¡Qué cruz!
cruz de puerta cerrada, una verdadera superviviente
Estamos tan acostumbrados a pasar por ciertos lugares de Madrid que en ocasiones obviamos los detalles que los componen… cuando estos son, en realidad, los que los hacen tan especiales. Un ejemplo está en la Plaza de Puerta Cerrada, lugar de paso habitual en los domingos de Rastro y Latina… ¿cuál es su historia y la de la imponente cruz que la preside?
La plaza de Puerta Cerrada toma su nombre de la antigua puerta construida en este lugar en el siglo XII, perteneciente a la original muralla cristiana. La puerta se llamó así porque permaneció mucho tiempo cerrada debido a los peligros que generaba: era muy estrecha y tenía tantos recodos que los bandidos aprovechaban para asaltar a los que por ella entraban y salían. En 1569 fue derribada definitivamente, sin embargo, la plazuela ha conservado su nombre desde entonces.
Durante la Edad Media, Madrid tuvo cruces en muchas de sus calles. Estas cruces formaban parte de los humilladeros o “cruces de término”, que eran hitos o postes colocadas a las entradas de las ciudades o villas, así como en las intersecciones de antiguos caminos. Estos hitos mostraban la piedad de la población y servían también de estaciones del Vía Crucis, como el de la Calle del Calvario, por donde pasaba el que comenzaba en la iglesia de San Francisco el Grande.
Esta cruz fue construida en el año 1783, según Mesonero Romanos, en el mismo lugar en el que antes estuvo la puerta de la muralla. Servía, además, de respiradero del Bajo Abroñigal, uno de los acuíferos subterráneos que abastecían de agua potable a Madrid desde aproximadamente 1619 hasta 1858, cuando comenzó a funcionar el Canal de Isabel II.
En 1805, el “alcalde ateo”, José de Marquina, decretó la retirada de todas las cruces y cruceros, que en muchos casos interrumpían las vías de tránsito rodado, siendo esta de Puerta Cerrada una de las pocas que se salvó, ya que servía como abrevadero y fuente.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una auténtica superviviente. Los madrileños de la época celebraron la decisión de conservar la cruz colocando a sus pies un cartel con el siguiente verso: "¡Oh, cruz fiel! ¡Oh, cruz divina, que triunfaste del pérfido Marquina!"… y es que no existe mejor homenaje que la creatividad y el gracejo de los madrileños castizos.