La zona de confort

Antigua casa de Diego Velázquez en Madrid

Antigua casa de Diego Velázquez en Madrid ©ReviveMadrid

Diego Velázquez… ¿vocación o estabilidad?


Seamos sinceros… ¿quién no aspira a conseguir un puesto de trabajo para toda la vida? ¿O a asegurarse ciertas condiciones de manera estable durante el mayor tiempo posible?

Poder dedicarnos profesionalmente a nuestra vocación nos aporta motivación y autorrealización en nuestro día a día, pero a veces no resulta suficiente para desarrollar un proyecto personal de futuro, por lo que debemos buscar soluciones prácticas que nos allanen el camino. Acceder a una plaza de funcionario puede ser una buena forma de asegurarnos la estabilidad… aún a costa de sacrificar nuestra vocación.

Curiosamente, esta no es una situación novedosa. En la España del siglo XVII conseguir una plaza de funcionario de palacio fue el ideal que perseguía todo aquel que pretendiera escalar socialmente, especialmente en momentos de crisis políticas, sociales o económicas.

Un caso curioso y poco conocido es el del pintor Diego Velázquez, quien supo compaginar su vocación artística con otras funciones menos creativas en la corte del rey Felipe IV.


el funcionario español_

Los empleados públicos en España han acumulado desde hace más de dos siglos una mala prensa que nace de su apetecible situación laboral. Un puesto de trabajo permanente, no sujeto a los vaivenes del mercado ni a un posible despido, cuya naturaleza responde al decreto adoptado en 1918 para evitar cambios radicales en el cuerpo cada vez que mudaba el Gobierno.

Sin embargo, esta situación ya se vivía hace cinco siglos, cuando en la corte de los Austrias los puestos administrativos eran considerados una extensión del nepotismo de la realeza.


El modelo político de los Austrias_

Durante el siglo XVI, los Estados europeos modernos procuraron crear una estructura de Gobierno que les permitiera imponer la autoridad del rey, un modelo que en España ya había sido esbozado por los Reyes Católicos y perfeccionado posteriormente por la familia de los Habsburgo.

Según este sistema, el monarca y los miembros de su casa serían inicialmente los actores principales de todo un entramado burocrático cuyo crecimiento desmedido obligó a que los componentes de esta nueva estructura residieran fundamentalmente en la corte.

Esta corte, inicialmente itinerante, no se asentaría hasta 1561, cuando Felipe II elegía Madrid como sede fija. Desde aquel momento la Villa y Corte emergía como centro cultural y político del vasto imperio español.


jerarquía en La corte de Felipe IV_

En la corte de Felipe IV los funcionarios se convirtieron en una pieza clave para el buen funcionamiento del gobierno, especialmente en lo que respecta al Alcázar de Madrid, centro de la vida política en España.

Entre estos cargos de confianza se encontraban el valido, los ministros y los secretarios, que asesoraban al monarca en asuntos políticos y económicos, así como los secretarios de cámara y de estado, que se encargaban de la correspondencia y documentos oficiales.

Además de los funcionarios de alto rango, la corte contaba con una amplia gama de funcionarios administrativos, entre otros escribanos, archiveros, contadores, tesoreros y demás empleados, encargados de la administración de los bienes reales y la contabilidad.

Dado el contexto histórico del siglo XVII, caracterizado por los frecuentes conflictos y guerras, los funcionarios militares también tenían una presencia importante en la vida de palacio. Ellos eran los responsables de asesorar al rey en asuntos de defensa y estrategia, y eran responsables tanto de la organización como del mantenimiento del ejército.

También resultaban fundamentales los funcionarios de ceremonia, esenciales para asegurar el buen desarrollo de los actos oficiales de palacio, y los dedicados al servicio de la familia real, que incluían criados, damas de compañía, pajes y otros empleados, encargados de atender las necesidades personales de los miembros de la realeza.


Un cargo muy solicitado_

Como vemos, los funcionarios fueron pilares fundamentales en el desarrollo y la estabilidad de la Casa Real a lo largo del siglo XVII. Para entonces, se habían convertido en una clase sin duda privilegiada, que gozaba del favor real. De hecho, la aristocracia competía por cubrir estos oficios de corte, considerándolos un honor y una oportunidad de aumentar su poder por el acceso que daban al rey.

Las prebendas que este colectivo atesoraba motivaron que, a lo largo de los siglos, una plaza como funcionario cortesano fuera muy cotizada.

