y, en especial, lo español popular… como símbolo y estereotipo de un modo de ser español: espontáneo, sencillo, directo, natural, noble pese a la ignorancia (quizá incluso debido a ella) o alegre en la penuria.
En su honor se levantó, en 1913, este Monumento a los saineteros, ubicado en la Plaza de los chisperos del barrio de Chamberí. En él se representan estos tipos populares: un chispero, una manola y una pareja de chulapos. El grupo está apoyado sobre una columnata de la que surgen los bustos de Ramón de la Cruz y Ricardo de la Vega, en representación del sainete, y de Federico Chueca y Francisco Asenjo Barbieri, representando a la zarzuela.
Realizado en bronce y mármol fue obra del escultor Lorenzo Coullaut Valera, quien también dejó su huella en las calles de Madrid a través de los monumentos a Cervantes en la Plaza de España, a Juan Valera en el paseo de Recoletos, a Campoamor en el Parque del Retiro o el grupo dedicado a los hermanos Álvarez Quintero.
Si Madrid es hoy una ciudad viva, dinámica y acogedora, lo es por el carácter de su gente, de sus barrios y sus tradiciones, forjadas con el paso de los siglos. Unas señas de identidad que hacen de esta una ciudad especial y que no sólo se merecen un monumento, sino el cariño y reconocimiento de todos los que nos sentimos madrileños.