Cortar por lo sano

Lugar en el que se levantó el antiguo Coliseo del Buen Retiro. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

Lugar en el que se levantó el antiguo Coliseo del Buen Retiro. Madrid, 2019 ©ReviveMadrid

farinelli, un bálsamo para el alma

¿A quién no le gustaría vivir como la estrella musical más famosa del momento? Dinero, fama, viajes, fans… pero cuidado, porque el que algo quiere algo te cuesta… ¿estarías dispuesto a sacrificar tus atributos sexuales para conseguir una vida tan codiciable?

Por más que lo parezca, no se trata de un pacto con el diablo. En el siglo XVIII los ‘castrati’ fueron verdaderos divos, las figuras líricas más cotizadas de la época, pero todo arte conlleva un sacrificio… y el suyo quizá fue desmedido. El más destacado de todos ellos, Farinelli, considerado por muchos el mejor cantante de todos los tiempos, vivió en Madrid gran parte de su vida. Una vida de película.

el origen de los castrati_

Aunque a día de hoy nos cueste creerlo, desde principios del siglo XVI y hasta finales del siglo XIX la castración de niños dotados para el canto fue una práctica habitual en la vida musical europea.

El origen de esta tradición, con fines artísticos, está en la prohibición del Papa Pablo IV de que las mujeres pudieran cantar en las iglesias y escenarios de Roma, acogiéndose a la epístola de San Pablo a los Corintios donde se dice:

“Las mujeres cállense en las asambleas que no se les está permitido tomar la palabra”.

Este veto femenino motivó que, para realizar las voces agudas propias de las mujeres, se recurriera a niños. Sin embargo, esta era tan sólo una alternativa temporal, ya que cuando los infantes comenzaban a destacar en el oficio y maduraban su técnica vocal, mudaban la voz en la pubertad y su valía como cantantes se perdía.

La solución, aunque censurable, resultaba drástica: castrar a los niños con talento para el canto para que pudieran desempeñar su labor como artistas toda su vida.

una práctica ilegal_

Aunque la castración era una práctica ilegal y estaba penada, las autoridades solían hacer la vista gorda cuando los padres se excusaban argumentando que su hijo había sufrido un accidente traumático o una enfermedad que justificaría la pérdida de los testículos.

Generalmente estos niños provenían de hogares pobres y, en muchos casos, eran mutilados a petición de sus progenitores, con la esperanza de que a través del canto pudieran sacar a la familia de la pobreza.

Una intervención muy arriesgada_

Practicada por médicos o barberos, la intervención entrañaba un grave riesgo para la salud de los pequeños teniendo en cuenta que por aquel entonces no existían anestesia ni antibióticos, por lo que el riesgo de muerte por infección aguda era muy elevado.

Los niños, de entre ocho y doce años, eran introducidos en una bañera de agua caliente y anestesiados con métodos muy precarios, como el uso de opio, alcohol o el estrangulamiento parcial.

El médico, tras realizar una incisión en la ingle, extraía los testículos. El dolor y el proceso de recuperación podía durar meses.

el efecto de la castración_

La castración interrumpía el desarrollo de las cuerdas vocales del niño en el escalón agudo infantil, evitando que el sonido de la voz se volviera más grave. Sin embargo, su caja torácica y sus pulmones seguían creciendo como los de un adulto, de manera que la toma de aire les hacía posible suspender una nota durante más tiempo.

El producto final es una voz aguda y ágil, como la de los niños, pero con el volumen y maestría de un hombre que ya lleva dos décadas dedicado a la perfección del canto en conservatorios específicos que se dedicaban al perfeccionamiento de estas voces.

