Pinceladas del cielo y de la tierra
Murillo, un genio de la pintura… y de los negocios
La ciudad de Madrid es tan hospitalaria que en su costumbre de acoger a los forasteros como si fueran madrileños, hasta les dedica monumentos. El pintor sevillano Bartolomé Esteban Murillo puede presumir de que la estatua con que la capital honra su memoria está ubicada junto a uno de los más importantes templos de la pintura universal: el Museo del Prado.
Y es que Murillo no sólo destaca hoy como una de las figuras cumbre de la Historia del Arte, sino también como el pintor español que más dinero amasó en pleno Siglo de Oro español, muy por encima de su paisano, el eterno Diego Velázquez.
el artista como artesano_
A pesar de que, desde que el arte es arte, el ser humano ha tratado de limitarlo y concebirlo como un objeto de lujo, los artistas no siempre han sido apreciados como tal y han exigido que su trabajo fuera tan valorado como su producto.
Este cambio de status por parte de los artistas comenzó a fraguarse ya en el Renacimiento, pero no cuajó en Europa hasta que, ya en el siglo XVII, el racionalismo motivó que el ser humano comenzara a liberarse de los prejuicios religiosos.
La revolución del conocimiento permitió que nuevos descubrimientos basados en la ciencia fueran aceptados por la sociedad europea, aportando una explicación racional a hechos que hasta entonces simplemente se asumían a través de la religión y la tradición.
el coleccionismo burgués_
Esta situación influyó, por ejemplo, en el formato de coleccionismo que hasta entonces practicaban reyes y nobles a través de las llamadas cámaras de maravillas.
Estos gabinetes de curiosidades, compuestos por objetos de todo orden y condición, dejaron de ser valorados a raíz de las nuevas creencias empíricas. Aquello que antes era apreciado, ahora comenzaba a despreciarse… sin embargo el arte ganaba enteros dentro de esas primitivas colecciones.
La obra de arte adquirió en el Barroco una nueva significación. Hasta entonces había permanecido reservada a las élites como la realeza, la alta nobleza y el alto clero, sin embargo durante el siglo XVII comenzó a abrirse al resto de la sociedad.
El coleccionismo de arte experimentó en esta época un extraordinario desarrollo, muy ligado al progresivo alzamiento económico de una nueva clase social: la burguesía.
El auge de la actividad comercial impulsó a esta nueva burguesía hasta el punto de llegar a formar parte de los estratos más poderosos de la comunidad.
Banqueros, abogados, comerciantes o funcionarios adquirieron enormes riquezas, alterando el esquema social impuesto hasta entonces, mediante el cual la riqueza se heredaba y los nobles no tenían que esforzarse demasiado para mantenerla.
el arte como status_
Con el fin de afianzarse en este nuevo orden, la burguesía emergente necesitaba poder manifestar su recién estrenada posición y encontraron en el arte el medio perfecto para hacerlo.
Si hasta entonces el mecenazgo de artistas había quedado tradicionalmente en manos de los reyes ( Felipe III y Felipe IV) y sus validos ( el Duque de Lerma y el Conde Duque de Olivares), todos ellos poseedores de grandes fortunas parte de las cuales habían invertido en coleccionar obras de arte con las que decorar sus palacios, la nueva burguesía comenzó a contratar a los grandes pintores del momento para decorar sus hogares, como símbolo de poder y riqueza.
nuevos temáticas pictóricas burguesas_
Así fueron surgiendo nuevas temáticas y géneros pictóricos, reducidos al pequeño formato que exigía la sala de estar de la casa de, por ejemplo, una familia de comerciantes.
Poco a poco la pintura profana de carácter doméstico se fue convirtiendo en una temática habitual muy cotizada por los ricos burgueses. Se trataba de cuadros de pequeño formato ambientados en las propias viviendas, que representaban escenas de la vida cotidiana, con personajes vestidos según la moda del momento.
Esta no fue la única temática pictórica emergente durante el siglo XVII. Las naturalezas muertas fueron también muy demandadas, ya que permitían mostrar la riqueza de la nueva burguesía. Colgados en las paredes de sus salones, los bodegones representaban caros alimentos y buenas vajillas que insinuaban a los visitantes el nivel de la casa en la que se encontraban.
