El precio de una vida
La esclavitud en Madrid, una herencia incómoda
¿Sabías que, de haber vivido en el Madrid decimonónico, habrías podido adquirir un esclavo o esclava simplemente respondiendo al anuncio de un periódico? Aunque hoy nos parezca increíble, hasta bien entrado el siglo XIX la esclavitud fue una práctica legal y completamente normalizada en España, que llegó a ser la cuarta potencia esclavista a nivel mundial.
Esta realidad no fue ajena al Madrid de la época, de manera que en sus calles era común encontrar personas esclavizadas trabajando para nobles, comerciantes o familias acomodadas, como parte del paisaje urbano. Aunque sus historias rara vez han ocupado un lugar destacado en los libros de historia, las huellas de los esclavos en la capital nos hablan de un pasado incómodo pero necesario para comprender la construcción de nuestra sociedad actual.
Un origen milenario_
Las profundas raíces de la esclavitud en la Península se remontan a la Antigüedad, cuando esta práctica ya estaba plenamente integrada en las estructuras económicas y sociales.
En época romana, por ejemplo, los esclavos provenían principalmente de dos fuentes: los botines de guerra y las deudas económicas. Algunos terminaban en hogares como sirvientes, mientras que otros eran destinados a trabajos más duros, como la agricultura o la minería. Este modelo se mantuvo en cierta medida durante los reinos visigodos, cuando la esclavitud seguía cumpliendo un papel esencial.
Con el tiempo, en la Edad Media, la práctica de la esclavitud adquirió nuevos matices. Durante la Reconquista, los enfrentamientos entre los reinos cristianos y musulmanes no solo tuvieron implicaciones territoriales, sino también humanas: era común que los habitantes de las tierras conquistadas fueran esclavizados, por cualquiera de los bandos.
Además, durante este período, España se convirtió en un importante punto de conexión para las rutas comerciales transaharianas, controladas por árabes y bereberes. Estas vías no solo transportaban bienes como oro y especias, sino también personas. Los esclavos eran capturados al sur del Sahara y llevados a los puertos del norte de África, desde donde se distribuían a ciudades como Sevilla, Málaga, Valencia, Barcelona o Mallorca.
La esclavitud en España, por tanto, no fue solo una consecuencia de conflictos internos o sistemas económicos locales, sino también parte de un fenómeno global en el que nuestro país jugó un papel destacado. Esta combinación de factores explica por qué la esclavitud persistiera como una realidad cotidiana hasta bien entrada la Edad Moderna. Aunque el contexto cambiaba, esta práctica seguía conformando una pieza fundamental en el engranaje económico y social de cada época.
Una tradición precolombina_
Como vemos, mucho antes de que España comenzara a colonizar América, la esclavitud ya estaba profundamente arraigada en su economía y sociedad. Las ciudades y territorios españoles no solo consumían mano de obra esclava, sino que también servían de engranaje en el comercio global de personas.
Ciudades como Madrid, Barcelona o Sevilla contaban, a mediados del siglo XV, con una proporción significativa de esclavos. Curiosamente, no todos eran de origen subsahariano, las fuentes históricas nos hablan también de esclavos blancos y moros, es decir, personas provenientes del norte de África o incluso del norte de Europa.
Un caso interesante es el de las Islas Canarias, que ya en este momento empezaban a destacar por su producción de azúcar. Allí, los esclavos guanches fueron empleados desde muy temprano para trabajar en las plantaciones, lo que marcó el inicio de un modelo que más tarde se exportaría al resto del Atlántico.
El boom de la colonización_
La esclavitud alcanzó su auge en nuestro país durante la Edad Moderna, especialmente a partir del descubrimiento y la colonización de América. Con el hallazgo del Nuevo Mundo, las potencias europeas, incluida España, necesitaron una gran cantidad de mano de obra para explotar sus recursos naturales. Primero fueron las minas de oro y plata, y más tarde las grandes plantaciones de productos como azúcar, algodón, cacao y tabaco, las que terminarían por convertirse en pilares de la economía colonial.
