Las uvas milagrosas

Puerta del Sol. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Puerta del Sol. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Año nuevo, vida nueva

Hoy, a las doce de la noche, millones de españoles nos reuniremos frente al televisor para tomar las doce uvas de la suerte con nuestro seres queridos, al ritmo de las campanadas del reloj de la Puerta del Sol de Madrid. Una tradición indispensable para recibir el nuevo año con buen pie que, sin embargo, cuenta con poco más de cien años de vida.

Antes de la llegada de las uvas a nuestras mesas, en la capital la última cena del año consistía tradicionalmente en sopa de almendras, mantecados de Astorga, mazapanes de Toledo, pasas e higos de Málaga, vinos de Jerez, mantequilla de Soria, tarros de almíbar de Vitoria, melones de Valencia o frutas de Jávea y Denia. Todos estos manjares endulzaban las Nocheviejas de aquellos madrileños que se los podían permitir.

Hasta la segunda mitad de siglo XIX, existía la tradición de comprar unos libretos de sainetes cómicos llamados Motes para Damas y Galanes que las familias interpretaban durante esta noche tan especial, en forma de pequeños teatrillos en sus casas. También se entretenían con el juego de "echar Santos, años y estrechos", que consistía en hacer sorteos parecidos a un bingo. Todas estas fueron tradiciones previas a la instalación del reloj de la Puerta del Sol, obsequio del relojero José Rodríguez Losada al Ayuntamiento de Madrid, inaugurado por la reina Isabel II en 1866.

La creencia popular señala que las uvas de Nochevieja comenzaron a tomarse en Madrid hacia 1882. En esas fechas, la alta burguesía madrileña que solía viajar en Navidades a París y Biarritz, copió de los franceses la tradición de celebrar fiestas privadas en las que se comían uvas y se bebía champán, como signo de distinción.

En aquella época, los madrileños menos pudientes solían salir a recibir a los Reyes Magos la noche del 5 de enero, celebrando ruidosas fiestas por las calles de Madrid hasta altas horas de la madrugada. Con el fin de evitar las molestias que se generaban, el alcalde José Abascal impuso una multa de "1 duro" a quienes salieran a la calle a festejar la noche de reyes.

Los madrileños, enfadados, decidieron rebelarse contra la norma del consistorio con cierta sorna: aprovecharon que aún estaba permitido reunirse en la Puerta del Sol para escuchar las campanadas del reloj en Nochevieja y propagaron el plan de comer uvas, mofándose del ritual aristócrata. Esta reunión popular se fue repitiendo año tras año, perdiendo con el tiempo su carácter reivindicativo.

La primera referencia en prensa sobre esta novedosa tradición data de 1897, cuando el periódico "El Imparcial" destacaba la buena fortuna que proporcionaba cumplir con aquel rito: "La uvas milagrosas. Para obtener la dicha durante un año entero es preciso comer doce uvas el 31 de diciembre, al sonar la primera campanada de las doce de la noche", aseguraba.

Poco tardaron los empresarios agrícolas en sacarle rendimiento a esta moda, insertando anuncios en los periódicos madrileños los días antes de fin de año para ofrecer las uvas de la suerte, de la felicidad, de la fortuna, milagrosas y un largo número de adjetivos que buscaban rentabilizar económicamente esta iniciativa. Fue precisamente con un excedente de uva en la cosecha de 1909, cuando los agricultores alicantinos dieron el impulso definitivo para convertir esa tradición elitista en todo un símbolo en España.

Esta oleada comercial impactó de lleno en algo tan popular como es la superstición de la fortuna y los deseos... una mística rutina que comenzó a forjar una tradición repetida cada año desde entonces: las doce uvas no se interrumpieron ni siquiera con la Guerra Civil, en un Madrid asediado por los bombardeos.

El mayor riesgo que tuvo que afrontar nuestra querida Nochevieja fue la errática retransmisión de TVE que protagonizó la presentadora Marisa Naranjo en 1989, haciéndose un hueco en los anales de la comunicación de nuestro país al confundir las campanadas con los cuartos previos.

Aquel invento extravagante de un puñado de burgueses y el atino comercial de unos agricultores se unieron para asentar una costumbre ineludible en nuestro país, una tradición que ya forma parte de nuestra herencia cultural y nuestras señas de identidad. ¡Que las uvas benefactoras os traigan todo lo mejor en este nuevo año que recibimos! ¡Os deseo ante todo salud para que, juntos, podamos seguir haciendo Historia en 2020! ¡FELIZ AÑO A TODOS!

Puerta del Sol. Nochevieja 1912

Puerta del Sol. Nochevieja 1912

No basta, pues, que se coman uvas el 31 de diciembre. Hay que saber cómo se comen y dónde, con qué dedos y en qué circunstancias. Lo que se debe hacer, según la opinión más generalizada, es procurar que las uvas sean buenas y se coman en buena compañía. Y después... después se echa uno el alma a la espalda y seguro que no sufre ninguna clase de sinsabores durante el año nuevo
— Luis Taboada


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