En este tiempo fue también muy frecuente la llamada pintura de gabinete. Esta nueva temática representaba, a través de cuadros de pequeño o mediano formato, las colecciones de pinturas, esculturas y curiosidades de su propietario, a modo de inventario.
Este tipo de obras solían colocarse en una pared que recibía el nombre de “pared preciosa” y que, por norma general, comunicaba con la biblioteca de la casa donde el visitante podía encontrarse los objetos reales, in situ.
El desarrollo de las distintas temáticas pictóricas avanzó según el gusto de los coleccionistas. Los intereses de la burguesía eran muy concretos y, en la medida en que los artistas se especializaban en alguna de estas temáticas, tenían más posibilidades de encontrar un nicho de mercado propio y lucrativo, llegando a crear con el tiempo su propia marca de autor.
el mercado del arte y las primeras falsificaciones_
Los cuadros no solo actuaban como muestra del poder y riqueza de los nuevos burgueses, también pasaron a formar parte de su patrimonio y a convertirse en una forma de inversión ya que podían desprenderse de ellos fácilmente en caso de necesitar dinero en efectivo.
Este nuevo planteamiento mercantil provocó que la demanda de obras de arte fuera mucho mayor que la oferta. Como consecuencia, se generó una gran competitividad entre los clientes que deseaban las mismas obras, dando lugar al mercado del arte que conocemos hoy día y motivando la aparición de un nuevo fenómeno: las copias de taller y las falsificaciones.
los primeros marchantes de arte_
En un primer momento, el comercio de obras de arte se había limitado al territorio más cercano, por motivos como la complejidad del transporte de este tipo de mercancías y la poca actividad diplomática con el exterior.
Sin embargo, el mercado de arte español comenzó a adquirir carácter internacional cuando, a lo largo del siglo XVII, la actividad diplomática se generalizó, especialmente con los Países Bajos.
El regalo e intercambio de obras de arte entre casas reales, embajadores y aristócratas extranjeros permitió que los cuadros comenzaran a viajar más lejos y con ellos el nombre de sus artistas.
Con la evolución del mercado del arte, artistas y clientes empezaron a no ser sus únicos protagonistas. Surgió la figura del tratante o marchante de arte, que actuaba como intermediario en las ventas y dinamizador del mercado. Con su aparición el pintor dejó de obtener el total de los beneficios en sus transacciones, pero a cambio pudo centrarse en la producción de más encargos, permitiendo a muchos artistas enriquecerse y pasar a formar parte de la nueva burguesía.
Pocos artistas llegaron a realizar ambas gestiones a la vez, la creativa y la comercial… tan solo algunos genios como Velázquez pudieron compaginar ambas funciones, llegando el talentoso sevillano a convertirse en superintendente de obras artísticas de Felipe IV.
Otras profesiones asociadas al mercado del arte como los peritos tasadores, redactores de catálogos o abogados especializados también nacieron en este momento. Fueron parte activa de los nuevos eventos públicos destinados a las ventas, las ferias, almonedas y subastas públicas de arte en las que se vendían obras producidas por los talleres de forma casi masiva, con el fin de nutrir las necesidades de los nuevos coleccionistas.
Madrid y Sevilla: velázquez y murillo_
Los centros más activos de coleccionismo y mercado de obras de arte en la España del siglo XVII fueron, por un lado, Madrid, capital del reino, residencia de los reyes, de la Corte y de su aparato administrativo y burocrático; y, por otro, Sevilla, sede de una rica burguesía, puerto de comercio con América y Europa y cuna de una de las principales escuelas pictóricas del Siglo de Oro.
Cada uno de los dos mercados, madrileño y sevillano, estuvo liderado, respectivamente, por los dos pintores más destacados del momento: Diego Velázquez y Bartolomé Esteban Murillo.
En el caso de Velázquez, el coleccionismo de sus obras se reducía a las más altas esferas sociales y a las élites de poder, en concreto, la del círculo del Conde Duque de Olivares, poseedor de las principales colecciones artísticas de la época.
