La noche madrileña
Luigi Boccherini: homenaje sonoro a Madrid_
La ciudad de Madrid tiene un don singular para conquistar el corazón, no solo de quienes han nacido en ella, sino también de aquellos forasteros que, como un servidor, sucumben irremediablemente a su encanto. Sus calles vibran con una energía inconfundible, su historia late en cada rincón, y su espíritu acogedor envuelve a quienes nos aventuramos a descubrirla.
Es tanto lo que la capital nos entrega que muchos sentimos el deseo de rendirle tributo, cada uno desde su ámbito y sus posibilidades. En mi caso, lo hago a través de palabras que rescatan su memoria y perpetúan su esencia. En el del compositor italiano Luigi Boccherini, su homenaje tomó la forma de notas magistrales, dedicando a la villa y corte una de sus piezas más célebres: La música nocturna en las calles de Madrid, una composición que aún hoy nos transporta a la atmósfera vibrante de la ciudad en tiempos pasados.
la música de cámara y su papel en la corte española_
Luigi Boccherini fue uno de los compositores más destacados de su siglo y una figura clave en la historia de la música de cámara. Pero… ¿qué entendemos exactamente por música de cámara? De manera sencilla, podemos decir que es aquella concebida para ser interpretada en un entorno privado, destinada al disfrute del rey o del príncipe en los salones palaciegos.
Este carácter íntimo convierte a la música de cámara en un reflejo de la vida cotidiana en la corte española durante los reinados de Carlos III y Carlos IV. Se trataba de un género flexible, poco sujeto a normativas estrictas, cuya producción dependía en gran medida de la voluntad y el favor de la realeza. Los músicos, bajo un sistema de patronazgo, componían y ejecutaban sus obras al servicio del monarca, en un ambiente donde la música se entrelazaba con la vida palaciega.
En la corte española del siglo XVIII, la música se desarrollaba en tres ámbitos principales: la cámara del rey o el cuarto del príncipe, la Real Capilla y la música de las caballerizas. Mientras que estos dos últimos espacios estaban estrictamente regulados y sus plazas se obtenían mediante un exigente sistema de oposiciones, el ámbito camerístico ofrecía mayor flexibilidad y dependía en gran medida de la voluntad real.
La pasión por la música dentro de la Familia Real no era un fenómeno aislado, sino una tradición arraigada desde los primeros Borbones. Es bien conocido el papel fundamental que desempeñó la música en la corte de Felipe V, especialmente con la llegada de Carlo Broschi, Farinelli, cuya influencia impulsó el desarrollo de la música escénica española hasta niveles extraordinarios.
Además, la música ocupaba un lugar esencial en la educación cortesana, y era habitual que los miembros de la realeza aprendieran a tocar algún instrumento, con mayor o menor destreza. Sin embargo, resulta llamativo el escaso interés musical del rey Carlos III, una indiferencia que fue ampliamente compensada por la devoción de otros miembros de su familia.
Entre ellos destacó el infante don Luis, hermano de Carlos III, quien llegó a financiar un quinteto de cuerda con sus propios recursos, un caso excepcional entre los infantes de España. Aún más notable fue la figura de Carlos IV, quien sobresalió entre los Borbones por su pasión y dedicación a la música. No solo fue un gran aficionado, sino también un intérprete entusiasta que convirtió la música en una de sus principales diversiones, rodeándose de un pequeño grupo de instrumentistas que lo acompañaban constantemente.
Principales compositores de cámara en la España del siglo XVIII_
Bajo el amparo de la Familia Real, se gestó un legado musical de extraordinaria riqueza y diversidad, en el que destacaron especialmente dos figuras: Gaetano Brunetti y Luigi Boccherini.
Gaetano Brunetti (1744-1798) llegó a convertirse en el músico más influyente de la corte, gracias a su estrecha y constante relación con Carlos IV durante casi tres décadas. Su carrera en palacio fue ascendente y sostenida: ingresó como instrumentista en la Real Capilla en 1767, se convirtió en maestro de violín del príncipe en 1770, pasó a ser su músico de cámara cuando este ascendió al trono en 1789 y, finalmente, asumió la dirección de su pequeña orquesta en 1796. Brunetti representa, quizá mejor que nadie, la figura del auténtico “músico de corte” en la España de la segunda mitad del siglo XVIII.
