Hermanos de sangre
Iglesia de las Maravillas, socorro de cuerpo y alma
Solemos dar por hecho que en las guerras siempre existen vencedores y vencidos, cuando en realidad, son sólo los ideales los que triunfan en el campo de batalla. Los muertos y heridos, y sus familias, sufren las consecuencias directas de esos conflictos, no importa el bando del que formen parte… son sólo personas que sufren. Las monjas y el capellán del antiguo Convento de las Maravillas así lo entendieron y, el Dos de mayo de 1808, socorrieron por igual a españoles y franceses durante el sangriento asalto al Cuartel de Monteleón en Madrid.
Fundado en 1624 como Convento de San Antonio Abad, debe su nombre a una leyenda, según la cual las monjas encontraron en su huerto la imagen de un Niño Jesús escondida entre unas flores conocidas como “maravillas” (caléndulas). Decidieron colocarlo en el regazo de una Virgen, sobre un lecho de estas flores, tomando desde entonces la imagen el nombre de Nuestra Señora de las Maravillas. Pronto el convento también pasó a ser conocido como Convento de las Maravillas y, finalmente, la denominación se extendió a todo el barrio, el antiguo Barrio de las Maravillas (actual Barrio de Malasaña).
Sin embargo, este edificio es especialmente conocido por el protagonismo que cobró el 2 de mayo de 1808, debido a su proximidad al Cuartel de Artillería de Monteleón. Allí acudieron los madrileños sublevados para obtener fusiles con los que enfrentarse al ejército de Napoleón, bajo la supervisión de Luis Daoíz y Pedro Velarde, en una lucha que se cobraría más de 200 víctimas entre ambos bandos.
Las monjas habían terminado de rezar las horas, nerviosas por el ruido de voces que se escuchaba en las calles. Sonaban disparos y un cañonazo destrozaba parte del crucero de la iglesia. El capellán se apresuró a contarles lo que estaba ocurriendo y ellas, asustadas, acudieron a rezar a la Virgen de las Maravillas.
Al salir el capellán a la calle y contemplar el panorama de muertos y heridos, decidió tomar a uno de estos últimos y ponerlo a salvo en la iglesia, mientras las monjas hacían lo mismo con muchos otros. La iglesia se convirtió en un hospital de campaña improvisado, donde se atendía por igual a franceses y españoles, mientras las víctimas, de uno y otro bando, morían implorando juntos a la Virgen de las Maravillas.
En el atrio de la Iglesia, una placa conmemorativa recuerda hoy la labor de las monjas y del capellán, cuyo acto de generosidad escribió una página de esperanza en ese día tan aciago.
Pero este no fue el único gesto de generosidad y amparo que los madrileños mostraron aquel día con los soldados franceses. Semanas antes, las autoridades españolas habían ordenado a los madrileños acoger en sus casas a los soldados imperiales. A pesar de la hostilidad, cuando se produjo el levantamiento del Dos de Mayo, fueron muchos los soldados franceses que salvaron su vida gracias a sus piadosos anfitriones.
La Plaza del Dos de Mayo guarda la memoria de sucesos terribles: lo que hoy son terrazas y columpios, ayer fueron cañones y trincheras; lo que hoy son padres e hijos jugando, ayer fueron muertos y heridos; lo que hoy son amigos compartiendo tertulia en sus terrazas… ayer fueron enemigos disparando a matar. Cuando paséis por esta plaza, recordad que un día la sangre del pueblo de Madrid cubrió estas calles luchando por la libertad que hoy todos disfrutamos.