En un primer momento, los colonizadores recurrieron a la población indígena para realizar estos trabajos. Para ello emplearon un sistema denominado ‘encomienda’ que, supuestamente, garantizaba protección y evangelización a cambio del trabajo de los indígenas. Sin embargo, en la práctica, la encomienda era una forma de esclavitud encubierta, con efectos devastadores: en regiones como el Caribe, la población nativa fue diezmada a causa de las enfermedades traídas por los europeos, el agotamiento extremo y los abusos.
Los límites a la esclavitud_
A lo largo del siglo XVI, la Monarquía Hispánica tomaría medidas para limitar la esclavitud de los indígenas en América, influída en gran parte por los escritos y denuncias de Bartolomé de las Casas. Este fraile dominico, que inicialmente había sido encomendero, se convirtió en una de las primeras voces críticas contra los abusos que sufrían los pueblos originarios bajo el dominio colonial.
Una de las razones clave para prohibir la esclavización de los indígenas fue el reconocimiento de que, como habitantes de los territorios bajo control español eran, de facto, súbditos de la Corona. Según las leyes y la doctrina de la época, esto implicaba que no podían ser tratados como esclavos, ya que debían gozar de ciertos derechos.
El resultado fue la promulgación de las Leyes Nuevas en 1542. Estas leyes, además de reorganizar la administración de las colonias, proclamaron la libertad de los indígenas y buscaron eliminar el sistema de encomiendas, prohibiendo que los indígenas fueran considerados esclavos.
De la esclavitud indígena a la africana_
Aunque las leyes promulgadas por la Monarquía Hispánica limitaron la esclavitud de los indígenas en el Nuevo Mundo, esto no significó el fin de la trata de esclavos. Al contrario, los esfuerzos por proteger a los pueblos originarios orientaron la mirada hacia África, donde el comercio de esclavos ya llevaba décadas en manos de traficantes, especialmente los ‘negreros’ portugueses.
Así, mientras los indígenas eran gradualmente protegidos por las leyes españolas, la esclavitud no desapareció, simplemente se trasladó a otro escenario, convirtiendo África en la principal fuente de mano de obra forzada para las colonias.
España, al igual que otras potencias europeas, comenzó a importar mano de obra esclavizada desde África. Los esclavos africanos trabajaban principalmente en plantaciones de productos como la caña de azúcar, el algodón, el cacao y el tabaco. Estos cultivos, introducidos por los europeos, prosperaron en climas tropicales donde hasta entonces no existían hasta convertirse en una pieza clave para la economía mundial de la época.
La esclavitud se convirtió así en una práctica común en las colonias de todas las potencias europeas (incluida España) que la justificaban como una necesidad económica.
los primeros réditos_
Desde los primeros años de colonización la Corona española comenzó a otorgar licencias específicas para permitir la introducción de esclavos africanos en América, buscando controlar el flujo de mano de obra esclava necesaria para las nuevas colonias. Sin embargo, con el tiempo, este sistema se fue transformando para ajustarse a las crecientes necesidades económicas del imperio.
A finales del siglo XVI, con el fin de monopolizar este comercio, se implementó el sistema de asientos. Este mecanismo otorgaba la exclusividad del comercio de esclavos a determinadas compañías, que obtenían de la Corona una licencia o contrato (el ‘asiento’) a cambio de pagar importantes sumas de dinero. Estas compañías, en su mayoría inglesas, portuguesas y francesas, se encargaban de capturar, transportar y distribuir a los esclavos africanos hacia las colonias americanas.
Curiosamente, aunque el sistema limitaba la participación directa de los españoles en el tráfico de esclavos, esto no significaba que quedaran fuera del proceso. Al contrario, los destinatarios finales de esta mano de obra esclava eran las plantaciones, minas y haciendas de las colonias españolas en América.
Este sistema no solo aseguraba el suministro de mano de obra para sostener la economía colonial, sino que también se convirtió en una fuente de ingresos significativa para la Corona española, que cobraba por cada esclavo introducido.
El sistema de asientos marcaría una etapa crucial en el comercio transatlántico de esclavos, conectando directamente África, Europa y América en un circuito de explotación que terminaría configurando gran parte de la economía y la sociedad del mundo moderno.
un negocio a tres bandas_
La trata de esclavos africanos se convirtió, entre los siglos XVI y XVIII, en uno de los negocios más lucrativos de la época. Aunque inicialmente estuvo dominado por Portugal, pronto se sumaron otras potencias europeas como Inglaterra, Holanda y Francia, atraídas por las enormes ganancias que generaba.