Por su parte, Luigi Boccherini dedicó casi toda su vida productiva al servicio de la corte española. Su prolífica obra, en su mayoría compuesta en España y para músicos españoles, lo ha convertido en una figura de gran prestigio en la historia de la música de Madrid. Sin embargo, pese a su relevancia académica, su nombre sigue siendo relativamente desconocido para muchos aficionados.
Luigi Boccherini: de Lucca a Madrid_
Luigi Ridolfo Benito Boccherini (Lucca, 1743 - Madrid, 1805) nació en la ciudad toscana de Lucca, donde comenzó su formación musical siguiendo los pasos de su padre, un talentoso violonchelista y contrabajista.
Como tantos otros prodigios, Luigi mostró un talento precoz y, con tan solo trece años, debutó como concertista de violonchelo. Durante su adolescencia, ya consolidado como un intérprete virtuoso y un compositor prometedor, dirigió sus esfuerzos a encontrar trabajo en las prestigiosas cortes europeas de Viena y París, donde la música de cámara vivía un gran esplendor.
La obra de Boccherini comenzó a ganar notoriedad y su nombre se hizo cada vez más relevante en el panorama musical de la época. Fue reconocido como uno de los grandes impulsores de la música de cámara, mérito que incluso el célebre Franz Joseph Haydn le atribuyó.
A los veinticinco años, el joven músico emprendió viaje a Madrid, invitado por el embajador español en París. Su aspiración era integrarse en la corte de Carlos III al servicio directo del monarca, pero finalmente obtuvo un cargo más modesto: el de “compositor y virtuoso de cámara” del infante don Luis de Borbón, hermano menor del rey. Fue precisamente gracias a este patronazgo que Boccherini permaneció en España, dejando un legado musical invaluable.
Don Luis de Borbón: un patrón entregado al placer_
Hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, el infante don Luis fue destinado desde su infancia a la Iglesia, convirtiéndose, con apenas siete años, en Arzobispo de Toledo y máxima autoridad eclesiástica de España.
Sin embargo, su escasa vocación y su inclinación desenfrenada hacia los placeres, especialmente los carnales, lo llevaron a presentar su renuncia a los 27 años ante el rey y el Papa. Al no poder garantizar su castidad, el Sumo Pontífice aceptó con agrado su dimisión y, a modo de compensación, le concedió una generosa renta anual de 946.107 reales. Desde entonces, don Luis se entregó plenamente a sus pasiones: la caza, el arte, la música y el sexo.
La corte española no residía de manera permanente en Madrid, sino que se trasladaba a distintos palacios a lo largo del año. Desde el 10 de enero permanecía en El Pardo; en primavera se trasladaba a Aranjuez; el 27 de junio regresaba a Madrid; el 27 de julio se establecía en La Granja; el 10 de octubre en El Escorial y, finalmente, el 5 de diciembre retornaba a la capital. Con cada desplazamiento se movilizaba un vasto séquito de sirvientes, cortesanos, diplomáticos y músicos, entre ellos Luigi Boccherini.
Desde 1770, el compositor italiano entró al servicio de don Luis como músico de cámara en el majestuoso palacio neoclásico de Boadilla del Monte, diseñado por Ventura Rodríguez. Durante estos años, Boccherini tuvo la oportunidad de convivir con la élite de la villa y corte, así como de relacionarse con numerosos artistas que nutrían las inquietudes culturales del infante. Entre ellos destacaba Francisco de Goya, quien más tarde inmortalizaría a la familia de su mecenas.
Arenas de San Pedro: un exilio creativo_
Sin embargo, los constantes escándalos amorosos de don Luis terminaron por agotar la paciencia de Carlos III, quien decidió desterrarlo de la corte y enviarlo a Arenas de San Pedro. Fiel a su protector, Boccherini lo acompañó en este exilio, que para él supuso una doble condena: no solo quedaba apartado de la vida cortesana, sino también del vibrante panorama musical europeo.
A pesar de su aislamiento, su estancia en Arenas de San Pedro fue extraordinariamente fructífera. Durante los ocho años que pasó allí, compuso cerca de un centenar de obras, entre las que destaca su célebre homenaje a la capital española: La música nocturna de las calles de Madrid.
Esta pieza alcanzó gran popularidad en el Madrid de la época, aunque Boccherini, consciente de su profundo arraigo en la cultura española, escribió a su editor en París solicitándole que nunca la publicara fuera de España. Según él, nadie que no hubiese vivido el ambiente madrileño de aquellos años podría comprender, ni mucho menos interpretar correctamente, su esencia.