Murillo, por su parte, fue más popular y estuvo presente en colecciones a lo largo de toda la pirámide social, desde la alta nobleza sevillana a las más humildes colecciones de pequeños comerciantes y miembros de la baja burguesía y del estado llano.
Además, fuera de nuestra fronteras, Murillo supo encontrar un lucrativo mercado y foco de difusión. Sus obras formaron parte de los fondos artísticos de las más ricas y poderosas casas reales, nobiliarias y comerciales europeas. Y es que Murillo decidió prescindir del mecenazgo de los reyes en favor de los muchos y más rentables encargos de la burguesía, una elección que le llevaría a convertirse en el artista más rico de nuestro Siglo de Oro.
los orígenes de murillo_
Bartolomé Esteban Murillo nació en Sevilla en los últimos días de 1617. Fue el último de los catorce hijos que tuvieron Gaspar Esteban, barbero cirujano, y María Pérez.
Su padre disfrutó de una buena situación económica que le permitió mantener holgadamente a su familia, pero cuando Bartolomé contaba con apenas nueve años, sus padres fallecieron en el corto intervalo de seis meses. El futuro artista pasaría a vivir con su hermana mayor y su cuñado, quien actuaría desde entonces como su tutor.
el foco artístico sevillano_
A comienzos del siglo XVII Sevilla destacaba como una ciudad próspera y cosmopolita, poseía el monopolio comercial con el Nuevo Mundo y era sede de numerosas órdenes religiosas y de coleccionistas de pinturas, lo que impulsó a Bartolomé a convertirse en pintor, comenzando su formación artística en 1630.
Tras alcanzar su maestría, Murillo comenzó a cultivar una nutrida clientela sevillana en la que predominaban las instituciones eclesiásticas. Pronto se haría célebre por su peculiar estilo, máximo representante de una imaginería religiosa propia de la Contrarreforma muy alejada del ascetismo y la mística que caracterizaron la pintura española del siglo XVI.
la peste y el declive de sevilla_
Sin embargo, hacia mediados de siglo la prosperidad sevillana vinculada al comercio con América comenzaría a desvanecerse.
En 1649 la peste acababa con la mitad de la población de la ciudad. Tres años después, sus habitantes aún morían de hambre a causa de la crisis económica.
Esta realidad de marginación y miseria vivida en Sevilla alcanzó su máxima expresión en la mendicidad y el desamparo de multitud de niños… cientos de pequeños abandonados y hambrientos, rechazados por la sociedad, que poblaron sus calles.
la idealización como consuelo_
La idealización fue la respuesta de Murillo a esta realidad, sustituyendo en sus obras profanas el sufrimiento de la sociedad sevillana por una belleza conmovedora y una delicadeza angelical.
Los protagonistas de sus cuadros, niños, ancianos y tullidos, los seres más indefensos y vulnerables de la comunidad, eran los más necesitados de una caridad cristiana que santifica y redime ante Dios a quien la ejerce. Este es el mensaje principal de la obra de Murillo: mover a la compasión de las personas.
Los niños eran para el maestro sevillano objetivo primordial de caridad en un mundo de adultos, injusto y egoísta. Sin embargo, las criaturas de sus lienzos nunca pierden la sonrisa ni las ganas de jugar, a pesar del hambre y la falta de higiene.
un genio en el arte del negocio_
A Murillo le fascinaba esa pintura del natural inspirada en la decadente Sevilla de su tiempo… un tipo de escenas que, por otra parte, no estaban bien consideradas en España ni por la Iglesia, ni por la nobleza, ni por la Corte de la época.
Y es que el pintor sevillano contaba con otro tipo de clientes muy diferentes a la nobleza y el clero: los ricos mercaderes flamencos y holandeses afincados en Sevilla por el comercio con América. Es allí, en el Norte de Europa, donde triunfaba ese tipo de pintura que elogiaba lo cotidiano y lo popular… un cambio de paradigma que supondría, a la postre, una de las grandes revoluciones de la Historia del Arte.
