Una llama… ¿eterna?
la memoria de los valientes
En numerosos puntos de la ciudad de Madrid podemos encontrar símbolos que nos recuerdan la valentía de los héroes y heroínas madrileñas a lo largo de los siglos… pero muy pocos sirven además de tumba para honrar sus restos: el Obelisco a los Héroes del Dos de Mayo, en la Plaza de la Lealtad, cumple esta función.
Como ya es bien sabido, el 2 de mayo de 1808 los madrileños intentaron impedir por la fuerza la salida de Palacio Real del infante don Francisco de Paula, último miembro de la Casa Real que quedaba en la capital, con destino Bayona. Este levantamiento marcaría el comienzo de la guerra contra Napoleón y la represión del ejército francés contra el pueblo de Madrid.
Hacia las dos de la tarde de ese mismo día, las tropas del general francés Joachim Murat, compuestas por unos treinta mil soldados, acababan con la revuelta popular. De inmediato comenzaba a actuar una Comisión Militar que, sin escuchar a los detenidos, dictaba sus sentencias de muerte.
Los condenados fueron trasladados en grupos a distintos puntos de Madrid para ser fusilados. Hacia las cuatro de la madrugada del 3 de mayo, el Paseo del Prado, la Puerta del Sol, la Puerta de Alcalá, el portillo de Recoletos y la montaña del Príncipe Pío se convertían en paredones improvisados. En el caso del Paseo del Prado, el lugar elegido fueron los muros de las caballerizas del Palacio del Buen Retiro. En este mismo lugar que hoy ocupa la Plaza de la Lealtad, Murat, ordenaba fusilar a 48 madrileños.
En 1820, seis años después de la conclusión de la Guerra de Independencia, se encargaba al arquitecto Isidro González Velázquez levantar un monumento homenaje a todos los héroes anónimos muertos durante el levantamiento. Muchos parientes de las víctimas del Dos de Mayo, se ofrecieron voluntariamente a zanjar la zona y cimentar el obelisco, que finalmente tardaría 20 años en ser inaugurado.
La base del obelisco alberga un sarcófago que contiene las cenizas de los capitanes Luis Daoíz, Pedro Velarde y el teniente Jacinto Ruiz, héroes en la defensa del Cuartel de Monteleón, y de otros caídos en los enfrentamientos contra el ejército francés. Sobre la base cuatro esculturas simbolizan las virtudes heroicas que mostraron los madrileños aquellos días de 1808: Valor, Virtud, Constancia y Patriotismo. Como remate, un obelisco de 34 metros de altura, símbolo de inmortalidad y resurrección.
En 1985, el Rey Juan Carlos I reinauguraba el monumento, pasando a dedicarse a todos los caídos por España. En su memoria se colocó una llama perpetua… que anecdóticamente sólo ha dejado de arder a principios de los años 90, cuando el suministro de gas se cortó por falta de pago del Ministerio de Defensa.
Cuando recorras el Paseo del Prado, hoy una de las avenidas más apacibles y alegres de Madrid recuerda que, oculto tras una arboleda, se esconde uno de los símbolos de la lucha por la libertad del pueblo español… una llama patriótica que, esperemos, nunca vuelva a extinguirse.