Genio y figura...
Francisco de Quevedo, Poderoso caballero
Genio y figura… ¿qué mejor frase para definir a don Francisco de Quevedo? Genio literario del Siglo de Oro y figura inconfundible: cojo, miope y de pies deformes. Esta es la vida, vertiginosa y fascinante, de uno de los personajes más singulares de cuantos habitaron la Villa de Madrid en el siglo XVII.
Francisco de Quevedo Villegas y Santibáñez vino al mundo en Madrid un 14 de septiembre de 1580. Patizambo y contrahecho, desde temprana edad tuvo que soportar las burlas de su entorno. Vivió en un país que comenzaba su declive imparable… un imperio, el español, que se descomponía tras muchos años de esplendor y conquista. Ambas situaciones vitales influyeron definitivamente en su carácter ácido y sarcástico.
Bautizado en la Iglesia de San Ginés, desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano, ya que sus padres eran altos cargos de la Corte. Estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas y se terminó de formar en las universidades de Alcalá y Valladolid, ciudad esta última donde inició su fama de poeta bajo el seudónimo “Miguel de Musa”.
Su afán político le llevó a ser secretario de estado y a ejercer diversas funciones en Italia para su amigo el duque de Osuna, entre ellas espía en la república de Venecia, trabajo por el cual recibiría el hábito de Caballero de la Orden de Santiago.
Tras la caída en desgracia del duque, Quevedo fue desterrado a Torre de Juan Abad, en Ciudad Real, pero tardó poco tiempo en reponerse y ganar la confianza del Conde-Duque de Olivares, que le permitió volver a Madrid con el título de secretario real.
Disfrutó de la amistad de Lope y de Cervantes, de quienes fue vecino en su casa de la Calle del Niño, actual Calle Quevedo. Sin embargo, fueron más numerosas sus enemistades… legendaria es la mala relación que mantuvo con don Luis de Góngora, a quien fustigó sin piedad. Ni siquiera la muerte del poeta cordobés suavizó la hostilidad de Quevedo, quien llegó a dedicarle este epitafio: “Fuese con Satanás, culto y pelado: ¡mirad si Satanás es desdichado!”.
Este hombre de letras fue, además, un consumado espadachín, frecuente en duelos y peleas, como la que mantuvo en defensa de una dama con un hombre al que terminó dando muerte en la Plaza de San Martin de Madrid, el Jueves Santo de 1611.
Su vida desordenada le hizo habitual de las tabernas y mancebías más conocidas de la Villa y Corte. Cuando regresaba a casa, después de una noche de bulla, tenía la costumbre de orinar en la Calle del Codo… una rutina poco amable para los vecinos.
En una ocasión, como secretario real, fue obligado a casarse con una viuda con hijos, doña Esperanza de Mendoza. El matrimonio duró tres meses, el triple de lo que él había predicho en un soneto mordaz: "Mujer que dura un mes es una plaga".
Su pasión por la lectura le hacía llevar consigo unos 100 libros diferentes cada vez que viajaba. Incluso llegó a ingeniar distintos artilugios que le permitían leer mientras comía o cuando se encontraba en la cama.
Siempre portaba unos característicos anteojos circulares y sin patillas, tan unidos a su figura que la RAE terminó por aceptar la palabra “quevedos” para referirse a ese tipo de lentes… los mismos con los que Juan Van der Hammen lo retrató a mediados del siglo XVII.
Su mala relación con el Conde-Duque de Olivares y su encendida oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España, en lugar de Santiago Apóstol, le llevaron nuevamente al destierro en 1639.
Tras cuatro años de confinamiento en el Convento de San Marcos de León, en 1643 fue liberado. Achacoso y muy enfermo, renunció a la Corte para volver a Torre de Juan Abad. Allí pasaría sus últimos días, hasta su fallecimiento el 8 de septiembre de 1645 en el convento de los padres Dominicos de Villanueva de los Infantes.
El fémur derecho de Francisco de Quevedo, que mostraba la cojera del literato, sirvió en 2009 de indicio para identificar los huesos del genio madrileño, hasta entonces desaparecidos.
Madrid le debe a Quevedo uno de los retablos más completos de la capital en el XVII, obra maestra de la picaresca española, la Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos, ejemplo de la crítica mordaz de don Francisco a la sociedad y sus gobernantes, que hoy sirve de espejo entre dos Españas: la de Quevedo y la actual.
La capital, por su parte, mantiene muy vivo su recuerdo en forma de calle, estación de Metro y estatua, esta que hoy podemos encontrar en la glorieta de su mismo nombre, obra de del escultor Agustín Querol de 1902
Protagonista de una época hostil, de luces y sombras, eternamente insatisfecho y de una curiosidad e ingenio infinitos, Francisco de Quevedo término viviendo en sus propias carnes la última frase pronunciada por su Buscón don Pablos: “Y fueme peor, pues nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y de costumbres”.