¡Se armó el belén!
María Amalia de Sajonia, “la reina del belén”
¿Cuál es la fecha que define el comienzo de las navidades en tu hogar? ¿El día de la Lotería? ¿El primer anuncio de turrones? ¿La cena de empresa? En mi caso es el día en que decoramos la casa... un momento muy especial que concentra mi ilusión desde la infancia. Y no hablo de los Papá Noel trepando por los balcones o los jerséis de renos para las cenas con amigos... hablo del clásico por excelencia, el belén, una tradición histórica que se popularizó en los hogares españoles desde el siglo XVIII, gracias a la reina María Amalia de Sajonia.
La representación del nacimiento de Cristo en forma de pesebre tiene su origen en la Edad Media. La primera celebración navideña en la que se montó un belén tuvo lugar en la Nochebuena de 1223, cuando San Francisco de Asís decidió reproducir el nacimiento en una cueva próxima a la ermita de Greccio (Italia) y convocó a todo el pueblo para celebrar una misa en su presencia.
A partir del siglo XV, se empezó a generalizar la tradición del belén en algunos monasterios de clausura de Madrid, con imágenes donadas por familias nobles de la capital. Se sabe que el propio Lope de Vega instalaba un belén en su casa durante las navidades, copiándolo del retablo de una iglesia, con figuras de quita y pon. Sin embargo, esta tradición cristiana no se popularizaría en los hogares madrileños hasta la llegada a la capital de la Reina María Amalia de Sajonia, en 1759.
Casada con Carlos III cuando solo tenía 14 años, el suyo fue un matrimonio concertado y, a pesar de ello, feliz. La pareja se había trasladado desde Nápoles a Madrid tras la muerte de Fernando VI, convertidos en los nuevos Reyes de España. Alta, robusta, de tez blanca, ojos azules y cabello muy rubio, María Amalia de Sajonia era nieta del poderoso emperador Maximiliano de Austria.
Tan solo llevaba tres meses en España cuando la reina impulsó, en la Navidad de 1759, una de las tradiciones que más arraigaría en la España de la época. La Reina, que había traído consigo las figuras desde Nápoles, montó un belén en el Palacio del Buen Retiro de Madrid y lo mostró con orgullo a los madrileños durante la Nochebuena.
Esas fueron las únicas Navidades que María Amalia pasó en Madrid, una ciudad a la que nunca llegaría a adaptarse. Un año después y con solo 35 años fallecía de tuberculosis, dejando profundamente apenado al Rey, que le sobrevivió 28 años y nunca se volvió a casar.
Carlos III, que compartía con su esposa la afición por este arte, continuó la tradición tras la muerte de la Reina encargando para su hijo Carlos ( futuro Carlos IV) el llamado Belén del Príncipe, llegando a crear uno de los conjuntos belenísticos más importantes del siglo XVIII, con casi 6.000 figuras.
La nobleza madrileña del siglo XVIII pronto imitó a los Reyes, encargando en Nápoles las afamadas figuras articuladas con cuerpo de alambre y estopa, cabeza, manos y pies de terracota y con ricos vestidas de época confeccionados en seda, terciopelo o raso. Esta tradición no tardó en ser adoptada por el pueblo madrileño como elemento imprescindible para celebrar la Navidad.
La escenografía o montaje del belén en las dependencias del Palacio se cuidaba con sumo detalle. Eran los pintores de cámara y los arquitectos de Palacio los responsables de diseñar este gran espectáculo navideño. En 1845, por ejemplo, fue el pintor Vicente López el encargado de la disposición escenográfica del Belén del Príncipe.
Las condiciones de acceso al belén para los ciudadanos han variado con el tiempo. A mediados del siglo XIX, era necesario presentar un boleto expedido por el Mayordomo Mayor para entrar en el recinto y visitar el belén. Hoy en día el acceso es libre, tan sólo es necesario esperar con paciencia las colas de visitantes que aguardan para contemplar el que se considera patrón de la iconografía belenística en España.
Gran parte de la Historia de Madrid está ligada a la figura de Carlos III, nuestro "rey ilustrado", sin embargo, la máxima representación popular de la Navidad en los hogares españoles se la debemos a su adorada esposa, María Amalia, cuyo breve reinado no le permitió aprender nuestro idioma... pero sí cambiar las Navidades españolas hasta nuestros días.