Por otra parte, el momento vital en que los ‘castrati’ sufrían la mutilación resultaba determinante en su desarrollo físico posterior. Si el niño no había llegado a la pubertad, generalmente crecía con rasgos femeninos, poco vello, pene infantil y nulo apetito sexual. De hacerse más tarde la operación, durante la preadolescencia, el 'castrato' podía experimentar un desarrollo normal que incluía la posibilidad de tener erecciones y eyaculaciones… eso sí, sin espermatozoides.

los elegidos_

Unos 4.000 niños eran castrados cada año al servicio del arte italiano, con la esperanza de convertirlos en estrellas de la ópera barroca. Estadísticamente tan sólo 1 de todos ellos lo lograba, el resto acababan ordenándose sacerdotes o ganándose la vida como solistas en coros eclesiásticos.

la función de los ‘castrati’_

Los castrati se convirtieron en estrellas indiscutibles, en las capillas eclesiásticas primero y en los escenarios de ópera después, hasta convertirse en un colectivo profesional de enorme fortuna.

Su peculiar voz los vinculaba con la figura tradicional del ángel músico, ecarnando a la vez la pureza y la virginidad… al menos en la teoría. En la práctica los ‘castrati’ eran el equivalente de las estrellas del rock actuales: populares, ricos, a veces caprichosos y, aunque parezca raro, verdaderos iconos sexuales.

Y es que, por curioso que resulte, los ‘castrati’ levantaban pasiones entre las mujeres nobles, deseosas de mantener tórridos romances extramatrimoniales sin la posibilidad de un embarazo no deseado: obviamente estéril, el ‘castrato’ estaba incapacitado para la procreación, pero podía mantener relaciones sexuales placenteras.

Por contra, la Iglesia prohibía a los ‘castrati’ su ordenación como sacerdotes y el matrimonio, degradándolos a estatuto social anómalo.

El final de los castrati_

Después de más de dos siglos de éxito, Napoleón Bonaparte prohibía la práctica de la castración a niños, bajo pena de muerte, al conquistar Roma.

Hacia 1800 la Iglesia permitía la vuelta de las mujeres a los escenarios, eclesiásticos y civiles.

Comenzaba así la decadencia de los ‘castrati’, que recibirían finalmente la puntilla con la aparición de una nueva categoría de monstruos vocales: los tenores.

La reacción del público ante esta nueva tipología de voz demostró una nueva inclinación al canto resuelto y viril de los nuevos intérpretes, impulsados por el primer Do de pecho documentado de la historia, el de Gilbert Duprez, interpretando el Guillermo Tell, de Gioachino Rossini, en 1831.

Sin pruebas sonoras_

Hoy en día es imposible imaginar el canto de un ‘castrato’, ya que no existen registros sonoros de su voz, tan solo nos quedan las desmesuradas descripciones de quienes pudieron escucharlos en vivo.

Esas misma crónicas que nos presentan al italiano Carlo Broschi, Farinelli, como la más celebre de aquellas portentosas voces.

El ‘capón de Dios’_

Carlo Maria Michelangelo Nicola Broschi (Andria, 1705-Bolonia, 1782), más conocido como Farinelli, fue el más famoso de los ‘castrati’ y el cantante lírico más célebre del siglo XVIII.

Procedente de una familia acomodada, en 1717 se produjo su castración, no está claro si por decisión de su padre, que muere súbitamente ese mismo año, o por decisión de su hermano mayor, impulsado precisamente por la inestabilidad financiera causada por el fallecimiento del progenitor. Si bien, como la operación era ilegal, se utilizó el pretexto de un accidente de caballo.

Tras la intervención el joven Carlo fue enviado a un conservatorio, donde eligió el nombre de Farinelli en agradecimiento a los hermanos Farina, los mecenas que financiaron su formación.

Famoso en toda Europa_

Convertido en el cantante más contratado de toda Italia, el nombre de Farinelli no tardaría en cobrar dimensión internacional por lo peculiar de su voz, empleada indistintamente en las óperas para papeles de mujeres o de hombres.

Y es que, se dice que su extensión vocal alcanzaba las 3 o 4 octavas y podía sostener un sonido durante más de un minuto, ampliando y disminuyendo el volumen a voluntad con una sola toma de aire.