El comercio esclavista involucraba a una red compleja de actores, desde comerciantes europeos hasta reyes y jefes tribales africanos que intercambiaban prisioneros de guerra o incluso a sus propios súbditos a cambio de productos manufacturados proveniente de Europa como tejidos, armas, pólvora, utensilios metálicos e incluso alcohol. De esta manera, los europeos lograron asegurar una fuente constante de personas esclavizadas, mientras los líderes africanos obtenían bienes que fortalecían su poder y posición en la región.
Este sistema dio lugar a un circuito comercial triangular que conectaba Europa, África y América. En la primera etapa, los barcos europeos cargados con productos manufacturados navegaban hacia la costa africana, donde intercambiaban estas mercancías por esclavos. En la segunda, estos esclavos eran transportados a América en condiciones inhumanas para ser vendidos en las colonias. Allí, trabajaban en plantaciones de caña de azúcar, algodón, tabaco y otros cultivos que luego eran enviados como materia prima a Europa. Finalmente, en la tercera etapa, los barcos regresaban al continente europeo cargados con estos productos, que alimentaban la industria y la economía de las metrópolis.
Este intercambio se convirtió en eje central del sistema económico del mercantilismo, al combinar la explotación de recursos humanos y naturales con la expansión colonial. Sin embargo, también supuso un legado de sufrimiento y desigualdad cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días.
Primeros pasos hacia la libertad_
A finales del siglo XVIII, las ideas de la Ilustración y los eventos revolucionarios en Francia empezaron a cuestionar la legitimidad de la esclavitud en Europa. El pensamiento ilustrado, con los derechos universales y la igualdad por bandera, promovió una nueva perspectiva que veía la esclavitud como incompatible con los principios de libertad y dignidad humana.
En este contexto, la Revolución Francesa marcó un punto de inflexión. En 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano proclamó la igualdad de todos los hombres, sentando las bases teóricas para rechazar la esclavitud. Aunque su aplicación práctica tardaría en consolidarse, estas ideas inspiraron movimientos abolicionistas tanto en Europa como en América.
El Reino Unido, que había sido una de las principales potencias esclavistas, se convirtió en un líder abolicionista al prohibir el comercio de esclavos en 1807. Este paso, aunque no abolía completamente la esclavitud, marcaría un cambio crucial al declarar ilegal la trata atlántica y comprometerse a perseguirla.
La paradoja de la abolición_
En 1817, forzada por la presión inglesa, España firmaba un tratado que prohibía formalmente el tráfico de esclavos, estableciendo 1820 como fecha límite para su extinción. Sin embargo, lejos de cumplirse, esta prohibición abrió la puerta a un comercio clandestino que alcanzaría en nuestro país proporciones espectaculares: entre 1820 y 1867, más de 600.000 esclavos africanos fueron introducidos en las colonias españolas, cifra que representa dos tercios del total de personas esclavizadas que llegaron al Caribe español a lo largo de su historia.
Este tráfico clandestino contó con la connivencia de las autoridades españolas en las colonias, que a menudo hacían la vista gorda a los desembarcos de esclavos a cambio de sobornos.
El impulso de la trata ilegal estuvo directamente relacionado con el auge de la producción de azúcar en Cuba, principal motor económico de la isla. Durante este período los ingenios azucareros comenzaron a mecanizarse, incrementando significativamente su capacidad de producción y, con ello, la demanda de mano de obra barata y abundante. La rentabilidad de estas plantaciones era tan elevada que muchos propietarios y comerciantes estaban dispuestos a asumir los riesgos de operar al margen de la ley con tal de enriquecerse.
nuevas fortunas y poderes políticos_
Paradójicamente, fue durante este período de ilegalidad cuando los capitales españoles alcanzaron su máximo enriquecimiento, gracias al comercio clandestino de seres humanos.