La vida sin don Luis: un final agridulce_
El año 1785 marcó un punto de inflexión en la vida de Luigi Boccherini. En el transcurso de unos meses perdió a su esposa, Clementina, y poco después falleció su mecenas, el infante don Luis. Afligido y con seis hijos a su cargo, el compositor regresó a Madrid en busca de trabajo, enfrentándose a una nueva etapa de incertidumbre.
En 1786 encontró amparo bajo el mecenazgo de María Josefa Pimentel, duquesa de Osuna y condesa de Benavente, quien lo contrató como compositor y director de su orquesta. Sin embargo, esta estabilidad no duraría para siempre. En 1797, el inesperado retiro del patrocinio de la duquesa supuso un duro golpe para Boccherini, que, privado de recursos y oportunidades, comenzó a vivir un lento declive. Se estableció en una casa de la Calle de la Madera, donde compuso su zarzuela Clementina, con libreto de Ramón de la Cruz, uno de los dramaturgos más célebres de la época.
El 28 de mayo de 1805, Luigi Boccherini falleció a causa de una complicación pulmonar en su última residencia, una modesta vivienda en la calle Jesús y María. Aunque durante mucho tiempo se creyó que murió en la pobreza, estudios recientes de su testamento han puesto en duda esta idea.
Sus restos fueron inhumados en la iglesia de los Santos Justo y Pastor, en la calle del Sacramento de Madrid, actual Basílica Pontificia de San Miguel. En 1927, por orden de Benito Mussolini, sus restos fueron trasladados a su ciudad natal, Lucca, donde descansan en la iglesia de San Francisco, en el panteón dedicado a los hijos ilustres de la ciudad toscana.
El legado de Boccherini y su huella en Madrid_
El olvido y la indiferencia que ya oscurecieron los últimos años de la vida de Boccherini se acentuaron aún más tras su muerte. Sin embargo, su legado musical es colosal: dejó tras de sí unas 580 composiciones, entre las que destacan, por su número y calidad, los quintetos de cuerda, los cuartetos y las sinfonías.
Gran parte de su obra fue concebida y desarrollada en España, donde supo integrar con sutileza elementos de la tradición musical del país. Su rastro cultural aflora con delicadeza en muchos de sus compases, ya sea a través de fandangos y seguidillas o en evocaciones tan magistrales como su Musica notturna di Madrid, una obra que sigue transportándonos a la esencia de la capital española del siglo XVIII.
La obra cumbre: Música nocturna en las calles de Madrid_
Luigi Boccherini legó a la ciudad de Madrid una de sus composiciones más célebres: La Musica notturna della strada di Madrid.
En esta obra, escrita en 1780, el compositor italiano desplegó toda su imaginación y maestría para plasmar musicalmente la vida nocturna de la capital, una realidad que había conocido de primera mano durante su estancia en la ciudad.
Su deseo de capturar con fidelidad el ambiente madrileño fue tal que dejó una nota en la portada de la partitura, advirtiendo:
"Este quinteto representa la música que pasa por las calles de Madrid al atardecer, desde la campana del Ave María hasta la retreta. Todo lo que no se ajuste a las reglas de la composición puede ser perdonado en aras de la verdad del asunto a representar.”
Y es que, a lo largo de esta obra, Boccherini logra impregnar cada compás de la esencia madrileña, integrando elementos del folclore y la música popular a través de ritmos, armonías e instrumentos que evocan danzas como la tirana o el fandango.
Descripción de los movimientos de la obra_
Dicho esto… ¿cómo sonaban las calles del Madrid de Carlos III según Boccherini?
Las campanas del Ave María_
Curiosamente, la obra comienza con el final del día. El tañido de las campanas de las iglesias convoca a los fieles al rezo de los tres Aves Marías vespertinos, una tradición que en aquella época marcaba el cierre de la jornada laboral.
El movimiento se desarrolla con un motivo de tres compases en el que un único acorde, repetido insistentemente en pizzicato por violines, viola y violonchelos, imita el sonido de las campanas que resuenan en la ciudad.
El tambor de los soldados_
A continuación, un pasaje de gran sobriedad introduce el redoble de un tambor militar, representado por el primer violín con una única nota repetida.