Esta facultad angelical provocaba el éxtasis entre el público, sofocos en las damas y llantos en los hombres, hasta el punto de que la frase “sólo hay un Dios y sólo un Farinelli”, se extendió como la pólvora por los escenarios líricos y las cortes de toda Europa, entre otras las de Viena, Venecia, Milán, Bolonia, París y Londres. Sin embargo sería en la corte española donde Broschi desarrollaría casi toda su carrera.

La cura para un Rey_

Es bien conocida la afición de la Familia Real Borbón por la música, hasta tal punto que en ocasiones llegó a convertirse para ellos en un remedio terapéutico.

En 1737 Farinelli fue invitado por la Reina de España, Isabel de Farnesio, para calmar con música a su marido, Felipe V, que padecía un grave trastorno bipolar.

Desde 1717 el estado de melancolía del Rey se tornó en locura absoluta. Empezó a protagonizar ataques de histeria en público, tratando de ensartar a un fantasma con su espada, creyendo ser una rana y sufriendo horribles pesadillas.

La única forma de calmar al Rey enfermo resultó ser la prodigiosa voz de Farinelli, que cada noche, durante nueve años, cantó al monarca en sus aposentos las mismas cuatro arias, con resultados satisfactorios.

Tanto éxito tuvo Farinelli en la corte española que el rey, a las tres semanas de su llegada, le nombró músico de cámara, con servicio exclusivo a la Familia Real. El ‘castrato’ nunca más volvió a cantar en público.

un nuevo impulso_

La figura de Farinelli se convirtió en símbolo cultural de la capital del reino, especialmente tras la muerte de Felipe V, y durante el reinado de Fernando VI y Bárbara de Braganza.

Los nuevos reyes nombraron a Broschi director de los dos teatros más importantes de la Corte: el del Real Sitio de Aranjuez y el Coliseo del Buen Retiro en Madrid, este último ubicado junto al Casón del Buen Retiro y convertido, bajo la dirección del ‘castrato’, en el mejor teatro lírico de la Europa del barroco.

Mucho más que una voz bella, Farinelli resultó ser un buen asesor y gran gestor cultural. Sería él el responsable de reformar y refinar los gustos musicales españoles a partir de la apertura a las nuevas corrientes operísticas europeas, especialmente italianas.

Un final discreto_

Al llegar Carlos III al trono español tras la muerte de Fernando VI, el nuevo monarca prescindió de Farinelli en la corte, aunque premió su labor durante veinticinco años manteniéndole muchos de los privilegios de los que había gozado, incluida una generosa renta vitalicia "en consideración de su moderación, no habiendo jamás abusado del favor, del afecto y de la generosidad del Rey su antecesor”.

Instalado en su mansión de Bolonia, el reconocido ‘castrato’ murió en 1782.

gran Legado, escasa huella_

El legado de Farinelli pervivió durante muchos años en España y, por consiguiente, en Madrid. La capital seguiría siendo durante el siglo XIX un foco importante de composiciones musicales italianas, donde incluso Giusepe Verdi llegaría a estrenar sus óperas.

Sin embargo, y a pesar de su influencia en la capital, a día de hoy no existe huella alguna de Farinelli en Madrid, la ciudad donde el cantante más famoso de todos los tiempos residió un cuarto de siglo.

Los madrileños y todos los que amamos la música, tenemos una deuda con Carlo Broschi, cuyo talento y cariño por Madrid convirtieron nuestra ciudad en capital mundial de la ópera, una tradición musical que conserva con orgullo desde entonces gracias al irrepetible y sobrehumano Farinelli.

Carlo Broschi (Nápoles, 1705-Bolonia, 1782)

Carlo Broschi (Nápoles, 1705-Bolonia, 1782)

Sin exageración alguna se puede muy bien asegurar que en Europa no hay teatro que iguale al de la Corte de España por su riqueza, y abundancia del escenario y vestuario
— Carlo Broschi, "Farinelli"


¿cómo puedo encontrar el lugar donde se levantó el coliseo del buen retiro en madrid?