Un ejemplo muy poco conocido de personalidad deseosa de prosperar como funcionario real es el de Diego Velázquez, para muchos el mejor pintor de la Historia.

Durante su tiempo en Madrid, el genio sevillano no solo produjo una notable colección de obras maestras, también tuvo la capacidad para ganarse a la velocidad del rayo un hueco privilegiado en la corte de Felipe IV.


velázquez llega a Madrid_

En Madrid, en la corte, estaba la gloria, y Velázquez lo sabía.

El genio sevillano llegaba a la capital hacia 1622, con apenas 23 años. En aquel momento la ciudad despuntaba como capital política y cultural del imperio español bajo el reinado de Felipe IV.

El ya destacado artista aterrizaba en la corte recomendado por el Conde-Duque de Olivares. Velázquez sería, desde entonces y hasta su muerte, ciudadano de Madrid.


Las viviendas de Velázquez_

La primera casa de Diego Velázquez y su mujer, Juana Pacheco, estuvo ubicada en la calle Concepción Jerónima.

Esta residencia, gratuita para el artista, se sumaba a un sueldo de 20 ducados mensuales que recibiría como pintor del rey Felipe IV, al margen de los pagos independientes por sus obras.

Es importante señalar que, aunque los pintores reales, como oficiales de manos que eran, estaban excluidos del derecho al aposento, Velázquez consiguió este privilegio por intervención directa del monarca.

El valor del inmueble era de 400 ducados al año y Velázquez siguió disfrutando de sus rentas años después, ya como residente de la Casa del Tesoro, anexa al Alcázar Real.


Los oficios de Velázquez en la corte_

Una vez admitido en la corte como pintor del rey, Diego Velázquez fue escalando de manera constante en la compleja jerarquía de palacio.

El sevillano debió de ser un personaje ambicioso y muy hábil en el arte de las relaciones palatinas, de lo contrario sería difícil entender su rápido progreso en una atmósfera tan rebosante de intriga.

Sin ninguna duda Velázquez gozaba de la estima del rey, quien valoraba y respetaba el talento artístico del sevillano, permitiéndole un alto grado de libertad creativa y autonomía en su trabajo. Hasta tal punto llegó el trato de familiaridad entre ambos, que el denominado Rey Planeta llegó a contar con un asiento reservado en el estudio del pintor, visitándole casi a diario para verlo trabajar y disfrutar de su conversación.

Esta confianza, cercana y duradera, fue el motivo principal por el cual el monarca le encargaría al pintor muchos otros deberes administrativos.


Pintor del Rey_

El primer cargo que Diego Velázquez desempeño en 1623 en la corte de Felipe IV fue el de pintor del rey. Como tal, no sólo se ocupaba de realizar algunos retratos de la familia real y la corte, sino también de copiar y restaurar obras y organizar la colección en los Sitios Reales.

Entre sus funciones estaban reproducir los modelos del pintor de cámara; trabajar en los programas decorativos de las Residencias reales (Madrid, Aranjuez, El Escorial, El Pardo, Casa de Campo, Torre de la Parada, La Zarzuela y Valsaín), así como los monasterios bajo patronato regio; trabajar en decoraciones efímeras como arcos de triunfo por la llegada a Madrid de representantes de la realeza, monumentos de Semana Santa, ceremonias del Corpus Christi, escenarios y tramoyas para el teatro del Alcázar o del palacio del Buen Retiro.

La presencia constante en la corte permitió a Velázquez estudiar la magnífica colección de cuadros que poseía el monarca, gran coleccionista de arte nacional e internacional.


Pintor de cámara_

Cuatro años después de su llegada a Madrid, en 1626, Diego Velázquez fue ascendido a pintor de cámara, el cargo más importante entre los pintores de la corte. A esta labor dedicó el resto de su vida, compaginándola con otras funciones.

Su trabajo consistía en pintar retratos del rey y de su familia, así como de cortesanos y otras personalidades influyentes. Contaba además con el privilegio exclusivo de retratar al monarca, lo cual no suponía que fuera él el único en pintarle, sino que todos los demás artistas debían usar sus retratos como modelo.

Velázquez podía aceptar también encargos particulares, aunque ya sólo lo hacía de miembros influyentes de la corte.