Minueto de los ciegos_
Boccherini introduce aquí una escena de gran realismo: un grupo de músicos ciegos mendiga por las calles, interpretando torpemente un minueto con violines y guitarras. Para reforzar el efecto, el compositor exigía a los intérpretes que dejaran de lado la pulcritud académica y tocaran de manera errática, imitando la imperfección propia de unos músicos invidentes.
El Rosario_
Este movimiento nos transporta al interior de una iglesia donde los fieles rezan el Rosario.
El primer violín asume el papel del oficiante con un canto monótono, mientras que el segundo violín, en pizzicato, imita el repique de la campanilla del monaguillo. La respuesta de los fieles se expresa en un enérgico allegro, entonado al unísono por los cinco instrumentos.
Pasacalle_
Este es, sin duda, el movimiento más célebre de la composición.
En la partitura, Boccherini describe el Pasacalle como “una forma de tocar y cantar, llamada por los españoles pasacalle, con la que, o con otras poco diferentes, se divierten en las calles por la noche cantando y tocando”.
El recogimiento del templo se desvanece para dar paso a una escena bulliciosa: un grupo de manolos—personajes típicos de la sociedad madrileña—cantan y bailan seguidillas al son de las guitarras, mientras continúan la fiesta por las calles.
En este fragmento, los violines, la viola y el violonchelo imitan el rasgueo de las guitarras, mientras que el segundo violín introduce una melodía solista.
El primer violín imitando el tambor_
El redoble del tambor militar regresa, pero esta vez con una figura rítmica distinta, desarrollada por el primer violín.
Retreta_
Hasta bien entrado el siglo XIX, era costumbre que, al atardecer, pequeñas bandas militares recorrieran las calles de Madrid interpretando el toque de retreta. Este aviso recordaba a los soldados en descanso—ya fuera paseando o en las tabernas—que debían regresar a sus respectivos cuarteles.
Las Reales Ordenanzas de Carlos III especificaban:
"El toque de Retreta servirá, à la hora, que en Campaña señale el General, en Guarnición el Gobernador, y en Quartel el Comandante de él, para retirarse á sus Tiendas, ò Quarteles los Soldados, que aún no se huvieren recogido, como asimismo, para que la Tropa que vaya marchando adelante, dé media vuelta à la derecha, y lo execute en retirada.”
Sobre este solemne tema de marcha, Boccherini desarrolla doce variaciones que van intensificándose progresivamente, como si la tropa se acercara cada vez más al oyente. Luego, la música se desvanece gradualmente, simulando el alejamiento de los soldados hasta que el sonido del tambor se vuelve apenas audible.
Así concluye este magistral recorrido sonoro por las calles de Madrid, una obra en la que Boccherini supo capturar con asombroso realismo la vida nocturna de la capital en tiempos de Carlos III.
El homenaje de Madrid a Boccherini_
Madrid rinde homenaje a uno de sus más queridos “hijos adoptivos” con un busto en los Jardines de la Cuesta de la Vega, junto al Palacio Real. La escultura muestra al compositor vestido de época, con una casaca adornada con flores de lis, símbolo de la Casa de Borbón, en cuyo círculo trabajó y creó algunas de sus obras más brillantes. Sin embargo, más allá del bronce que preserva su memoria, el verdadero tributo a Boccherini sigue resonando en las calles que tanto amó.
Han pasado más de dos siglos desde su muerte, y aún nos corresponde reivindicar su figura y su legado. Boccherini no solo encontró en España el escenario de su mayor esplendor creativo, sino que supo captar con maestría la esencia de su gente y su cultura, plasmándola en melodías que, aún hoy, evocan el alma de un Madrid que se resiste a desaparecer. Sus notas no son solo música; son el eco de una ciudad vibrante, de sus rincones iluminados por faroles, de sus plazas donde el pueblo bailaba seguidillas y fandangos, del sonido lejano de una retreta militar que marcaba el final del día.
La música de Luigi Boccherini es un regalo imperecedero para la ciudad en la que vivió treinta y siete años. Sus composiciones dibujan un Madrid que, aunque transformado por el tiempo, sigue latiendo en cada acorde. Y así, cuando sus notas nos envuelven, al recorrer las mismas calles que inspiraron su arte, sentimos que su espíritu sigue aquí, susurrando en cada rincón, invitándonos a mirar la ciudad con la nostalgia de quien sabe que el pasado nunca desaparece del todo.
“Si Dios quisiera hablar a los hombres se serviría de la música de Haydn; pero si quisiera oír música, elegiría indudablemente la de Boccherini”