¿Un Rey pasmado?
felipe IV, un planeta a la deriva
¿No os parece que en España, a veces, nos esforzamos por criticar nuestra propia Historia censurando a sus protagonistas? ¿Como si hablar mal de nuestro pasado justificara actitudes de un presente no menos reprochable? Probablemente esa sea la verdadera leyenda negra que afecta a figuras tan relevantes para nuestra memoria colectiva como Felipe IV… ¿”Rey Planeta” o “Rey Pasmado”? Sin duda, una personalidad repleta de contrastes.
El reinado de Felipe IV (Valladolid, 1605-Madrid, 1665) estuvo plagado de adversidades: económicas (hambrunas y epidemias), financieras (suspensiones de pagos), políticas (caída en desgracia de su valido el conde-duque de Olivares), territoriales (revueltas de Cataluña, Portugal, Nápoles y Sicilia) e internacionales (graves pérdidas territoriales en Europa y en América). Estas fatalidades motivaron a Francisco de Quevedo a comparar al monarca con los agujeros: “más grande cuanta más tierra le quitan”.
Además, las desgracias personales llevaron al monarca a vivir obsesionado por la muerte, que le persiguió siempre: perdió a su madre (Margarita de Austria) siendo él niño, a su padre siendo adolescente y, ya en la madurez, a su esposa Isabel de Borbón y a diez de sus trece hijos, incluido su amado Baltasar Carlos.
Su personalidad "atormentada" se debatía entre unas profundas convicciones religiosas y la conciencia de ser esclavo de los pecados carnales. Adicto al sexo, se dice que llegó a tener entre veinte y treinta hijos no reconocidos.
El sufrimiento espiritual del cuarto de los Austrias siempre estuvo acrecentado por un sentido providencialista de la política, según la cual los vasallos pagaban por los pecados de su monarca con hambre, muerte y otras desgracias. Incluso llegó a asumir como un castigo divino no ser capaz de dejar más heredero varón legítimo que el enfermizo Carlos II.
En contrapartida, Felipe IV fue el rey del Siglo de Oro de las letras y las artes españolas, aquel con el que Lope, Góngora, Quevedo o Calderón firmaron sus mejores obras, y bajo cuyo reinado se construyó el Palacio del Buen Retiro y a concluir el Panteón Real de El Escorial, que a la postre sería su última morada.
La faceta de Felipe como mecenas de artistas, valedor de Rubens en la corte y amigo íntimo del gran Diego Velázquez, fue fundamental para la Historia del Arte universal. Además, gracias a su labor coleccionista no fragmentadora, el patrimonio artístico español presume hoy de ser uno de los más ricos de la cultura occidental.
Conocedor del valor propagandístico del arte, Felipe IV deseaba poseer una estatua ecuestre similar a la de su padre, Felipe III, que reflejara su poder.
Los duques de Toscana encargaron al escultor Pietro Tacca su realización. Tacca pidió consejo a Velázquez y este le recomendó basarse en el retrato ecuestre que él mismo había realizado del Rey en 1634 (que hoy podemos contemplar en el Museo del Prado), en el que el caballo se apoyaba tan sólo en sus patas traseras.
A causa del peso, esta posición era muy difícil de materializar en una estatua, debido a que el peso de la parte frontal haría que ésta se partiera por la mitad, por lo que, tras consultar a varios expertos, Tacca finalmente acudió al físico, matemático, astrónomo y filósofo Galileo Galilei, que le dio las pautas realizar la talla sin peligro de rotura.
Galilei advirtió a Tacca de que la parte trasera de la estatua (los cuartos traseros del caballo) debería ser maciza, por lo que necesitaría emplear unas ocho toneladas de bronce. Por contra, las patas delanteras debían ser huecas para que de esta manera el conjunto pudiera mantenerse en equilibrio. El genio pisano también compartió con el escultor la inclinación, ángulos y cálculos para el vaciado.
Gracias a la colaboración entre estos tres genios (Tacca, Galileo y Velázquez) la escultura fue terminada en el año 1640.
Su ubicación original fue el Jardín de la Reina, uno de los patios del desaparecido Palacio del Buen Retiro. Posteriormente, fue trasladada al frontispicio o cornisa del Real Alcázar de Madrid, edificio que sería pasto de las llamas en 1734.
En 1677, durante el gobierno de Juan José de Austria como valido de Carlos II, la estatua fue apeada de lo alto del Alcázar y nuevamente colocada en su ubicación original. En este traslado, el pueblo de Madrid aprovechó la circunstancia para burlarse del valido, muy impopular en aquellos tiempos de peste, hambre y carestía, fijando un pasquín en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor en el que se leía la siguiente coplilla:
“¿A qué vino el Sr. D. Juan?
A bajar el caballo y subir el Pan.
Pan y carne a quince y once,
Como fue el año pasado;
Con que nada se ha bajado
Sino el caballo de bronce”.
La escultura permaneció en el Palacio del Buen Retiro hasta 1843, cuando nuevamente fue trasladado, esta vez a su enclave definitivo, en este punto central de la Plaza de Oriente, durante las obras de construcción de la misma. Hoy en día es considerada una de las esculturas ecuestres más hermosas y complejas de la Historia del Arte.
¿Rey Planeta o Rey Pasmado? ¿Luces o sombras? ¿Siglo de oro o leyenda negra? Felipe IV reinó en un período repleto de guerras, crisis políticas y tragedias personales… pero también convirtió España en una de los más grandes referentes artísticos de la Historia Universal.