Las crónicas han descrito a Bartolomé Esteban Murillo como un hábil negociador, práctico y astuto, con grandes virtudes para relacionarse con los más poderosos así como un buen administrador de su patrimonio. Pero, además de todas estas virtudes, supo contar con un inmejorable tratante, Justino de Neve, quien supo hacer de él el pintor más prestigioso de Sevilla.
dominador del mercado pictórico_
Murillo se convirtió en el gran dominador del mercado artístico, tanto en España como en Europa, superando la cotización de sus obras a las de contemporáneos de la talla de Diego Velázquez, Alonso Cano o Francisco de Zurbarán.
Por una vara cuadrada de su pintura (una superficie de unos 84 centímetros por cada lado) Murillo llegaba a cobrar entre 600 y 800 reales. Frente a estas cifras, Alonso Cano percibió 388 reales por vara en el lienzo Dos Reyes de España para el Alcázar, Velázquez unos 330 reales en El aguador de Sevilla y Zurbarán unos 200 por Los trabajos de Hércules, que decoraron el Salón de Reinos del Buen Retiro madrileño.
Murillo pudo pedir por sus obras lo que realmente creía que valían, entre otras cosas por su independencia gremial y por la ausencia de intereses cortesanos, algo que sí ataba a Velázquez, Zurbarán y Alonso Cano, determinando en muchas ocasiones sus precios a la baja.
Además, Murillo fue de los pocos pintores que en vida, y sin necesidad de moverse de su ciudad natal, consiguió fama, gloria y dinero. Sin embargo y a pesar del éxito comercial, la desventura también formó parte de su biografía.
Las sombras de murillo_
Sus tres primeros hijos fallecieron en la epidemia de peste de 1649. En algunos de sus cuadros de niños el pintor llegó a reflejar los rostros de sus vástagos, lo que servía de consuelo a su esposa Beatriz de Cabrera, que cada día recorría las iglesias, conventos y palacios donde se mostraban los lienzos para volver a contemplar a sus pequeños.
Beatriz murió con tan sólo cuarenta y un años, coincidiendo con el parto de su décimo hijo. Murillo no volvería a casarse.
En 1682, el pintor sevillano caía desde un andamio mientras pintaba los Desposorios de Santa Catalina para el Convento de los Capuchinos de Cádiz, agravando una hernia que ya padecía.
Tras meses de sufrimiento, el 3 de abril de 1682 fallecía en su casa sevillana uno de los más grandes pintores de nuestra Historia.
el exilio y expolio de obras de murillo_
Nada más morir Murillo los mercaderes extranjeros que ya abandonaban una Sevilla en decadencia se llevaron con ellos sus pinturas costumbristas para decorar sus hogares en Flandes y Holanda.
Esos cuadros populares de escenas cotidianas de la calle, de niños pícaros y gente miserable, aquellos que definieron a Murillo como un documentalista de su tiempo, se convirtieron pronto en objeto de deseo para enriquecer las colecciones de los más prestigiosos centros del mercado de arte europeos.
Ya durante el siglo XIX, la mayor parte de los escasos ejemplares que permanecían en nuestro país sufrieron el expolio de los oficiales bonapartistas durante la Guerra de la Independencia.
Aquellos son los cuadros que hoy destacan en las salas de pintura española de los principales museos alrededor del mundo, y la razón por la que Murillo ha sido en los últimos siglos mucho más valorado fuera que dentro de España, donde sí conservamos gran parte de su pintura religiosa… una temática que interesaba menos más allá de nuestras fronteras, razón por la que se salvó del saqueo.
Una obra eterna_
Y es que, en contra de lo que tradicionalmente nos contaron en el colegio, Bartolomé Esteban Murillo fue mucho más que un pintor piadoso de Inmaculadas: no sólo reflejó la divinidad del cielo sino que, especialmente, supo plasmar la miseria de la tierra. De hecho, es posible que su gran éxito, más allá de una extraordinaria técnica, radique en haber sido capaz de retratar, simplemente, la normalidad de la vida. Ante lo terrible del hambre, las epidemias, las guerras y las injusticias, sus lienzos siguen transmitiéndonos hoy consuelo y alivio ante el horror… a través de personajes que, a pesar de todo, nunca dejan de sonreírnos.