Como pintor de cámara, el sevillano debía realizar otros cuadros destinados a decorar las mansiones reales, lo que le permitía elegir los temas y, por tanto, trabajar con mayor libertad, un privilegio del que carecían la mayoría de los artistas de la época.

Velázquez retrató a Felipe IV en varias ocasiones, creando obras maestras como Felipe IV a caballo, El príncipe Baltasar Carlos a caballo, El retrato ecuestre del Conde Duque de Olivares o Las Meninas, entre otros.

Aún tendría Velázquez otras ocupaciones en la corte, deberes administrativos que le apartarían de su función artística quizá más de lo que él hubiese deseado.


Ujier de cámara_

En marzo de 1627, Velázquez juró el cargo de ujier de cámara. Su sueldo desde entonces ascendió a 350 ducados anuales, además de la concesión de gastos médicos y farmacéuticos, que quedarían cubiertos por la Casa Real. 

Sus funciones consistían en asistir la antecámara del rey para cuidar la puerta y que sólo pudieran entrar las personas autorizadas, así como supervisar que criados y mayordomos hiciesen correcto uso y servicio de la cámara real en favor del soberano.

No se cree que este empleo ocupara asiduamente a Velázquez, pues el abundante número de ujieres hacía que sus turnos no fueran diarios, pudiendo simultanear este cargo con su labor como pintor de cámara.

Alcanzar este oficio colocó a Velázquez en la línea principal de la jerarquía palatina, facilitándole el conocimiento de embajadores y miembros de la alta nobleza.


Alguacil_

El 8 de mayo de 1633 se le concedía a Diego Velázquez la vara de alguacil, como pago de las deudas que hasta aquel momento se habían contraído con el sevillano.

Esta vara confería a Velázquez un rango simbólico más que funciones activas de justicia, resultando especialmente relevante en eventos oficiales y ceremonias en las que el protocolo y la seguridad eran esenciales, para realizar tareas menores de supervisión y orden.

Este nuevo rango mostraba públicamente la autoridad y cercanía del rey hacia el pintor, un honor que consolidaba aún más su estatus dentro de la corte.


Ayuda de Guardarropa_

En 1636 le era concedido a Diego Velázquez el cargo de ayuda de guardarropa, una posición que le brindaría más ingresos y, sobre todo, aún mayor cercanía a Felipe IV.

Este puesto consistía en supervisar y asistir al rey en el cuidado de sus prendas y objetos personales como ropas, joyas y demás elementos de uso cotidiano. También debía velar por el protocolo en la vestimenta de los visitantes y el decoro del personal del palacio.

Este rol implicaba una serie de responsabilidades de confianza y confidencialidad que permitían a Velázquez estar presente en la intimidad de los asuntos reales, especialmente en aquellos relacionados con la vida personal y la imagen pública del monarca.

El nuevo puesto implicaba también una remuneración adicional que complementaba su salario como pintor de cámara, lo cual permitió al sevillano una mayor estabilidad económica, con un sueldo anual que oscilaba entre los 500 y 700 ducados al año.


Ayuda de Cámara_

En 1643 Diego Velázquez fue nombrado ayuda de cámara, un puesto altamente exclusivo que solo se concedía a personas de máxima confianza ya que implicaba asistir al rey en su vida personal y acompañarlo en situaciones íntimas, durante sus comidas, su vestuario o su aseo, garantizando su comodidad y seguridad.

Como ayuda de cámara, Velázquez debía facilitar la organización de eventos o actividades en los aposentos reales y acompañar al rey en viajes y expediciones importantes, asegurándose de que se cumplieran todos los detalles logísticos de la corte en esos desplazamientos.


Superintendente de Obras_

El siguiente cargo que ocupó Diego Velázquez en la corte de Felipe IV sería el de superintendente de obras reales, otorgado por el monarca en 1648.

El pintor se convertía así en responsable de la supervisión de las obras de construcción, renovación y decoración en los espacios reales, incluyendo palacios, jardines y otros edificios de la corona.

Este rol abarcaba desde la gestión del presupuesto, los materiales y los plazos, hasta la coordinación del trabajo de arquitectos, albañiles, pintores y otros artesanos.

Velázquez tenía voz en la selección de materiales, diseños y acabados, asegurándose de que el resultado cumpliera con los estándares de lujo y representación del poder real, contribuyendo directamente en el desarrollo y representación estética de la monarquía española.