Este momento coincidió con un cambio en el eje económico español. Con la pérdida de la mayoría de las colonias americanas tras las guerras de independencia, las riquezas generadas por las plantaciones cubanas se volvieron esenciales para la economía de la Península. Los propietarios y comerciantes vinculados al negocio esclavista acumularon fortunas enormes gracias al trabajo forzado de cientos de miles de personas esclavizadas.
Las enormes ganancias generadas por este comercio ilegal permitieron el surgimiento de grandes fortunas, como las de familias influyentes que luego tendrían un peso decisivo en la política española, presionando activamente para retrasar cualquier iniciativa abolicionista en Cuba y Puerto Rico, últimas colonias americanas de España.
Figuras como el marqués de Manzanedo o el marqués de Comillas amasaron su riqueza gracias al tráfico de esclavos y las plantaciones.
María Cristina de Borbón – cuarta esposa de Fernando VII y Reina regente de 1833 a 1840 – junto a su esposo eI Duque de Riánsares y más tarde su hija, la Reina Isabel II, practicaron y promovieran la trata en las islas caribeñas lucrándose gracias a diversos ingenios azucareros mantenidos con mano de obra forzada que rondaba los 1.000 esclavos.
Otro ilustre esclavista fue Leopoldo O´Donnell, militar golpista que destituyó a Baldomero Espartero y gobernó España en 1856 y hasta el ascenso de Narváez.
Antes de la revolución de 1854, entre 1843 y 1848 O´Donnell ejerció con puño de hierro la Capitanía General de Cuba con un afán represivo que pretendía poner orden en un negocio que el militar controlaba directamente, llegando a amasar una fortuna que rozaba los diez millones de reales.
Antonio Cánovas del Castillo, por su parte, defendió públicamente el comercio de esclavos y luchó ferozmente contra los proyectos abolicionistas. Recordemos que Cánovas, junto a Mateo Sagasta, habían previamente implementado una política exterior basada exclusivamente en el colonialismo y la esclavitud… una práctica de la que el político malagueño se lucró hasta enriquecerse.
el impulso abolicionista_
El camino hacia el final de la esclavitud en España no sólo estuvo marcado por las presiones internacionales sino también por el decidido compromiso de los movimientos abolicionistas que surgieron durante el siglo XIX. Estas agrupaciones, compuestas principalmente por intelectuales, políticos y activistas progresistas, jugaron un papel crucial en la erradicación de esta práctica en las colonias españolas.
Uno de los hitos más importantes en esta lucha fue la creación, en 1865, de la Sociedad Abolicionista Española. Este colectivo reunió a figuras destacadas del pensamiento progresista de la época como Emilio Castelar, Estanislao Figueras y Francisco Giner de los Ríos.
Inspirados por las corrientes humanistas y el pensamiento ilustrado, los abolicionistas trabajaron incansablemente para sensibilizar a la sociedad española sobre los horrores de la esclavitud y presionar al gobierno para su eliminación. Sus miembros organizaron conferencias, redactaron manifiestos y publicaron escritos que denunciaban los abusos cometidos en las colonias, creando un clima de opinión afín a la abolición.
La proclamación de los principios liberales y la influencia de figuras políticas como Juan Prim, jefe de gobierno durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874), dieron un nuevo impulso al movimiento. El ‘espadón de Reus‘ impulsó reformas clave que sentaron las bases para el fin de la esclavitud en las colonias… una más de las oscuras razones por las que finalmente resultaría asesinado.
Una de estas reformas fue la impulsada en 1870 por el ministro de Ultramar, Segismundo Moret. Conocida como la ‘ley de vientres libres’, declaraba la libertad de todos los hijos nacidos de mujeres esclavas a partir de ese momento. También otorgaba la libertad a los esclavos mayores de 60 años, a aquellos que hubieran servido bajo la bandera española o auxiliado a las tropas durante la insurrección en Cuba, y a los esclavos que pertenecieran al Estado.
Aunque la ‘Ley Moret’ no abolió completamente la esclavitud, marcó un avance significativo y demostró la creciente influencia de los movimientos abolicionistas.
Puerto Rico: un primer paso_
En 1873, tras la abdicación de Amadeo I de Saboya y la proclamación de la Primera República Española, el Parlamento aprobó la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Este fue un momento crucial: por primera vez, miles de personas esclavizadas alcanzaban la libertad.
