Tendiendo puentes
El Puente de Segovia, contra toda corriente
Hoy en día… ¿quién no ha oído hablar de las “smarts cities” o “ciudades inteligentes”? Se trata de aquellas que, en un futuro cercano, serán capaces de emplear la tecnología y las telecomunicaciones para crear mejores infraestructuras, más eficientes y sostenibles para los ciudadanos, pero… ¿cómo se concebía una “smart city” en el siglo XVI? Madrid fue un buen ejemplo, favoreciendo el transporte público y la comunicación mediante obras de ingeniería como el Puente de Segovia.
Los puentes de Segovia y Toledo, sobre el río Manzanares, son los puentes históricos por excelencia de la ciudad de Madrid y el primero, además, el más longevo de la capital.
Desde que en 1561 Felipe II designara Madrid como sede de su Corte, la Villa fue creciendo en tamaño e importancia y pronto se hizo necesaria una mejora de sus comunicaciones. Con el fin de favorecer los intercambios comerciales con las poblaciones al norte, “el rey prudente” impulsó la construcción de un nuevo puente en el acceso a la ciudad desde Segovia.
Juan de Herrera, arquitecto clave del Renacimiento español y autor del Monasterio del Escorial, se encargó del proyecto. El primer puente moderno de la ciudad contó con un presupuesto de 200.000 ducados y sus obras se desarrollaron entre 1582 y 1584.
La estructura fue conocida originalmente como la Puente Segoviana y es que, en aquellos tiempos, “puente” era una palabra de género femenino. A “ella” se llegaba desde la ciudad por la Calle de la Puente, actual Calle Segovia.
Formado por nueve ojos rematados por arcos de medio punto, nuestro puente decano mide 172 metros de largo. Entre los arcos existen unas piezas en forma de medio cono llamadas tajamares, fundamentales en la construcción de puentes: por el lado donde el puente recibe las aguas, tienen forma picuda, y por el lado de la salida, semicircular. Su función es repartir las aguas hacia los lados y evitar la erosión de los pilares.
La estructura de este puente apenas fue modificada hasta bien avanzando el siglo XX cuando, durante la Guerra Civil, fue totalmente destruido para evitar el avance de las tropas franquistas al mando del general Yagüe. Finalizado el conflicto, fue reconstruido y ensanchado.
Tanto el río Manzanares como el Puente de Segovia han sido históricamente protagonistas de las mofas de diferentes literatos españoles, refiriéndose al escaso caudal del río en contraste con la majestuosidad de sus puente:
“Llorando está Manzanares,/al instante que lo digo,/por los ojos de este puente,/pocas hebras, hilo a hilo”. Francisco de Quevedo
“Y aunque un arroyo sin brío/os lava el pie diligente/tenéis un hermoso puente/con esperanzas de río”. Lope de Vega
“Como Alcalá y Salamanca/tenéis y no sois colegio/vacaciones en verano/y curso solo en Invierno”. Tirso de Molina
“Duélete de esa puente, Manzanares/mira que dice por ahí la gente/que no eres río para media puente/y que ella es puente para muchos mares”. Luis de Góngora
Además, se cuenta que Alejandro Dumas, tras pedir un vaso de agua en una taberna madrileña, bebió la mitad y le dijo al tabernero que echase la otra mitad al río porque lo necesitaba más que él.
Pero no todo fueron mofas. El cronista madrileño Mesoneros Romanos, siempre defendió la importancia que el río tenía para las huertas y jardines que había a ambos lados de las orillas del Manzanares, así como para el desarrollo del duro oficio de las lavanderas.
El Puente de Segovia no sólo es fuente de datos históricos, también lo es de anécdotas. Al parecer, una de las bolas de piedra que adornan el puente llegó a desprenderse en una ocasión, causando la muerte a un transeúnte. Como castigo, la bola asesina fue arrestada y confinada durante años en el patio de la Casa del Verdugo, junto a la Cárcel de la Corte. Según nos cuenta el cronista Pedro de Répide, era algo relativamente común castigar de esta manera “a las bestias y a los objetos inanimados que causaban algún mal”.
Aquel puente ancho, sólido y duradero que Felipe II encargara a Juan de Herrera hace casi cinco siglos, sigue cumpliendo hoy a la perfección su cometido: servir de paso para peatones y vehículos. ¿Podrían los arquitectos modernos confiar en que sus puentes se mantendrán en pie después del mismo tiempo?