Este puesto consolidó a Velázquez no solo como pintor, sino también como una figura clave en la administración de la corte.


Aposentador real_

Aposentador mayor sería el último cargo que desempeñaría Velázquez en la corte real, y lo haría desde 1652 hasta su muerte, en 1660.

El aposentador mayor de palacio era el encargado de la organización y la logística de los aposentos reales, esto es, responsable de asignar las habitaciones y residencias dentro del palacio real, tanto para la familia real como para los miembros de la nobleza y los visitantes de alto rango.

Debía, además, garantizar el cumplimiento del protocolo en los encuentros y audiencias reales, ceremonias y fiestas, decidiendo la ubicación en función del rango y posición de los diferentes miembros de la corte y los invitados.

También se hacía cargo de todas las llaves de palacio, controlaba el cierre y apertura de las puertas, ponía la mesa cuando el rey comía en público y atendía a la calefacción.

Asimismo, era responsable de todos los muebles, incluso de los objetos más insignificantes, supervisando el mantenimiento y decoración de los espacios reales.

Por si fuera poco, este funcionario organizaba todos los traslados de Su Majestad, incluyendo los alojamientos y provisiones necesarios durante cada viaje.


Orden de Santiago_

En 1650 el pintor solicitó la recomendación del Vaticano para que en Madrid se le concediera el hábito de una orden militar.

Con el apoyo directo del rey, que intervino personalmente para que se agilizaran las gestiones, Velázquez fue nombrado caballero de Santiago el 28 de noviembre de 1659, a través de una cédula que ponía fin al largo procedimiento.

Con esta designación culminaba la carrera palatina de Velázquez y su anhelo vital: ser honrado como artista, no como artesano.


Un último servicio_

El último acto público de Velázquez como funcionario de la corte tuvo lugar en junio de 1660, acompañando al Rey y a la corte a la entrega de la infanta María Teresa a la Isla de los Faisanes para formalizar su matrimonio con Luis XIV de Francia.

Como aposentador real, el sevillano se encargó de preparar el viaje, el alojamiento del séquito y decorar el pabellón donde se produjo el encuentro.

El trabajo debió dejarle exhausto, ya que poco después cayó enfermo con fiebres tercianas, falleciendo el 6 de agosto y siendo enterrado en la desaparecida iglesia de San Juan Bautista de la capital.


Más castigo que premio_

A pesar de su amplia y fructífera carrera en la corte, los oficios y puestos que disfrutó Velázquez al servicio de Felipe IV le robaron tiempo para dedicarse a su verdadero don: la pintura. Y es que, como señaló el pintor y tratadista Antonio Palomino, “suspender el ejercicio de una habilidad, más es castigo que premio”.

Los cargos administrativos absorbieron cada vez más al pintor sevillano de manera que, si bien le ayudaron a ganar una mejor posición social, también le arrebataron gran cantidad de tiempo para desarrollar su labor pictórica.

Diego Velázquez vivió entre 1599 y 1660. Durante sus 60 años de vida realizó unas 120 obras… un número reducido para alguien dedicado durante más de 40 años a la pintura, más aún si lo comparamos con otro de los pintores más destacados de su siglo, Bartolomé Esteban Murillo, cuya obra se estima en alrededor de entre 400 y 500 piezas.


Un legado corto… pero único_

Diego Velázquez dedicó gran parte de su vida al servicio de la corte de Felipe IV, una decisión que, aunque le otorgó el respeto y reconocimiento que anhelaba, nos privó a quienes amamos su arte de multitud de obras que podrían haber ampliado su legado. Por eso hoy, casi cuatro siglos después, es imposible no sentir una mezcla de respeto y nostalgia al pensar en esos cuadros que jamás existieron.

No obstante, las obras que sí vieron la luz y aún conservamos, nos hablan del genio de Velázquez y su amor incondicional por la pintura. En ellas descubrimos la esencia de un maestro que, aun limitado por sus circunstancias, trascendió las barreras de su tiempo para acariciar con sus pinceles el alma de quienes nos sentimos afortunados por gozar de su arte… conscientes como somos de que Velázquez siempre será eterno.

Retrato de Diego Velázquez
Sólo él ya vale el viaje. Los pintores de todas las demás escuelas, que están a su alrededor en el Museo de Madrid y muy bien representados, parecen todos, en comparación con él, menos repetidores. Es el pintor de pintores
— Edouard Manet


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