Sin embargo, no todo fue tan sencillo. La ley incluía una cláusula que obligaba a los libertos a trabajar durante un tiempo determinado bajo contratos forzosos, lo que retrasó la consecución de una libertad plena. A pesar de estas limitaciones, el avance fue significativo y marcó un precedente importante que animó el debate sobre la abolición en Cuba, donde la esclavitud estaba más arraigada.
La abolición en Cuba: el fin de las cadenas_
La situación en Cuba resultaba mucho más compleja. La isla era el corazón de la producción de azúcar en el Caribe y sus grandes plantaciones dependían casi por completo de la mano de obra esclava. Esto hizo que cualquier medida contra la esclavitud encontrara fuertes resistencias, tanto por parte de los terratenientes como de los grupos de poder en España.
El 13 de febrero de 1880, bajo el reinado de Alfonso XII y ya en la etapa de la Restauración, se promulgaba una ley que declaraba ilegal la esclavitud en Cuba. Sin embargo esta ley no liberaba inmediatamente a los esclavizados, los transformaba en ‘patrocinados’, una figura legal que los obligaba a seguir trabajando para sus antiguos amos durante un período de transición.
Finalmente, el 7 de octubre de 1886, un Real Decreto decretó la abolición total de la esclavitud en Cuba, liberando a los 30.000 esclavos que aún permanecían bajo este sistema. Este decreto marcó el fin de la esclavitud en los territorios ultramarinos españoles, cerrando un capítulo oscuro en la historia colonial de nuestro país.
Más vale tarde…_
El final de la esclavitud llegaba en España más tarde que en otros países, pero representaba un enorme avance en la lucha por los derechos humanos. Un proceso que no solo supuso un hito jurídico y social, sino que también reflejó los cambios económicos y políticos de la época. Sin embargo, los efectos de esta práctica, tanto en términos económicos como sociales, dejaron profundas cicatrices en las sociedades caribeñas que se prolongaron durante generaciones.
De los 12,5 o 13 millones de esclavos que pudieron ser transportados de África a América, se calcula que en torno a 2,3 o 2,5 millones de personas fueron llevados a la América española, bien de forma directa o bien a depósitos de las colonias neerlandesa, británica o francesa del Caribe. Es una cifra muy alta y se estima que representa entre 19% y 20% de toda la esclavitud americana, desde la población indígena hasta la población africana.
Un progreso manchado de sangre_
El impacto económico de la esclavitud en España fue crucial para el desarrollo de sectores clave del país durante los siglos XVIII y XIX. El azúcar, el tabaco y otros productos coloniales cultivados por mano de obra esclava resultaron altamente rentables y generaron ganancias que no se quedaron solamente en las colonias, sino que fueron reinvertidas en la Península, transformando el panorama económico y social de nuestro país.
Uno de los sectores que más se beneficiaron fue el de las infraestructuras. Los ingresos derivados de la trata y la explotación permitieron financiar proyectos de modernización industrial, como la construcción de ferrocarriles y la mejora de la industria manufacturera. Ciudades como Madrid y Barcelona experimentaron reformas urbanísticas financiadas, en gran parte, con este capital.
La segunda mitad del siglo XIX marcó un cambio radical en la economía española: la revolución industrial. El País Vasco y Cataluña fueron las regiones que más se beneficiaron de esta transformación, y detrás de ese impulso económico estaba, en muchos casos, el capital acumulado gracias al comercio de esclavos.
Este dinero no solo se destinó a la industria textil o siderúrgica, sino también a sectores como la banca, las compañías de seguros y la industria naval. De hecho, los impresionantes beneficios derivados de la esclavitud facilitaron la inserción de España en el capitalismo mundial, conectando al país con las dinámicas económicas globales del siglo XIX.
Aunque hoy en día este vínculo es poco conocido, muchos de los grandes capitales formados gracias a la esclavitud sentaron las bases del actual sistema económico español. Empresas sólidas y familias influyentes deben su posición actual, al menos en parte, a las fortunas amasadas en este oscuro capítulo de la historia de la que Madrid fue muy protagonista durante casi cuatro siglos.
La esclavitud en Madrid: una costumbre arraigada_
En el caso concreto de Madrid, su historia está marcada por la presencia de la esclavitud durante casi un milenio. Pese a su impacto, la esclavitud en la capital no fue el motor de la economía local, que dependía más de otros sectores. Aun así, los esclavos formaron parte de la vida diaria de la ciudad.
En la Villa y Corte coexistieron dos tipos de esclavitud: una ‘de costumbre’, más íntima y ligada al servicio doméstico, y otra ‘de producto’, vinculada con el comercio transatlántico que abastecía las plantaciones en el Caribe.
En la capital cortesana, la primera predominaba. Los esclavos formaban parte de la servidumbre de las élites urbanas, desde nobles hasta el alto clero, profesionales liberales e incluso el rey.
La primera etapa de esplendor de esta práctica llegó en la época barroca, cuando los esclavos no solo fueron una fuente de trabajo, sino también un símbolo de poder y prestigio: las familias más influyentes competían en ostentar su estatus mediante nutridas servidumbres que incluían numerosos esclavos.
De los ‘moros de presa’ a los ‘negros de nación’_
En el Madrid dieciochesco, se produjo un cambio en el origen de los esclavizados. Hasta el siglo XVIII, muchos procedían del Magreb y del Mediterráneo, capturados en guerras y acciones de corso. Estos ‘moros de presa’, marcados por su origen musulmán, fueron paulatinamente sustituidos por esclavos africanos subsaharianos, denominados ‘negros de nación’, que eran traídos desde factorías en África occidental y territorios hispanoamericanos como Cuba.
Con la llegada de Felipe V y la dinastía borbónica, la esclavitud se consolidó como una institución lucrativa. El nuevo rey se convirtió en un gran beneficiario del comercio de esclavos dentro del imperio español. En este periodo, la presencia de esclavos se hizo habitual en las calles y palacios de Madrid.
En esta época, la cifra de esclavos en la capital alcanzó su máximo, con unas 6.000 personas sometidas. Los mercados de esclavos, aunque menos prominentes que en otras ciudades del Imperio, existían en Madrid. Estos podían encontrarse cerca de lugares emblemáticos como la Plaza Mayor o el Palacio Real. No obstante, muchas transacciones se realizaban de forma privada en las casas.
compraventa de almas_
Aunque cueste hacerse a la idea, hubo un tiempo en el que abrir un periódico en Madrid y encontrarse con un anuncio de venta de esclavos era algo tan cotidiano como leer sobre la venta de mulas o herramientas. En el siglo XIX, los diarios de avisos – predecesores de nuestros actuales periódicos – incluían con naturalidad secciones en las que se ofertaban seres humanos junto a productos de uso común, sin que esto causara escándalo alguno.
La venta de esclavos no era diferente, en apariencia, a la de cualquier otro artículo. ‘Se vende negra sin defectos’ o ‘se vende un negro bozal junto a un coche nuevo y un par de mulas’ eran ejemplos de titulares que reflejaban esta deshumanización. Los anuncios describían con frialdad las características de las personas ofertadas como si fueran objetos: su edad, estado de salud, habilidades y experiencia laboral.
Las mujeres esclavizadas eran especialmente demandadas, sobre todo si tenían entre 18 y 40 años y destacaban en tareas domésticas como lavar, planchar o cocinar. Algunas veces, se especificaba si eran buenas madres o si podían amamantar a otros niños, lo que añadía un valor adicional en el mercado. Por ejemplo, un anuncio ofrecía a una mujer ‘recién parida, con abundante leche, excelente lavandera y planchadora’.
El precio de una vida_
El precio de un esclavo dependía de varios factores, como el sexo, la edad o la experiencia. Las mujeres solían ser más caras que los hombres debido a su versatilidad en el trabajo doméstico. También influían características como la salud, la docilidad y la disposición a aprender nuevas habilidades, calificativos que los anunciantes no dudaban en resaltar.
Además de las características del esclavo, los anuncios incluían información práctica: el precio, el motivo de la venta e incluso el lugar donde se podía cerrar la transacción. En un ejemplar del Diario de Madrid del 18 de septiembre de 1804, por ejemplo, se anunciaba que ‘en la sombrerería de la Puerta del Sol de don Antonio Leza darán razón de un sujeto que desea comprar un negro de buenas propiedades’. En la misma página, entre medias y guantes largos de señora, el esclavismo se camuflaba como una transacción más.
Lo más inquietante es que esta publicidad esclavista persistió incluso cuando muchos países europeos ya habían declarado ilegal la trata de esclavos. Hasta bien entrado el siglo XIX –e incluso después de su prohibición en España en 1837–, los anuncios de compraventa de personas continuaron apareciendo en los periódicos, tanto en la península como en las colonias.
El rastro de la vergüenza_
Aunque el urbanismo y la memoria oficial han intentado borrar o silenciar el pasado esclavista de Madrid, las huellas de esta historia permanecen en sus calles, plazas y monumentos.
La Plaza de la Provincia y las subastas de esclavos_
Uno de los lugares más simbólicos es la Plaza de la Provincia, junto a la Plaza Mayor. Allí, en el edificio que hoy alberga el Ministerio de Asuntos Exteriores, se subastaban los esclavos considerados ‘incorregibles’. Estas subastas, realizadas a plena luz del día, integraban a las personas esclavizadas en el tejido económico de la ciudad como si fueran una mercancía más.
Calles y barrios marcados por la esclavitud_
Algunas calles madrileñas conservan nombres que, directa o indirectamente, remiten a la esclavitud. Por ejemplo, la Calle de las Negras, cerca de la Calle Princesa, lleva este nombre porque allí residían las esclavas de los duques de Veragua, descendientes de Cristóbal Colón.
Los selectos barrios de Salamanca o Chamberí de la capital se erigieron gracias a fortunas amasadas en buena parte por el comercio esclavista, mientras que la renovación de la Puerta del Sol en 1845 fue impulsada por el marqués de Manzanedo, una de las mayores fortunas de la España de la época, obtenida también gracias a esta actividad. De hecho, esta icónica plaza madrileña fue conocida durante un tiempo como ‘el patio de Manzanedo’.
Monumentos y edificios ligados a la esclavitud_
La estatua de Carlos III, en la misma Puerta del Sol, conmemora no solo al ‘mejor alcalde de Madrid’… también al mayor esclavista de su época, poseedor de más de 20.000 personas en regimen de esclavitud en América y España.
En la misma línea, el Palacio de los Goyeneche (calle Huertas, 13) y el Palacio del marqués de Argudín (calle Goya con Príncipe de Vergara) son también ejemplos de edificios construidos con el dinero proveniente del comercio humano.
Un pasado grabado en piedra_
Uno de los testimonios más impactantes de la esclavitud en Madrid se encuentra en la entrada lateral de la Iglesia de San Ginés, en la Calle de Bordadores, junto a la calle del Arenal.
En la jamba de una de sus puertas, está grabado el símbolo de la esclavitud: una S cruzada por un clavo, conocido como ‘sine iure’. En latín, ‘sine iure’ significa “sin derecho alguno”, y representaba la condición de las personas esclavizadas.
Tristemente, este símbolo tallado en piedra no era una marca exclusiva de las inscripciones en edificios, muchos esclavos eran ‘tatuados’ con el mismo símbolo en la frente, como marca de propiedad: la letra S y un clavo (‘S-clavo’).
¿El fin de la esclavitud?_
Como vemos, aunque el tiempo y el olvido han borrado muchas de las huellas de la esclavitud en Madrid, la ciudad sigue repleta de símbolos dispuestos a contarnos una historia incómoda, pero necesaria; vestigios que nos invitan a reflexionar sobre un pasado oscuro que no debe ser ignorado.
Y es que, si bien las cadenas físicas desaparecieron hace casi dos siglos, miles de personas, incluidas muchas de quienes llegan a nuestras ciudades en busca de una vida major, siguen actualmente sufriendo formas modernas de esclavitud, desde la trata de personas hasta la explotación laboral y sexual. Mirar hacia otro lado perpetúa el sufrimiento de quienes hoy, igual que entonces, siguen siendo tratados como mercancía.